Lupaprotestante.es

Evangelicalismo | Enric Capó


Creo que deberíamos agradecer a la Alianza Evangélica Española el que vaya introduciendo en el lenguaje religioso de nuestro entorno la palabra “evangelicalismo”, de la que se derivaría “evangelical” y “los evangelicales”. Esta distinción entre los que se identifican con el “evangelicalismo” y los evangélicos de toda la vida aclararía nuestra situación religiosa.

 

Tradicionalmente, los protestantes en España se han definido como evangélicos y la frase “movimiento evangélico español” ha identificado a la totalidad de los creyentes y de las iglesias protestantes en España. El término evangélico, como acontece todavía en Alemania, ha venido a ser sinónimo de protestante. Y durante nuestra ya larga historia de convivencia siempre había sido posible convivir en paz y armonía, minusvalorando nuestras diferencias y acentuando cuanto tenemos en común. Ha habido siempre diferencias doctrinales y de acento denominacional, pero por encima de todo hemos compartido la convicción de que participamos de una común vocación: la de anunciar el evangelio en España. Hemos sido siempre compañeros en la misión y hemos colaborado en multitud de organismos e instituciones.

Sin embargo, la entrada en España, con el nombre de evangélicos, de nuevos grupos religiosos fundamentalistas, mayormente vinculados a iglesias madre en los EE.UU., ha creado una nueva situación. La presencia de estas nuevas iglesias ha ido acompañada de prácticas carismáticas con uso de recursos parapsicológicos conocidos y de difícil justificación, de pretendidas curaciones milagrosas, imposibles de documentar, y de una agresiva acción evangelizadora que ha terminado en puro proselitismo. Esta situación ha venido siendo agravada por la divulgación mediática de las actividades y escándalos de los telepredicadores creando una situación de confusión que necesita ser aclarada. Hay cada vez más cristianos protestantes tradicionales que se sienten incómodos ante la perspectiva de ser confundidos con estos evangélicos. Tanto es así que hay creyentes e iglesias tradicionales que se niegan a identificarse como evangélicos y prefieren hacerlo como protestantes, que es un término mucho más neutro y que enlaza con la Reforma religiosa del siglo XVI.. Sin embargo, somos muchos los que nos resistimos a renunciar a un término -evangélico- que nos ha identificado a lo largo de todo un siglo.

El uso en España, como ya se hace en Hispanoamérica, de la palabra “evangelicalismo” serviría para resolver el problema.

El “evangelicalismo” es, dentro del protestantismo, una corriente teológica -con muchas vertientes políticas- conservadora y fundamentalista que tiene su máxima expresión en la Nacional Association of Evangelicals (USA), presidida hasta hace unas semanas por el pastor Ted Haggard, lamentablemente hoy caído en desgracia, que pretende reunir a unos 30 millones de cristianos y que ejerce una enorme influencia en la política norteamericana. El pastor Haggard, consciente del valor político que le daba la representación de esta Asociación, era bien recibido en la Casa Blanca y en el Congreso de los EE.UU. De él se decía que era la 25ª persona más influyente en los EE.UU. La iglesia que había fundado –y de cuya pastoración ahora ha dimitido- tiene unos 14.000 miembros.

Como corriente teológica, el “evangelicalismo” defiende los dogmas tradicionales de las iglesias protestantes, pero pone énfasis en la interpretación literal de las Escrituras y su infalibilidad, inclinándose hacia un fundamentalismo religioso en el que destaca la defensa de la resurrección corporal de Jesús, la virginidad de María, el creacionismo, etc. Entre sus posiciones oficiales de carácter social está el rechazo total a la homosexualidad y, por tanto, al matrimonio entre personas del mismo sexo que, por otra parte, comparten la casi totalidad de las iglesias cristianas en EE.UU. Asimismo se oponen radicalmente a la eutanasia, al aborto, al uso terapéutico de células madre, etc. Lo que caracteriza a los “evangelicales” no es tanto la doctrina propiamente dicha, sino su formulación muy radical y su intransigencia hacia los que mantienen posturas diferentes. Pretenden que ellos son los verdaderos intérpretes de las Escrituras, por lo que condenan otras interpretaciones distintas.

En España, las posturas teológicas del “evangelicalismo”, en su vertiente más moderada, están representadas especialmente por la Alianza Evangélica Española, -heredera, por otra parte, de una hermosa tradición ecuménica- que recientemente ha hecho un llamamiento a “los evangélicos españoles” en la que afirman que, en nuestra contexto religioso, no se trata de distinguir entre cristianos conservadores y cristianos progresistas, sino que “vamos a una sola distinción: cristianos que se toman en serio la Sagrada Escritura y cristianos que la someten al juicio desfavorable de las ideas e ídolos contemporáneos”. Es obvio que, con juicios tan tajantes y tan deslegitimadores de los que piensan de diferente manera, se está haciendo mucho daño al movimiento evangélico español.

Como cristianos, deberíamos ser capaces de respetarnos unos a otros y proclamar juntos la soberanía de Jesucristo sobre nuestras vidas y sobre el mundo. Es evidente que hay, y habrá siempre, diferencias entre nosotros. No tenemos ni queremos un pensamiento único, que sólo sirve para romper y destruir puentes de relación y entendimiento. Nos debemos a todos los hombres y mujeres de nuestro entorno para ser portadores del mensaje de salvación en Cristo Jesús. Y cada uno lo ha de hacer de acuerdo con su comprensión de la Palabra de Dios, a la que todos nos debemos y de la que decimos que es nuestra única norma de fe y conducta. La Alianza Evangélica Española nos ha dicho muy claramente que “no
pretende ser la voz de todos los evangélicos o protestantes en España, sino sólo una voz”. Esto está muy bien viniendo de una institución que sí representa un sector muy amplio. Pero lo que debería decirnos ahora es que reconoce como igualmente válidas las otras voces del Protestantismo. Por encima de todas nuestras opiniones y afirmaciones teológicas debería quedar claro que somos una sola cosa en Cristo Jesús y no nos ha de avergonzar que entre nosotros haya posturas diferentes ante los problemas humanos que confrontamos. El diálogo ecuménico, si es auténtico y ha de ser útil, nos ha de llevar a amonestarnos unos a otros a la fidelidad a Jesucristo y esta amonestación la hemos de tomar seriamente.

Enric Capó

Ingresa aquí tus comentarios