LP. Juan María Tellería Larrañaga
No hay cosa que más moleste a los creyentes, según venimos comprobando desde hace mucho tiempo, que el hecho de ser tildados de sectarios o que se les diga que forman parte de una secta. Y es comprensible. El término “secta” tiene hoy en castellano (y en otras lenguas modernas) unas connotaciones tan sumamente negativas, que lo hacen repulsivo. Secta significa grupo cerrado y exclusivista que sigue ciegamente a un gurú más o menos carismático y que aísla a sus adherentes del mundo real para, en algunos casos, consagrarse de por vida a lo que ese dirigente ordene, aunque se trate de actividades delictivas. No nos extrañe que cualquier creyente cristiano se sienta altamente ofendido al ser equiparado con los adherentes a este tipo de agrupaciones.
La lástima es que en esta definición entran por la puerta grande, y no debemos negarlo, demasiados grupos, congregaciones y hasta denominaciones enteras que pretenden ser cristianas, pero que en realidad empañan por completo el nombre de Cristo y el mensaje del Evangelio. No faltan, por desgracia, en nuestro propio suelo ejemplos bien patentes de lo que estamos diciendo, tanto de producción nacional como importada.
El problema del sectarismo, a lo que vemos, no es nuevo. Ya en tiempos de Jesús el propio judaísmo ostentaba en su seno divisiones sectarias que contribuían al desprestigio del mundo judío a ojos de los gentiles, que no llegaban a comprenderlos demasiado bien. Las palabras del Señor recogidas en Mateo 23, 4 presentan, entendemos, lo que podríamos considerar dos características muy propias de los grupos sectarios en general, antiguos y modernos. Fijémonos en primer lugar en la cuestión de las pesadas cargas que dice el texto sagrado. ¡Y tan pesadas! Los que se atenían estrictamente a las enseñanzas de los fariseos llevaban vidas reguladas por una serie de normas a cual más estricta sobre asuntos que no decimos que no tuvieran su importancia en aquel momento concreto de la historia, pero que no eran fundamentales, que no reflejaban realmente el espíritu, el meollo de la instrucción divina para Israel. Entraban ahí cuestiones dietéticas, rituales, observancias de días de reposo obligatorio, purificaciones y un largo etcétera añadido por las tradiciones piadosas con el paso de los siglos. En nuestro mundo cristiano actual sigue habiendo grupos que enseñan e imponen este tipo de prescripciones a sus adherentes. Son minoritarios, pero haberlos haylos, como dicen por ahí. Pero también se encuentran otros cuyas cargas son de otro tipo, si bien no por ello menos peligroso. Nos referimos a aquellos cuya apariencia de iglesia oculta bastante torpemente auténticos sistemas opresores del pensamiento, donde se impone una visión única y radical de la existencia, oscurantista y retrógrada, sin dejar la más mínima ranura por donde pudiera entrar un poco de luz. Grupos en los que una sola persona, con escasa formación, ya no teológica, sino general la inmensa mayoría de las veces, impone a los demás su forma de comprender la realidad al más puro estilo de los dictadores que este mundo ha conocido, conoce aún por desgracia, y a lo que parece todavía conocerá en mayor profusión a no tardar mucho. Modelos, en una palabra, en los que el Evangelio salvador y restaurador de Cristo brilla por su ausencia, tanto en su espíritu como en su proclamación. Porque en líneas generales, los púlpitos de esta clase de iglesias están llenos de escatología terrorista (no ya futurista), moralina sexual obsesiva y adoctrinamiento ultrafundamentalista radicalmente antisocial. Nada que envidiar a los fariseos que conoció Jesús.
Pero las palabras de nuestro Señor aún dicen más. En último lugar afirman que quienes tanto imponen a los otros suelen ser los últimos en llevarlo a la práctica. Lamentable, pero cierto. Y ahí no solo entran aquellos fariseos hipócritas que colaban el mosquito y tragaban el camello, o que diezmaban la menta, el eneldo y el comino, olvidándose de los aspectos más importantes de la Ley. Se incluyen también, y además con honores, cuantos hoy se hacen llamar con títulos que suenan a religioso y predican con urgencia el fin inminente de todo cuanto existe, mientras se construyen auténticos palacios con el dinero que recaudan de sus feligreses en previsión de una larga y glamurosa vida. O cuantos solo hablan de Satanás y de “guerras espirituales” en los púlpitos al mismo tiempo que en sus vidas evidencian muy poca espiritualidad y demasiada carnalidad. Por no mencionar a quienes están prestos para expulsar de sus congregaciones a cualquiera que haya tenido un problema moral (quiere decir sexual), pero no tienen escrúpulo alguno en defraudar a todo el que se ponga por delante o en explotar a quienes tienen la desgracia de estar a su servicio.
El sectarismo no solo existió en la Palestina de hace dos mil años. Sigue vivo y floreciente en el año 2012. ¡Cuidado con él!