LP. Harold Segura, Costa Rica
Acabo de regresar de Colombia, mi país de origen. Las noticias políticas y los comentarios callejeros acerca de las próximas elecciones presidenciales están a la orden del día. Y no es para menos. La primera vuelta será este 30 de mayo y faltando tan pocos días las encuestas registran una sorpresa: el candidato oficialista Juan Manuel Santos, hasta hace un mes seguro sucesor de Álvaro Uribe Vélez, ha sido superado por Antanas Mockus, exalcalde de Bogotá, candidato del Partido Verde.
En cosa de días y como por arte de magia, Mockus, quien registraba hace dos meses un insignificante 3% tiene hoy el 38% de la intención de voto. El triunfo del candidato uribista (Partido de la U), que ayer se daba por cierto hoy está enmarañado de dudas.
Antes de abordar el avión de regreso a Costa Rica escuché que Santos había vuelto a aventajar a Mockus, aunque esta vez por sólo uno o dos puntos porcentuales. El ascenso vertiginoso del Partido Verde se ha afectado por unas declaraciones que ofreció su candidato en una entrevista de televisión en la que expresó sus dudas acerca de la existencia de Dios. Por esa razón ha debido hacer esta misma semana las debidas correcciones estratégicas: dijo que para él «una cosa es no ir a misa y otra ser ateo». Añadió, para tranquilidad de sus devotos electores que tiene una «intensa relación con la iglesia católica», y resaltó el hecho de haber creado la Fundación Coros para el Milenio, en asocio con el Cardenal Pedro Rubiano Saenz.
Las declaraciones del ateísmo de Mockus alertaron al electorado cristiano (tanto al católico como al evangélico protestante). En mi buzón de correo electrónico he recibido incontables mensajes que advierten que un cristiano no debe votar por un ateo. Lo advierten con angustia de cruzados. Lo dicen, quizá, suponiendo falsamente que los otros candidatos no son auténticos creyentes.
Demos una breve mirada a la condición espiritual de los otros aspirantes. La candidata Noemí Sanín, por ejemplo, se ha declarado públicamente católica y contraria a cualquier ley que favorezca el aborto (se oyen aplausos). Por su parte, Juan Manuel Santos participó en las tradicionales procesiones de Semana Santa en la tradicional y católica ciudad de Popayán (se oyen aplausos y gritos de alegría). Eso sin recordar que el mismo Santos (que de santo sólo se puede dar por seguro su apellido) participó en uno de los cultos de la XV Convención Mundial de la Iglesia Carismática Internacional, cuyo líder es el pastor César Castellanos (se oyen aplausos y pregones ecuménicos).
¿Y qué de la fe del rezagado candidato de la izquierda Gustavo Petro Urrego? El representante del Polo Democrático también ha hecho sus propias confesiones religiosas. Petro, exmiembro del Movimiento M-19 y principal opositor del gobierno de Uribe Vélez, aludió a la «gracia de Dios» en uno de sus efervescentes discursos en el Senado de la República. También confesó que su militancia izquierdista está inspirada en sus convicciones cristianas y que de Jesús había aprendido la opción preferencial por los pobres (se oyen aplausos y consignas militantes). Todo esto ha dicho, pero no por eso nadie ha enviado propaganda política denominándolo candidato creyente.
Así están las cosas: mientras Mockus asciende y Santos y Uribe se inquietan, los cristianos, en particular los evangélicos, continúan su ardua campaña a favor del continuismo del Partido de la U, ahora con la floja excusa del ateísmo del profesor Mockus. «Digamos no al yugo desigual», reza uno de los anuncios.
El panorama político colombiano deja una vez más al descubierto las lagunas tanto políticas como teológicas de los cristianos latinoamericanos a la hora de participar en las contiendas electorales. Cómo olvidar el fiasco peruano del Movimiento Cambio 90 que llevó al poder al ingeniero Alberto Fujimori, con el apoyo decisivo de los votos y del entusiasmo evangélico. Cómo dejar de recordar el apoyo fraternal que se le dio en algún momento al dictador guatemalteco José Efraín Ríos Montt, líder reconocido de la iglesia evangélica del Verbo (este sí que era creyente), acusado en febrero de 1999 por la Organización de las Naciones Unidas a través de su Comisión de Esclarecimiento Histórico por haber arrasado 400 comunidades indígenas de Guatemala. O cómo no seguir reclamando las razones del respaldo de algunos sectores evangélicos al gobierno dictatorial de Augusto Pinochet, en el Chile del siglo XX. La lista de presidentes, elegidos por los votos o impuestos a la fuerza, que se han declarado creyentes en la existencia de Dios y que han hecho pública profesión de su fe católica o evangélica es, para vergüenza de todos, muy extensa.
En el campo electoral, a los protestantes evangélicos de estos lados del mundo (me refiero ahora al sector al que pertenezco y al que creo conocer mejor) nos caracteriza la candidez política (sobreponemos la declaración de fe de un candidato a su idoneidad administrativa, cuando no a su solvencia ética), la ingenuidad teológica (¿sabremos de qué se trata la autonomía del orden terrenal?) y el fundamentalismo bíblico (tendemos a creer que todo el registro bíblico veterotestamentario es por igual norma y patrón para la regulación de las sociedades modernas).
Yo ya tengo mi candidato. Lo decidí desde antes de las sorpresivas encuestas de estos últimos días. Para tranquilidad de quienes me conocen, no es Juan Manuel Santos. Para intranquilidad de los que creen conocerme, no es Antanas Mockus. Nunca he sido elector de ganadores. Es un orgullo que resguarda mi conciencia. No votaré, por lo menos en la primera vuelta, por el que ahora llaman ateo, así él diga que asiste a misa. Tampoco votaré por el que afirman que es cristiano, así participe en ceremonias evangélicas y cuente con el apoyo de muchos cristianos. ¿Un presidente cristiano? De estos cristianos, no, gracias.