LupaProtestante

INSENSATEZ ANTE LAS EXCLUSIONES

Victor Hernández Ramírez, España

¿Cómo voy a entenderlo si no tengo quien me lo explique?
Hechos de los Apóstoles 8, 26–40

Las exclusiones se rompen gracias a la insensatez: por aquellas acciones desatinadas e imprudentes que saltan las prohibiciones. Así por ejemplo, un niño invita a jugar a otro niño y no se cuida de las normas que separan a la gente, no se cuida del color de la piel y no se cuida de los títulos o etiquetas que cuelgan en las apariencias de la gente. Ocurre que los adultos toleran éstas cosas, mientras sean sólo cosas de niños, porque luego ya no se toleran cuando van creciendo, porque los mismos chicos van aprendiendo a usar los prejuicios y las normas de exclusión para distinguirse y agruparse. Pero la insensatez sigue existiendo y hay amistades que duran y se extienden más allá de los prejuicios y las separaciones de clase social o de diferencias de educación o de color de piel; son amistades que nacieron de la insensatez y que rompieron con las normas invisibles que separan a la gente.

También ocurre que la insensatez se produce porque la gente se enamora. El amor siempre es imprudente, porque tiene la forma de una pequeña revolución que todo lo trastoca, que no respeta las buenas maneras o las formas correctas de hacer las cosas: por eso los enamorados son bichos raros en una sociedad muy correcta y cívica. Esto se nos ilustra muy bien en las historias: hay un cortometraje (West Bank Story, de Ari Sandel) que en forma de comedia, cuenta la historia de un soldado israelí llamado David, que se enamora de Fátima, una cajera palestina y ambos son miembros de familias rivales dueñas de restaurantes (de falafel) que compiten encarnizadamente (que emula otra película de 1961: West Side Story o “Amor sin barreras”); es más o menos la misma historia de Romeo y Julieta, cuyo amor es insensato y acaba en tragedia, porque saltaron las prohibiciones sociales.
Las exclusiones son las formas que adopta la vida normal, para definir quienes tienen unos derechos y quienes están excluidos/as. Vivimos en la era de la “globalización excluyente”, es decir que se globalizan unas cosas y otras no, por ejemplo se globalizan leyes de mercado y procedimientos económicos para que el dinero como capital circule libremente por todo el mundo, pero no se permite que la gente circule libre para buscar trabajo y ganarse la vida donde le apetezca. Hay libertad para que el dinero circule, pero no hay libertad para que la gente lo haga. Es por eso que se trata de una globalización excluyente. También ocurre que cuando el dinero circula como capital no es para hacer turismo o ir de paseo, sino que el dinero llega como inversión, es decir que el dinero circula para explotar la riqueza de todos los sitios y, por tanto, para generar más dinero, pero ocurre con mucha frecuencia, en la práctica, que cuando el dinero–capital llega y luego se marcha a otro sitio deja a mucha gente en condiciones muy malas.
Pero, les decía, las exclusiones se rompen gracias a la insensatez, aquí voy a recurrir a la memoria y les comparto un trozo de recuerdos de un viaje a Chiapas, México, con una pequeña delegación de personas de Chicago, México y Barcelona, en agosto de 2005:
“Visitamos a Antonia, que nos presentó a sus 5 hijos, su marido había salido a trabajar, en otros campos, para traer los 2 o 2.50 USD que gana por un jornal diario. Ella nos preguntó de cómo son los lugares donde vivimos, y le hablamos de cómo es Chicago y cómo es Barcelona. Ella sonreía, como si su imaginación volara, soñando con esos lugares que no alcanzábamos a describir con palabras. Cuando alguien mencionaba que, por ejemplo, la policía sospecha y maltrata a los inmigrantes latinos, ella ponía la cara seria, como quien nos muestra que sabe lo que es el menosprecio. Al final, quisimos comprarle sandía, porque ella vende rebanadas a la puerta de su casa. Pero no quiso cobrarnos y nos regaló a todos… roja y jugosa, con una insólita alegría de darnos algo de ella. Es increíble que gente tan pobre sea tan rica en generosidad.”
Con Antonia, vemos cómo la insensatez de su generosidad rompe las exclusiones, porque de pronto es ella quien nos alimenta a nosotros, quien nos educa verdaderamente sobre la solidaridad, quien nos incluye en su vida y nos abre otras realidades. La insensatez de Antonia no es sólo una sandía que se comparte, sino un mundo que se ofrece con ella: el mundo de la reconciliación y el mundo de la esperanza. Con esa insensatez suya, ella, Antonia, es la portadora de una buena noticia, de un evangelio con la forma generosa de una rebanada de sandía, que rompe las exclusiones.
Pues de la misma insensatez se trata el relato de ésta mañana, cuando Felipe se encuentra con el etíope y le habla de la buena nueva. Vayamos al relato.
Se trata del encuentro entre Felipe y un eunuco (y alto funcionario de la reina de Etiopía). El relato nos muestra en todo momento la intervención y dirección constantes del Espíritu Santo: primero, por medio un ángel, lo hace levantarse e ir al sur, al camino solitario o por el desierto, de Jerusalén a Gaza; después el Espíritu le dice a Felipe que se acerque al carro del eunuco etíope. Son acciones de Dios que empujan a Felipe a la acción y, definitivamente, a las acciones insensatas: porque es insensato ir a un camino de ese tipo y más aún es insólita la figura de un hombre africano y eunuco que ¡viene de Jerusalén! Es evidente que no es judío, sino un pagano simpatizante del judaísmo: no puede ser judío, puesto que es eunuco.
Los eunucos estaban excluidos de Israel, pero hay dos textos bíblicos que deben distinguirse. Uno es Deut 23,1: “el que tenga los testículos aplastados o amputado su miembro viril, no podrá ser admitido en la congregación del Señor”, como dice el biblista Severino Croato, el texto se refiere a personas con deformaciones o defectos genitales que provocan exclusión. Pero hay otro texto y éste si se refiere a los eunucos, cuya condición está ligada al papel de funcionario de gobierno, se trata de Isaías 56,3–5:
Que no diga el hijo del extranjero adherido a Yavé:/ “En verdad, me separará Yavé de sobre su pueblo”; / Que no diga el eunuco: / “He aquí que soy un árbol seco”. / Porque así dice Yavé:/ “A los eunucos [que guarden mis sábados y elijan lo que me agrada y se afirmen en mi pacto,] / les daré en mi casa y en mis muros mano y nombre, mejor que hijos e hijas; / nombre eterno le daré, que no será cortado (traducción del hebreo, de Severino Croatto).
El texto de Isaías muestra que existían formas de exclusión con aquellos que habían vuelto de la diáspora y que eran considerados mestizos y que se les excluía de alguna manera, en el culto y en la vida social de la ciudad (Jerusalén). Los eunucos eran los funcionarios, los que habían trabajado en el gobierno en otras culturas y que habían vivido la experiencia de la auto-discriminación (esa vivencia de renuncia o de rechazo que todo extranjero vive con respecto a sus propias costumbres o formas de hablar, esa vivencia de cierto olvido o cierta traición a sus raíces, esa renuncia o ese autorrechazo que hacen los inmigrantes en esfuerzo para adaptarse y para sobrevivir). Eran ahora los judíos mestizos los aludidos por el profeta, tomando como imagen a los que no “pueden tener nombre”, como son los eunucos, los funcionarios castrados. El texto de Isaías muestra que Dios habla a favor de éstos mestizos, hijos de extranjeros y eunucos, para da
rles nombre y memoria, para hacerles hijos con total dignidad, para romper su exclusión y restituirles como sujetos plenos en la comunidad.
Pues ahora vemos que Dios, a través de Felipe, hace otro salto enorme (e insensato), puesto que ahora se trata de un eunuco de verdad, un extranjero o pagano que, además, es realmente un eunuco y un funcionario de Etiopía. Ya no se trata de un mestizo, sino de uno que está totalmente afuera de las posibilidades de inclusión. Es por eso insensato que Felipe le evangelice, a pesar de que se trata de un hombre que busca a Dios, al Dios de Israel y ha hecho un largo viaje hasta Jerusalén. Pero son las insensateces las que rompen las exclusiones y vemos que el mismo Espíritu de Dios empuja a la imprudencia de éste encuentro.
El eunuco lee a Isaías. Es muy interesante, porque más adelante hallará el texto que hemos leído, pero ahora está en el capítulo 53. Y lee. Lee pero no entiende. Y no es que sea tonto (es un alto funcionario, es un hombre educado), sino que simplemente sabe que esa palabra profética no se ha cumplido, porque en su experiencia sigue viviendo la discriminación y la exclusión. Es así: toda vez que vivimos y reforzamos y repetimos las formas de exclusión, estamos evitando y rechazando la salvación de Dios. Porque éste hombre estuvo en Jerusalén y fue allí para adorar a Dios, pero podemos pensar en las miradas de la gente que le rodeaban: miradas que hablan de la exclusión “no eres de aquí”, “tú no hablas bien”, “¿a qué viniste, qué buscas?”, “no quieras estar al igual o por arriba de nosotros”… son las murmuraciones que rodean a un extranjero que quiere hacerse parte de un nuevo grupo. El eunuco sabe que no puede pertenecer a Israel plenamente, porque es eunuco, porque no es de ellos. Y a pesar de ello, busca al Dios de Israel, busca algo que le atrae, que intuye que es verdadero y que tiene que ver con la vida liberada.
Felipe se acerca y le pregunta y conversan. El eunuco lee sobre el siervo de Yavé, sobre un hombre rechazado, alguien menospreciado, sin belleza o atractivo para los demás, como alguien que no merece ser visto. Es alguien tratado con injusticia y en silencio, bajo el silencio de la complicidad, bajo el silencio de las normas y costumbres que se callan cuando las injusticias son para los extranjeros o los pobres (Es como en el caso de Birmania, solo hay protestas de los poderosos cuando mueren ciudadanos del 1er mundo). Ese hombre de Isaías 53 fue llevado como oveja al matadero. Entonces, el profeta dice también que ese hombre se quedará sin memoria, sin descendencia, porque su vida fue arrancada de la tierra: ¡se parece al eunuco condenado a la exclusión y al olvido! Y aquí vemos la sorpresa de la evangelización con el eunuco, porque Felipe le dice que ese hombre de Isaías 53 es Jesús. Entonces, resulta que Jesús, en su vida y sobre todo en su muerte ¡fue tratado como un eunuco, como un excluido, como un rechazado que puede ser olvidado!
Pero la buena nueva es la resurrección que trae la reconciliación. Es por eso que el texto habla del bautismo, de la incorporación del eunuco en la iglesia, en la comunidad del Jesús resucitado. Por eso la iglesia siempre incluye a más personas de las que suponemos, porque hay gente excluida que Dios llama y que nosotros somos llamados a reconocer. Somos evangelizados también nosotros/as, cuando somos insensatos/as y rompemos las barreras de prejuicios de clase, raza, género, religión. Somos insensatos/as y entonces estamos un poco más en el camino correcto, en el camino del Espíritu Santo.

 

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