VIAJE DEL PAPA A BRASIL | Máximo García Ruiz
No es necesario que los responsables de la Curia romana vayan muy lejos en busca de respuestas. Que pregunten a Jon Sobrino, o a Leonardo Boff, o a su hermano Clodovis, o a los hermanos Cardenal, o a Gustavo Gutiérrez; o si no, que investiguen en los textos de Ignacio Ellacuría, de Hugo Assmann o de Frei Betto, o tal vez intenten bucear en la vida del obispo-mártir Óscar Arnulfo Romero, aunque para ello tengan que taparse las narices para no percibir el nauseabundo olor que aun desprende un crimen tan horrendo; o quizá todavía lleguen a tiempo de pedir al obispo emérito de Chiapas, Samuel Ruiz, que comparta las razones para impulsar un movimiento de compromiso social a través de una teología incardinada en la sangre de los pobres y en la tierra de los potentados.
Que pregunten cuáles han sido los efectos del descrédito al que han sido sometidos, desde el propio Vaticano, los sacerdotes que creyeron y se tomaron en serio los postulados del Concilio Vaticano II y, por creerlos, comprometieron su vida y pusieron en marcha una nueva forma de hacer teología, no desde los despachos de las parroquias, o desde las aulas de las universidades, sino desde la tierra, desde los suburbios de las ciudades, desde las chabolas, desde los arrabales de las macro-ciudades, siempre al lado de los pobres, tratando de hacer visible y comprensible al Jesús de los Evangelios, despojado de la parafernalia de una liturgia con olor a naftalina; teología de la liberación, no solamente del compromiso, sino de la denuncia de la injusticia, pero también de la búsqueda de la espiritualidad.
Que pregunten qué fue de aquellos hombres y mujeres del campo y de las ciudades que se integraron preñados de fe y de esperanza en las comunidades de base sembradas a lo largo y ancho de Brasil a raíz del encuentro en Medellín en 1968; hombres y mujeres que le cogieron el gusto a leer los evangelios, a la oración comunitaria, a compartir los sufrimientos y las alegrías…, y que en esas comunidades aprendieron a ser mejores esposos y padres, a abandonar el alcohol, a responsabilizarse en el trabajo, a respetar al prójimo y a no humillarse más ante el despótico patrón, porque descubrieron que también ellos eran portadores de dignidad y merecedores de respeto.
Que pregunten y descubran las cicatrices que han ido marcando el alma de esos hombres y mujeres que confiaron en lo que les ofrecía la que para ellos era “la madre iglesia”, porque creyeron que, al fin, se había vuelto a los orígenes, a las esencias del Evangelio, al Jesús de Nazaret, y terminaron descubriendo que sus pastores eran denostados y desprestigiados, que el mensaje liberador que les predicaban era tachado de desvío doctrinal inaceptable, que las experiencias acumuladas en las comunidades de base, comunidades de creyentes, eran tachadas de herejías inaceptables.
Que pregunten. Aunque preguntar entraña siempre un riesgo. El riesgo de recibir respuestas. Y esas respuestas pueden resultar poco gratas. Que pregunten, que investiguen, y descubrirán que centenares, miles y millones de esos hombres y mujeres, defraudados por su antigua “santa madre iglesia”, han buscado refugio en las comunidades evangélicas, unas bautistas, otras presbiterianas, algunas anglicanas y, la gran mayoría, pentecostales. Y en estas iglesias han descubierto definitivamente al Jesús de los Evangelios, al de la solidaridad, al del compromiso social y, sobre todo, al de la trascendencia espiritual, al que redime y libera, al que dignifica y enaltece, al que reconcilia al hombre con el hombre y al hombre con Dios.
Claro que también pueden preguntar a Juan Manuel de Prada, o a César Vidal. Para el primero, en viaje reciente por Latinoamérica, amparado por la impunidad que produce escribir en medios de comunicación españoles en los que se niega la voz y la palabra a escritores que puedan rebatir los escarnios y los insultos a cualquier manifestación religiosa que no sea la iglesia cada vez menos mayoritaria, que tanta añoranza tiene por seguir siendo la Iglesia Oficial del Estado, todo se le vuelven descalificaciones para las “sectas”, para los “sedicentes pastores, híbridos de orate y vendedores de crecepelos” (lo de sedicente es un descubrimiento que a De Prada le entusiasma, al parecer), sin detenerse a distinguir entre iglesias históricas y movimientos sectarios, que haberlos «haylos» (también en el entorno de la Iglesia católica, por supuesto, de cuya existencia nos ocuparemos en otra ocasión). Un verdadero insulto al sentido común, a la inteligencia de millones de latinoamericanos que remata afirmando que “los medios de comunicación pretendidamente serios y las elites intelectuales están demasiado ocupados arremetiendo contra la Iglesia católica”. Y apuntilla: “de un modo retorcido, han hallado en el auge de las sectas evangélicas un formidable aliado en su designio de destrucción, que dirige su artillería contra la Iglesia católica”. Lo que faltaba, victimismo de la Iglesia católica, iglesia perseguida, denostada, discriminada, precisamente en un entorno latinoamericano de prepotente presencia y dominio absoluto durante más de quinientos años. ¡El colmo! Y concluye su aserto: “Las sectas evangélicas se convierten, de este modo, en un instrumento más de ese designio de destrucción que guía a quienes desean instaurar una nueva forma de esclavitud”. Ésta si puede ser una vía de información proclive a los intereses ahistóricos y contracorriente de los estrategas vaticanistas. Y en esa línea, seguro que encu
entran otras muchas respuestas.
Y si no es suficiente, pueden preguntar a César Vidal, quien con su “profundo acervo teológico» (¡!), no desprovisto de una buena dosis de acerbo (con b), hace el juego a la postura oficial de la Iglesia católica, descalificando con términos absolutamente radicales y desprovistos de rigor histórico, la teología de la liberación como producto de “otro evangelio”, “otro Cristo”, y “falsa salvación”, y vinculando sus orígenes y desarrollo nada menos que con el KGB soviético. Volvemos al contubernio masónico-comunista-¿protestante? de la mejor época del franquismo. Y todo ello, plagado de descalificaciones personales a teólogos con los que no podría medirse.
El Papa viaja a Brasil para hacer frente a la pérdida de fieles en el continente latinoamericano. Aparte del populismo multitudinario, del que habrá grandes dosis, no sabemos que otras ofertas llevará en su mochila el Papa. Bueno, sabemos que lleva, como siempre, un paquete de excomuniones, reforzando la línea dura de la Iglesia católica. ¿Tendrá también respuestas para sus desconcertados sacerdotes que esperan orientación sobre que tipo de acción social deben apoyar en un continente marcado por la pobreza y las privaciones? ¿Permitirá que en la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM), que se celebrará en Brasil los días 13 al 31 de mayo, sus obispos y sacerdotes puedan expresarse en libertad? ¿Tendrá algo que ver esta Conferencia con la celebrada en Medellín en el año 1968, en la que la iglesia latinoamericana se comprometió en la lucha contra la injusticia social, siguiendo los dictados del Vaticano II? ¿Tiene la Iglesia católica de Benedicto XVI respuestas para resolver el problema de la pobreza frente a la globalización? ¿Y qué respuesta va a dar a la alarma que suscita en el seno de la Iglesia católica el hecho de que, cada vez más, las poblaciones voten a los partidos de izquierdas?
Porque, en definitiva, la respuesta no puede centrarse únicamente en averiguar por qué decenas de millones de católicos se adhieren a las iglesias evangélicas. El reto que se le plantea al papa Ratzinger es de calado mucho más profundo. Tiene que ver con las raíces del Evangelio. Las masas ya no se dejan amedrentar por los poderosos, ni están dispuestas a comulgar con ruedas de molino. Quieren respuestas a sus problemas y alimento para su vida espiritual. Con esta nueva cita del CELAM la Iglesia católica pretende poner en marcha una masiva campaña de evangelización, mejor digamos de recatolización en toda América Latina. Pero ya no son los tiempos de Medellín (1968) ni de Puebla (1979); ahora el pueblo latinoamericano ha entrado en contacto con el Evangelio y se está cumpliendo el aserto evangélico de “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Mayo 2007.