UNA APROXIMACIÓN A LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN (IX)
Máximo García Ruiz*, España
Centralidad de lo ideológico
Planteando la ideología como una forma de encubrimiento y falsa conciencia, J. García Roca, la define así: “La ideología es para la tradición crítica toda representación del mundo que refleja la estructura social, enmarcara consciente o inconscientemente la realidad en interés de algún grupo dominante, y distorsiona la realidad social, en forma de falsa conciencia. La ideología es entonces toda expresión deformada de una realidad que se esconde detrás de ella y que distorsiona una práctica justa”.
Aunque estudia también la ideología presentándola como concepción del mundo, afirmando que: “La ideología es, en primer lugar, un producto social necesario, ineliminable en todo grupo humano y consustancial al hombre”.
Otro autor la define como “un sistema (que posee su lógica y su rigor propios) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos, según los casos), dotados de una existencia y un papel históricos en el seno de una sociedad”, por lo que concluye que la religión, siendo ideología, es algo más que ideología, pero a eso añade símbolos colectivos, roles sociales, conductos regulares, organizaciones, una ecología, etc., que escapa el hecho puramente ideológico.
Si aceptamos la práctica de la fe como una obediencia a un mandato de amor de Dios y testimonio de ese amor, es indudable que la fe se ha de relacionar necesariamente con cualquier bloque o posición ideológica, a través de una acción obediente a ese mandato divino dando testimonio de Dios en una expresión de identidad y compromiso con los hombres, de manera especial con las clases más necesitadas. La ideología se convierte así en un instrumento de lucha, a través del cual se participa, se toma parte a favor de los pobres y oprimidos, interpretando evangélicamente los “signos de los tiempos”.
Ahora bien, es necesario señalar que, con frecuencia, la ideología cristiana no se corresponde con una auténtica fe evangélica, es más, está o puede estar en abierta oposición; es decir, definiéndose ideológicamente en función de un tema abstracto como la existencia o no existencia de Dios, y no en función de amar a Dios manifestado en el amar al prójimo. O bien santificando sistemas de estructuras sociales clasistas o competitivas.
La historia muestra que, con pocas excepciones, cristianos se adhirieron a todas las ideologías políticas por muy contradictorias que ellas puedan haber sido, incluso no faltaron los cristianos que vieron en el nazismo la expresión política más idónea del cristianismo, justamente porque éste se presentó como el baluarte frente a una ideología atea. Hay, indudablemente, una íntima relación entre fe e ideología, entre fe y realidad social.
Nadie puede sustraerse a algún tipo de ideología, lo mismo que nadie puede sustraerse de adoptar algún tipo de posicionamiento político; no existen realmente las posiciones neutras, apolíticas. Como cristianos no podemos tampoco dejar nuestra ideología a la puerta de los templos cuando nos congregamos para adorar a Dios. Una fe que no se incardina en el mundo, mediante un compromiso social, es una fe desprovista de contenido evangélico.
No queremos, sin embargo, dejar de señalar el peligro que siempre se le plantea al cristiano de dejarse manipular para el logro de objetivos ajenos e incluso contrapuestos al interés evangélico de establecer realmente el Reino de Dios en la tierra. Ahora bien, este riesgo hay que afrontarlo y resolverlo en cada situación según sea posible. El cristiano tendrá que poner la fuerza creativa de su fe al servicio del hombre, procurando reestructurar el medio social en la medida que le sea dado hacerlo, tratando de no caer en utopismos ni dogmatismos totalitarios.