El aborto es un tema de gran debate: desde su aceptación absoluta por particulares y su legalización en algunas naciones, hasta su rechazo absoluto, aun a riesgo de la vida de la madre.
El juramento de Hipócrates dice: “Adoptaré aquel método de tratamiento que, según mi capacidad y juicio, considere sea para el beneficio de mis pacientes, y me abstendré de todo lo que fuese nocivo y malicioso. No administraré una droga mortal a quien me la pidiere, ni aconsejaré su empleo; asimismo, no colocaré el pesario a una mujer para provocar el aborto”. (s. V a.c.).
La Declaración de Ginebra (1948) establece: “Mantendré sumo respeto por la vida humana desde el momento de la concepción”.
Es tema de debate, pues comprende aspectos legales como teológicos, éticos, sociales y personales. Tiene una fuerte carga emocional, ya que está asociado con los misterios de la sexualidad y la reproducción.
Pero no podemos, como cristianos, evadir nuestra responsabilidad de fijar una postura que sea claramente bíblica, basada en la ética cristiana y que responda eficazmente ante el avance de este grave problema social.
Hay dos razones para hacerlo:
Primero
Porque el aborto se relaciona con la soberanía de Dios y con el carácter sagrado de la vida humana. Dios es único dador y sustentador de la vida y quien puede quitarla.Segundo
Porque el aborto atenta contra la Doctrina Bíblica del ser humano, pues sabemos que desde el momento de la concepción, y por más que el huevo o cigoto, luego embrión tenga poco desarrollo, está vivo y es humano. En la Primera Conferencia Internacional sobre el Aborto (Washington, D.C., 1967) se declaró: “No encontramos ningún punto en el tiempo entre la unión del esperma y el óvulo y el nacimiento del niño en el cual se puede negar que se trate de una vida humana”.
Hay tres verdades importantes que van en contra del aborto manifestadas en el Salmo 139:
El ser humano es creación de Dios. “Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre” (v. 13 NVI). La concepción es el momento decisivo que da comienzo al ser humano. El extraordinario proceso de crecimiento embrionario es obra de la capacidad creadora de Dios. Y la vida como la muerte son prerrogativas divinas, no humanas.
Existe una continuidad entre la vida embrionaria y la vida adulta del ser humano. El salmista es en el presente un adulto, pero echa una mirada al pasado y se ubica en el tiempo en que aún no había nacido. Usa los mismos pronombres personales “yo” y “mi”, pues sabe que durante su vida pre y posnatal es la misma persona. Hay cuatro etapas de la vida del salmista enunciadas en el Salmo 139:
En cada etapa se refiere a sí mismo como “yo”. Es la misma persona en el vientre de su madre, en la infancia, juventud y edad actual.
Hay una comunión personal entre Dios y el salmista. El mismo Dios que creó al salmista es quien ahora lo sustenta, lo conoce, lo ama y lo sostiene (vv. 1-6); nunca lo abandona (vv. 7-12). Y más que comunión, que habla de una relación recíproca, podemos decir que se trata de un pacto de gracia que Dios inició y que mantiene hacia nosotros. Dios nos amó desde antes de que nosotros pudiéramos responderle conscientemente, o sea, en nuestra vida intrauterina. Por tanto, lo que nos hace personas no es el hecho de que conozcamos a Dios, sino que El nos conoce a nosotros. ¿Qué significa esto? Que cada uno de nosotros YA ERA PERSONA desde el vientre de nuestra madre, pues desde entonces Dios ya nos conocía y nos amaba. ¿Es el feto una formación en el cuerpo de la madre? No. ¿Es un ser humano en potencia? No. ¿Qué es, entonces? Es una vida humana que, inmadura todavía, pero con la potencialidad de crecer hasta la plenitud de la individualidad humana que YA posee.
Este sentido de continuidad de la vida humana personal, obra de la gracia de Dios, está expresado en los siguientes pasajes de la Biblia: Job 31:15; Salmo 119:73; Eclesiastés 11:5; Salmo 22:9-10; 71:6; Jeremías 1:5; Isaías 49:1, 5; 46:3-4.
Incluso Lucas emplea la palabra griega «brefos» para referirse a la criatura que saltó en el vientre de Elisabet al saludo de María (Lucas 1:41), y es la misma palabra que usa para referirse al recién nacido (Lucas 2:22), y a los niños que traían a Jesús para que los bendijese (Lucas 18:15). El feto, como el recién nacido y el niño son totalmente seres humanos.
Esto nos hace preguntarnos: ¿el aborto no se justifica en ningún caso? Para responder a esta difícil cuestión compartimos nuestra postura oficial respecto al aborto.
La Iglesia de Dios (7º día) A.R. es una Organización Cristiana que está a favor de la vida desde la concepción. Consecuentemente estamos en contra del Aborto.
Sin embargo:
Comprendemos que hay casos especiales en que está en riesgo la vida de la madre, por lo que el aborto terapéutico podría ser necesario.
También rechazamos toda práctica de planificación familiar que incluya métodos abortivos.
Reconocemos que nos hace falta estar mejor informados sobre las implicaciones del aborto (legales, teológicas, éticas, médicas, sociales y emocionales), así como sobre la sexualidad humana y la reproducción. Esto ayudaría a facilitar la toma de una decisión adecuada ante la posibilidad de un aborto terapéutico, o poder superar los efectos de un aborto espontáneo. Pero, sobre todo, reconocemos nuestra necesidad de una estrecha relación con el Señor de la vida y un acercamiento a su Palabra, los cuales serán los pilares fundamentales donde fincar nuestra fe y conducta.