LupaProtestante
Ahora que pasa el camión

Monja Guerrillera

¿No te ha pasado que en plena calle ves algo que no querías ver? Un accidente que acontece mientras estás mirando para esa esquina. O doblas la manzana pensando en tus cosas y te chocas con gente tirada en cartones durmiendo a la intemperie y tienes que dar un respingo en el paso para no caerles encima. O estás en la estación de tren y te acorralan niños silvestres en sus salsas de droga. O también ver otras cosas menos fuertes pero también dolientes, si eres un doliente. Por ejemplo, ves un perrito muerto al costado de la acera y te partes de angustia. Acabas maldiciendo el minuto que se te pegó la imagen en la retina y reniegas del segundo que te diste para decidir esa calle y no otra. Aunque es muy posible que también creas que si elegías otra calle, en esa otra calle estaría también lo que no querías ver. [1]

Voy a contar algo que nos ha pasado a un grupo de transeúntes no hace mucho tiempo. Salíamos en manada de las fauces del Hospital Municipal de mi ciudad [2] cuya avenida frontal se llama Hijas de San José. Y creo que la mayoría vimos lo que no deseábamos ver jamás. Yo me quedé retorcida en un torniquete de estupor y con un pico de tensión. Me perdura la memoria visual sangrante.


Allí es zona periférica. Para dar una imagen del barrio, menciono algunos de sus elementos. Camiones. Muchos. Con acoplados [3]. Camiones cerealeros, cargados a tope que llevan la mercancía a Chile, a Paraguay, a Brasil, a Bolivia.


Puedes ver esas bestias de camiones en marcha, o estacionados en una playa, o en los cordones de la vereda. Las calles, anchas. De tierra amarilla. Con huellones de barro en los días de lluvia. Con baches donde pisas mal y te quiebras una pierna, o donde no dejas de romper un palier de tu coche si vas distraído.


Talleres mecánicos con fosas grasientas. Uno por manzana. Con galpones [4] gigantes. Con aceras negras de barro y hollín. Cunetas con estancamiento de agua jabonosa por los desagües al aire. Tuberías caseras. Perros de nadie a montones. Depósitos de leña apilada como zigurats, con sus comadrejas y sus ratas. Pastizales. Boliches de cinco pesos, carteleras de ofertas escritas a la cal.


Hay también madres de 11 años, con pelvis rota para el parto. Bebés que pasan de la nurse a la nada, porque nadie los reclama. Bebés asistidos por algún vecino que se conmueve y que los amamanta y los asea mientras su conmoción dure. Casas y casillas inhabitables, derruidas, con portillos abiertos, o sin ellos, con cerco vivo de ligustrina [5], o con cerrazones de chapón [6], cuyo acceso no es un ingreso por una puerta sino un salto por una tapia [7].


Y bebés. Muchos bebés. Tantos bebés como los camiones, innumerables bebés e innumerables camiones. Sentaditos contra los muros los bebés, o inquietos bebés en los canteros de tierra. A puñados. Bebés bajo los árboles. Bebés cruzando la calle. Bebés de nadie, sin identificar. Multitudes de bebés con madres-nenas de 11 años, o bebés agrestes, indocumentados, con madres-putas que no pasan los 18 años. O bebés con madres-matrices de 45 años. Sin padres, con padres ausentes, con padres encarcelados, con padres adolescentes, con padres desconocidos.


¿Estaré aquí remolcando “razones” para los abortos?

Espero que no. [8]


Relato esto:

Que los bebés son dejados “libres” en las casas. Y se salen de ellas gateando, arrastrándose en sus juegos, porque apenas caminan. Reconociendo el mundo espantoso desde su suelo espantoso, sin que sepan del espanto.


Y fingen las madres que no se dan cuenta, y fingen los padres que no se enteran. Y nadie los cuida, nadie los ve, nadie los protege, nadie nota que van rumbo a la muerte.


Me veo en esos bebés que cruzan las calles o se sientan en medio de ellas, a ser felices con montañitas de polvo y baches donde esconderse, donde descubrir piedritas y llevarse a la boca todo lo que alcancen. Me veo en ellos y me revuelco de angustia, grito hacia fuera y hacia dentro, no puedo creer ni aceptar ni quiero ver lo que veo.


Ya son más de 30 los bebés menores de un año que han muerto en las calles de la inmisericorde Nueva Baltimore, que juegan dejados al acaso bajo los camiones aparcados, junto a las ruedas, y que no son vistos por los conductores en el arranque del camión.


Denunciados los hechos. Destrozados los camioneros.


Fiscales y fiscalas por doquier, jueces por aquí y juezas por allá con cara de sota de oro,
que van y que vienen muñidos con carpetas bajo el brazo, y que -así como vienen- se suben a los coches oficiales y desaparecen por la misma polvorienta calle en que jugaron los bebés y se murieron los bebés.


Dicen los diarios (cuando hallan alguna madre que reconozca que era su madre, o cuando habla en TV local algún padre que denuncia y acusa a su mujer que no cuidó de su hijo) que los niños son dejados al azar adrede. Porque los camiones y los buses pagan a los familiares directos la suma del seguro por daños a terceros. Y en casa, con ese dinero, habrá luego luz eléctrica, teléfono móvil, una motocicleta, algunas pantallas de plasma, y ropa más linda. O se saldarán chantajes y deudas de mini de­aler entre narcos de cabotaje. O se comprará algún terreno baldío para hacer la huerta y luego vender el producto a Buenos Aires. O se hará alguna agencia de taxis de cinco coches. O algo.


Ya es una modalidad de negocio. Y ya no es sólo la zona del Hospital Municipal. También se ha corrido la voz del “negocio bebé-camión” entre las barriadas del pobrerío marginal que circunda esta ciudad cementerio.


Los nuevos casos han ocurrido en la región de la estación ferroviaria Sur, en las manzanas y los descubiertos circundantes a los campos de deportes de los clubes burgueses [9]. Y ocurrieron y ocurrirán en donde haya avenida, transporte pesado, niño pobre, parición azarosa, donde haya más de 6 hermanos de todos colores y de diferente apellido, donde haya un padre que le urge dinero efectivo para no ser acuchillado en el bar, donde haya una madre de mirada torva que desea la muerte de sus hijos fabricados para la ocasión.


La policía se lo reporta a sí misma: -“La gente está loca, oficial Ramírez, mire este expediente: Dejan los bebés arrastrándose por las calles y esperan que les pase un camión expreso por encima.”


Esta gente amoral, desvalorizada, apática, criminal y enferma se va a organizar mejor, creo. Yo sé que son pobres y son excluidos, y que son eslabones de la cadena de la miseria eternizada. Pero hay maldad horrorosa entre los pobres, los pobres son también pasibles de ser juzgados. [10]


Cuando la comisión de gángsters (que flota en el aire como la bacteria oportuna) les patrocine el negocio y se los regularice, tendrán profesionalizado el amateurismo del filicidio. Entonces, los que hoy son casos aislados saliendo de la clandestinidad periférica, van a pasar a ser un cúmulo de casos sistémicos; y, más tarde, ese sistema de muerte será catalogado de “flagelo”.

Cuado en mi país algo llega a la categoría de “flagelo”, significa que no habrá manera de resolver el problema. Y que habrá que convivir con esa realidad. Y que se asimilará la situación como un veneno en dosis, desde el rojo titular del diario hacia una nueva indolencia nacional.


No voy a preguntar qué haremos los cristianos, porque hay muchos que al respecto ya están haciendo algo sin promoción de acciones. Y no lo quiero preguntar en modo corporativo, porque no tengo la respuesta que me incluye como iglesia. Ni la voy a tener.


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[1] Es probable que los psicólogos en este caso tengan una razón urbana: que las conductas evitativas son una fantasía de huída que no conducen a ninguna evitación eficaz.

[2] La masónica y sarmientina Nueva Baltimore del oeste bonaerense cuyo rebautizo con nombre indígena evoca “las muchas aguas”.

[3] Remolques, cargamentos unidos en varios cuerpos del camión.

[4] Barracas, hangares, tinglados, depósitos.

[5] Cerco vivo que podado y entramado sirve de muro separador entre la casa y la calle en algunas casas de barrios bajos.

[6] Precario cerramiento de zinc. Chapa.

[7] Muro viejo y rotoso. Pared.

[8] No me endilguen el abortismo justo a mí, que soy bastante arañada con los tres metros de uña colorada de las feministas y de los feministos, a causa de que yo quiero que nazcan a pesar de todo los “hijos de las violaciones”, y que sean dados en adopción, a mí que los pido y que me entregan a cambio años de espera y planillas selladas con un “No”. Insisto en que este articulo no es para mostrar cuán beneficioso sería el aborto. Ríanse de mí los abortistas, pero también los puritanos de hormi­gón armado, porque yo creo que hay parejas de homosexuales que amarían esos niños, mientras las madres violadas proyectan su odio sobre sus fetos. Llámenme fundamentalista en cuestiones de aborto, si desean: no me hace mella la teoría de los teorizantes que sueñan con la esquiva praxis liberadora.
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[9] Donde el helicóptero del gobernador de la provincia lo deja cada fin de semana a jugar golf.

[10] Incluso en tribunales humanos.


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