Oseas F. Lira

Apenas había ocurrido la ascensión de Jesús a los cielos (Hechos 1:10) cuando ya la naciente Iglesia, con sus actos, había alcanzado la perfecta madurez cristiana al vivir en una comunión ideal (Hechos 2:42-47). Qué tan pronto nos enseñó la Iglesia primitiva que para vivir en comunión y para lograrla no se necesita estar durante años en la Iglesia. Estos primeros cristianos, como habían cambiado súbitamente de manera radical su manera de vivir, estaban llenos del Espíritu, lo cual les permitió la madurez que se requería para vivir una comunión ideal. Era la infancia de la Iglesia, en su mayor inocencia, pero en su madurez ejemplar.

Los primeros cristianos convertidos y bautizados, tras el discurso de Pedro, se unieron a otros creyentes, porque necesitaban ahora –con urgencia– aprender la palabra de Dios (perseverar en la doctrina) y así madurar en la fe.

Seamos de conversión vieja o reciente, para crecer, todos debemos buscar y fomentar el compañerismo: en la oración, en la enseñanza, en el compartimiento de las necesidades.

Mientras esperamos el regreso del Señor Jesús, nada más bello que participar en reuniones de comunión con los hermanos donde se comparten incluso los alimentos. Este acto es una muestra de la enorme confianza que puede existir entre dos o más personas, Jesús mismo nos da una enseñanza de no desconfianza al permitir que, momentos antes de morir, algún apóstol coma de su mismo plato. Actos como éste son la mejor manera de llevar a la realidad el significado profundo de “hermano” y “familia de Dios”.

Cuando hay bendición de Dios y los hermanos comparten con amor lo que han recibido del cielo, toda la Iglesia disfruta de los beneficios, y hay felicidad en la congregación. Puesto que la congregación forma parte de la familia espiritual de Dios, todos tenemos la responsabilidad de ayudarnos mutuamente; no hay razón para que el rico se aparte, para que el pastor forme su grupo, para que los ancianos sufran soledad y escasez, o para que el desempleado viva preocupado por no tener qué dar a su familia. Así como en el cuerpo humano uno nunca ve que una mano le pegue a un pie, o un dedo saque un ojo, así también debe ocurrir en la iglesia, cada hermano habrá de cumplir de la mejor manera su función con generosidad y de forma desinteresada.

Desafortunadamente las causas por las que se busca la comunión no siempre son las esperadas, hay hermanos que buscan ser serviciales cuando hay momentos de comunión sólo por lavar sus culpas, para liberarse de algo que les remuerde en la conciencia, para recuperar un sentirse bien consigo mismos, como intentando comprar el perdón de sus culpas, y hasta ahí ven, su concepto de comunión es tan limitado. Habemos otros que actuamos más para dar una imagen de nostros mismos en lugar de hacer y de compartir movidos por el espíritu.

Tengamos claro que vivir en comunión es tan diferente a la pura convivnecia social, que es en lo que frecuentemente se cae.

Convivir es compartir los problemas de los demás, es hacer nuestras las alegrías de los hnos. Si un hermano tiene un problema de desmpleo él no se preocupa porque sabe que la comunión de los hermanos es tanta que de inmediato recibirá apoyo voluntario y desinteresado.

Aunque suene repetitivo y como un lugar común, convivir es tener todas las cosas en común.

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