LP. Juan Stam, Costa Rica

El aspecto más sorprendente, y también más importante, del mensaje de estos tres ángeles es su carácter exclusivamente político. Todo tiene que ver con «Babilonia». Aquí no se trata en absoluto de un juicio «espiritual» de personas individuales en su vida religiosa o moral. Los tres ángeles nos anuncian, a gritos, que Dios juzgará a naciones e imperios, y a las personas que colaboran con esos sistemas injustos. El primer ángel anuncia la llegada de la hora del juicio de Dios, y el segundo, alude a la caída realizada siglos antes de la superpotencia más grande de la antigüedad oriental, Babilonia, y la aplica simbólica y proféticamente a la caída del imperio romano. Aún más específicamente, el anuncio del tercer ángel condena a los colaboracionistas no por delitos que ellos mismos hubieran cometido sino por someterse a Babilonia en vez de resistir hasta la muerte.

De nuevo parece evidente que Juan está pensando en primer término en los cristianos de Asia Menor que se sentían tentados a claudicar y participar en el culto al emperador. Podemos ver detrás del pasaje el contraste entre los «vírgenes» de 14:4, que rechazaban los valores corruptos del sistema y se negaban a adorar al emperador, y por otro lado los nicolaítas que se dejaron contaminar por la idolatría imperial (2:14-15,20). Si el mensaje del tercer ángel se aplicara únicamete al tiempo del futuro anticristo, ese mensaje quedaría sin receptor. Tampoco la exhortación que sigue (14:12-13) tendría sentido si se dirigiera sólo a la gente de esa remota generación final.

Este juicio contra la opción pro-imperio es central a los mensajes a las siete iglesias, alrededor del problema de los nicolaítas. Cristo felicita a los efesios por odiar esa cobarde e hipócrita postura política (Ap 2:6; cf. 21:8). Esmirna y Filadelfia sufren persecución por su resistencia a la idolatría (2:9-10; 3:8-10). Pérgamo ya tenía un mártir, pero estaba infiltrada por celulas nicolaítas (2:13-15). En Tiatira el problema era más grave, tanto por el sistema local de gremios que presionaba a participar en la idolatría como también por las actividades de la falsa profetisa «Jezabel» a favor del acomodo al sistema (2:20-21). Es razonable suponer también que la mayoría de los cristianos de Sardis habían «manchado sus vestiduras» sobre todo con el culto al emperador. Todo indica que el culto al emperador era central al juicio de Cristo contra las iglesias infieles.

No debe sorprendernos este enfoque del juicio que anuncian estos tres ángeles. Según la única descripción extensa y detallada que ofrece el N.T. del juicio final, Mateo 25:31-46, el Señor en su venida juzgará a las naciones (tanto como colectividades: Babilonio, segundo ángel; y como individuos, nicolaítas, tercer ángel) por su trato hacia los pobres e indefensos. Eso no significa que no seamos responsables ante Dios por otros aspectos de la vida ética, o que no importaran la fe y la relación personal con Cristo. Pero es de suma importancia que este pasaje tan importante destaque tan exclusivamente la responsabilidad social (que incluye política) en la final rendición de cuentas.

El N.T. enseña que nuestra justificación es por la gracia mediante la fe, y no por obras, pero enseña también, en todas las referencias al juicio final, que Dios juzgará «a cada uno conforme a sus obras» (Ro 2:6), «según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo» (2 Co 5:10). La única fe que salva es «la fe que obra por el amor» (Gá 5:6). El final del Sermón de la Montaña deja muy claro que para los que no hacen la voluntad del Padre (pecados de omisión) sino son hacedores de maldad (pecados de comisión), no habrá lugar en el Reino de Dios (Mt 7:21-21-23). Por eso el Señor nos enseñó a orar, «hágase tu voluntad en la tierra [en América Latina, EE.UU. y Europa] así como se hace en los cielos» (Mt 6:10). El relato del juicio final, hacia la conclusión del mismo evangelio, nos aclara cuál es esa «voluntad de Dios» y cómo la hemos de realizar (Mt 25:31-46).

Uno que se dio cuenta de esta realidad fue Dietrich Bonhoeffer, bajo el regimen nazista. Una clave a su entendimiento de la crisis de su nación fue la relación dialéctica entre lo último y lo penúltimo. Bonhoeffer inicia una discusión profunda del tema (Ethics 84-91) con un párrafo muy importante:

La justificación por la sola gracia mediante la fe es en todo aspecto la última palabra y precisamente por eso, cuando hablamos de las cosas anteriores a lo último, debemos traer a la luz su relación con lo último. Es en aras de lo último que ahora tenemos que hablar de lo penúltimo (p. 84)

En otras palabras, específicamente, en lo penúltimo (Alemania bajo Hitler) él se encontraba frente a lo último (la lucha entre el reino de Dios y el reino del mal, y la voluntad de Dios para nuestra acción). Por eso Bonhoeffer no tuvo el menor reparo en tildar a Hitler de Anticristo. En noviembre de 1933 Karl Barth escribió a Bonhoeffer que con la toma de poder de Hitler «ha comenzado un período de teología completamente no-dialéctica», pues ante el nazismo sólo correspondería el «No» (Rusty Sword, 239). Tres años después, Bonhoeffer escribió a Leonard Hodgson: «La lucha en que estamos enfrascados… es una lucha para marcar una línea clara entre Vida y Muerte, entre obediencia y desobediencia a nuestro Señor Jesucristo… Tenemos que luchar en defensa de la verdadera iglesia de Cristo contra la iglesia del Anticristo».

Toda la ética de Bonhoeffer era una ética de obediencia a la voluntad de Dios como mandato concreto. Pronto entendió que ante el juicio de Dios no bastaba con sólo ser «una persona respetable», ni aun sólo ser un pastor ortodoxo y que cumple las tareas pastorales. Dios espera de nosotros una fidelidad radical ante el momento histórico que nos toca vivir. La ética de Bonhöffer, según Prüller-Jagenteufel, es «una ética de la práctica de la fe orientada por la escatología… una ética de responsabilidad en lo penúltimo». La ética evangélica, que nace de la gracias costosa, es «un llamado a la fe y, en unión con Dios, a la acción obediente y responsable».

Desde esa manera de entender su momento histórico (lo penúltimo) a la luz de la volutad de Dios (lo último), Bonhoeffer concluyó que el resistir al tirano era no sólo un

derecho sino un deber cristiano. En esa acción histórica responsable consistía la obediencia a la volutad de Dios. «La Palabra de Dios nos juzgará. Eso es suficiente».

Esto es también el mensaje que los tres ángeles de Apoc 14:6-11 nos comunican hoy en América Latina. La vida política no es una actividad aislada sin significado espiritual sino una parte esencial de nuestra obediencia al Señor de la historia.¡Atención, cristianos latinoamericanos, del Caribe e hispanos en el país del norte! Nosotros somos responsables ante Dios por las opciones políticas que tomamos. Tendremos que dar cuenta ante Dios por esa fidelidad histórica que el Señor espera de nosotros. Tendremos que dar cuenta también por nuestra apatía, nuestra irresponsabilidad histórica o aun peor, por prestar nuestro apoyo a fuerzas de injusticia. Mejor darnos cuenta ahora: votar en nuestras elecciones es más que una alegre fiesta cívica. Tendremos que responder ante Dios por cada voto que hemos emitido. ¡Cuidado que el Señor no nos diga al final, «Apártense de mí, hacedores de maldad cuando votaron en su patria»!

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