LaJornada. Edición del 8 de Noviembre de 2007.

Jesús Manuel Macías*

Tabasco y la omisión preventiva en desastres

Lo que sucede en estos momentos en Tabasco es apenas una parte de la expresión del desastre que está en pleno desarrollo. Es posible afirmar que la dimensión de las inundaciones en Tabasco prefigura la dimensión del desastre, aunque sea Villahermosa, la capital tabasqueña, el espacio que lo refleja en los medios de comunicación. ¿Es pensable la metáfora de que hay muchos Tabascos en todo el territorio nacional?

Las formas en las que la opinión pública ha interpretado y manifestado lo que sucede en Tabasco y Chiapas dejan ver que ya no es nueva la asimilación de la causalidad social del desastre. Lo han señalado expertos y legos, políticos y damnificados: la corrupción, la pobreza, el manejo deficiente y criminal de las presas, etcétera, y, sin embargo, hay que recordar que hubo una insistencia recurrente, como los mismos desastres mexicanos, que trató de inclinar la culpa del desastre hacia lo “extraordinario” de las lluvias. El cuento del cambio climático, por cierto, no prosperó como el argumento que explicaría el desastre.

No podemos sino estar de acuerdo con quienes han señalado que la corrupción, la negligencia, el agandalle del grupo político que se ha apoderado de los bienes y los recursos gubernamentales en Tabasco han sido la base que explica el desastre y que todo ello está en concordancia con el esquema similar que se mantiene en todo el país: el “modelo de desarrollo”, sus beneficiarios que usan el poder como fuente de enriquecimiento en detrimento de la mayoría pobre, trabajadora, carne de cañón de inundaciones, deslaves, sismos, huracanes, etcétera.

En las actuales condiciones es imperativo considerar el agravante de la legitimidad cuestionada del gobierno federal y esto es un asunto objetivo que no es posible transformar con golpes publicitarios. Pero tenemos que agregar algunos factores que, siendo menos determinantes, pueden explicar también la imposibilidad del gobierno mexicano de cumplir con una de las razones que le dan sentido de existencia: la seguridad de la población.

El responsable para reducir desastres de la ONU, Salvano Briceño, recientemente declaró que la tragedia tabasqueña era evitable a través de la instrumentación de sencillos sistemas de alerta, y tiene algo de razón, pero, ¿por qué lo tan elemental no se hizo? La corrupción explica una parte y la otra tiene que verse en el hecho de que el gobierno federal y los estatales no tienen posibilidades de prevención de desastres en términos de concepción y de las formas de organización y ello es un problema de omisiones.

La protección civil no puede responder a las necesidades de prevención, tanto porque no hay en los funcionarios que la regulan un conocimiento elemental acerca de lo que esto significa, como porque no hay arreglos viables para ejercer acciones y planificación preventiva, además de que el conocimiento científico sobre las amenazas destructivas se mantiene divorciado de aplicaciones estratégicas.

Es cierto, por otro lado, que se mantiene un silencio o ignorancia cómplice respecto de las incapacidades que se tienen en el aparato oficial de meteorología operativa para identificar y caracterizar sistema de tormenta con efectos desastrosos. Por otro lado, el manejo de las aguas de las presas requiere de pronósticos de precipitación de largo y corto plazos y las dependencias nacionales no pueden realizar esos pronósticos realistas, por tanto, no están en capacidad de manejos confiables de los embalses. Pero quizás lo determinante en esta consideración de prevenir desastres es la increíble y persistente intención de desligar la esencia social de las causas de los desastres. Por ejemplo, las soluciones a las inundaciones se suelen pensar sólo en términos ingenieriles y no sociales.

En Villahermosa, como en otras ciudades con problemas similares, se ha recurrido a la construcción de “bordos” para contener inundaciones y una vez que eso se realiza las áreas supuestamente protegidas empiezan a ser habitadas por segmentos considerables de población, pero la altura de esos bordos luego es rebasada por una crecida y se crean así nuevos “desastres”.

En tabasco se entrará pronto en diversas fases de recuperación. Muchas comunidades rurales sabrán salir sin la intervención externa como suele suceder, pero Villahermosa entrará pronto en áreas complicadas porque en México se tiene muy bien asimilado que los desastres son también buenos negocios. De hecho, las obras de ingeniería, aunque no se hagan, como fue el caso, han sido un ejemplar campo de prosperidad de fortunas personales y de grupos.

Nadie puede dudar que en Tabasco, y particularmente en Villahermosa, se viva una tragedia que es importante atender y con la que debemos dar solidaridad incondicional, pero es necesario, primero, que el Estado mexicano cumpla con uno de los propósitos que le dan razón de ser para resarcir a una parte de la sociedad que ha sido afectada por un estado calamitoso.

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