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EL PROTESTANTISMO EN CATALUÑA. SIGLOS XVI AL XVIII

Pablo García Rubio, España

Miquel Batllori ha constatado en Cataluña la existencia de algunos gérmenes intelectuales erasmistas, abiertamente receptivos a la captación de nuevas corrientes, pero que faltos de ambiente propicio, quedaron reducidos a los núcleos de Valladolid y Sevilla(1).

La primera noticia procedente de las fuentes inquisitoriales, que hace referencia al protestantismo en el Principado, está fechado el 14 de febrero de 1542. Se trata de una carta del fiscal Domènech Gondreu en la que comunica al Consejo de la Suprema Inquisición, la difusión por Barcelona de muchos memoriales relativos a las disputas habidas en Barcelona entre católicos y luteranos, aunque estos no son peligrosos para los buenos católicos –dice el fiscal-, sin embargo si lo son para algunos que dudan. Es por ello que se solicita la autorización para ordenar que aquellos que se encuentren en posesión de algunos de ellos, los conduzcan inmediatamente al inquisidor(2). Al final, y como de pasada, la misiva comenta que se están quemando todas las obras de Lutero que se detectan. Ello nos lleva a pensar que el control bibliográfico es algo que arranca de tiempos atrás. A partir de esta fecha, las referencias a la incautación de libros se va extendiendo cada vez con más intensidad entre la correspondencia del Santo Oficio.Tenemos noticias, más bien procedentes de los Países Bajos, comunicando la existencia de redes clandestinas de libros protestantes con destino a Barcelona, lo cual parece indicar que estos encontraron en Cataluña un buen mercado para su difusión (3).

No obstante, sorprende la ausencia a lo largo de estos años de procesos abiertos contra protestantes, los cuales no tomarán cuerpo de una manera sistemática hasta entrada ya la segunda mitad del siglo. Si tenemos en cuenta que esta postura de tolerancia controlada, es común al resto de los tribunales, habremos de convenir que el Santo Oficio responde a la política condescendiente impuesta por Carlos V, a fin de intentar mantener, en lo posible, la paz en su imperio.

 

EL REINADO REPRESIVO DE FELIPE II.

A partir de 1547 el panorama cambia. La batalla de Mühlberg entre católicos y protestantes es el exponente de la ruptura de la política conciliadora. Pocos años antes se había abierto en Trento un concilio general con el tema luterano como telón de fondo. Al frente de la inquisición accedió uno de los hombres mejor preparados para reprimir las desviaciones: Fernando de Valdés. El emperador, fracasado y prematuramente envejecido, se retiró a Yuste. Felipe II tomó el relevo con la lección aprendida. Entramos en los años duros. El miedo al contrario aterra las mentes más recalcitrantes; la unidad religiosa se vincula a la unidad política; se hace mención a la invasión musulmana como modelo a tomar para evitar un nuevo desastre nacional (4). De la colaboración entre la monarquía y el Santo Oficio surgirá la puesta en escena, como escarmiento, los impresionantes actos de fe de 1559 en Valladolid y Sevilla, en los cuales 48 protestantes serán conducidos a la hoguera. Era preciso evitar a toda costa el contacto con la herética Europa, y para ello no hay nada mejor que el control de la frontera. La tarea se encomienda a los inquisidores de los tribunales limítrofes, que contaron con el soporte incondicional de las fuerzas civiles y militares. Los distritos de Logroño, Zaragoza y Barcelona pasarán a ser el centro de la batalla antirreformista. El mayor peso recaerá sin lugar a dudas en este último.

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