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Recientemente leí, en el brilllante libro sobre José Martí escrito por Reinerio Arce del Seminario Matanzas de Cuba, unos párrafos que realmente me sacudieron y me dejaron temblando. En el texto referido Martí está denunciando a los sacerdotes católicos en la Cuba del siglo XIX:

 

¿Qué juicio debes de formar de un hombre que dice que te va a hacer un gran bien, que lo tiene en su mano, que sin él te condenas, que de él depende tu salvación, y por unas monedas de plata te niega ese inmenso beneficio? ¿No es ese hombre un malvado, un egoista, un avaricioso? ¿Qué ideas te haces de Dios, si fuera Dios de veras quien enviase semejantes mensajeros?

Ese Dios que regatea, que vende la salvación, que todo lo hace en cambio de dinero, que manda las gentes al infierno si no le pagan, y si le pagan les manda al cielo, ese Dios es una especie de prestamista, de usurero, de tendero. ¡No, amigo mío, hay otros Dios!

 

Sea o no una fiel descripción de los sacerdotes de aquella época, hoy día las palabras de Martí suenan extrañamente actuales. Nos toca poner la mano sobre el corazón y dejar que Dios nos escudriñe.

Claro, hoy día la gente, a lo mejor sin negar la enseñanza bíblica del cielo y del infierno, se preocupa muy poco o nada por su destino final post-mortem. Ahora la predicación evangélica gira casi exclusivamente en torno a toda una serie de ofertas y amenazas que no son trascendentales ni eternas sino intra-mundanas y existenciales: salud vs enfermedad, felicidad vs tristeza y desesperación, éxito vs fracaso y sobre todo ahora, prosperidad vs pobreza.

Con sólo intercambiar algunas palabras claves de la vehemente denuncia de José Martí, descubrimos que pone el dedo en la llaga de nuestra enfermedad espiritual, por lo que sus palabras deben inquietarnos profundamente. ¿Estamos predicando un Dios de compra-y-venta, de regateo y consumismo religioso? Para emplear el viejo esquema que condena Martí, muchos predicadores hoy (¿la mayoría?) venden la salud o la felicidad, o sobre todo la prosperidad, como el nuevo “cielo” de este evangelio egoista, sin el cual el rebelde se quedará en el “infierno” de la enfermedad, la tristeza y sobre todo de la pobreza.

Para dar un camuflaje “bíblico” a su evangelio materialista-consumista, estos predicadores han inventado una nueva ley, “la ley de la siembra y la cosecha”, supuestamente basada en II Corintios 9:9. Ese versículo no es más que una comparación agrícola para ilustrar el llamado a la generosidad con los pobres (cf. Salmo 112:9), que jamás debe entenderse como una fórmula mágica para el enriquecimiento personal. En el mismo bloque textual, Pablo repite dos veces que la voluntad de Dios es la igualdad económica (II Corintios 8:13-14). Pablo nunca enseñó una nueva ley para acumular riquezas, sino nos plantea el modelo de Aquel que siendo rico se hizo pobre, para enriquecer a otros (II Cor. 8:9).

Muchos no-cristianos hoy unen sus voces con la de José Martí, para señalarnos como adoradores del “Dios prestamista”. Tal perversión del evangelio es el peor testimonio que podemos dar ante el mundo. ¿No será esta nueva secta, como lobo vestido de oveja, la última seducción a la idolatría en nombre de la fe? Hoy también, nos habla José Martí: “¡No, amigo mío! hay otro Dios!”

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