ALC. Leopoldo Cervantes-Ortiz
Abanderado de un partido político de filiación católica y conservadora, Acción Nacional (PAN), Calderón atacó a su contrincante en la contienda electoral y lo calificó de ser un “peligro para México”, sin imaginar siquiera el grado de ilegitimidad que alcanzaría y ante la cual tuvo que responder con “golpes mediáticos” que no alcanzaron a recomponer su imagen y buena parte de sus decisiones, especialmente la que sacó a las fuerzas armadas y a la Marina de los cuarteles para enfrentar a los grupos delictivos ligados, sobre todo, al narcotráfico.
Tampoco imaginó el número de muertos con que terminaría el sexenio, más de 60 mil, según varias estimaciones, a causa de lo que denominó una guerra frontal contra dichos grupos.
La falta de sensibilidad ante las víctimas “colaterales” (como se les llamó oficial y eufemísticamente a quienes perdieron la vida como resultado del fuego cruzado) de esta “guerra” tuvo como resultado una serie de protestas que obligó al régimen a proponer una ley dirigida a responder a esa situación, aunque finalmente no fue promulgada por el gobierno, que se asumiría, según se vio, como juez y parte. De ahí que en su última semana en el gobierno, Calderón debió afrontar los duros reproches de los sectores sociales afectados. Simultáneamente, montó una campaña propagandística para “despedirse” de la población, pero agradeciendo a nombre de ella, por ejemplo, que se trató de un “gobierno valiente”. En suma, un gobierno que se agradece a sí mismo sus autocalificados “logros”.
A todo ello hay que agregar el anuncio hecho esta misma semana en el sentido de que Calderón saldrá del país para trabajar en la Universidad de Harvard, donde cursó una maestría en administración pública. Esto ha sido visto como una burla por parte del vecino país del norte y también como una “suerte” de premiación por la actitud de sumisión con que se comportó el funcionario ante el gobierno estadunidense. Aunque, en honor a la verdad, una noticia así ya no resulta tan novedosa, pues Calderón ha venido a seguir la “tradición” iniciada por Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, quienes como expresidentes también consiguieron empleos en organismos empresariales y académicos de Estados Unidos.
Las promesas políticas de cambio se vieron frustradas desde el principio del periodo, pues las alianzas que realizó Calderón con grupos como el de la máxima lideresa del sindicato de trabajadores de la educación, Elba Esther Gordillo (a cuyo yerno se le entregó el control de la educación básica) evidenciaron que no habría mucha diferencia con lo hecho por el PRI en otras épocas y que marcaron un estilo de gobierno criticado por el PAN cuando éste se encontraba en la oposición. A eso hay que agregar el manejo discrecional de recursos y el aumento en algunos puestos gubernamentales que inflaron el gasto público. Al mismo tiempo, muchas dependencias no ejercieron adecuadamente el presupuesto asignado para sus tareas. Éstas y otras muchas fallas y deficiencias marcaron esta etapa presidencial como una de las más desafortunadas de las décadas recientes.
Adolfo Sánchez Rebolledo evalúa el sexenio y escribe: “Pretender que el balance de un gobierno se mida exclusivamente por la dimensión de algunas obras públicas hace olvidar que México es un país de más de 100 millones de habitantes, con una economía poderosa y atractiva (y apetecible) en el mundo global. Tiene recursos naturales extraordinarios y condiciones geopolíticas únicas para pensar en grande, de modo que las inercias de la actividad económica de por sí arrojan cifras que en otros países resultan inimaginables, pero México tiene un talón de Aquiles: la desigualdad, la terrible polarización que perpetúa la injusticia, la irritación, la desesperanza. Según los datos más optimistas de la Cepal, la pobreza afecta a 35 de cada 100 personas y disminuye más lentamente que en otros países de Latinoamérica” (La Jornada, 29 de noviembre).
Los proyectos realizados por Calderón muestran un preocupante desfase en relación con las necesidades de la población, especialmente ante urgencias como el crecimiento del empleo, entre otras. Al “populismo” tan satanizado por los regímenes recientes se le ha propuesto como dolorosa alternativa en la práctica la obsesión por mantener estables las variables macroeconómicas para presentarlas como logros insuperables y sobre las llamadas “reformas estructurales” destaca que únicamente se haya aprobado las laborales como una suerte de “premio de consolación” para un gobierno que intentó, literalmente, en el último día, llevar a cabo acciones que no se presentaron creativamente durante seis años. Proyectos francamente ridículos como el cambio de nombre del país fueron enviados a los legisladores a menos de 15 días de que finalizara la responsabilidad gubernamental.
Agrega Sánchez Rebolledo: “Como quiera, es evidente que años y años de políticas compensatorias han fracasado en la tarea de romper con el círculo vicioso de la pobreza fortaleciendo el empleo como un derecho universal. Lo más grave es que no hay nuevas ideas, un verdadero proyecto de cambio y desarrollo que permita dejar atrás la ruta del estancamiento. La promesa de hacer reformas sin un replanteamiento en serio de los objetivos nacionales llevará, sin duda, a reforzar la integración a la economía trasnacional, pero difícilmente dará cumplimiento a las aspiraciones de la mayoría”.
De modo que el malestar social que se experimenta al final de este sexenio tiene un sabor ambiguo, pues al cierto respiro por la salida de Calderón le sigue el ascenso del PRI, algo que, para muchos, no presagia cosas muy buenas, aunque tampoco se pierden las esperanzas de un futuro inmediato más favorable.