Isaías Florentino Lira

Uso e importancia del nombre en la Biblia

En el pensamiento Judío, el nombre no es una designación arbitraria o un grupo de sonidos simplemente. El nombre nos dice la naturaleza, la esencia, la historia de aquel que es designado con él. En Israel, como en los pueblos primitivos, el nombre expresa la realidad profunda del ser que lo lleva. El nombre es algo esencial a los seres.

Las Sagradas Escrituras registran como al mismo tiempo que las cosas van siendo creadas, reciben también un nombre: Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día. (Génesis 1:5, 10; 5:2). Lo que existe, tiene nombre. Una cosa sin nombre es como si no existiera.

El hecho de darle nombre a una cosa significa conocer su naturaleza y tener poder sobre ella. Dios les puso nombre a cada una de las estrellas y cuerpos celestiales. Si las llama por su nombre, ninguna de ellas faltará (Isaías 40:26; Salmos 147:4).

Tras la creación, Dios pone a los animales bajo el dominio de Adán. Su primer acto de dominio sobre ellos consiste en darles un nombre (Gen 2:19 20; 1:28). En esta acción, Adán no encuentra una creatura semejante a él. Pero cuando Dios le presenta a Eva, la reconoce como semejante dándole un nombre equivalente al suyo (Génesis 2:23).

Entre los seres humanos el nombre es parte de si mismos, parte de su humanidad. La falta de un nombre margina totalmente a un ser humano, lo degrada: Hijos de viles, y hombres sin nombre, Más bajos que la misma tierra (Job 30:8).

El nombre se identifica con la persona. Manifestar el nombre es lo mismo que revelar la persona (Éxodo 3:13-14; Isaías 52:6). Quien conoce el nombre de una persona, puede ejercer influencia, sobre ella.

Dios conoce a los seres humanos por su nombre pudiendo ello significar un privilegio (Éxodo 33:12,17; 2ª Samuel 7:23). Dios conoce a los suyos y los puede llamar por su nombre (Isaías 45:3). El Buen Pastor conoce por su nombre a cada una de sus ovejas (Juan 10:3).

Por lo general son los padres quienes ejercen el derecho de ponerles nombre a sus hijos. En la Biblia los padres ponen nombres a sus hijos en virtud de un acontecimiento importante o en memoria de algo. No hay nombres sin significado. En varios casos, es Dios mismo y no los padres quien determina el nombre que llevarán algunos personajes representativos. Por ejemplo: Ismael (Gen 16:11), Isaac (Gen 17:19), Juan el Bautista (Lucas 1:13) y Jesús (Lucas 1: 31) reciben de Dios su nombre.

Cambiar de nombre implica un cambio de personalidad y de misión, dado que el nombre es un símbolo que descubre el carácter y destino del hombre. Esto explica la sustitución del nombre de Abraham (Génesis 17:5-6), de Sara (Génesis 17:15-16) y de Jacob (Génesis 32:29) por el mismo Dios. En general, el cambio de nombre manifiesta un acto de dominio de quien lo realiza (Génesis 41:45; 2 Reyes 23:34; Daniel 1:7). Dios puede poner nombres o cambiarlos para indicar que está enviando a una persona a una misión especial (Isaías 45:4). Cristo puede hacer lo mismo (Mateo 16:18).

Borrar el nombre de una persona o cosa equivale a hacerla desaparecer (Deuteronomio 29:19; 1 Samuel 24: 22). Los nombres de los impíos son borrados del libro de la vida (Salmos 69:29; Éxodo 32:32). En cambio, los justos tienen inscritos sus nombres en los cielos (Lucas 10:20), o en el libro de la vida (Filipenses 4:3; Apocalipsis 3:5; 20:15), esto es, son aceptados como miembros del Reino.

Dios le da un nombre a su pueblo elegido (Isaías 43:1). Ante el pecado Dios puede determinar que el nombre de su pueblo sea borrado del mundo (Deuteronomio 9:14). Solo la gracia divina puede garantizar su subsistencia (Isaías 56:5; 66:22; 2 Reyes 14:27).

En el Nuevo Testamento los seguidores de Cristo reciben el nombre de su líder: En Antioquía por primera vez, reciben el nombre de cristianos. Por llevar este nombre algunos de ellos serán martirizados. Pero Dios promete a todos aquellos que se identifiquen con su hijo creyendo en el un nuevo nombre; el de hijos de Dios (Mateo 5:9; 1ª Juan 3:1).

Dios tiene nombre

Siendo Dios el SER por excelencia, no puede dejar de tener un nombre. Pero en tanto que ninguna palabra humana puede abarcar la realidad de Dios, Él se presenta a la humanidad mediante varios términos que nos ayudan a tener un concepto de Él. De esta manera Dios puede decir de si mismo: “Yo soy el que soy”, Yo soy “YWHW tu Dios”, Yo soy “Jehová de los ejércitos”, Yo soy “El Santo de Israel”, etc. Ningún término lo define absolutamente. Por eso es que en el libro del Éxodo, después de haber dado a conocer su nombre principal, no tiene obstáculo para adjudicarse el nombre de Celoso: Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. (Éxodo 34:14). Esto nos hace ver que Dios puede usar un nombre diferente para expresar sus atributos, sin demérito del nombre por el cual quiere ser nombrado principalmente.

El Salvador del mundo, de igual manera, detentará varios nombres en virtud de la amplitud de su obra y misión: Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz (Isaías 9:6). También será llamado Hijo del Altísimo (Lucas 1:32) e Hijo de Dios (Lucas 1:35).

El uso de los nombres en la Biblia, referidos ya sea a una persona, a un pueblo o a la divinidad, nos llevan a concluir que el nombre en la Biblia no está limitado a las letras con que se forma, sino que más bien es un concepto. Se expresa a través de una o más palabras y estas indican los atributos o características del que lo detenta. Si es necesario el nombre constará de más de una palabra. Es frecuente que Dios use más de una palabras para referirse a si mismo. Por eso en Isaías dice: Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre: y tu redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado (Isaías 54:5). Incluso puede proclamarse a si mismo con una descripción amplia. El verso 5 del capítulo 34 del Éxodo nos menciona un episodio con Moisés en la montaña, donde Dios mismo proclama su nombre: Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. La proclamación del nombre de Dios por si mismo es mucho más que una simple palabra o una frase: Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. (Éxodo 34:6,7).

Esto nos indica que definitivamente el nombre de Dios tiene una relación total con su acción en la historia y su relación con los seres humanos.

La necesidad de conocer el nombre de Dios

Para advertir la importancia de conocer el nombre de Dios podemos partir de las siguientes consideraciones: En el caso de los hombres, el nombre señala a cada quien un lugar dentro de la colectividad. Mediante el nombre, cada ser humano, aparece claramente delineado ante los ojos de todos. Con el nombre entra en relación viva con los demás.

Si desconocemos su nombre, somos ajenos al hombre. El hombre que no tiene nombre es un desconocido. El nombre posee la fuerza de presentar a su portador, de modo que éste puede ser reconocido y se puede hablar con él. Los seres humanos atienden cuando oyen pronunciar su nombre. A un caminante se le pueden decir muchas cosas, pero no pondrá verdadera atención mientras no escuche su nombre. Sólo cuando se le llama por su nombre se siente interpelado. Alabanza y reproche, ensalzamiento y condenación, peticiones y gracias sólo afectan al hombre cuando van unidas a su nombre. En los demás casos las palabras se pierden en el vacío. La situación se presenta de modo análogo en el caso de nuestra relación con la divinidad.

Solo si conocemos su nombre podemos entrar en relación con Él. No podríamos invocarlo si no conocemos su nombre. Los que conocen su nombre y pueden, por lo tanto, invocarle, son afortunados, pueden comunicarse con Él, pueden invocarlo pidiéndole ayuda. Invocando el nombre del Señor pueden esperar que Dios les guarde y les proteja en peligros o desgracias terrenas (Oseas 6: 1-4). Por eso Jeremías puede decir: Pero Tú estás entre nosotros, Señor; pues que tu nombre ha sido pronunciado sobre nosotros (Jeremías 14:9).

El nombre de Dios como parte de la revelación que Él ha hecho a la humanidad

Antes de examinar la revelación Bíblica del nombre de Dios tenemos que aclarar algo. El concepto de Dios ha estado presente en la conciencia humana desde el principio de los tiempos, mucho antes de convertirse en un tema para la discusión filosófica o teológica. La idea de Dios se ha manifestado en la historia por medio de las actitudes religiosas de los pueblos y se ha expresado originariamente en el lenguaje de los símbolos y los mitos, plasmados en diversas actitudes y actividades humanas. A esa realidad se le han dado diversos nombres y estos obviamente están marcados por los signos de la imperfección y limitación humana. En este caso el nombre asignado a la divino, no pasa de ser una categoría con la cual el hombre quiere referirse a la fuerza o causa superior que percibe tras de lo aparente.

Para la fe cristiana el Dios verdadero es aquel que no pudiendo ser conocido por los medios humanos, decide revelarse por si mismo, para ofrecer a los seres humanos una participación de si, que los ayude a superar las limitaciones a las que el pecado les llevó. En la fe cristiana la realidad de Dios es algo que el hombre no puede llegar a conocer a menos que Él mismo la de a conocer a los hombres. La realidad total de Dios sigue siendo un misterio para los hombres.

La historia de la revelación divina en la Biblia se realiza de un modo gradual. En la historia de la salvación la revelación de la voluntad divina es una parte esencial. Sin embargo Dios, con vistas a la salvación de la humanidad, ha considerado necesario, no solo revelar su voluntad sino otros aspectos de su ser, entre ellos su nombre.

Con base en estas reflexiones iniciales podemos concluir que el nombre de Dios que conocemos, es solo aquel que en un momento dado de la historia de la salvación, Él nos ha revelado y permitido conocer. Aunque a decir verdad no hay un nombre único que se nos haya dado a conocer. Esta situación es la que nos lleva a pensar también que la revelación de sus nombres tiene un carácter progresivo y una intención particular en cada etapa del plan de salvación. Desde este punto de vista cualquier intento humano por nombrar la última realidad de Dios estaría condenado al fracaso. Justino en su Apología I opinaba que “nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; si alguien se atreve a decir que hay un nombre que expresa todo lo que es Dios, muestra estar absolutamente loco”. Dios seguirá siendo el ser inefable, es decir el ser al quien el hombre no puede explicar con palabras y por lo tanto no puede nombrar. De ahí que los nombres y las formas con las cuales se revela en la Biblia, solo son los nombres y las formas que Dios elige de si mismo para propiciar nuestra salvación.

Aun cuando los nombres de si mismo que Dios ha revelado al hombre, no pueden transmitir toda la realidad de Él, cada uno de ellos expresa de diferente manera, una realidad que está por encima de las realidades de este mundo. Cualquier nombre revelado por Dios es un nombre sobre todo nombre y supera a todos los demás en perfección y poder. Tales son por ejemplo el nombre de YHWH en el Antiguo Testamento (Zacarías 14:9; Isaías 45: 21-23), el nombre de Señor, que recibe el resucitado (Filipenses 2: 9-11; Efesios 1:20-21), y el nombre de Hijo de Dios, asignado también a Jesús (Juan 3:17-18; Hebreos 1:3-5).

El nombre de Dios: un don a la humanidad

Como en todas los demás aspectos de la revelación de Dios, este (su nombre) sería imposible de descubrir por medio de la capacidad racional del hombre. Así, la revelación del nombre divino proviene de la iniciativa libre y gratuita de Dios.

Dios sale de su ocultamiento cuando nos dice su nombre. Se hace patente. En el nombre que revela nos comunica quién es. Más aún: al decirnos su nombre se nos comunica a los hombres.

Si bien Dios ha revelado al hombre su nombre, precisamente la revelación del nombre divino pone de manifiesto cuán distinto es Dios del hombre. La revelación del nombre de Dios permite que el hombre pueda invocarle, pero no le concede poder alguno sobre Dios. Con el nombre de Dios el hombre no dispone de una fuerza con la cual pudiese ejercer una influencia mágica sobre Dios.

Aun en el supuesto de que el hombre se hallase en posesión del nombre último de Dios, esto no significaría que se le puede manejar o controlar a través de él. Dios, sigue siendo el único ser, no manipulable a través de ninguna cosa o concepto que el hombre pueda expresar. Sin embargo el conocimiento de la realidad divina a través de un nombre que Dios mismo nos da , es lo que nos permite en un momento dado, invocarlo eficazmente con la seguridad de ser escuchado (Éxodo 3:15; Salmos 9:11; Génesis 32:29). El fundamento de la eficacia al invocar el nombre de Dios se haya no en el nombre mismo sino en la promesas y en la gracia divina.

Algunos nombres con los cuales se ha llamado a Dios en la Biblia

La Sagrada Escritura registra los nombres con los que Dios se reveló a los hombres de la Antigua Alianza y mediantes los cuales éstos le experimentaron. A pesar de que su significación lingüística no sea del todo clara, todos tienden a significar la relación entre el hombre y Dios o la relación entre Dios y la Creación.

El primer nombre que se le da a Dios en las escrituras es Elohim, que es un nombre masculino plural. Este nombre se utiliza para enfatizar el poder de Dios. En el Génesis se le llama Eloim-Yahvé, y después de la creación se le llama solo Elohim. Variaciones de este nombre son El Elohah, Elohai (Mi Dios) y Elohaynu (Nuestro Dios).

La expresión Elohim es un pluralis majestaticus, el plural de la plenitud y de la grandeza. Sin duda alguna este nombre de Dios significa que Dios es experimentado como poder infinitamente superior al hombre, como poder que inunda con su majestad la conciencia religiosa total, y es al mismo tiempo un nombre con el cual se designa que Dios existe sin depender en manera alguna del hombre. De ahí se deduce que en este nombre no aparece en primer plano el sentimiento de afinidad con Dios, sino el sentimiento de temblor inspirado por una grandeza trascendente.

El, es otro de los nombres de Dios. Esta expresión significaba Dios entre los semitas, a excepción de entre los etíopes. Como significación fundamental se pueden mencionar las siguientes: Jefe, Señor, Director, Fuerte. Esta palabra se usó para designar tanto a Yahvé, el verdadero Dios, como a los dioses paganos. EL, es uno de los nombres más antiguos para la divinidad. Cuando designa al Dios verdadero, suele ir acompañada de un suplemento. Por ejemplo: El-Hai o “Dios Viviente”, El-Hashamain o “Dios del cielo”, “Elyon”, que significa “Altísimo o Supremo” y El Kadosh, el “Santo”.

El nombre más importante de Dios en el Antiguo Testamento, es el que lleva las cuatro letras o el Tetragrama, que son las siguientes letras equivalentes en el español: YHVH, en Hebreo Yod-Heh-Vav-Heh. Este nombre de Dios en hebreo, YHVH, es sólo la escritura de las cuatro consonantes, sin las vocales correspondientes. Este nombre se utiliza en las escrituras para discutir la relación de Dios con el hombre, este nombre se reduce a veces a Yha, Yahu o Yeho.

Con el paso del tiempo se dejó de pronunciar el nombre de Dios (YHWH) y en su lugar se comenzaron a utilizar las expresiones Adonai o Adonai Elohim (Señor Dios). La expresión Adonai es propiamente un plural abstracto y quiere decir dominio. Esta palabra implica, pues, una intensificación del señorío divino. Dios es el Señor supremo. La versión de los Setenta la traduce con la palabra Kyrios. Más tarde Adonai se cambió por Hashem o el Shema arameo que quiere decir “El Nombre”.

También a Dios se le conoció como El Shaddai, que significa el Altísimo o el poderoso, algunos piensan que viene de «Shomer Daltot Yisrael» (Guardián de las Puertas de Israel), otros creen que puede venir de “Aquel que dice Dai!” “Dai” quiere decir suficiente. La Misdra (la colección de tradiciones judías) dice que el universo se expandió hasta que Dios dijo Dai!.

Un nombre frecuente es Yahve Sabaot, (Dios de los Ejércitos). Este no aparece en la Torah, sino en los libros proféticos.

Otros nombres con los cuales se nombra a Dios son:

  • Creador del cielo y de la tierra (Génesis 14:19-22)
  • Creador de Israel (Isaías 43:15)
  • El más Santo (Isaías 43:15)
  • El Santo de Israel (Isaías 1:4)
  • Pastor de Israel (Salmo 80:2)
  • La Roca (Deuteronomio 32:4)
  • Rey de reyes (Isaías 41:2)

Los rabinos de Israel le dieron nombres adicionales a Dios, basados en sus atributos. El más común es Ha-Kadosh Barukh Hu, “El Santo, Bendito sea su Nombre” (el más utilizado hoy en día). Otro nombre es Ribbono Shel Olam, “Soberano del Universo”, utilizado como súplica o introducción a la plegaria. Otro nombre es: Ha-Makom, o “El Lugar”. Ha Ramaham, “el Misericordioso”, es utilizado en la liturgia, sobre todo para dar gracias en las comidas, también Avinu She-Ba-Shamayin, o “Nuestro Padre del Cielo”.

La revelación del Nombre por excelencia

La especial posición del nombre YHWH en el Antiguo Testamento nos obliga a tratarlo por separado. Este nombre conocido también como el Tetragrammaton, se pronunció hasta el año 586 A.C. o sea hasta la destrucción del primer templo, y se pronunciaba con las vocales correspondientes.

La revelación del nombre de Dios se da precisamente cuando Dios anuncia su determinación de liberar a Israel de Egipto y comisiona a Moisés para que saque al pueblo en su nombre. El contexto para la revelación del nombre de Dios se encuentra en el capítulo 3 del libro del Éxodo a partir del verso 7: Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.

Dios envía a Moisés para que vaya y saque a Israel de Egipto. Moisés pregunta dudando: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?”. Dios le responde: “Ve, porque yo estaré contigo”. Moisés reflexiona con Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Moisés arguye que la misión a la que se le está enviando requiere de un sustento muy importante: el nombre del Dios que lo está enviando. Sin duda el nombre de Dios constituiría el soporte para la misión liberadora. La respuesta que Moisés oyó fue: “’ANÎ EHEYEH-ASHER-EHEYEH”, (que suele traducirse como “YO SOY EL QUE SOY”), lo cual es mas una explicación que un nombre.

En “’anî ‘ehyeh ‘aser ‘ehyeh», el verbo HYH (del que ‘ehyeh sería primera persona del singular) tiene un significado amplio como: «estar para, junto a, a favor de, asistir, ayudar»; es decir, un ser, o estar, dinámico y benévolo para ayudar, apoyar, etc. Ahora bien, la forma ‘ehyeh (imperfecto) expresa una acción incompleta, es decir, comenzada, realizándose en el presente y que, sobre todo, se consumará en el futuro. Algo así como “Yo estaba, estoy, pero sobre todo estaré a vuestro lado, en vuestro favor”. El verbo hebreo HYH, del que se deriva la palabra `ehyéh no significa simplemente “ser”, sino que, más bien, significa “llegar a ser” o “resultar ser”. No se hace referencia a la propia existencia de Dios, sino a lo que piensa llegar a ser con relación a otros. La Traducción del Nuevo Mundo traduce la expresión hebrea de este modo: “yo resultaré ser lo que resultaré ser”. Después Jehová añadió: “Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: yo resultaré ser me ha enviado a ustedes”.

Inmediatamente Dios continúa diciendo a Moisés: “Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy (Ehje) me ha enviado a vosotros. Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová (YHWH), el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos. El nombre revelado a Moisés presenta, pues, dos matices: Ehje y YHWH. YHWH es el que había acompañado a los antepasados de Israel. Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Es el omnipresente, “el que es” como traduce la versión de los Setenta en Éxodo 3:14; el fiel en quien se puede confiar. Está ahí, siempre presente, de suerte que se le puede llamar y encontrar siempre. La diferencia entre el Dios de Israel y los dioses paganos (míticos) esque ellos no existen, ellos no son (1 Reyes 12:21; Isaías 40: 17; 44: 9; 59: 4), en tanto que Él, se afirma a si mismo revelándose como “Yo soy” (Ehje). Podemos tener la seguridad de que existe, que EL ES. DiosES el SER poderoso que rige los destinos de los pueblos y de los individuos. Es el SEÑOR que domina sobre los suyos, el que produce los acontecimientos de la naturaleza y de la historia (Lea Salmos 135:13). Es con base en esta interpretación del nombre que la versión de los setenta traduce la palabra YHWH con la palabra Kyrios, así como la Vulgata emplea la palabra Dominus.

Es más que evidente que la revelación del nombre de Dios tiene una connotación salvífica. El contexto en el cual Dios declara su nombre nos indica claramente que ÉL ES QUIEN VIENE A SALVAR A SU PUEBLO.

Al dar a conocer Dios su nombre YHWH, no estaba cambiando de nombre, solo estaba ofreciendo a los hombres una mejor comprensión de su personalidad. Su nombre no cambia, solo se revela más ampliamente a los hombres. Por eso dice: Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.

Lo antedicho ayuda a entender el significado de lo que después le dijo Dios a Moisés: Habló todavía Dios a Moisés, y le dijo: Yo soy YHWH. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre YHWH no me di a conocer a ellos. (Éxodo 6:2, 3).

Bíblicamente la palabra “conocer” no significa simplemente estar informado o saber de algo o alguien. Nabal, un hombre insensato, conocía el nombre de David, pero a pesar de eso preguntó: “¿Quién es David?”, como diciendo: “¿Qué importancia tiene él?”. (1 Samuel 25:9-11). De igual manera, Faraón le dijo a Moisés: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel” (Éxodo 5:1, 2) Con estas palabras Faraón estaba diciendo que no conocía a YHWH como el Dios verdadero, ni como alguien que poseyera autoridad alguna sobre Egipto y sus asuntos, ni que tuviera poder para liberar a Israel de sus manos y llevarlo a una nueva tierra. Por lo tanto Dios realizaría lo que había dicho por medio de Aarón y Moisés para que Faraón y todo Egipto, así como los israelitas, conocieran el verdadero significado de ese nombre, conocieran a la persona a quien representaba. Efectivamente, el nombre YHWH sería conocido como el del Dios que liberó a Israel de Egipto y le dio la tierra prometida, cumpliendo así un pacto hecho con los patriarcas. El verso 7 del capítulo 6 termina afirmando que cuando todo esto se cumpla, los Israelitas sabrán que YHWH es su Dios, que los liberó de la servidumbre de Egipto: y vosotros sabréis que yo soy YHWH vuestro Dios, que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto.

El profesor de hebreo D. H. Weir dice que la palabra nombre no hace referencia a las dos sílabas que componen la voz Yahvé, sino a la idea que esta expresa. Cuando leemos en Isaías 52: 6: “Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre”, o en Jeremías 16:21: “Sabrán que mi nombre es YHWH”, o en los Salmos 9:10 “Y en ti confiarán los que conocen tu nombre”, vemos en seguida que conocer el nombre de YHWH es algo muy diferente de conocer las cuatro letras que lo componen. Significa conocer por experiencia propia que YHWH es en realidad lo que su nombre expresa que es. (Leer también Isaías 19: 20, 21; Ezequiel 39:6, 7; Salmos 83:18; 2a Crónicas 6:33).

Al revelar Dios su nombre, revela algo de su misma esencia y de sus propiedades. Él es el único Dios, es poderoso y quiere librar a los oprimidos, en este caso a Israel. También, al manifestarse a Moisés como “el Dios de vuestros padres…” se da a conocer como el Dios de la historia y como el Señor de los tiempos. Al revelar su nombre YHWH, garantiza que “EL ES poderoso ayudador”. La revelación del nombre de Dios es definitivamente un momento grandioso de la historia de la salvación.

En el capítulo 33 del Éxodo, Moisés le pide a Dios que vaya con ellos como señal de que han hallado gracia delante de Él. Dios acepta esta condición que le propone Moisés. Pero Moisés quiere una señal aun mayor y le pide a Dios, en este contexto de liberación del pueblo, que le muestre su gloria. Ante esta petición Dios le contesta de la siguiente manera: Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. (Éxodo 33:19,20).

En este contexto histórico, Dios continua ampliando la revelación de su nombre con dos verbos entrañables, como diciendo: “La garantía de que voy a estar con vosotros es que Yo soy así: Yo tuve, tengo afecto, ternura, compasión hacia vosotros y los tendré con toda seguridad, pero también con entera libertad. Soy y seré clemente, tierno, benévolo, compasivo, etc., estad seguros de ello, pero os lo mostraré a mi manera, como yo quiera, sin que podáis manipularme”. “No, no puedes ver el rostro de Dios, toda la realidad de Dios, porque el hombre no puede ver a Dios y seguir viviendo. Pero, la garantía de que yo estaré con ustedes es que proclamaré mi nombre Yahweh ante ti, y ‘ani hannôti et -‘aser ‘ahon we rihamtti et- ‘aser ‘arahem». O sea: y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente). En realidad se trata de otra paráfrasis del nombre de YHWH, en forma duplicada y utilizando dos verbos distintos del HYH de la primera explicación, pero conservando la misma forma idiomática. Los verbos aquí utilizados son hannan para tener misericordia y rihem para tener clemencia. La traducción de estos verbos al castellano, no es fácil. Hannan es originariamente el acto o gesto con que la madre se inclina para recoger al niño y subirlo hasta su pecho. De ahí, y como contrariamente sucede en nuestra mentalidad occidental, en la que aspiramos a ideas claras y precisas y a que cada concepto se distinga de los demás; el verbo hannan recoge todo ese mundo afectivo y conjunto de estados de la madre respecto a su niño. Se puede traducir de muchas maneras sin que una traducción excluya la otra: tener afecto, cariño a alguien, ser benévolo, compasivo con alguien, etc. El verbo rihem (rehem es el seno materno) significa, dentro del mismo ambiente afectivo maternal, el cúmulo de sentimientos de la madre cuando siente al niño en su vientre; de ahí, sentir algo entrañablemente, conmovérsele a uno las entrañas, compadecerse, etc.

Más adelante, cuando Moisés sube de nuevo al monte llevando las tablas nuevas para reponer las primeras que había quebrado, Dios refuerza la idea de su nombre como un Dios misericordioso y que está dispuesto a acompañar a Israel en su historia. La revelación de su nombre se amplia introduciendo el atributo de la justicia: Él es misericordioso pero de ningún modo tendrá por inocente al malvado. Éxodo 34: 6-7 nos muestra a un “Yo soy” justo y misericordioso que estará presente en Israel como su Dios por millares de generaciones.

Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación.

Ante la auto proclamación de Dios, Moisés se inclina a adorar y vuelve a pedir la compañía de Dios para Israel y que los considere como heredad suya para siempre. Ante esta petición Dios le revela el pacto que hará con Israel y le menciona las bendiciones que le vendrán a Israel como consecuencia de tenerlo por Dios.

De esta manera podemos ver que el nombre de Dios no es un sonido repetible con un significado estático, sino que es un concepto que se amplia con vistas a la historia de la salvación, partiendo de una realidad fundamental de Dios que consiste en SER Y ESTAR para su pueblo.

El nombre de YHWH y su prohibición

El uso del Nombre de YHWH era común en cualquier lugar en los tiempos del Antiguo Testamento: «Y, he aquí, Booz vino a Belén; y él dijo a los segadores, YHWH sea con vosotros! Y ellos contestaban, YHWH te bendiga” (Ruth 2:4).

Sin embargo debido a las constantes guerras se fue creando una tendencia a no escribir el nombre de Dios. Cuando una ciudad era tomada los conquistadores solían borrar las inscripciones con los nombres de las divinidades de los pueblos vencidos. Mantener el nombre de Dios en secreto ayudaría a que no este fuese profanado.

Sin embargo no solo se fortaleció la tendencia a no escribirlo sino también la de no pronunciarlo. Cuando lo encontraban en el texto de la Escritura, preferían pronunciar en su lugar las palabras Elohim o Adonai. Para el siglo primero antes de cristo, el nombre era usado solamente en el Templo. Aun cuando leían las Escrituras, el Judaísmo generalmente usaba eufemismos o substituciones en lugar de pronunciar el nombre.

La práctica del uso de eufemismos en lugar del nombre de YHWH se remonta a la edición y publicación del libro de los Salmos. En el tiempo en que el libro de los Salmos fue editado la práctica de la substitución ya existía aunque no era universal. Los Salmos 14 y 53 son casi idénticos, excepto que YHWH en los versículos 2, 4, 6 y 7 del Salmo 14 ha sido cambiado por Elohim (Dios) en el Salmo 53.

No solo el Judaísmo mayoritario leía substituciones tales como «Elohim» y «Adonai» cuando llegaban a YHWH leyendo el Tanaj, sino que los escribas antiguos del Tanaj realmente substituyeron en muchos lugares «Adonai» por YHWH en el texto mismo. Esta prohibición de decir el nombre de YHWH parece que era ya universal para el primer siglo.

Después de la destrucción del segundo Templo en el año 70 de la era cristiana, el Judaísmo farisaico prohibió el uso del Nombre de YHWH completamente.

¿Por qué la prohibición?

Los que promulgaron la prohibición sobre el uso del nombre en el Judaísmo mayoritario, lo hicieron por una reverencia extrema del nombre, aunque equivocados. El razonamiento detrás de la prohibición estaba basado sobre todo en Éxodo 20:7 que dice en parte “No tomarás el nombre de YHWH tu Dios en vano” y Levítico 22:32 que dice en parte “y no profanéis mi santo nombre”. Estos dos mandamientos, cuando se ponen juntos con la tradición registrada en la Mishná, resultó en una costumbre de no pronunciar el nombre en absoluto, eliminando así cualquier oportunidad de profanar el nombre o tomarlo en vano.

Es verdad que aquellos que promulgaron la prohibición sobre el nombre tenían las mejores intenciones, pero no había sustento bíblico para ello. En la Torá YHWH afirma: “Mi nombre sea anunciado en toda la tierra” (Éxodo 9:16). Así, la prohibición sobre el uso del nombre, entró en conflicto directo con la Torá misma.

El Tanaj llama falsos profetas a aquellos que “¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre …?” (Jeremías 23:27). Otras citas son:

  • “Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre” (Isaías 52:6)
  • “En ti confiarán los que conocen tu nombre” (Salmo 9:10)
  • “Lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre” (Salmo 91:14)
  • “Y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a YHWH, y para los que piensan en su nombre”. (Malaquías 3:16)

¿Cómo se pronuncia el nombre?

El Tanaj hebreo fue escrito originalmente como todo hebreo antiguo, sin vocales. Cuando los Masoretas añadieron las vocales al texto hebreo en la Edad Media se encontraron con un serio problema. Como el texto contenía sólo consonantes en su forma original, las vocales generalmente eran desconocidas. Con el fin de crear vocales para el nombre escrito, las vocales para Eloha (Dios) fueron usadas creando YEHOWAH. Estas vocales para YHWH realmente violan las reglas de la gramática hebrea, ya que usan la W como una consonante y una vocal al mismo tiempo. Desde que en el hebreo moderno la letra hebrea WAW (más tarde llamada VAV) se pronuncia «V» en lugar de su pronunciación antigua «W», YEHOWAH se convirtió en YEHOVAH. Esto se transliteró en el original de la versión inglesa King James Versión como IEHOVAH, y más tarde, cuando la J fue añadida al inglés, IEHOVAH se convirtió en JEHOVAH. Sin embargo, la J y la V en «Jehovah» son incorrectas, al igual que las vocales E-O-A, las que vienen de Eloha. De hecho, solamente las dos letras H-H son correctas. La palabra Jehovah es una palabra que carece de todo fundamento filológico, es una construcción puramente artificial.

La pronunciación correcta de YHWH, ha sido, sin embargo, preservada. La primera evidencia de la verdadera pronunciación de YHWH se encuentra en el texto hebreo, en los nombres hebreos del cual el nombre divino forma parte. Ahora bien, cuando un nombre hebreo en el Tanaj comienza con parte del nombre divino, las vocales son dadas como E-O. Algunos ejemplos son:

  • Yehoshafát (Josafat), YEHO- Shafat
  • Yehoshúa (Josué), YEHO- Shua

En estos nombres, las vocales de YEHOWAH, han sido trasplantadas dentro de sus nombres. Sin embargo, cuando miramos los nombres que terminan con parte del nombre divino, encontramos vocales completamente diferentes en el texto Masorético. Algunos ejemplos son:

  • Yeshayahu (Isaías), Yesha- YAHU
  • Yirmiyahu (Jeremías), Yiremi- YAHU
  • Eliyahu (Elías), Eli- YAHU

Por otra parte, el «tri-gramaton» (las tres primeras letras de YHWH), aparecen por sí mismas en el Tanaj, y siempre con las vocales que son YAHU. Finalmente, la palabra hebrea Haleluya (alabad a- Yah) tiene la primera porción del nombre divino con las vocales YAH.

Otra fuente para la correcta pronunciación del nombre de YHWH es el texto arameo de la Peshita. La Peshita es un texto arameo de la Biblia usado por asirios, sirios y caldeos que hablaban arameo. Por el cuarto siglo (mucho antes de los masoretas del siglo noveno) estas gentes crearon vocales escritas para el texto arameo. Cuando añadieron vocales a los nombres que empiezan con parte del nombre divino consiguieron nombres como Yahoshafat en lugar de Yehoshafat.

Una evidencia más para la correcta pronunciación del nombre de YHWH se puede encontrar en transcripciones antiguas del nombre de YHWH en escritura cuneiforme, que distintamente a la escritura hebrea, tenían vocales escritas. En 1898 A. H. Sayce publicó el descubrimiento de tres tablas de barro cuneiformes del tiempo de Hamurabi que contenía la frase, «Jahweh es Dios.»(Manual de la Biblia de Halley página 62). Ahora bien, obviamente el texto decía «Yahweh» y no «Jahweh» como era común de transcribirlo en el siglo 19. Otra fuente de evidencia en cuneiforme son los textos de Murashu. Los textos de Murashu son textos arameos escritos en escritura cuneiforme sobre tablas de barro encontradas en Nippur. Estos textos se remontan al 464 o 464 antes de la era cristiana y contienen muchos nombres judíos transcritos en cuneiforme con las vocales. Muchos de estos nombres contienen parte del nombre divino en el nombre. En todos estos nombres la primera porción del nombre aparece como YAHO y nunca como YEHO. («Modelos en los Nombre Personales Judíos en la Diáspora de Babilonia» by M. D. Coogan; Journal for the Study of Judaism, Revista para el Estudio del Judaísmo, Vol. IV, No. 2, p. 183f).

Las transliteraciones de YHWH también ocurren en antiguos textos griegos. Aunque tarde comparado con los jeroglíficos y evidencia cuneiforme, estas transliteraciones griegas también contienen el nombre con vocales. Las transcripciones griegas son consecuentes con una pronunciación hebrea del Nombre como “YAHWEH”.

Queda claro cuando se examinan las distintas fuentes que la pronunciación de YHWH se puede recuperar como YAHWEH.

Solo puede decirse cual es la pronunciación mas acertada del tetragrama sagrado YHWH, pero bajo ningún aspecto se puede, dogmáticamente, la pretensión de que ese es el único y verdadero nombre de Dios. De hecho, en el Nuevo Testamento, la palabra Yahve no se menciona ni siquiera una vez, ya que la mayoría de las veces se designa a Dios como “Kyrios”, que significa Señor, como el “Creador”, o como el Alfa y la Omega”. Jesús mismo utiliza generalmente la palabra “Padre” para dirigirse a Dios.

Importancia y uso del nombre de Dios en Israel

La importancia del nombre de Dios es tal en el Antiguo Testamento que el Pueblo de Dios estará compuesto por aquellos sobre los que sea invocado el nombre de Yahwéh (Daniel 9:19). Y son los israelitas, sobre los que es invocado este nombre (Números 6: 27; Isaías 63:19). La invocación del nombre divino sobre una persona hace de ésta una propiedad personal de Dios, colocándola bajo su protección inmediata. Israel, por lo mismo, pertenece a Yahwéh. Es un pueblo consagrado a Él. Los demás pueblos temerán a Israel, porque lleva el nombre de Yahwéh (Deuteronomio 28:10). Todo atentado contra el pueblo, es un atentado contra el nombre de Dios, o sea, contra Dios mismo (Josué 7:9).

Dado que el nombre se identifica con la persona, allí donde se encuentra su nombre está Dios presente (Éxodo 23:20,21; Isaías 18:7; Jeremías 7:10-12). Y el mismo respeto se debe al nombre que a la persona. Así al nombre de Yahwéh se le debe invocar (Génesis 4:26; 12:8; 13:4), glorificar (Salmos 66:2), amar (Salmos 5:12; 69:37), santificar (Isaías 29:23), etc. En el nombre de Yahwéh, o lo que es lo mismo, con su virtud, ya que el nombre actualiza el poder de la persona (Salmos 54:3), se lucha (1 Samuel 17:45), se habla (Éxodo 5:23; Deuteronomio 18:22), se profetiza (Jeremías 11:21; 14:14 y ss.), se bendice (Deuteronomio 21:5; 2a Samuel 6:18) y se maldice (2a Reyes 2:24). Por su nombre se jura (Deuteronomio 6:13; Isaías 48:1). En su nombre se confía (Isaías 50:10; Salmos 33:21).

Obrar “en el nombre de Dios” (hashem Yahveh) significa muchas veces invocar o proclamar solemnemente el nombre de Dios, para indicar que dicha acción se hace para gloria de Dios, por misión de Dios o con la ayuda de Dios. (1ª Samuel 17:45).

El respeto por el nombre divino se acentúa hasta convertirse en temor religioso y se termina por llamar a Yahwéh simplemente “el Nombre” (Levítico 24:11,16).

El nombre de Dios designa también la gloria de Dios (Malaquías 1: 11). Aquí se muestra claramente que la gloria de Dios y su nombre son correlativos. Lo que corresponde bien a otras dos ideas correlativas: se debe dar gloria a su nombre y dar culto a su nombre.

La unión del nombre, la gloria y el culto de Dios se expresa bellamente en la sagrada Escritura cuando Salomón dice: Y David mi padre tuvo en el corazón edificar casa al nombre de Jehová Dios de Israel (2ª Crónicas 6:7). Al mismo tiempo que Dios moraba en su inefable gloria de los cielos, hacía que su nombre habitara en el templo, en el lugar del culto. Esto designa una presencia real de Dios, pero claramente distinta de la manera como está presente en el cielo, y en correlación con el culto que le tributan los hombres. Al decir que “el nombre de Dios” habitaba en el templo, se quiere significar que estaba Dios allí presente por su gracia, para ser adorado e invocado, para escuchar ahí más benévolamente las súplicas humanas.

La revelación del nombre de Dios como Padre

Jesús, en su carácter de revelador de Dios, ha hecho también la revelación de un nombre nuevo, desde luego en el contexto del plan de salvación. El punto culminante de la revelación del nombre de Dios es la revelación de su nombre de Padre: “Padre, les he manifestado tu nombre” (Juan 17:26 y Juan 17:6). Padre es el nombre de Dios anunciado por Cristo: Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. (Mateo 6: 9). Este es el nuevo nombre por medio del cual se ha de invocar a Dios.

Dios es el Padre de Cristo y el Padre de los hombres. Los hombres han de invocar al Padre celestial con el mismo título con que le invoca Cristo, bien que en otro sentido. Tanto la simple expresión “Padre” como la expresión “Padre nuestro” son traducciones de la palabra aramea Abba (Marcos 14:36; Romanos 8:15; Gálatas 4: 6). Este título familiar de Dios es completamente nuevo.

El judaísmo no se atrevió a invocar a Dios con el título filial y familiar de Padre. Se encuentra solamente en algunos pocos y tardíos pasajes de la literatura rabínica, y siempre con algún complemento que acentúa expresamente la distancia que media entre el hombre y Dios.

Con la expresión “nuestro Padre en los cielos” el judaísmo expresaba la idea de que Dios era el Padre de todo el pueblo de Israel, el cual se hallaba en relaciones especialmente íntimas con Dios, por ser el pueblo elegido. El individuo tomaba parte en esta relación filial sólo en tanto miembro de este pueblo. Por el contrario, en Jesucristo la relación paternal de Dios con respecto a los individuos es totalmente personal. Por eso desaparece aquí completamente el fondo nacional que acompaña a la expresión judía. Dios ya no es solamente el Padre del pueblo judaico, sino el Padre de todos los hombres, el Padre de cada uno de los hombres.

En el judaísmo siguió predominando la idea derivada del Antiguo Testamento, según la cual Dios es en primer lugar el Señor; de suerte que el temor de Dios constituye la esencia de la religión del Antiguo Testamento y de la judaica. Es cierto que esta idea no falta en el Evangelio de Jesucristo; no obstante, predomina aquí la idea de que Dios es Padre, siendo el amor su más íntima y propia esencia.

La revelación del nombre de Dios como Padre, en el nuevo Testamento, es una revelación de mayor alcance que los nombres manifestados en el Antiguo Testamento. Los que han sido liberados por Dios, ahora pueden llamarle Padre. El atributo de la misericordia, de la gracia y de la bondad ha escalado un nivel para bien de los hombres. Los hombres unidos con el Hijo amado en el Espíritu Santo, son también hijos de Dios y pueden, igual que él, llamar a Dios Padre (Romanos 8: 15 y sigs.). Han sido iniciados en el misterio de Dios, lo mismo que los hijos conocen el misterio familiar del padre, el cual desconocen los extraños (Juan 15:15 y sigs., 1ª Corintios 2: 12-15). Pero también ellos tienen que experimentar siempre de nuevo que el Padre celestial sigue siendo para ellos misterioso y enigmático. Se puede afirmar de El que es Amor (1ª Juan 4: 8); pero su amor se diferencia del amor de los hombres (Romanos 11: 33-36). Por eso, la revelación del más familiar nombre de Dios no suprime el misterio, sino que conduce al hombre al interior del misterio. Nos permite experimentar el misterio con aquella intensidad e intimidad que crea la cercanía de Dios, pero no suprime el misterio. El Padre sigue siendo al mismo tiempo el Kyrios (Señor) y el Basileus (Rey).

Por eso dirigirse respetuosamente a Dios como Padre es tributarle el homenaje debido a su gloria. La suprema revelación del nombre de Dios es la revelación de su nombre de Padre; así pues, para nombrar y honrar como conviene ese nombre, y todos los demás nombres que nos revelan su gloria y su amor, es preciso es hacerlo con los sentimientos que corresponden al divino nombre de Padre, esto es, con amor y respeto.

El nombre del Hijo de Dios

En el Nuevo Testamento se introduce el Mesías esperado con diversos nombres. Cada uno de ellos hacen resaltar su esencia y misión: Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS [“salvador”], porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1:21). He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. (Mateo 1:23). Pero el nombre superior del Mesías sin duda es el que lo califica como Hijo de Dios: Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; (Lucas 1:32). Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. (Lucas 1:35). Leer también Juan 1:34.

Como se puede ver, los nombres con los que el Mesías es designado están en completa relación con su misión. Se refieren a la relación que establecerá con los hombres y con la creación.

La misión de Jesús es una misión libertadora. Él es el nuevo enviado de Dios a su pueblo (Lucas 4:18,19).

A los creyentes del Nuevo Testamento se les revela un nombre nuevo. Este nombre es el nombre de Jesús, el Hijo de Dios. Este nombre es dado por Dios a los hombres para que puedan ser salvos: Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado á los hombres, en que podamos ser salvos. (Hechos 4:11,12). La superioridad de esta revelación sobre la revelación del nombre divino en el Antiguo Testamento se deja ver en que el que “conoce” este nombre tiene vida eterna: “Estas cosas he escrito á vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios”. (1ª Juan 5;13). Leer también Juan 20:31.

En el Nuevo Testamento se prolonga la doctrina del nombre sobre todo nombre; pero aplicada, ahora, al nombre de Señor en la persona de Jesús. Este nombre significa para los cristianos tanto como el nombre de Yahwéh para los israelitas.

El Hijo de Dios en persona es enviado al mundo para revelarse como Salvador de la humanidad. El que cree en su nombre Salvador tiene vida eterna (Juan 3:16). El que no cree en el nombre del Hijo de Dios, está ya condenado (3:18).

A la revelación de la verdadera naturaleza de Jesús como el unigénito Hijo de Dios, corresponde la revelación del ser íntimo de Dios con el nombre de Padre (Juan 17:3-6, 25, 26; Mateo 11:27).

El nombre de Cristo y el nuevo pueblo de Dios

El nuevo Pueblo de Dios está formado por aquellos sobre los que ha sido invocado el nombre del Señor Jesucristo (1ª Corintios 1:2). El ingreso al nuevo pueblo de Dios se hace por medio del bautismo. Los primeros bautizados se bautizaron solamente en el nombre del Señor Jesús. (Hechos 2:38; 8:16; 19:5).

Bautizarse significa volver a nacer y por lo tanto ser merecedores de recibir un nombre nuevo, el nombre de hijo de Dios (Juan 1:12). Con el bautismo y mediante la fe se cumple la palabra del profeta Isaías (Isaías 56:5; 65:15).

Los seguidores de Cristo, al ser llamados cristianos, vienen a ser propiedad del Señor Jesús y se hallan bajo su protección. Perseguir a los cristianos es perseguir el nombre de Cristo (Hechos 26:9). Los cristianos se reconocen a sí mismos como “los que invocan el nombre del Señor” (Hechos 9:14,21; 1a Corintios 1:2), en la seguridad de que la invocación de este nombre les dará salvación (Hechos 2:21; Romanos 10:9-13). Invocación, que supone la fe en la Resurrección (Romanos 10:9-14) y en el dogma fundamental cristológico: Jesús es el Cristo, el Señor, el Hijo de Dios.

El nombre del Señor Jesucristo no es una palabra mágica, que produce efecto como quiera que se la pronuncie y por cualquiera que la emplee (Hechos 19:13-17). Sin fe el nombre no actualiza su efecto (Hechos 3:16).

Cuando los cristianos se reúnen en el nombre de Jesús, el Señor hace acto de presencia entre ellos (Mateo 18:20). Igualmente se hace presente y actúa, cuando se apela a su nombre (Hechos 4:30). Así los discípulos efectúan curaciones en su nombre (Hechos 3:6,16; 4:7,10; 9:34) y hasta los demonios se les someten, cuando invocan este nombre (Lucas 10:17; Hechos 16:18). Por el poder de este nombre se perdonan los pecados (Lucas 24:47; Hechos 10:43; 1a Juan 2:12).

Los Apóstoles y discípulos tienen la misión de predicar el nombre (Hechos 4:18,19; 9:15) y en su nombre (Lucas 24:47; 9:27). Por amor a este nombre lo dejarán todo (Mateo 19:29) y estarán dispuestos a soportar todos los sufrimientos (Mateo 24:9; Juan 15:20-21; Hechos 9:16). Los Apóstoles se sienten dichosos de haber padecido por “el Nombre” (Hechos 5:41). Aquí se puede ver que la Iglesia primitiva aplica a Jesús la fórmula, que, en el ambiente judío, designa a Dios (consultar Levítico 24:11).

Los que creen en el nombre del Hijo de Dios recibirán una piedrecita blanca con un nombre nuevo y serán marcados en el Reino con los nombres de la divinidad (Apocalipsis 2:17; 3:12).

El Espíritu Santo

Cuando el Hijo de Dios resucita y asciende a los cielos es revelado un nuevo nombre: El del Espíritu Santo. El Espíritu santo acompañará a los creyentes en la Misión que les ha sido encomendada. El Espíritu Santo es el poder de Dios y de Jesucristo enviado a los hombres para ayudarlos y guiarlos a su liberación final y definitiva. En sintonía con el uso de los nombres divinos en la Biblia, el Espíritu Santo recibe un nombre que expresa su función en la historia de la salvación. Es el Consolador que estará presente con los creyentes hasta que Jesús venga de nuevo (Juan 15:26). El Espíritu Santo también es llamado el Espíritu del Padre (Mateo 10:20), el Espíritu de Dios (Mateo 12:28), el Espíritu del Señor (Lucas 4:18), el Espíritu de verdad (Juan 15:26).

La misión de los apóstoles y de la Iglesia consiste en discipular a los hombres y bautizarlos en los nombres revelados: Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. (Mateo 28:19).

La santificación del nombre de Dios

El mandamiento que prohíbe “tomar el nombre de Dios en vano”, se aplica también a otras formas de irreverencia: Nombrar con ligereza el nombre de Dios, emplearlo como una simple interjección o para manifestar sentimientos de admiración, de susto, de temor, de cólera, que acaso no se hagan con mala intención, pero que no alaban a Dios.

Los nombres con que Dios mismo se ha revelado son conceptos que nos llaman a la adoración y a la reverencia, con claridad y fuerza insuperables. Invocar a Dios con el nombre con que quiso revelar su esencia y su acción, es adorar su bondad, su presencia, su poder y su gloria divinos. A Dios se le debe invocar como Padre.

Llevar el nombre de Cristo compromete a los cristianos. Su conducta debe dar motivo para que el Nombre sea glorificado (2a Tesalonicenses 1:11-12) y no para que sea blasfemado (1 Timoteo 6:1).

Santificar el nombre de Dios debe constituir uno de los más fundamentales deseos del hombre cristiano. Este es el primer deseo expresado en la oración conocida como el Padrenuestro. El sentido de esta petición necesita un breve comentario. Tanto la santificación como la glorificación del nombre de Dios, en primer lugar la realiza el mismo Dios. Según el Antiguo Testamento, Dios santifica su nombre, se manifiesta como santo, tanto por medio de su actividad salvadora, que revela su poder, sabiduría y bondad (véase Ezequiel 20: 41), como mediante su actividad de juez (véase Isaías 5: 16; Números 20:13, Ezequiel 28:22; 38:16). Si alguien preguntase que de qué modo santifica Dios su nombre, se debería responder lo siguiente: En cuanto que por medio de la “patente revelación de su esencia se manifiesta como ser santo, superior al mundo entero”. Objetivamente considerado esto equivale a la venida del Reino. Con esto se explican muy bien las dos primeras peticiones del Padrenuestro. Es decir; la santificación del nombre de Dios constituye una parte, una forma de la venida del Reino (Greeven). Por consiguiente, la petición del Padrenuestro en que rogamos que el nombre de Dios sea santificado significa lo mismo que la petición de Cristo en Juan 12:28: Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Y lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.

Sin embargo el Hijo también glorifica el nombre de Dios y con ellos nos brinda la posibilidad de glorificarlo también nosotros: diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te alabaré (Hebreos 2:12). Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. (Juan 17:4).

Por la salvación que nos ha dado Dios en Jesucristo nosotros también somos responsables de que el nombre de Dios sea glorificado: Porque comprados sois por precio: glorificad pues á Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1ª Corintios 6:20). Los hombres santifican el nombre de Dios cumpliendo los mandamientos; sufriendo por el nombre de Cristo (1ª Pedro 4:14). Le profanan por medio, de la idolatría, de la injusticia, de la inmoralidad.

El nombre de Dios debe ser ensalzado (Apocalipsis 15: 4; Hebreos 13:15). La responsabilidad que el hombre tiene con respecto a la santificación del nombre de Dios es idéntica a la responsabilidad que tiene con respecto al Reino de Dios.

¡Sea bendito el nombre de Dios!

Hermano: Isaías Florentino Lira

Autores consultados:

  • Esperanza Bautista Parejo,
  • Dr. James Trimm
  • Vicente Muñiz Rodríguez,
  • M. Márquez Rentero.

Bibliografía consultada:

  • Schmaus; Teología Dogmática I,
  • Gran Enciclopedia Rialp, Madrid 1960, págs. 270-278,
  • J. Ramón Scheifler, Sal Terrae 1988, nº 1,
  • Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991,
  • The Imperial Bible-Dictionary, vol. 1, págs. 856, 857,
  • Ministerio de Apologética, Sobre esta Roca; @ Ministerio Siloe – Frank Morera,
  • H. CAZELLES-J. DUPONT, Nombre, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 1967, 520-524; B. BAUER, Nombre, en Diccionario de Teología bíblica, Barcelona 1967, 710-714; I. DUPONT Nom de Jésus, DB (Suppl.) VI, 514-541; R. Criado, Valor hipostático del nombre divino en el A. T., Estudios Bíblicos 12 (1953).

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