Máximo García Ruiz, España

LupaProtestante

Corría el año 1540 y la Reforma Protestante ya había logrado carta de naturaleza en media Europa. La Iglesia medieval, encarnada por Roma, se resiente y no termina de asimilar que su autoridad omnímoda ha sido tan frontalmente cuestionada. En esas estamos cuando un aguerrido soldado-sacerdote español, vasco por más señas, se siente investido de la gracia divina y pone en marcha un ejército de soldados obedientes al Papa (“si el Papa dice que lo blanco es negro, es que es negro”) con el propósito de combatir por todos los medios la “herejía protestante”. Nace la Compañía de Jesús, la mayor y más influyente orden católica, fundada por Ignacio Oñaz de Loyola (1491-1556).

Otros son los orígenes de la Orden de los Predicadores PP. Dominicos, fundada por Domingo de Guzmán (1170-1221) en el siglo XIII, también español, en este caso nacido en la provincia de Burgos. Domingo de Guzmán destaca por su dedicación al estudio y a la predicación. Impactado por las “herejías” de los cátaros y los valdenses funda la Orden de Predicadores con el propósito de difundir la verdad del Evangelio, creando centros de apostolado en todo el sur de Europa. Uno de los discípulos más destacados que ha dado la Orden ha sido Tomás de Aquino, el teólogo del Concilio de Trento. Su énfasis en la importancia de la predicación hizo de esta Orden una de las más prestigiosas del entramado católico.

Debido a su sólida preparación teológica y a su firme oposición a la “herejía”, el Papa encarga a los Dominicos la fundación de la Inquisición para combatir a los cátaros y a los valdenses; también los franciscanos se verían involucrados en estas tareas. De Domingo de Guzmán escribe P. Viallaneix (París 1974), en sus Obras Completas: “Aquél Domingo, el terrible fundador de la Inquisición, era un noble castellano. Nadie le sobrepasó en el don de lágrimas, que con tanta frecuencia va unido al fanatismo”. Inventada la Inquisición para combatir a los disidentes del siglo XIII, es recuperada por los Reyes Católicos en el siglo XV para “limpiar” España de las minorías judías y musulmanas que habían sobrevivido sin ser asimiladas por la religión oficial, sirviendo un siglo después, como brazo ya entrenado, para combatir a los protestantes. Dominico, Inquisidor general de triste memoria, fue también Tomás de Torquemada (1420-1498). Dominicos y jesuitas se turnan en el triste honor de capitanear el fanatismo y la intolerancia religiosa hasta llegar, en el caso de España, al total exterminio de los protestantes, habiendo jugado ambos un papel preponderante en la historia de la intolerancia y la persecución religiosa.

Reforma protestante y Contrarreforma católica. Un solo espacio geográfico y dos cosmovisiones diferentes; dos formas distintas no solamente de concebir la fe sino de estructurar la vida social. El fanatismo cerril (obediencia ciega al Papa como norma de vida y conducta) opuesto a la razón creativa que investiga y lucha por desentrañar la verdad; la iglesia institución frente a la iglesia comunidad de creyentes; la imposición del dogma desde la irracionalidad medieval opuesta a la búsqueda apasionada de la fe evangélica capaz de aceptar que si otros no coinciden con nosotros, no por ello están necesariamente contra nosotros. La ideología institucionalizada apoyada en la autoridad absoluta, protagonizada por Roma, luchando contra la fuerza del Espíritu que sopla de donde quiere y hacia donde quiere y que acepta el sacerdocio universal de los creyentes, el libre examen y la autoridad suprema de la Sagrada Escritura como norma de conducta, que caracteríza a la Reforma.

La historia está escrita en blanco y negro. Bueno es recordarla, a fin de vacunarnos para no caer en los mismos derroteros de nuestros antepasados. Pero se trata de una historia que también está escrita en rojo; el rojo de la sangre de los que escogieron ser fieles a su fe, aunque en ello les fuera la vida. La insidia ha permanecido durante siglos. Aún Menéndez y Pelayo (1856-1952) que tanto y tan negativamente ha influido en políticos y pensadores españoles hasta nuestros días, escribiendo en contra de Lutero y la Reforma protestante, declara sin el menor rubor: “Dios suscitó la Compañía de Jesús para defender la libertad humana, que negaban los protestantes con salvaje ferocidad; para purificar el Renacimiento de herrumbres y escorias paganas”. Lutero ha sido presentado como el autor de toda maldad e infamia, digno de perecer en la hoguera, no solamente él, sino todos sus seguidores. Y esa es la imagen que ha perdurado en la conciencia de los españoles hasta nuestros días.

La Iglesia católica se refugia en Trento, pertrechada en la teología de los Dominicos y en la aguerrida militancia de los Jesuitas y la Iglesia reformada se compromete a proclamar y defender la libertad de conciencia y el libre examen, propiciando el desarrollo de la investigación y la búsqueda de la verdad con el soporte hermenéutico de las ciencias, dando lugar a una teología viva, siempre fiel al postulado reformado:ecclesia semper reformanda. La división y la confrontación ha quedado consolidada.

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Han pasado casi 500 años y la historia, como decíamos, está escrita, y muchas de sus páginas lo están con la sangre de los protestantes. No vamos a incidir más en ello en esta ocasión. Hace unos días la Compañía de Jesús nombró al nuevo sucesor de Ignacio de Loyola en la persona del palentino Adolfo Nicolás, un discípulo de Pedro Arrupe, qe confiamos sea capaz de seguir las huellas dejadas por su maestro. La Orden de Predicadores, por su parte, está a punto de cumplir su octavo centenario. Unos y otros han centrado su vocación en el estudio, en la proclamación del Evangelio y en la enseñanza, tres pilares que les han servido para aproximarse tanto a los postulados de la Reforma, que hoy en día la comunión teológica con las iglesias reformadas ha llegado a tal extremo que apenas si se perciben diferencia sustanciales en sus escritos.

Los Dominicos mantienen en Valencia su Cátedra de las Tres Religiones, impulsada por el también dominico Juan Bosch, ya fallecido, en conexión e íntima colaboración con la Universidad de Valencia, donde se imparte la enseñanza objetiva de la fe protestante, en el mismo nivel que se hace con la fe católica. Dominicos han sido teólogos como Edward Schillebeeckx que contribuyó de manera decisiva a la renovación de la teología preconciliar, siendo determinante su contribución teológica tras el Vaticano II; o Yves Congar, un abanderado del ecumenismo y el entendimiento entre los cristianos.

Por su parte, bajo la dirección de Pedro Arrupe, el profeta de la renovación conciliar, como algunos le han llamado, la Compañía de Jesús emprendió un viaje de regreso al estudio de la Biblia, que ha resultado irreversible; y lo hizo acompañado de grandes teólogos jesuitas como Kart Rahner o, en otro campo, en el que se une la teología con el compromiso personal, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino o José Mª Díez Alegría, que se han aproximado de manera inconcebible con anterioridad, al tipo de iglesia que reivindica la Reforma protestante, lo cual les ha ocasionado no pocas confrontaciones y descalificaciones en el interior de la Iglesia católica.

Ciertamente, si hoy levantara la cabeza Martín Lutero, o el propio Ignacio de Loyola y, no digamos Domingo de Guzmán, no podrían entender el nivel de aproximación teológica que se ha producido en los últimos cuarenta años entre estos sectores históricamente anti-protestantes y la Reforma del siglo XVI; aproximación que invalida totalmente las confrontaciones y la intolerancia del pasado y que muestra la verdad evangélica de que la búsqueda de la verdad nos hace libres y nos capacita para caminar de la mano. Nuestro punto de encuentro está en buscar la verdad sin miedo. No se trata tanto de homologar la liturgia o aceptar una disciplina común, como desarrollar una teología bíblica, sin complejos ni presupuestos básicos, que nos acerque a la persona y a la palabra de su fundador, Jesús de Nazaret. Ese es el camino del reencuentro. Ese es el lenguaje del ecumenismo.

* El autor es teólogo y sociólogo.

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