LupaProtestante

“Errar es humano”

Eugenio Berruezo

Fue Alexander Pope quien hace tres siglos dijo: “Errar es humano”. Es curioso que pronunciara estas palabras este hombre que, cuando se miraba al espejo, veía reflejado un cuerpo de 1,37 metros de alto debido a la enfermedad que le aquejaba (mal de Pott, una forma de tuberculosis que afecta a la columna vertebral). En parte su estado físico se debía a errores médicos que hicieron de él una persona tullida que murió a la temprana edad de 56 años. De ahí la curiosidad de su afirmación. Para aquellos que desconocen a Pope, podemos decir que este hombre es considerado uno de los mejores poetas ingleses del siglo XVIII. Nacido en una familia católica romana en 1688, Pope fue educado principalmente en su casa, debido en parte a las leyes en vigor, que sostenían la posición de la Iglesia de Inglaterra como religión del estado, y sus padres no quisieron que se viera contaminado. Yo que pensaba que eso de educar a los niños en casa había sido un invento de los cristianos conservadores americanos para que sus niños no se contaminen de todo lo malo que se imparte en las escuelas del “mundo” (Entiéndase mundo como el conjunto de gentes pecadoras que no pertenecen al grupo de santos que componen la iglesia). Errar es humano. Yo también cometo errores. Me gusta escribir sobre lo que experimento en propia persona.

En todas las profesiones, en todos los campos, los líderes cometen errores. Los hay que crean más reacción y otros que pasan más desapercibidos. Por ejemplo, los errores en política: a la que un error se hace público, rápidamente la oposición los convierte en escándalo y en diana de sus ataques.

Otros errores que crean alarma son aquellos cometidos en el campo de la medicina, como el que comentábamos de Alexander Pope.

Hay millones de personas afectadas cada año por los errores médicos que se cometen en los países más desarrollados del mundo, e incluso muchos miles mueren por errores que podían haberse previsto o evitado. Esto no es algo extraño; se prescriben medicamentos erróneamente, algunos son contraindicados para las características de pacientes concretos. Según el prestigioso Dr. House, al que tantos miles de personas admiran hoy en la pequeña pantalla, hay siete mil personas que mueren anualmente por errores farmacéuticos en los Estados Unidos. Él dice que los médicos aventajan a los farmacéuticos en mucho, pero que no es algo que utilicen para hacerse publicidad (Serie House, capítulo La Navaja de Occam). No hablemos de los errores en quirófano, errores postoperatorios, descuidos u olvidos, gasas, instrumental etc.

La tendencia de los líderes que cometen errores es, siempre, la de “negar la mayor” o, lo que es lo mismo, negar el error.

Siempre olvidan que los errores, cuando se niegan o se ocultan, traen como consecuencia inmediata el que no se aprende de ellos, y dichos errores tienen más probabilidades de repetirse.

Si esto sucede en el campo del liderazgo profesional, o en el campo de la medicina, no podemos imaginarnos lo que sucede en el campo del ministerio o liderazgo en las pequeñas comunidades religiosas, donde, además, al líder casi se le considera infalible. Mejor que ni hablemos de los errores cometidos en verano por algunos, que no todos, aprendices de líder convertidos en directores o monitores de campamentos cristianos de niños, adolescentes y jóvenes. Suele suceder que en estos marcos de actividad veraniega algunos de estos aprendices de líder se encargan de hacer creer a sus tiernos seguidores una gran mentira: quieren hacerles creer que, junto con la autoridad que imprime el liderazgo que les ha sido delegado por diez días, va incluida la infabilidad. Este colectivo, en concreto, se merece una reflexión mucho más amplia; tal vez un día nos pongamos a observar con más detalle a estos aparentes líderes a los que les dejamos la vida de nuestros hijos por un período de tiempo en nuestros veranos y otras épocas del año. Sobre lo que reflexionamos hoy es sobre el hecho de que existe la tendencia de negar y ocultar los muchos errores que se cometen en el liderazgo cristiano y, al no confesarse, ni se evalúa a los líderes ni sus errores, y, por consiguiente, aquéllos no aprenden. Un error no confesado o negado acaba resultando un error del que no se aprende y que se repite vez tras vez. Siempre el error humano y personal es lo último en admitirse.

Hoy existe un fuerte movimiento en el área del liderazgo secular donde se exige al líder que, de forma voluntaria y confidencial, revele sus errores a aquellos a los que sirven. ¡Cuidado! El objetivo principal que hay detrás de esta política no es infligir castigo al líder que se equivoca; por el contrario, lo que se busca es descubrir lo que provocó el error y poder aplicar las correcciones necesarias para evitar que vuelva suceder. Nadie dice que esta tarea sea fácil, pero es evidente que las personas lideradas tienen que percibir la mejora en el servicio que se les presta, y eso se consigue con el reconocimiento y la confesión de los errores cometidos. A fin de cuentas, de eso es de lo que se trata, de que el líder sea un siervo que sirve, porque, si no sirve, para nada sirve, y un líder que es incapaz de reconocer sus propios errores, aceptarlos y confesarlos no sirve para nada. Para nada, por mucho título que tenga colgado en la pared de su despacho.

Esta práctica del reconocimiento de errores por parte de los líderes no es común ni frecuente entre los líderes cristianos. ¿No es extraño? Rendir cuentas es un principio que podemos ver que se desprende de las Escrituras. El propio Jesús rinde cuentas ante el Padre (Juan, 17). Es cierto que Él no cometió errores, pero rinde cuentas al que lo envió. Buen ejemplo. Por otro lado, cuando alguno de los discípulos cometió errores, rindió cuentas de ellos, y su discusión sirvió para no volverlos a cometer. Hagamos un estudio de Hechos desde esta perspectiva.

Yo creo que lo que le sucede al líder cristiano es que teme, como le sucede a cualquier otro tipo de líder, que al poner de manifiesto y confesar, en definitiva, sus errores, esta actitud positiva le vaya a traer desprestigio profesional. Otros lo que temen es que una confesión de sus errores dé fuerza a sus compañeros de ministerio, que tanto les aman y respetan, para que los machaquen de forma despiadada. No se nos da mal lo de hacer leña del árbol caído entre los líderes evangélicos; algunos son verdaderos y expertos leñadores.

Sin embargo, si nos fijamos en el patrón bíblico, nos damos cuenta de que cuando un líder admite sus fallos, explica lo sucedido y pide perdón, los que han sido perjudicados o han sido observadores de dichos fallos agradecen la honestidad, y aquellos que se equivocaron son mucho menos atacados que los que se refugian en su pedestal de la perfección. Reflexionemos en el liderazgo de David, por ejemplo; comparémoslo con el liderazgo de Saúl. Lo cierto es que siempre deberemos estar más dispuestos a perdonar un error de la mente de un líder que a perdonar los errores del corazón negados con insistencia (“Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” 2 Samuel, 12:13), Sául fue diferente (“Más el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer a Jehová tu Dios en Gilgal”). Pobre pueblo, siempre el pueblo… ¡Qué tozudez hay en algunos líderes… Siempre culpar al pueblo!

Me pregunto… ¿Qué sucedería si desde el púlpito se oyera más veces la frase “lo siento, me he equivocado”? Pero un “lo siento” sincero y expresado a tiempo. Estoy seguro de que eso disiparía tanto resentimiento como a menudo vemos flotar en las relaciones fraternales. Des
terraría con más facilidad las grandes tentaciones de una cierta venganza. Creo que si el líder es capaz de decir “lo siento”, éste se hace más humano. De tierna humanidad es de lo que trata el liderazgo; mucho más el liderazgo cristiano.

Además, si el líder es capaz de informar de forma honesta y clara sobre los detalles de lo sucedido, está dando valor a las quejas de aquel que se ha sentido afectado por lo acontecido, da una oportunidad a su gente para defenderse y tranquiliza a aquellos que tienen la expectativa de que el líder se comprometa a prevenir fallos similares en el futuro.

Pero, desafortunadamente, es muy extraño encontrar en el cambalache de líderes que dirigen pequeñas congregaciones cristianas a hombres o mujeres dispuestos a disculparse. A veces, y sólo a veces, allí en un rincón escondido puedes tener un hallazgo, como sucede en los más interesantes cambalaches y te encuentras con un líder que pide disculpas por sus errores. Es muy difícil encontrar, como mencionábamos, a líderes de campamentos veraniegos que se disculpen delante de muchachos y muchachas por haberlos tratado como inmaduros o como ignorantes, como empedernidos potenciales pecadores, por el simple hecho de que son jóvenes o adolescentes. Si prestamos atención y estudiamos con detalle a todos estos líderes, nos damos cuenta de que lo que les resulta imposible es bajarse de su pedestal y acercarse a la gente a la que deben servir. Les resulta igual de imposible despojarse de sus halos de omnipotencia y omnisciencia que ellos mismos se han creado y que, más triste aún, se han creído que poseen.

Manteniéndose el líder en esta postura de falta de reconocimiento de sus propios errores elimina irremediablemente la única posibilidad que tiene de poder cambiar y mejorar. ¿Será por eso que hay tantos que se mantienen en la mediocridad en lo que a liderazgo se refiere? ¡Si fueran conscientes del daño que hacen! Lo cierto es que todos buscamos ser bien valorados por los demás, pero, si eso implica reconocer que nos equivocamos y que lo hacemos con frecuencia, entonces preferimos imponer nuestro criterio a la aprobación de aquellos que nos siguen.

Algo que aprendo de Jesús cada vez que me llego a los sinópticos con la intención de ver de forma más humana el liderazgo de Dios encarnado, JESÚS, es que Él, cada vez que se hace cercano a la gente, lo hace colocándose en el lugar de los demás. Por esa razón es que se hace tan amado, tan seguido, tan líder, tal vez por eso no se equivoca ni comete errores en el trato con ellos. Se acerca a ellos haciendo el máximo esfuerzo por entender cada una de sus situaciones y, de alguna manera, tomando su parte de responsabilidad por cómo esas gentes están viviendo; los ve como ovejas sin pastor y su corazón se conmueve. Todos somos concientes de que Él no era responsable de la historia por la que cada uno de esos hombres y mujeres estaba pasando, pero se identifica con ellos y con su historia, como el propio Padre había hecho desde el principio. La realidad es que Dios se identifica con su pueblo. Nos da el ejemplo de liderazgo y éste es que desde siempre Dios ha sido un Dios que sirve a su pueblo. Como dice Eduardo Delás en su fantástico libro “Dios es Jesús de Nazaret: Cristología desde dentro” : Por diferentes que sean las tradiciones sobre Dios en el Antiguo Testamento, todas tienen en común un Dios-de, un Dios-para, pero nunca un Dios-en-si. Te recomiendo la lectura de este libro.

Por el contrario, en realidad, creo que cuando nosotros pensamos en nuestro liderazgo, con demasiada rapidez acudimos a buscar ejemplos en reyes y profetas, nos lanzamos a la observación y aplicación del modelo de NeHEmías a cualquier contexto, e interpretamos el liderazgo de la iglesia hoy a la luz de la teología de Pablo, pero nos olvidamos de que nuestro ejemplo de liderazgo se encuentra en Jesús, y Él, entre otras muchas cosas, nos enseñó a pedir perdón cuando fallamos. Si nosotros perdonamos los errores de otros, también los otros perdonarán los nuestros cuando se lo pidamos (Lucas, 6:37-38).

¿Serás capaz el próximo domingo, antes de empezar a decir a los que te escuchan todo lo que deben hacer o darles una clase magistral de teología y buena interpretación hermenéutica, que perdonen tus errores cometidos? ¿Existirán directores de campamentos, monitores y conferenciantes que sean capaces de evaluarse y reconocer que se equivocaron en algunas cosas que hicieron o dijeron delante de los niños, los jóvenes o los adolescentes que los observaron por varios días? Porque resulta que los niños, niños son, lo mismo que los adolescentes adolecen de cierta experiencia y los jóvenes son jóvenes, pero no son imbéciles y cuando nos equivocamos ellos detectan nuestros errores.
Es un reto, ¿no crees?

“En nuestro mundo interior casi todos gozamos de buena reputación”

David G. Myers

Pero tú y yo sabemos que deberíamos pedir perdón con más frecuencia, ¿no es verdad? Porque en nuestro interior también sabemos que nos equivocamos, cometemos errores y no los confesamos, por lo tanto no aprendemos, no corregimos, no mejoramos. Así nos va como nos va en este cambalache.

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