LupaProtestante

AUTORIDAD

José A. Fernández, España

Ay… los problemas de autoridad… ¡Cuántas iglesias destrozadas porque un pastor o un líder no sabe realmente cuál es su función e intenta mantener un control excesivo sobre el resto del cuerpo de Cristo! ¡Cuántos miembros desilusionados porque los líderes de sus iglesias les han intentado lavar el cerebro para que no piensen más allá de los límites permitidos! Julia Kristeva escribió en cierta ocasión acerca de lo que significa el concepto de ‘revuelta’ en su libro Revolt, She Said:

“Enfatizo su potencial para crear huecos, romper, renovar. La rebelión es una condición necesaria para la vida de la mente y de la sociedad, pero no es cierto, sin embargo, que las condiciones que favorecen un tipo de rebelión como esa sean aquellas situaciones donde no haya noción alguna de la existencia de prohibiciones[…] La historia de los últimos dos siglos nos ha enseñado a pensar en ‘revuelta’ en el sentido político de una ‘revolución’ que enfrenta la Norma y que la transgrede para seguir la Promesa de algún paraíso. Todos sabemos lo que ocurre después. Tenemos que volver a los significados más íntimos de ‘revuelta’ – en el sentido profundo de auto-cuestionamiento y cuestionamiento de la tradición también, diferencias sexuales, proyectos de vida y de muerte, nuevas modalidades de sociedad civil, etcétera. Se trata de volver a enraizar el ser”

Cuando hablamos de una iglesia cristiana, esta metáfora de ‘volver a enraizar el ser’ debería ser una de las más importantes. Pablo mismo habla en Romanos 12 de la necesidad de romper los moldes a los que nos hemos acostumbrado con la intención de mirar a nuestro alrededor con nuevos ojos aquellos cambios que se están produciendo. Este nuevo enraizamiento es parte de nuestro nuevo nacimiento, y de nuestra constante maduración cristiana. El estancamiento mental, por tanto, es todo lo contrario. Y es este estancamiento el que genera un tipo de autoridad distinta enfocada en intentar controlar a los demás desde una posición de poder, para que no consigan pensar por sí mismos y darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, sino más bien continúen haciendo como borregos aquello que se les dice que hagan.

La Biblia nos presenta con una ironía curiosa en el ministerio de Pablo. El ministerio de este apóstol nace como una verdadera revolución, y así podemos entender su conversión tal y como aparece relatada en el libro de los Hechos. Es por medio de esta revolución que Pablo se da cuenta de la tremenda ceguera en la que estaba sumergido, y que descubre una verdad que no había logrado ver en el estancamiento mental en el que vivía. Como consecuencia de esta revuelta intelectual y espiritual nace un ministerio basado en la libertad: libertad en el Espíritu para acercarnos a Dios, libertad de expresión, libertad de ministerio y libertad de juicio. Encontramos alusiones a todas estas libertades en la mayoría de sus cartas; no sin razón este es el apóstol que ha sido apodado por algunos estudiosos como el ‘apóstol de la libertad’. Es precisamente gracias al carácter tan radical de esta libertad que Pablo puede plantar cara a los pilares de la iglesia (Gálatas 1 y 2) para mostrar que su ministerio no depende de lo que ellos (o ninguna otra persona) diga, sea cual sea su autoridad terrestre. La libertad de Dios siempre está por encima.

Sin embargo, un ministerio basado en una libertad tan radical como la paulina, tarde o temprano encuentra tensiones difíciles de solventar. En ocasiones Pablo se encuentra cara a cara con el ejercicio de esta misma libertad que tanto ha proclamado él durante su ministerio, pero que esta vez parece ir en contra de su opinión personal. En estas ocasiones hay un conflicto de intereses: por un lado está la libertad que da Dios a todo aquél que le sigue, sea apóstol o persona de a pie, y por otro lado se encuentra la opinión del líder que considera su posición como una de autoridad sobre la de todos los demás, y cuya opinión no es simplemente digna de ser escuchada sino que debe ser más bien acatada. Pablo encuentra conflictos como estos en varias ocasiones y el apóstol, como buen ser humano, en varias ocasiones intenta mantener su posición de autoridad por encima de la libertad de los oyentes.

Esta es una de las razones por las que abundan en nuestras biblias ciertas metáforas por medio de las cuales el apóstol se compara a sí mismo con el padre o la madre de las congregaciones a las que escribe. En la sociedad en la que vivía Pablo, la relación padre-hijo era una relación de poder y autoridad en la que el padre/madre ejercía autoridad sobre el hijo de formas muy distintas. En ocasiones, cuando el hijo era pequeño y no podía valerse por sí mismo, los padres ejercían la autoridad derivada del mantenimiento físico; el típico ‘tú vives bajo mi techo y haces lo que yo diga’. De hecho, existía cierta tensión muy clara en muchos textos de la época (enfocados en estas relaciones familiares) entre la capacidad de independencia y la capacidad de ejercer autoridad: el ser humano (hombre normalmente) capaz de ser independiente es capaz de ejercer autoridad, mientras que aquellos que dependen de él están por debajo de su autoridad. Así, leemos por ejemplo en un escrito de Séneca: “El hombre sabio es aquel que es auto-suficiente”, frase que se repite una y otra vez en otros escritos.

Esta metáfora padre-hijo y sus dinámicas de autoridad, control y poder, explica bastante la recurrencia de temas como estos en las cartas de Pablo. Así leemos, por ejemplo:

“No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Corintios 4:14-16)

“He aquí, por tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no os seré gravoso, porque no busco lo vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos” (2 Corintios 12:14)

“Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” (1 Tesalonicenses 2:10-12)

“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros, quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros” (Gálatas 4:19-20)

Palabras todas ellas muy tiernas por parte del apóstol, pero también, no lo olvidemos, una forma determinada de mantener cierta posición de autoridad sobre aquellos con los que se está viviendo (y que quizá están retando nuestra autoridad haciendo alusión a la libertad en Cristo que todos poseemos). Es también desde este contexto preciso de relación padre-hijo, dador-receptor de dones, que podemos entender bien la aparente dificultad que tiene Pablo para recibir dones y ofrendas, así como para dar las gracias a los fieles de Filipo por los dones recibidos de ellos (4:10-20). Y es por medio de esta metáfora que Pablo pretende mantener una posición de control sobre sus fieles, de modo que el evangelio de libertad sea extendido, pero bajo los límites estipulados por el propio apóstol.

 

gn=»justify»>No pretendo en este mensaje juzgar las razones por las que el apóstol Pablo hizo lo que hizo, ni los métodos que eligió para hacerlo. Pero sí me interesa mucho más la capacidad que tienen muchos líderes de nuestras iglesias para tomar prestadas todas estas metáforas para ejercer su autoridad y trazar ciertos límites doctrinales basados en su propia opinión de cómo deben ser la cosas, límites que nadie se debe saltar, bajo pena de muerte (espiritual, claro). Y no solo líderes de iglesias; existen incluso organizaciones cristianas que toman el bastón del control y deciden, a modo de padre, qué es lo mejor para todos los demás cristianos, sus hijos. Me parece a mí que al hacer esto olvidamos otras metáforas tan paulinas como la primera, en la que el apóstol habla de la iglesia, por ejemplo, como el cuerpo de Cristo, en el que todos los miembros son iguales, igual de necesarios, prescindibles e imprescindibles.

 

No es extraño encontrar iglesias en las que el pastor trata al resto de los miembros del cuerpo como súbditos (por supuesto no abiertamente, pero sí en la realidad), como si sus opiniones siempre tuvieran que estar por debajo de la que él tiene, como si él fuera el único que tiene contacto directo con Dios y sus opiniones trajeran la sabiduría del mismísimo Cristo. Pero la realidad del cuerpo de Cristo es que todos tenemos acceso directo a Dios, todos tenemos el Espíritu de Cristo, el Espíritu de libertad cristiana. Todos tenemos acceso a la verdad en igual manera, y todos tenemos la misión intelectual y espiritual de dejarnos revolucionar por esa verdad. Cuestionar ciertas tradiciones u opiniones es una actividad saludable y no va en contra de la iglesia, ni tampoco en contra de la libertad, ni de las normas, ni de Dios. El propio ministerio de Jesús se basó en este tipo de revolución. Dejemos de manipular a los demás por medio de metáforas e imágenes desafortunadas, apelando a los sentimientos por medio de bonitas palabras, y permitamos la revuelta.

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