LP. Gustavo Vidal Manzanares

En el verano del 90, visité a una persona en el hospital Gregorio Marañón de Madrid. Acababan de extirparle un tumor cerebral. Ya fuera por la operación o por los fármacos, el enfermo detallaba sus tardes triunfales en la Maestranza de Sevilla y en el coso madrileño de las Ventas. Al final de la visita, me refirió el anecdotario de sus giras por Venezuela, México y Colombia.

Días después, en su domicilio, este simpático señor se reía de sus pasados delirios. “A buenas horas me iba yo a poner delante de un toro. En realidad, yo he toreado, sí, bueno, he sido torero… pero de salón”.

Leyendo el fundamentalismo que excretan no pocas personas que hablan de Cristo, me ha venido la frase: “cristianos de salón”. Así, al comparar muchos fragmentos bíblicos con lo defendido por autodenominados cristianos, no puedo menos que parafrasear lo que escuché en aquel, cada vez más lejano, verano de 1.990: “Cristianos, sí, sí… pero de salón”.

En esta categoría encajo, a título de ejemplo, a una sílfide que, durante años, ha acusado falsamente a médicos especialistas de la sanidad pública española de cometer asesinatos múltiples. Esta señora acusó mendazmente a los facultativos de “apiolar”, “matar directamente” y calumnias similares. ¿Finalidad? Desprestigiar la sanidad pública para que unos pocos hagan grandes negocios con la privatización sanitaria. Aunque lo hagan con dinero público y dejen a la mayoría en situación de desamparo. Muy “cristiano”, como podemos comprobar.

Y no es solamente que el peso de la ley deba caer sobre esta “cristiana de salón”, es que resulta surrealista que un profesional cualificado de la Medicina, que ha conseguido su plaza por conocimientos profundos y duros exámenes, tenga que soportar las calumnias de una individua que no le llega a la suela de las botas. A decir de muchos, si esta sílfide no perteneciera a cierto grupo de poder de la iglesia católica, andaría de auxiliar administrativa en el mejor de los casos. Desde luego, debe haber miles de chicas más jóvenes y valiosas que desarrollarían mejor el trabajo que esta señora. Y, sin embargo, ahí anda la “cristiana de salón”, soltando mentiras a escape libre.

Sin duda, recibirá sus treinta monedas de plata de manos de sus jefes. No olvidemos que a los “cristianos de salón” les suele resultar muy rentable declararse “cristianos”. Todavía no conozco ninguno que haya perdido su empleo o se haya arruinado por su condición “cristiana”. Curioso, curioso.

Claro que esto no es nada si lo comparamos con cierto aspirante a la presidencia de los EEUU (republicano, ¡cómo no!) de cuyo nombre no quiero acordarme y que ha abandonado hace unos días la carrera hacia el despacho oval. El político se declaraba cristiano y multimillonario…

… He leído los Evangelios cientos de veces. Tal vez miles. Y la doctrina de Jesús respecto a la riqueza es diáfana, cristalina. No hay lugar a error ni segundas interpretaciones. Cristo exige apoyar a los humildes. De hecho, considero que quien sienta desprecio hacia los humildes no puede llamarse cristiano. Y cuando digo humildes, me refiero a los humildes. Es decir: inmigrantes sin papeles, madres solteras, drogadictos, alcohólicos, parados de larga duración… toda esa gente que a tantos votantes de derechas les impulsa a fruncir el morro con asco… y a tantos “cristianos de salón”

De hecho, si alguna vez vemos a Cristo enfurecido y, tal vez, violento, es cuando echa a los mercaderes del Templo. ¿Cómo se sentiría Cristo si leyera, en el Registro de la propiedad, la lista de bienes inmuebles de la iglesia católica ( y protestante), sus negocios en bolsa, sus obras de arte de valor inconmensurable…? Pensemos que Jesús no se dirigió a una “casa de mujeres malas” a expulsar a las prostitutas y a sus clientes. Tampoco parece que la tuviera tomada con los homosexuales. No. Arremetió contra los mercaderes y los codiciosos. Contra los que ocupan su mente en nuevos negocios, nuevas ganancias, nuevas riquezas. Y, guste o no guste, la doctrina de Jesús es cristalina: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los Cielos”.

Y, sin embargo, a los cristianos ricos (si es que es posible ser ambas cosas a la vez) no se les nota, creo yo, muy asustados. Tal vez piensan que ese día Cristo llevaba unas jarras de vino de más. O que, en el calor de la prédica, se le calentó la boca y, claro, eso no hay que tomarlo al pie de la letra. Ahora, cuando habla de sexo, sí, eso sí que hay que tomarlo en sentido literal.

Y así son estos “cristianos de salón”, tremendamente estrictos de cintura para abajo pero abyectamente vendidos a ideas de lucro y desprecio a los humildes. Se ufanan pensando que los cielos abrirán sus puertas con toques flauta y violín cuando mueran aunque, ¡qué curioso! aún no se ha visto a ningún camello pasar por el ojo de una aguja. Seguramente, en lugar de las flautas y los violines, lo que se escuchará serán sus voces engoladas: “¿No te decíamos, Señor, Señor…? y una voz recia que les replicará: ¡Nunca os conocí, apartaos de aquí, hacedores de maldad!

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