Oseas F. Lira

Qué es; características
El Reino de Dios (o Reinado de Dios para referirse a las situaciones predominantes en donde Dios reine en vez de un lugar), podría considerarse una de las partes centrales del mensaje predicado por Jesús, si se toma como referencia la frase inicial con la que los Evangelios identifican la predicación de Jesús:

Jesús anuncia en Mc. 1:15 que: “se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en la buena nueva.” La novedad del mensaje de Jesús frente a las perspectivas judías clásicas en su época estaría dada por las características de ese Reino:

• No estaría restringido únicamente al pueblo de Israel, aunque a ellos llegara primero, por lo que no se podría hablar de un Mesías político (Mt. 15:21-28).
• No estaría regido por leyes que hubiera que cumplir sino por la gracia, es decir, el Reino se concebiría como un regalo (Mc. 2:23-28).
• No habría que esperar a que Dios interviniera en un futuro próximo, sino que Dios YA ha intervenido.
Jesús no es el Reino. La presencia de Jesús en la Tierra tampoco era el Reino en su plenitud. Los milagros de Jesús sólo son “signos de la cercanía” del Reino. Es el proyecto del Padre, realizado y asumido como propio por Jesús.
• Es un “Reino/Reinado de Dios” que se realiza en el futuro, pero con unas ciertas características de comienzo en el presente.
• Es un Reino material, de bienes de esta Tierra con insistencia en elementos espirituales;
• Es un Reino con claras implicaciones en la política del momento (puesto que los gentiles que no aceptaran el Reino debían abandonar la tierra de Israel en la que les sería casi imposible vivir, ya que se trataría de una auténtica teocracia, gobernada por una “Constitución” clara: la Ley de Moisés), pero su proclamador, Jesús, no pone los medios políticos para su realización, sino que los deja en manos de Dios.

La idea del Reino de Dios se encuentra predominantemente en el Nuevo Testamento, específicamente en los Evangelios.

El mensaje del Reino de Dios transmitido en los sinópticos, aparece en Mateo reemplazado por la expresión “reino de los cielos”, constituye el centro de la predicación de Jesús mismo. Marcos resume la predicación de Jesús en esta frase: “Se ha cumplido el tiempo; el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed al evangelio.” (1:15). En Lucas, Marcos y Juan se utiliza “Reino de Dios”. La explicación habitual es que el evangelio de Mateo está destinado a los judíos, quienes prefieren evitar el uso directo del nombre de Dios. Marcos y Lucas están dirigidos a una audiencia más general y menos familiarizada con el término “Reino de los Cielos”.

Algunos intérpretes premilenialistas piensan que el “Reino de los Cielos” se refiere al reino milenial de Dios, mientras que el “Reino de Dios” se refiere a Su reinado universal. Otros opinan que no hay base para tal distinción.

El historiador H. G. Wells escribió: “Esta doctrina del Reino de los Cielos, que es la enseñanza principal de Jesús aún cuando represente tan pequeña parte en el credo cristiano, es ciertamente una de las doctrinas más revolucionarias que alguna vez haya revolucionado y transformado el pensamiento humano.” Esta predicación del Reino de Dios –más exactamente del reinado de Dios, ya que basileia significa sólo secundariamente el ámbito del reinado, y primariamente el acto de soberanía regia, de poder y dignidad real– presupone la expectación veterotestamentaria del Reino de Dios. El Reino de los Cielos, o Reino de Dios, gr. basileia tou theou, se refiere al reinado o soberanía de Dios por sobre todas las cosas, y es opuesto al reinado de los poderes terrenales. El mensaje de Jesús queda elevado a una nueva perspectiva a la luz de su muerte y resurrección, de modo que sus palabras sobre el Reino de Dios no constituyen ya en Juan y Pablo el centro de la predicación cristiana. En la historia de la teología dicho concepto recibe una interpretación que se va transformando variadamente y, con frecuencia, da más testimonio del espíritu del tiempo que del sentido primigenio de la expresión.

Existen 4 o más visiones del Reino de Dios
1. Que está cerca:
“…el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed al evangelio.” (Marcos 1:15).
2. Que está muy cerca, en la persona de Jesús:
Juan el Bautista decía: “!Vuélvanse a Dios, porque el reino de Dios está cerca!” (Mateo 3:1,2).
3. Que se ha cumplido, que ya empezó:
“Se ha cumplido el tiempo… convertíos y creed al evangelio.” (Marcos 1:15).
4. Que vendrá en un futuro y hay que pedirlo:
El Reino hay que esperarlo, y pedirle a Dios por que venga (Padre Nuestro: venga a nosotros tu Reino).

El Reino de Dios, ¿ya está aquí o llegará al fin del tiempo?
La otra novedad que se podría encontrar en el mensaje de Jesús respecto al Reino de Dios se encontraría en el tiempo de su realización.

Por una parte, Jesús habló de que el Reino ya está entre nosotros (el Reino de Dios está llegando). Esto podría dar a entender que todas las características del Reino ya son una realidad.

Pero debido a que en el mundo existen aún situaciones de injusticia y de dolor, se podría cuestionar esta afirmación. Jesús también afirmó que el Reino hay que esperarlo, y pedirle a Dios porque venga (venga a nosotros tu Reino).

Por lo tanto, ¿el Reino de Dios ya está aquí? ¿o aún hay que esperar a que venga, al final del tiempo cuando Dios intervenga de manera definitiva y deseche todo lo malo? La respuesta, para la escatología, es que es ambas cosas. A esto se refiere el hecho de que el Reino de Dios sea una realidad escatológica, según ésta el reino de Dios ya sucedería aquí, ya se podrían empezar a ver sus signos (liberación, perdón, paz), pero al mismo tiempo se tendría esperanza de que será todavía mejor, pleno, al final del tiempo, cuando quede establecido de manera definitiva.

Se puede observar entonces que el Reino de Dios es también una promesa, como las del Antiguo Testamento. Y así como las promesas del Antiguo Testamento sucedían ya en la vida de un Abraham, un Moisés, un David o un pueblo de Israel, el Reino de Dios ya estaría aquí. Y al mismo tiempo, así como las promesas del AT provocaron que Abraham se pusiera en camino para terminar por establecerse en Canaán, que Moisés actuara ante el Faraón para terminar por liberar al pueblo, etc. la promesa del Reino de Dios, por el hecho de que aún no es una realidad plena, provocaría el actuar en consecuencia: debería impulsar a actuar en consecuencia, a colaborar en su construcción. Es lo que diría Jesús al pedir conviértanse y crean en la buena nueva…

Todas las situaciones que estudia la escatología ya están sucediendo en la historia actual de la humanidad y en la vida de cada persona, pero al mismo tiempo llegarán a su plenitud al final del tiempo.

Las últimas realidades
En la escatología las realidades últimas suelen dividirse en dos tipos: las que son para cada persona como individuo (muerte, reino, infierno) y las que serían para toda la humanidad (parusía, resurrección, juicio final).

Las realidades escatológicas, y toda la escatología en sí, no son una cronología del fin, el estudio de la escatología no permitiría deducir el orden y tiempo de los acontecimientos que sucederían al fin ni de la vida de cada persona ni de la historia humana. Todas las realidades escatológicas tienen las dimensiones actual (ya están sucediendo), y futura (pero todavía no son plenas, sino que lo serán al final por medio de Dios), por lo tanto, como en el Antiguo Testamento y sus promesas, el llamado no estaría hecho para quedarse esperando (por mucha fe que se tuviera), sino en el poner manos a la obra para conseguirlo.

Por eso mismo, la escatología no debería ser tema que provocara miedo sino esperanza, y como las esperanzas del AT que sirvieron para que el pueblo de Israel actuara en consecuencia hacia Dios, las esperanzas de la escatología cristiana deberían permitir actuar con esperanza en el fin y no con miedo.

Las realidades escatológicas tampoco se dividen en individuales y universales como si unas sólo ocurrieran para cada persona y otras para todas las personas. Unas y otras se relacionan e intervienen entre sí: el juicio ocurre con la humanidad pero también cada quien tiene su propio juicio, el reino significa el sentido absoluto de la vida de cada quien pero al mismo tiempo es el sentido de toda la humanidad y su historia.

El Reino en el Judaísmo
El Reino de Dios es mencionado frecuentemente en el Tanaj. Está unido al entendimiento judío de que Dios habría de intervenir directamente para restaurar la nacionalidad de Israel y luego regir sobre ella.

El Reino de Dios fue expresamente prometido al Rey David, haciendo pacto entre él y Dios, prometiéndole que reinaría siempre alguien en el trono de su “casa” (la de David.)
Esto fue luego interpretado como que de la descendencia de David saldría el Mesías de Israel, que se sentaría en el trono de David y gobernaría por la eternidad.

Una oración muy conocida del judaísmo es el qaddish fúnebre. Aunque tiene poco que ver con la muerte o la pena que esta ocasiona, suele rezarse en los funerales. En parte, dice así: “Establezca Él [Dios] su reino en vuestros días […] y en un tiempo próximo”. Y otra antigua oración que se pronuncia en las sinagogas se refiere a la esperanza en el Reino del Mesías del linaje de David.

Sobre el Reino divino fue anunciado en las Escrituras hace muchos siglos por el rey David. Él escribió: “El Señor ha puesto su trono en el cielo, y su reino domina sobre todo.” (Salmo 103:19).

“Durante el gobierno de estos reyes, el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni dominado por ninguna otra nación, sino que acabará por completo todos los demás reinos, y durará por siempre.” (Daniel 2:44).

Sería fuerte, por siempre y dirigido a un pueblo escogido.

Visión del reino en el presente
Los evangelios describen a Jesús proclamando el Reino como algo que ya está cerca, que está llegando en el presente, no como una realidad futura. Los hechos de Jesús de sanar enfermedades, expulsar demonios, enseñar una nueva ética de vida y ofrecer una nueva esperanza en Dios al más pobre, se entienden como una demostración de que el Reino está en acción. Tener al Mesías, el Rey de los judíos, entre ellos, es un aspecto de este Reino: el Rey había llegado para representar Su Reino. Por su vida sin pecado y mediante sus milagros estaba demostrando a los judíos cómo era el Reino.

“El Reino de Dios” es un enitivo genitivo, el cual nos indica que es Dios mismo desde un punto de vista concreto, su actuación en este mundo y en nuestra historia. La cuestión planteada a los contemporáneos de Jesús (especialmente a los imbuidos en la mentalidad apocalíptica) es si Dios actúa en este mundo y en esta historia, o no; y si actúa, cuándo lo hace o lo va a hacer y bajo qué condiciones. Jesús nos predica que esto es inminente, y que la esperada acción de Dios en este mundo empieza ya.

Jesús dio mucha importancia a este tema, como se puede ver en el Padrenuestro, donde es el segundo asunto más importante.

El Reino de Dios también se refiere al cambio de corazón o mente (metanoia) por parte de los cristianos, dando énfasis a la naturaleza espiritual de su Reino al decir “El Reino de los Cielos está dentro vuestro (entre vosotros)”. Esta frase puede también traducirse, sin embargo, “el reino de los cielos está en medio de vosotros.”

Jesús usó el lenguaje del “Reino de Dios” de una forma que se contrapone con los revolucionarios judíos del siglo I, llamados zelotes, que creían que el Reino era una realidad política que llegaría con una revuelta violenta contra la dominación romana, reemplazada por una teocracia judía.

Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; incluso el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la Tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino de Dios. La Iglesia se considera a sí misma como “el germen e inicio sobre la Tierra” del Reino de Dios y que la plenitud de éste se alcanzará después del juicio final, cuando el universo entero, liberado de la esclavitud de la corrupción, participará de la gloria de Cristo, inaugurando “los nuevos cielos y la tierra nueva.” (2 P. 3:13). Así se alcanzará el Reino de Dios pleno, es decir, la realización definitiva del designio salvífico de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la Tierra.” (Ef.1:10). Dios será entonces “todo en todos.” (1 Co. 15:28), en la vida eterna.

El cristiano acepta que la Iglesia es el instrumento en el cual el Reino se manifiesta, pero tampoco es un sinónimo del Reino en sí.

Visión del reino en el futuro
La manifestación presente del Reino fue expresada por Jesús como evidencia provisional de una realidad más amplia en un futuro inminente.

Este aspecto futuro del Reino es la creencia en una implementación post-apocalíptica del gobierno de Dios, (teocracia), especialmente en la interpretación premilenialista del protestantismo fundamentalista.

La tensión entre los aspectos futuros y presentes del Reino se han llamado “el ahora y el no todavía” del Reino de Dios.

Un grupo de cristianos enfatizan el aspecto presente del Reino, mientras que otros –fundamentalistas sobre todo– enfatizan el aspecto futuro.

La realeza de Dios en el judaísmo tardío
En el judaísmo tardío, la esperanza del reinado de Dios experimenta algunas modificaciones. En amplios sectores del pueblo predomina una escatología “nacional”. Testimonios de esta expectación son, por ej., el salmo de Salomón 17:23-51, en el que el Mesías aparece como un libertador y fundador político de un Israel nuevo y justo; y también la oración de las dieciocho peticiones o la esperanza del Mesías que con frecuencia se trasluce en los Evangelios (Lc. 24:21; Mc. 10:37). Cierto que también aquí se ensalza a Jehová como creador y señor del mundo, pero el establecimiento de su soberanía se entiende en sentido nacional y político. Con esta concepción se asocia fácilmente la idea de la lucha por el reinado de Dios (Qumrán, partido de los zelotes, insurrección de Bar-Koliba).
En la tradición doctrinal rabínica se vuelve a pensar en nueva forma la misión de Israel: hasta el momento sólo Israel ha reconocido el poder de Dios, que está oculto a los gentiles. Mediante el culto tributado a Dios y un fiel cumplimiento de la ley, Israel dará testimonio a los gentiles de la realeza de Dios. Israel ha de tomar sobre sí el “yugo del reino de los cielos” hasta el día en que Dios mismo se manifieste al mundo entero (cf. la oración ‘Alenu’ de Abba Arikha). Contrariamente a la doctrina de que Dios establecerá su reinado con libre soberanía, algunos rabinos creen que mediante la penitencia, el estudio de la tóräh y la beneficencia es posible anticipar el reinado del Mesías –que como reinado intermedio precede a la plena soberanía de Dios–, o incluso el reinado mismo de Dios.

La apocalíptica ofrece una tercera configuración de la esperanza del Reino de Dios en el judaísmo tardío. El Reino de Dios es el mundo transfigurado, el universo trasladado al cielo. Mientras que el Apocalipsis deuterocanónico de Daniel habla todavía muy sobriamente, los discursos figurados de Henok, así como la Ascensión de Moisés y el Apocalipsis siríaco de Baruk, describen en forma gráfica los goces de este reino y el juicio. La historia universal se divide en periodos (Dan. 2:37-45; 4); se calculan las semanas de años hasta el día de Jehová. Estas informaciones se presentan en parte como doctrinas ocultas. J. Moltmann ha interpretado así el contraste particular entre la concepción profética y la apocalíptica: “Mientras que en el mensaje de los profetas la “esperanza histórica” de Israel lucha con las experiencias relativas a la historia universal, que es entendida como función del futuro escatológico de Jehová, en la apocalíptica la escatología lucha con la cosmología, y en esta lucha hace comprensible el cosmos como proceso histórico de los eones en una perspectiva apocalíptica.” (Theologie der Hoffnung [Mn 1964] 122).

Cómo concebía Jesús el Reino
El reino de Dios que Jesús predicaba es exactamente el mismo que habían proclamado los profetas del A.T. Él nunca necesitó explicar qué era exactamente el Reino de Dios, porque todos sus oyentes lo sabían por las continuas lecturas de la Biblia en la sinagoga y las explicaciones que se le agregaban. La proclamación del Reino de Dios es la característica esencial de Jesús que lo define como un hombre en la línea total del pensamiento profético de la Biblia hebrea.

Reducido a sus términos más escuetos, este ideal del Reino significaba la actuación definitiva de Dios en el marco de la Alianza establecida desde antiguo entre Abrahán y el pueblo escogido, que al establecer con toda claridad su poderío en la tierra aspiraba a la liberación político-religiosa del pueblo judío. Tal liberación era la condición sin la cual no se podía cumplir plenamente en Israel la ley divina otorgada por Dios a ese pueblo elegido. Esta acción divina para instaurar su dominio sobre Israel acarrearía la perdición de los no aptos para el Reino -entiéndase los paganos y los judíos que no adecuaran su vida a las normas de la Ley, y la postrera y definitiva salvación y bendiciones divinas para quienes se hallaren preparados–.

Precisar la noción de “Reino/reinado de Dios” según el pensamiento de Jesús es materia muy controvertida porque el Nazareno no explica en ninguna parte, al menos en lo que tenemos recogido en los Evangelios, qué es exactamente ese reino divino. Es éste un concepto que compartía plenamente con sus oyentes, la gente que le seguía y escuchaba y que, por tanto, no necesitaba aclarar.

Ocurriría algo similar a lo que puede pasar con un político de hoy que hablara continuamente en sus discursos sobre la democracia. Todo el mundo sabe más o menos qué es, y su definición se da por supuesta por convención en la inmensa mayoría de las proclamas políticas.

En los Evangelios se puede constatar que Jesús no formuló doctrinas respecto al Reino de Dios. En vez de pedir que creyeran en él, pediría que le siguieran. De los evangelios, se puede deducir que el Reino de Dios significa:

• Un Dios próximo, que perdona y acoge (Lc. 15:11-32)
• Curación y liberación del hombre, de todo lo que le atormenta y le impide ser hombre (enfermedades, incapacidad de comunicación (curaciones de ciegos, sordos y mudos), preocupaciones innecesarias por el mañana, poderes deshumanizadores, etc.)
• Nueva conducta entre los hombres con sus semejantes (paz, fraternidad, fin a la injusticia…)
• Vida plena y realizada.
• Liberación incluso de la muerte.
Por esto sería que Jesús explicaría el Reino en parábolas. Sobre el Reino las que más destacarían serían las que lo ilustran como una fiesta (Lc. 14:7-24), que se caracteriza por la alegría, la comunidad, el saciarse, el estar en comunidad, la unión con Dios.

El Reino de Dios fue el centro de la proclamación de Jesús. “Desde entonces Jesús comenzó a proclamar: Vuélvanse a Dios, porque el Reino de los Cielos está cerca.” (Mateo 4:17).
También constituyó la proclamación de Jesús antes de partir al cielo: “Durante cuarenta días se dejó ver de ellos y les estuvo hablando del Reino de Dios.”(Hechos 1:3).

Jesús en sus parábolas sobre el Reino no explicaba qué era el Reino en sí, sino algunas características o maneras de éste sobre las que le interesaba insistir en algún momento. Por ejemplo:

• Su pronta venida en un momento muy cercano; sus mínimos inicios, ya incoados en el presente, pero su rápido crecimiento.
• Que en él estarán juntos el trigo y la cizaña y que Dios no había ordenado eliminar rápidamente esta última.
• La obligación de cada uno de prepararse para tal llegada con el arrepentimiento y la vuelta a la ley de Moisés, bien entendida tal como él, Jesús, la explicaba.
• Que tal preparación no consistía en guardar pequeñas minucias legales según la tradición, sino en ir a lo esencial de la Ley: mantener la pureza de corazón, no apegarse a los bienes presentes…
• Que si la familia carnal se oponía a la preparación y venida del Reino, debía ser dejada aparte, etc., con el fin de dedicarse plenamente a preparar la venida del reinado divino.

La predicación de Jesús es proclamación del “Reino de Dios, que está cerca” (Mc. 1:15; en los sinópticos aparece casi 100 veces la expresión “Reino de Dios”; y, como ya dijimos, en Mateo dicha expresión está sustituida regularmente por “reino de los cielos”). En la predicación del Jesús histórico, la soberanía de Dios no se entiende en ninguna parte como el constante dominio del creador, sino como el reinado escatológico de Dios, que en medio de este tiempo ha comenzado ya, sin transformación cósmica y sin nueva constitución politica de Israel. La predicación de Jesús está caracterizada por una urgencia que no puede ser mayor: el kairos está presente (Lc. 12:56). Las parábolas de crisis (Lc. 13:6-9; Mt. 22:1-14), las palabras de amenaza y de juicio (Lc. 10:10-15) y los radicales imperativos morales del sermón de la montaña (Mt. 5-7) sólo pueden entenderse en función del acontecimiento del tiempo de gracia.

Jesús promete a todos el Reino de Dios: a publicanos, a mujeres pecadoras, a enfermos, niños y pobres (Mc. 2:15; 10, 15-16). El reinado divino es salvación para el hombre, y no juicio. Es gozo de Dios el perdonar a los pecadores (Lc. 15). Así Jesús tiene trato con los pecadores. La clemencia de Dios no presupone nada; sólo exige una respuesta en conformidad con ella. Esta respuesta debe llevar el sello de lo incondicional (Lc. 6: 27-38). Los hombres deben perdonarse sin restricción, a la manera divina (Mt. 18:21). La discriminación y el juicio sólo tienen lugar al final (Mt. 13:24). La buena nueva va dirigida a Israel, pero con Israel a las gentes: “Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob.” (Mt. 8:11). Las obras poderosas de Jesús subrayan su predicación. Las curaciones y las expulsiones de demonios son signos del Reino de Dios, que se ha acercado en Jesús: “Si yo arrojo los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.” (Lc. 11:20). La relación entre las curaciones y la predicación de Jesús explica las palabras de Jesús al Bautista encarcelado: “Id a contar a Juan lo que estáis oyendo y viendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el evangelio a los pobres.” (Mt. 11:4; cf. Lc. 4:18). Jesús no sólo anuncia el Reino de Dios, sino que éste se ha acercado en él. Jesús se sitúa a sí mismo por encima de la tóräh y de los profetas (Mt. 5: 20 ss; Lc. 16:16). Los discípulos son llamados bienaventurados porque oyen y ven lo que muchos profetas y reyes desearon ver (Mt. 13:16). Jesús, por razón de sus singulares relaciones con el Padre (cf. Mt. 11:25), reivindica una misteriosa “inmediatez con Dios.”

Jesús llama a su seguimiento (Mc. 1:16 ss; 8: 34 ss). Sin embargo, el reino no pertenece sencillamente a Jesús, su acción no es la edificación del mismo. El reino es del Padre (Lc. 12:32; 22:29 ss). Sólo él conoce la hora (Mt. 24:36). El reino de Dios “viene”, sólo puede ser recibido, ha de ser implorado (Mt. 6:10; Mc. 10:15; Lc. 11: 2). El Reino de Dios ha llegado en Jesús –y por tanto en este tiempo– y al mismo tiempo se aguarda. El don libérrimo de Dios se manifiesta en un lenguaje paradójico. El resultado de la exégesis no permite justificar totalmente ni la tesis de la escatología plenamente realizada, ni la del carácter puramente futuro de los novísimos. Igualmente falla la afirmación de una expectación radical del fin próximo por parte de Jesús o, a la inversa, la atribución exclusiva de tal expectación a la comunidad primitiva.

Los logia y las parábolas de los evangelios no se pueden armonizar (logia con indicaciones del tiempo: Mt. 10:23; Mc. 9:1; 13:30; recusación de toda fijación de tiempo: Mc. 13:32; parábolas del crecimiento: Mc. 4; Mt. 13:24-30 47 ss; palabras sobre la entrada en el reino: Lc. 13:24; Mt. 7:13). En ello se muestra, a nuestro parecer, precisamente el carácter de acontecimiento consumador de la historia, definitivo y como tal presente en cada situación, del Reino de Dios anunciado por Jesús, carácter que sólo se puede expresar con categorías temporales en un lenguaje paradójico. Las realidades intrahistóricas sólo pueden ser signos imperfectos, del Reino de Dios, aun estando llenos de su realidad. Estas palabras se sustraen al alcance ordenador de la ciencia humana, quedando en una “suspensión escatológica”, que sólo en la conversión se demuestra como base sólida. En ese mensaje, el mundo y su situación se entienden fundamentalmente en función del Reino de Dios; desde el mundo no se da una posibilidad de prospección hacia este reino. Si nuestro enfoque es exacto, se comprenderá el hecho de que Jesús no formula enunciados descriptivos del Reino de Dios, sino que en imágenes (Mc. 14:25) y parábolas hace insinuaciones de esa realidad superabundante. Aparece también claro por qué el grupo de discípulos que se forma en torno a Jesús y el círculo de los doce no se identifican sin más con la comunidad en el reino de Dios.

La concepción del reino de Dios en el cristianismo primitivo

Las fórmulas de profesión de fe y homologías neotestamentarias muestran que la proclamación cristiana primitiva es la fe en Jesús, el Cristo, el Kyrios, el Hijo de Dios (Rom. 10:9; 1 Jn. 5:1; Jn. 20:31). A las fórmulas personales de pistis se contraponen las fórmulas de obras, en las que se habla de la misión de Jesús, de su pasión, muerte, resurrección, exaltación y retorno (1 Cor. 15:3 ss; 1 Pe. 1:18-21; 3:18-22). En ambos tipos de fórmulas se trata de una acción escatológica de Dios.

El sermón de Pedro el día de pentecostés concluye así: “Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros crucificasteis” (Hch. 2:36). Esta investidura como Mesías y Señor, la prueba de su filiación divina, se efectúa mediante la resurrección de entre los muertos (Rom. 1:3). Ahora bien, a la resurrección pertenece la pasión (Flp. 2:9). Jesucristo, en su calidad de glorificado que ha superado la muerte, es el primogénito de todos los hermanos (Rom. 8:29). En este acontecimiento de Cristo así esbozado se abre el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios que se ha acercado. A partir del Reino de Dios proclamado, la fe pospascual experimenta la pasión y muerte de Jesús como acontecimiento salvífico. Jesús, en quien se ha acercado el Reino de Dios, es precisamente en su muerte el glorificado, revestido del esplendor de la soberanía regia de Dios. El acontecimiento del tiempo, como Reino de Dios que se ha acercado, lleva su nombre.

Uno de los grandes tipos de esta inteligencia transformada y, sin embargo, idéntica en su sentido profundo, del Reino de Dios, es la teología de Pablo (y la déutero-paulina). Pablo habla en pocos pasajes, y en ellos en un sentido de futuro escatológico, de la basileia de Dios (cf. 1 Cor. 6: 10; 15:50; Gál. 5:21) como herencia del creyente. En Ef. 5:5 se halla la expresión “reino de Cristo y de Dios”. Para Pablo la realeza de Dios se realiza fundamentalmente en el reinado de Cristo (1 Cor. 15:24; Col. 1:13).

Este reinado está presente en los fieles (Col. 3:1-4); en la Iglesia (Col. 1:18,24); en la acción de los ministros y carismáticos autorizados (Ef. 4:11-16). Mediante la predicación se manifiesta entre los gentiles “la fragancia de este conocimiento” (2 Cor. 2:14). En el carácter de victoria de la vida basada en la fe se hace visible cómo Jesús desposeyó a las virtudes y potestades de este mundo. En el medio cultural helenístico se conocían Kyrioi de los diferentes sectores del mundo. Cristo, en tanto que glorificado, ejerce por medio de la Iglesia una soberanía cósmica (Ef. 1:21 ss; 3:10; 4:8 ss). Pero la soberanía de Cristo se consuma en la parusía, en la victoria sobre todos los poderes hostiles a Dios y sobre la muerte. Entonces será Dios “todo en todas las cosas” (1 Cor. 15:24-28). En las primeras epístolas paulinas reina una cierta expectación de la próxima parusía. Pablo, al hablar de la gloria venidera, renuncia ampliamente a las representaciones imaginativas (cf. 1 Cor. 2:9). Las afirmaciones personales sobre la comunión con Cristo y con los fieles ocupan el centro en Pablo (cf. 1 Cor. 15:35 ss; 1 Tes. 4:17).

En la teología de Juan falta casi totalmente la expresión “Reino de Dios” (única excepción, 3:3 ss). El mensaje de Cristo está matizado en forma de una “escatología presente”. Vida, muerte, juicio, gozo, paz; en tanto que realidades escatológicas, tienen un sentido presente. En casos aislados hay una perspectiva de futuro: resurrección corporal y juicio (5:28 ss), vida eterna (12:25). Este aspecto descuella más en 1 Jn. 3:2; 4:17). En cambio, en el Ap. el reino escatológico de Dios se identifica con el reino de Cristo (11:15). La Iglesia ha sido constituida por Cristo en Reino de Dios (1:6; 5:10). La historia es el teatro de la lucha de los poderes contra este reino, que al fin sale victorioso. En Ap. 20:4 está entretejido el motivo del reinado mesiánico milenario.

El método de la historia de la redacción ha permitido destacar en forma más plástica las teologías de los sinópticos. Mc., con su doctrina del misterio del Mesías, tiende un puente entre el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios y la fe pospascual. Asume representaciones apocalípticas y muestra la relación de la comunidad con el Reino de Dios (4:11). En Mt., basileia es ya un concepto eclesiástico de escuela (13: 52). Designa la realidad celestial de la voluntad de Dios cumplida (6:9 y 10). Así la justicia es la condición de admisión en este reino (5:20). Mt. espera la consumación del reino en el retorno del Hijo del hombre y en el juicio universal (25: 31 ss). En Lc. se diseña la idea de épocas en la historia de la salvación. El periodo de la actividad de Jesús, como centro del tiempo, se destaca frente al tiempo de la Iglesia. Éste termina con la parusía. El presente de la Iglesia queda en cierto modo “desescatologizada” por la historia de la salvación.

En los escritos tardíos del NT se muestran aquí y allá conatos de una concepción con rasgos tomados del helenismo (2 Tim. 4:18; Heb. 12:28; 2 Pe. 1:11), pues el Reino de Dios se presenta en cierto modo como una realidad supraterrena ya existente.

Inteligencia del reino de Dios en la historia de la teología
La primera teología patrística está fuertemente marcada por la idea del reinado de Cristo y la expectación de una pronta parusía (Ignacio; Clemente); a lo cual se añaden representaciones apocalípticas, como la esperanza de un reino milenario (Justino, Dial. 80 ss; Tertuliano). En algunos padres, la inmortalidad viene a ser el patrimonio de la salvación (Teófilo de Antioquía, Ad Autolyc. II 27). Mientras que en Tertuliano la expectación de una parusía próxima se alimenta de un entusiasmo inspirado por el montanismo y va unida con un rigorismo moral (cf. De monogamia, De corona), en Clemente de Alejandría y en Orígenes la doctrina del Reino de Dios acusa rasgos espiritualistas. Cristo es ensalzado como la palabra que diviniza al hombre (Clemente, Paedag. III lss); la oración por el Reino de Dios implora sabiduría y conocimiento (Orígenes, De oratione, 13). Esta inteligencia fuertemente interiorizada del Reino de Dios se impone en gran parte en Oriente. El esquema conceptual aquí latente es por lo regular el neoplatónico de origen y retorno (cf. Gregorio Niceno, De opif. hom. 17). Eusebio de Cesárea, empalmando con insinuaciones de Orígenes, desarrolla una especie de teología política: La fe en un Dios único está ligada a la monarquía terrena romana. La polis es politeísta para Eusebio. El reino de paz de Constantino es copia e imitación del reino de Dios.

En occidente se va abriendo paso una identificación bastante fuerte del Reino de Dios con la Iglesia. Agustín (De civ. Dei, xx 9) habla de la Iglesia como regnum Christi y regnum caelorum, que en realidad es todavía regnum militiae y por tanto aguarda aún su consumación. La Iglesia se identifica con el reino milenario del Ap. (20: 4), y es la última forma de la civitas Dei peregrinan (que camina en la 6.a edad del mundo).

Una compenetración todavía más pronunciada de Iglesia y Reino de Dios y una correspondiente concepción del ministerio de Pedro se halla en la época siguiente, p. ej., en textos romanos como los de Gregorio Magno, que entiende Lc. 9:27 en el sentido de la Iglesia erigida “contra la gloria del mundo.”)

A esta inteligencia “eclesiástica” del Reino de Dios se añade desde la dominación franca en occidente una interpretación “política”. Carlomagno, que como “nuevo David” en la Iglesia tomó “las riendas de la dominación regia” –al papa corresponde la función de Moisés orante (Carta a León III; PL 98, 907ss)–, entiende su soberanía como participación en la realeza de Dios y de Cristo. La idea de la cruzada está motivada en parte por esta concepción del Reino de Dios; la misma motivación recibe la investidura de los obispos por el rey: “Como los reyes son reyes juntamente con Cristo, confieren también y ejercen juntos con él lo que se refiere al reino de Cristo” (Anónimo de York [Staehelin II 334 ss]). Con esta política del Reino de Dios se asocian expectativas apocalípticas. Adso de Montier adscribe el reino de Francia al imperio romano –el tercero después del imperio de los griegos y los persas– y aguarda un último soberano antes del anticristo, que restaurará con el mayor esplendor el imperio del mundo y depondrá su corona en Jerusalén. La formulación más radical de una posición pontificia contra la idea regia imperial del reino de Cristo está representada sin duda en la bula Unam sanctam de Bonifacio vIII: Porro subesse Romano Pontifici omni humane creaturae declaramus dicimus definimus et pronuntiamus omnino de necessitate salutis.

Joaquín de Fiore –con antecedentes en Ruperto de Deutz, Honorio de Autún, Anselmo de Havelberg– anuncia un reinado venidero del Espíritu, que precederá al reino definitivo de Dios. Los espirituales franciscanos consideran a Francisco de Asís como nuevo Juan Bautista y Elías, como “ángel con los signos del Dios vivo” (Buenaventura, Legenda maior, pról.), que hace que surja este nuevo tiempo. En las comunidades fraternas alborea este reino. Esa concepción del Reino de Dios continúa en las comunidades de hermanos de la tardía Edad Media y del periodo de la reforma protestante (hermanos bohemos, anabaptistas, etc.)

En la mística dominica el Reino de Dios es “Dios mismo con toda su riqueza”, que está próximo al fondo del alma humana; al lado de ella surge una teología del reino de Cristo en la comunidad política eclesiástica, que va desde Savonarola y Campanella hasta Bucero, y se expresa en 3 utopías (Campanella; la Utopía de Tomás Moro acusa gran afinidad con el De regno Christi de Bucero).

La doctrina de Lutero sobre los dos reinos traza una marcada línea divisoria frente a una concepción católica teocrática de la Iglesia, como también frente a los “iluminados”. Lo constitutivo del régimen espiritual de Dios, esencialmente invisible, es la justificación por la fe en la predicación del evangelio, y lo constitutivo del régimen mundano es la ley. Este régimen es por sí mismo ambivalente y el cristiano ha de ejercerlo con fe, aunque dejando a salvo la autonomía propia del mundo. En cambio, la idea de la sociedad cristiana de Calvino y de Zuinglio acusa rasgos “bibliocráticos”, o bien teocráticos. Para Ignacio de Loyola y los elementos dirigentes de la contrarreforma, el reino de Cristo, que se ha de extender mediante una misión sistemática y mediante el empleo de todas las energías, se identifica sencillamente con la Iglesia católica. Por razón de esta identidad, la Iglesia jerárquica es totalmente infalible: “…así es sin duda imposible que Cristo permita alguna vez en su Iglesia un juicio propiamente erróneo sobre alguna cosa discutida” (“Monumenta Ignatiana” 1 XII 665; cf. Ejercicios espirituales, n.° 365, de San Ignacio).

Con los albores de la edad moderna asoma el tipo de una nueva idea especulativa del Reino de Dios: Nicolás de Cusa, en sus escritos filosófico-teológicos, esboza una visión conjunta de la realidad, en la que el hombre y el mundo aparecen como función de un Dios que se desarrolla en una forma más explicita. “Quiero decir que todas estas cosas están implícitamente (complicite) en Dios, del mismo modo que en la creación del mundo son explícitamente (explicite) el mundo de las cosas” (De possest, Op. I, 175v).

Si Dios es lo otro y mismo de cada ser y del mundo en conjunto, éstos son ellos mismos precisamente por su alteridad. Dios y el mundo están separados con el mayor rigor y, sin embargo, el mundo no es sino el desarrollo de Dios en el contraste del ser otro. En tal sistema no hay lugar para la historia y la escatología. La referencia del hombre y de su mundo a Dios es presente. No es pura casualidad el que los modelos del Cusano sean en general de índole matemática. En esta presencia del Dios próximo y a la vez infinitamente sustraído a todo ente finito, el hombre debe adquirir su libertad y así es como alcanza su justo puesto ante Dios y en Dios. “Uno es el reino de los cielos, del que sólo existe un símil arquetípico, y éste, sin embargo, sólo puede desarrollarse en una multiplicidad de modos de similitud… Lo que Zenón, o Parménides, o Platón, o quienquiera que sea, refieren de la verdad es una misma cosa, pues todos ellos miraban a un Uno y lo expresaban en formas diferentes” (De filiatione Dei, Op. iv, 83).

Este sistema, que rompe con la ontología medieval de la sustancia, viene a ser el tipo fundamental de toda una serie de esbozos, en los que la idea del Reino de Dios aparece en una forma en parte secularizada. Reino de Dios y reino del espiritu vienen a ser sinónimos. Así el Dios de Descartes es el garante, inmanente al sistema, de la estructura en sí evidente de la realidad. Para Leibniz el mundo existente es el mejor de todos los mundos posibles, que está penetrado de una armonía preestablecida basada en la racionalidad de Dios.

Mientras que en este sistema forman una unidad las ciencias de la ética, de la metafísica y de la teología, Kant en cambio separa la razón teorética y la práctica. El Reino de Dios surge mediante la estructuración de la sociedad humana bajo leyes éticas, que por su obligatoriedad moral se representan como preceptos divinos. Tal sociedad –la Iglesia– parte históricamente de la fe revelada, pero debe ser purificada para convertirse en pura fe religiosa. El cristianismo tiene la mayor afinidad con esta pura fe religiosa. En tal purificación se aproxima el Reino de Dios La representación de una consumación escatológica “es un bello ideal” (La religión dentro de los limites de la razón pura).

Fichte, más orientado estéticamente, diseña la visión de un Estado de la razón, que, como reino de la libertad y de la individualidad, hace que aparezca visiblemente la bella armonía de todos, lo universal como manifestación de Dios. En ese reino el sabio y el artista tienen la misión del sacerdote y del vidente.

La doctrina de Hegel sobre el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu forma la conclusión de su doctrina de las formas del espíritu que se enajena y vuelve hacia sí mismo. Más allá del reino del espíritu –la comunidad, que ha percibido su identidad con el Estado–, sólo existe el saber que se comprende a sí mismo. Así, el Reino de Dios es la forma suprema del espíritu, en el que se representan la esencia del mundo y de la historia del mundo. Implica el pleno desarrollo de la libertad, la realización de la moral.

En este tipo de doctrina del Reino de Dios habrá que incluir todavía esbozos tan diversos como la doctrina marxista de la sociedad comunista (marxismo) y la filosofía de la utopía de Bloch. Ambos intentos tienen en común la reivindicación de un método puramente filosófico, con el repudio de toda teología. Contrariamente a las concepciones del Reino de Dios anteriormente caracterizadas, aquí el futuro es la dimensión decisiva, ya que a la práctica modificante se le da la primacía frente a la consideración teorética. Evidentemente aquí el futuro está tan al aLc.ance del hombre operante, como en esos sistemas las estructuras del ser están al aLc.ance de la mirada penetrante del hombre. En ambos casos el Reino de Dios no es el acontecimiento de un don gratuito, imprevisible e impenetrable, sino que es parte de la concepción de la existencia humana acerca de sí misma.

Junto a ese tipo de inteligencia del Reino de Dios, en el que éste constituye el último marco especulativo de todas las ciencias humanas, existen conatos de concebir el Reino de Dios originariamente en el ámbito de la fe. Pascal, rompiendo el pensamiento sistemático, en vista del moderno concepto de ciencia que se iba abriendo paso intentó por primera vez, con su doctrina de los órdenes, determinar filosóficamente en qué esfera se podía hablar convenientemente de Reino de Dios y de Cristo: en el ordo caritatis, en el cual el hombre existe más allá de sí, experimenta el perdón de su culpa y comienza a gustar la felicidad escondida de la amistad de Dios.

En la teología reciente, la doctrina del Reino de Dios se convierte en principio constructivo en la escuela católica de Tubinga. Para J.S. v. Drey el Reino de Dios es “aquella idea del cristianismo que lleva en sí todas las otras y las hace brotar de sí.” (Einleitung in das Studium der Theologie [T 1819] 19). Ahora bien, la doctrina católica de la Trinidad es el “númenon” que contiene la economía entera del Reino de Dios. El Reino de Dios, preparado por las etapas de la historia de la salvación, apareció como realidad en Jesucristo; y como consumación de la historia por la gracia descubre al mismo tiempo la finitud de toda historia, y así sólo puede ser aprehendido por el hombre en la aceptación, con fe y esperanza, de la propia finitud.

J.B. Hirscher, partiendo de la “idea fundamental” del Reino de Dios, desarrolla su “moral cristiana” como doctrina de la realización de este reino. Las facultades humanas son fundamentalmente disposiciones para pertenecer a dicho reino, en el que se ingresa con la conversión y que se representa a través de la soberanía divina en todos los sectores de la vida.

En el campo protestante, el Reino de Dios es el concepto teológico central del pietismo. A través de los individuos despertados a la vida cristiana, que se ven fortalecidos en las pequeñas comunidades de los “conventículos” y mediante la lectura de la Biblia, se convertirá el mundo en tina sede de la soberanía divina.

Las representaciones pietistas, de suyo muy diferenciadas, del Reino de Dios –algunas se refieren a un reino terrestre de Cristo– conducen a una crítica de la Iglesia protestante ortodoxa, a una acentuación de la idea de Mesías, a una intensa actividad pedagógica y social. Schleiermacher, que también recibió una formación pietista y estaba enraizado en el Romanticismo, definió el Reino de Dios como “comunidad libre de la fe devota”, en la que los miembros desarrollan libremente su individualidad en obras de arte de la vida. Este perfeccionamiento personal en la estructuración de todas las energías superiores del hombre está basado en Jesucristo, que por la pura armonía con Dios es arquetipo del hombre y fundamento de las comunidades creyentes. Desde el punto de vista ético, el Reino de Dios es el bien supremo.

A. Ritschl, empalmando con la proclamación sinóptica del Reino de Dios y guiado por las preocupaciones de la Ilustración, entiende el Reino de Dios como la comunidad moral fundada por Jesucristo, en la que los hombres, unidos en amor mutuo, ejercen su dominio del mundo mediante el trabajo profesional y se van formando más y más en la virtud. Aquí domina un ideal burgués de la vida. Esta concepción fue corregida por los trabajos exegéticos de J. Weiss y A. Schweitzer, en los que volvió a descubrirse el carácter escatológico del mensaje de Jesús. Luego, la moderna investigación exegética ha desarrollado renovadamente la riqueza del mensaje bíblico sobre el Reino de Dios.

Entre las teologías contemporáneas, especialmente la Dogmática eclesiástica de K. Barth y la teología de la “muerte de Dios”, u otras corrientes afines, están influidas por la idea del reino de Dios. K. Barth propone una doctrina del Reino de Dios con un matiz cristocéntrico y escatológico, que destaca el carácter libérrimo de la gracia y la promesa de la salvación que abarca la plenitud de todas las cosas, el mundo y la historia. H. Cox, partiendo de la idea de que el Reino de Dios está alboreando constantemente y así adquiere modalidades siempre nuevas de signo en las formas históricas, considera la secular city, la realidad y la tarea de la humanidad de hoy, como la forma concreta actual del Reino de Dios en su penetración en el mundo. Según W. Hamilton y Th. Altizer, con la “muerte de Dios”, con la secularización en tanto que superación histórica de la fe en ese “forastero” trascendente, se ha dejado libre el camino hacia una gran humanidad divina. Mientras que Hamilton considera como el quehacer del cristiano el combate y la edificación de la soberanía de Cristo, Altizer, partiendo de una duda radical del progreso histórico, ve en este reino el objeto de una especie de esperanza escatológica intrahistórica.

1 Comentario

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