He aquí que yo le hago subir sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad.
Jeremías 33:6

La enfermedad pone en crisis la fe del enfermo, y nuestra función debe estar orientada hacia cómo ayudarle a afrontar esa enfermedad, y asumirla con fe y en la fe. Hoy día el teléfono o la Internet nos permiten dar una palabra de aliento al instante a personas que lo requieren, sin importar que ellos se encuentren a kilómetros de distancia. Pero, en relación con los enfermos, la iglesia, como educadora de la fe, debe saber que llevar consuelo al enfermo no puede realizarse a distancia o por correspondencia, sino en la cercanía, acompañando a la persona en sus momentos de dolor.

Estas líneas son para los enfermos y minusválidos una oportunidad para su integración y para los sanos son un reto ineludible. Asumiendo nuestra responsabilidad cristiana, los enfermos están presentes en la congregación porque su condición de sufrimiento hace que estén en nuestra mente de una manera especial, ellos nos llevan a estar comprometidos de una forma más activa, son una oportunidad para mostrar nuestro espíritu evangélico.

Todo enfermo merece atenciones elementales; a nivel físico: limpieza extrema, movimientos para evitar llagas o heridas, masajes, ayuda para que pueda comer, administración de sus medicamentos y ayuda en sus tratamientos específicos para curar o para suplir alguna función del organismo, y a nivel espiritual: acompañamiento, una caricia, palabras de aliento o de consuelo, una oración, la evangelización. Y para los familiares del enfermo nuestra presencia es una oportunidad para que descansen, para revitalizar su fe, para que escuchen también una palabra de consuelo. Los tratamientos básicos buscan no sólo mitigar el dolor y los daños físicos y espirituales como consecuencia de una enfermedad, porque todo enfermo necesita señal de un mundo más humano, más justo y más cristiano.

En los casos de enfermos que se encuentran en coma o en estado vegetativo persistente, nuestra obligación también es mantener todos aquellos tratamientos básicos que merece el enfermo. Omitir este tipo de tratamientos con la intención de adelantar la muerte, muerte que se producirá por desnutrición o por deshidratación, es un acto claramente inmoral.

Cómo y por qué ayudar al enfermo

Al enfermo hay que ayudarlo por amor, porque en su ser lleva la imagen del Creador, y si muere sin que nosotros hayamos hecho nada por él, entonces su ausencia puede convertirse en un reclamo para nosotros (Mateo 25:36-40, estuve enfermo, y NO me visitasteis), y la forma de ayudarlo no es otra que en primer lugar visitarlo, acompañarlo, siendo solidario, acogedor y cercano a él, infundiéndole confianza, escuchándole, respetando sus sentimientos, sus niveles de fe y su ritmo, apreciándole, adaptándose a sus necesidades, guardando silencia muchas veces, acercándose a él con autepticidad y sin máscaras, librándole de miedos y angustias, llorando con él, sufriendo con él, y recibiendo con alegría y gozo toda enseñanza que provenga de él, testimoniando y compartiendo la luz de la fe y de la verdad del amor, apoyándose en la oración y en la fuerza del Espíritu del Señor. Así, el enfermo y sus familiares no se convierten en simples objetos, seres pasivos que reciben ayuda, sino que captarán con nitidez su propio llamamiento a dar testimonio del amor redentor de Jesucristo y a encontrar sentido a su situación que despierta y transmite poderes terapéuticos a ellos mismos y a los demás.

Otros pasos a seguir

1. Alimente una actitud de realismo: diga al enfermo que no somos los únicos en sufrir.
2. Muestre que la enfermedad nos enseña lo limitados y precarios que somos, y que dependemos el médico creador de la vida.
3. Para que no se dejen abatir, recuérdeles la historia de los personajes de la Biblia que sufrieron y a quienes Dios los levantó del lecho de dolor.
4. Use también los medios normales: medicamentos, ratos de descanso, de paz, de sereno estar, de consejo de los profesionales como el apoyo psicológico, etc.
5. Ore con fe con el enfermo y por el enfermo, es decir: no se queden solos con el dolor, compartan con Cristo el dolor y él dará el consuelo, y aun la sanidad.

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