Como explicar Ex.20:5b, que dice "Visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la terecera y cuarta generación de los que me aborrecen" comparado con Ezequiel 18:20b "el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo".

La respuesta a la pregunta no es fácil y la que voy a ofrecer no es concluyente, pero puede ayudar a esclarecer la situación que se presenta como problema.

En cuanto a la declaración de Éxodo 20:1-6. Dios se presenta, en virtud de la alianza que está celebrando con Israel, como un Dios celoso. Es decir, la situación de Israel como aliado de Dios no se parece a la de otros pueblos que pueden optar por servir a uno o más dioses. El Dios con el que se van a aliar es el verdadero y único Dios. Por lo tanto el dejarlo para servir a ídolos dará lugar a un castigo y traerá consecuencias sobre los hijos hasta la tercera y aun la cuarta generación. Esta cláusula abarca a todas las trasgresiones en general, pero el peso recae sobre todo en los que infrinjan los dos preceptos primeros y fundamentales de la alianza. Por simple sentido común podemos adelantar ¿Cómo no habría de afectar a los hijos y nietos el hecho de que los padres decidieran adorar a otros dioses?

Frente a la gravedad de la advertencia se hace necesario destacar que la misericordia prevalece como atributo divino: y hago misericordia hasta mil generaciones, a los que me aman y guardan mis mandamientos. Sin duda ambas realidades constituyen una fuerte motivación para cumplir los mandamientos y permanecer en la alianza.

La advertencia de Dios abarca a los descendientes en virtud del sentido de colectividad que tenía la Alianza. En efecto, los diez mandamientos son la parte que Israel como colectividad se estaba comprometiendo a cumplir en el contexto de una Alianza con Dios. El Señor estaba haciendo un pacto no con una persona sino con un pueblo. Por lo tanto era totalmente válido el hecho de que la falta de un miembro del grupo afectara a toda la colectividad o por lo menos a su familia y su descendencia.

Por otra parte la cultura misma de Israel estaba fundada en un sentido colectivo de responsabilidad. H. Wheeler Robinson hablaba, en 1911, de una «personalidad corporativa» de Israel. Este concepto significa que «la persona individual era concebida y tratada como inmersa en el grupo más amplio de familia o clan o nación». En esta etapa de la vida y de la cultura de Israel el individuo suele ser considerado como parte de la colectividad y por eso sus actos tienen una resonancia social. Para apoyar su postura, Robinson menciona algunos aspectos legales de la personalidad corporativa de Israel:

  • La historia de Acán (Josué 7:13-25): El pecado de Acán trajo la desgracia (militar) a todo el pueblo.
  • Los gabaonitas y los descendientes de Saúl (2 Samuel 21). Los descendientes de Saúl pagan por el pecado de su antepasado, el cual había hecho asesinar a algunos gabaonitas.
  • El matrimonio por levirato (Deuteronomio 25: 5-10). Si un hombre casado moría sin dejar descendencia, uno de sus hermanos tenía la obligación de tomar a la viuda por esposa y así darle descendencia a su hermano; si no, sería tenido por infame.
  • Sin embargo esto no significa que por cualquier delito era castigado todo el pueblo o la familia. Existía también la responsabilidad individual en el sistema legal de Israel. En Deuteronomio 24:16s; dice que no pagara el hijo por el padre, ni el padre por el hijo, y que cada uno morirá por su pecado. Conforme a esta norma, se dice que el rey Amasías, para vengar la muerte de su padre Joás, castigó a los que habían matado al rey su padre, pero no hizo morir a los hijos de ellos según está escrito en la Ley de Moisés ( 2ª Reyes 14:5, 6).

La justicia regida por el principio de solidaridad familiar era de origen más bien humano. Y conforme a este modo de obrar de la justicia humana se concebía la justicia divina. Pero los juicios de Dios van siempre dirigidos por su sabiduría y templados por su misericordia. La solidaridad familiar de aquella cultura centrada en la familia dio origen a la ley que hacía pagar a los hijos por los padres. Esta ley es, en parte, natural en una organización de tribus en las que tiene que privar la ley de la defensa. La ley de la sangre es la defensa de las organizaciones primarias, y, en virtud de ella, los miembros de una familia tienen que pagar por los crímenes de uno de ellos.

En cuanto a la relación del individuo con la comunidad, dice G. E. Mendenhall que «el individuo nunca se identificó con el estado, porque su verdadera ciudadanía se daba en la pequeña comunidad de la cual formaba realmente parte»: el grupo familiar. Sin embargo el individuo se relacionaba personalmente con Dios, en cuanto miembro de la comunidad de la Alianza y por lo tanto un aspecto fundamental en la comunidad israelita es que la violación de determinadas leyes no era solamente un pecado contra Dios, sino también contra la comunidad.

Una vez comentado el mandamiento podemos referirnos al discurso del profeta Ezequiel en su capítulo 18. Al respecto se han elaborado distintas hipótesis, entre ellas una hipótesis evolutiva, según la cual Israel habría ido pasando del sentido de la responsabilidad colectiva a una concepción más individualista. Los pasos habrían sido más o menos así. 1) En un período antiguo, imperaba la responsabilidad colectiva. El caso típico sería el de Acán, ya mencionado. 2) Al tiempo de la invasión babilónica y la deportación, en el siglo VI a.C., la unidad nacional se vio seriamente debilitada; entonces se comenzó a subrayar la responsabilidad individual. Los profetas, y en especial Ezequiel, habrían introducido esta noción en la reflexión moral. Este principio habría presidido el tiempo de la restauración post-exílica. Esta posición se vería reflejada en la doctrina de la resurrección personal que aparece en la literatura apocalíptica de ese periodo. Es decir, el sentido colectivo del pueblo habría cedido su lugar a un sentido individual de la responsabilidad, y en ese cambio Ezequiel habría tenido una buena participación.

Robinson dice que el profeta pasa, en el capítulo 18 y en otros pasajes, de la «personalidad corporativa» a subrayar la «responsabilidad individual». En este cambio, según Robinson, Ezequiel relativiza la ley que seguía vigente, o sea, que el pueblo seguía sintiendo profundamente la responsabilidad colectiva. Ezequiel, de acuerdo con la hipótesis, afirma que debe enfatizarse la responsabilidad individual aunque sin olvidar la colectiva. Sin embargo la hipótesis evolutiva ha sido sometida a una fuerte crítica y no muchos la defienden actualmente. De hecho, en los estudios referentes al tema se ha descubierto que, por una parte, se encuentran elementos de individualismo en material antiguo y, por otra, elementos colectivistas en material relativamente tardío. Lo más probable es que se haya dado un desarrollo en subrayar ambas responsabilidades.

De hecho Ezequiel maneja las dos «trayectorias» referentes a la responsabilidad. No es creíble que se trate de una mera yuxtaposición, por error o por contradicción interna en el mensaje del profeta. Intentemos una explicación, ya que esta nos hará comprender la intención de Ezequiel. En el capítulo 9, por ejemplo, Ezequiel habla de marcar las frentes de los justos: énfasis individual, el que es justo, en lo personal, se salva: Matad a viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario (Ezequiel 9:6). Esto significaría de manera profética que Dios está pensando en una nueva forma de alianza con los seres humanos en virtud de la cual se modificarían algunas cláusulas.

Sin embargo en el capítulo 21: 8-9, habla de la eliminación de «justos y malvados» juntamente, con lo cual el énfasis se coloca en la responsabilidad colectiva. N. K. Gottwald afirma que Ezequiel no está manejando una u otra tendencia, sino que expresa dos maneras de ver el mismo problema. Es decir, por cuanto la antigua alianza con sus cláusulas aún está vigente, es comprensible que el mal haya venido sobre todo el pueblo.

Pero el profeta Ezequiel no solamente habla en clave histórica o profética sino que también nos aporta elementos para reforzar una actitud de solidaridad participativa. Podemos pensar que, en un momento muy complejo y decisivo para la vida del pueblo de Israel, este profeta invita al pueblo a combinar la responsabilidad individual con la colectiva, ante una situación catastrófica común. El profeta Ezequiel se dirige a sus compatriotas, con los cuales comparte el exilio de Babilonia. La nación israelita está experimentando ahí el más duro golpe de su historia. Sobre todo, experimenta el sacudimiento radical de su utopía, de su confianza en el futuro como nación y la desilusión ante la falta de protección de Dios. Ante esta situación, surgen varias preguntas: ¿por qué?, ¿quiénes son los culpables de la crisis?, ¿se podrá superar esta situación?, ¿es posible reconstruir el país? Se trata de una profunda crisis moral y de un cuestionamiento de la confianza del pueblo en Dios. Varias actitudes se podían derivar de ese estado anímico: Pensar que Dios fue infiel al pueblo. O bien, pensar que otros dioses (Marduk, en este caso) eran más poderosos que él. O bien, justificar a Dios y poner la infidelidad en el pueblo. El profeta intenta responder a estas preguntas en diversas ocasiones y de diversas maneras. En el capítulo 18, Ezequiel pretende, con este discurso en forma de disputa entre Dios y el pueblo, responder a diversas posturas equivocadas ante la desgracia colectiva. El declara que no es una postura correcta la de quejarse diciendo que por culpa de los pecados de los padres, los hijos han sido castigados. Ezequiel menciona una lista de los preceptos con los cuales puede medirse la justicia de un hombre. Esto sin duda lo hace con la intención de hacer ver que todos han pecado. Ezequiel confronta así la autosuficiencia moral de algunos de los exiliados (la elite política y religiosa de Israel), que se consideraban inocentes y culpaban de los males a sus antepasados o a los que habían quedado en Palestina (el «pueblo de la tierra» despectivamente). Ante esta situación no conviene una postura fatalista, según la cual de nada valdría una buena conducta, puesto que Dios sería un Dios injusto que estaría castigando a las nuevas generaciones por los pecados de sus padres. Igualmente equivocado sería negar el interés de Dios por su pueblo y la fidelidad a sus promesas.

La catástrofe no es el resultado de los pecados de unos pocos o incluso del rey solo, sino que todos han tenido culpa en el rompimiento del pacto. Unos pocos se salvarán, pero esto será más bien el resultado de la misericordia de Dios (Ezequiel 16:61-63). La aparente falta de realismo de esta percepción de una culpa colectiva compuesta de muchas culpas individuales, cada una de las cuales será sancionada, resulta sin embargo, totalmente comprensible como un serio esfuerzo del profeta por combinar la teoría predominante de la culpa colectiva con una enfatización en la responsabilidad individual. No se trata de que Ezequiel sea el primero en introducir el «individualismo», sino más bien reafirma la culpa individual en compañía de la culpa colectiva como dos maneras de ver la misma verdad.

Ezequiel presenció como la «la gloria de Dios» abandonaba el templo, signo de que Dios abandonaba a su pueblo por las abominaciones cometidas (Ezequiel 10:18); sin embargo no perdió la esperanza en las promesas de Dios. Para Ezequiel no todo está perdido y trata de hacer ver al pueblo la posibilidad de reconstituir a Israel como pueblo de Dios. El pueblo ha fallado como colectivo. Cada persona ahora, con su responsabilidad individual, será el medio por el que se logre la reconstrucción del orden socio-religioso. El camino es la conversión individual, con un horizonte social, solidario y colectivo. Ezequiel habla en una situación de opresión y desde ella pide a los exiliados la formación de una nueva comunidad en la que Dios esté presente de nuevo. «El profeta pretende refutar cualquier idea de fatalismo religioso o de piedad auto complaciente. Desea generar un nuevo realismo espiritual en la nación y reanimar a los religiosamente pasivos y a los autocomplacientes con el desafío siempre presente de la justicia», dice M. Fishbane. Lo último que Ezequiel pretende es fomentar un individualismo ético. Al contrario, pretende sacudir la indolencia a la cual podía llevar la idea de que todos estaban pagando por las culpas de sus antepasados. Si los exiliados no captaban el aspecto individual de la situación colectiva, no tendrían motivación para luchar por cambiarla. Pero eso no significaba renunciar a la idea de una responsabilidad colectiva tampoco. Ezequiel está favoreciendo una responsabilidad generacional.

La comunidad que Ezequiel propone es una nueva manera de hacerse pueblo. Ezequiel propondrá una nueva constitución -en clave de servicio sacerdotal- para el pueblo de Israel. No hay porque seguir viviendo con la idea de que el pecado de algunos fue la causa de la calamidad del pueblo entero. Hay que hacer un giro total, hay que convertirse, Ezequiel llama a los exiliados a ser justos para volver a reconstituir al pueblo. En realidad, es el único profeta que propone formalmente un «cambio de las estructuras», ante la gran crisis y destrucción de la nación. En este proceso, la personalidad individual y la comunidad no pueden ser totalmente independientes.

Stanley Fish ha acuñado una expresión de Psicología social que puede iluminar el asunto. El habla de las «comunidades intérprete». Estas comunidades, dice R. B. Gill, «median entre los individuos y un mundo sin sentido, al darles a aquellos las categorías esquematizadas y portadoras de sentido (valores) y los canales a través de los cuales puedan encontrar un sentido a su vida». Pues bien, los exiliados habían perdido esas categorías. Ezequiel actuaba como miembro de una «comunidad intérprete» para los exiliados; hacía de mediador para la construcción de la nueva comunidad. Los profetas y su grupo de seguidores formaban ese tipo de comunidades. En otros momentos de la vida de Israel habrían de surgir otros grupos similares, como los que se consideraban «el Resto de Israel», o «los Pobres de Yahvéh».

Según el pensamiento de W. Brüggemann, el profeta pretende favorecer el surgimiento de un «movimiento basado en valores». El cambio colectivo de actitud deberá venir a partir de ese «movimiento basado en valores»:

  • Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? En las catástrofes colectivas, se suele normalmente comentar la injusticia que supone que seres inocentes sean castigados por los culpables. Ezequiel no ignora esto que, en parte, es verdad. Pero su reflexión contribuirá a que la conciencia de la humanidad adelante un gran paso: el de la responsabilidad personal.
  • Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel. He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá. Debemos abandonar toda mentalidad fatalista o infantil. No podemos cargar sobre los demás lo que es de nuestra incumbencia. Tenemos la tendencia de hablar sobre el “carácter colectivo” de ciertos comportamientos como una manera disfrazada de defender nuestra “irresponsabilidad.
  • Y el hombre que fuere justo, e hiciere según el derecho y la justicia; que no comiere sobre los montes, ni alzare sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, ni violare la mujer de su prójimo, ni se llegare a la mujer menstruosa, ni oprimiere a ninguno; que al deudor devolviere su prenda, que no cometiere robo, y que diere de su pan al hambriento y cubriere al desnudo con vestido, que no prestare a interés ni tomare usura; que de la maldad retrajere su mano, e hiciere juicio verdadero entre hombre y hombre, en mis ordenanzas caminare, y guardare mis decretos para hacer rectamente, éste es justo; éste vivirá, dice Jehová el Señor. Conviene releer esta lista y aplicárnosla a nosotros mismos. Es muy fácil descargarse en los demás: “es culpa de fulano, es falla del sistema, es culpa de la sociedad”. ¿Para qué convertirse si de todas formas tendremos que soportar las consecuencias de las faltas de los demás?
  • Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Ninguna salvación será posible si primero no nos convencemos de nuestra propia responsabilidad. En este mundo, que marcha cada vez más hacia el colectivismo, se necesitan “personas” de valor que sepan conservar su buen criterio y no torcerse ante la gran corriente de la responsabilidad anónima. No se trata de separarse de lo colectivo, sino de luchar por nuestra vida promoviendo la vida de los demás.
  • Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.

En términos históricos esta es la manera en la cual puede entenderse el discurso de Ezequiel, sin embargo hay otra lectura que podemos hacer de él y esta es la lectura profética. En este sentido debemos tener claro que aquí en la tierra, los pecados de los padres sin duda afectarán a su descendencia, pero esto no es tanto porque Dios lo promueva sino como una consecuencia del mismo pecado. Sin embargo cada persona debe estar consciente de que en cuanto a su destino final, no influirá para nada la conducta de sus padres. La vida o la muerte eterna no se pueden determinar por la responsabilidad colectiva. En su último fin el responsable es siempre el individuo.

Sin embargo hay aún una lectura que podemos hacer de Ezequiel y esta es que verdaderamente ante Dios no sólo no contarán los pecados de los demás, sino que ni siquiera contarán los personales. Es Dios quien ha asumido nuestras faltas como suyas y nos ofrece el perdón gratuitamente. Para ser objeto de ese perdón es necesario arrepentirse. Lo importante frente a la oferta divina es la actitud personal; la conversión, que siempre es posible, aunque puede ser difícil. Dios en realidad te dará vida por pura misericordia: Y te acordarás de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibas a tus hermanas, las mayores que tú y las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas no por tu pacto, sino por mi pacto que yo confirmaré contigo; y sabrás que yo soy Jehová; para que te acuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu vergüenza, cuando yo perdone todo lo que hiciste, dice Jehová el Señor. (Ezequiel 16:61-63; 20:44; 33:13-19; 36:22-24).

Así que el énfasis en la responsabilidad personal no es motivo para el individualismo. Dios pide nuestra voluntad, nuestra acción decidida en favor de los demás, en cada momento, sin tomar como excusa los males que hemos sufrido por malos gobiernos, malos padres o malos vecinos. El justo es según las palabras de Ezequiel aquel que ama a los demás y ve por ellos:… ni oprimiere a ninguno; que al deudor devolviere su prenda, que no cometiere robo, y que diere de su pan al hambriento y cubriere al desnudo con vestido (Ezequiel 18:7).

2 Comentarios

  1. ABRAHAM KIM ARCOS dice:

    ME GUSTARIA CONOCER QUIEN ES EL AUTOR DE ESTE «ANALISIS», PARA DAR MIS IMPRESIONES PERSONALMENTE.

    Gracias.

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