1-2 Señor, Rey mío y Dios mío,
escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
oye mis súplicas,
pues a ti elevo mi oración.

3 De mañana escuchas mi voz;
muy temprano te expongo mi caso,
y quedo esperando tu respuesta.
4 No eres tú un Dios que se complace en lo malo;
los malvados no pueden vivir a tu lado,
5 ni en tu presencia hay lugar para los orgullosos.
Tú odias a los malhechores,
6 destruyes a los mentirosos y rechazas a los traidores y asesinos.
7 En cambio yo, por tu gran amor,
puedo entrar en tu templo;
¡puedo adorarte con toda reverencia
mirando hacia tu santo templo!

8 Señor, por causa de mis enemigos
guíame en tu justicia,
llévame por el buen camino.
9 Ellos nunca hablan con sinceridad;
¡están corrompidos por dentro!
Sepulcro abierto es su garganta;
¡su lengua es mentirosa!

10 ¡Castígalos, Dios mío!
¡Haz que fracasen sus intrigas!
Recházalos por sus muchos pecados,
porque se han rebelado contra ti.
11 Alégrense los que buscan tu protección;
canten siempre de alegría,
porque tú los proteges.
Los que te aman, se alegran por causa tuya,
12 pues tú, Señor, bendices al que es fiel;
tu bondad lo rodea como un escudo.