Manuel López, España
LupaProtestante
Nadie es perfecto, sólo se equivoca el que trabaja y el ejercicio de la crítica requiere la caridad previa de todos –el primero, de quien la ejerce– de guardar el respeto debido a las opiniones ajenas –en última instancia para que también respeten la tuya–. Cada vez que oigo la recomendación de hacerlo con amor cuando surge el tema de la crítica, y además se te enfatiza con (innecesarias) mayúsculas: “criticar CON AMOR”, no puedo evitar responder al punto que no. No es “con amor” –que ya se ha de suponérsenos, faltaría más– sino con… ¡el Diccionario! como ha de ejercerse la crítica. Antes que “murmuración” y “censura” existen nada menos que diez acepciones de la voz “crítica”. Ahí estamos.
Otros, más cautos, no se atreven a sermonearte con esa reiteración de lo obvio que viene a ser el recordatorio del amor y se quedan prudentemente en encarecerte la opción urbanística: la crítica “constructiva”. Pues claro que construimos cuando criticamos, faltaría más –acepción octava: “Examen y juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc.”–. Es más –y aquí entremos de lleno en la vocación cafetera de esta columna–: la crítica no sólo es constructiva, sino ¡fertilizante! Ved lo que sobre el destino último del producto dice la ciencia cafetal:
“Los restos de café son buenos fertilizantes para los jardines debido a su alto contenido en nitrógeno. Los restos de café molido también contienen potasio, fósforo, y muchos otros microminerales que ayudan al desarrollo de la planta. Muchos jardineros aseguran que a las rosas le sientan de maravilla los restos de café, pues cuando se les añaden se vuelven grandes y llenas de color. Añadidos al estiércol vegetal, los restos de café abonan muy rápidamente.” Dicho lo anterior, permítaseme ejercer la crítica en la doble dirección hacia fuera y hacia adentro.
Hacia fuera, un detalle criticable del VII Congreso Evangélico fue la sorprendente invisibilidad del mismo. A los organizadores –“nadie es perfecto, se equivoca el que trabaja…”– se les olvidó ¡anunciarlo en la fachada del Palau de Congressos! Ninguna pancarta, ningún cartel, ningún letrero, ninguna indicación al exterior, tampoco en el interior del palacio, dejaba constancia visual a la ciudadanía de la identidad del evento.
Hacia dentro –lo habéis adivinado: autocrítica–, he de confesar una inocente trampa que casi sin quererlo me vi llevando a cabo. Habida cuenta del suspenso del Congreso en comunicación visual –ojo, aprobó otros parámetros, y alguno hasta con nota, pero éste y algún otro quedan para recuperación en el VIII Congreso–, me propuse sondear la sensibilidad del liderazgo evangélico hacia la manifestación visible más elemental de nuestra identidad: los murales de nuestras iglesias. “¿Murales has dicho?”
En pleno delirio internet de nuestra era global, la inmensa mayoría de las iglesias está desaprovechando, o en el mejor de los casos infravalorando el potencial tremendo de la comunicación a través de los medios pobres de comunicación, pero también los más directos, los que nos dan la visibilidad más auténtica, genuina, asequible, factible…y económica como son el tablón de anuncios, el mural o el boletín de iglesia. Hay iglesias que tienen escaparates… ¡que podrían ser renovados cada día! y ofrecer a vecinos y viandantes el contenido –el mensaje sublime del Evangelio– dentro de un continente “ad hoc” –un binomio concepto/diseño (ojo, estoy hablando de pura técnica y pura estética, no de doctrina o querencia eclesiológica) moderno, actual, europeo, mediterráneo…–. La alternativa local al rodillo global, vaya.
Pido perdón a cuantos declinaron entrar al trapo de mi preocupación –obsesiva, lo confieso; pura deformación profesional– por la comunicación de base, por estimarla ”extemporánea” o sencillamente fuera de lugar… Pero en un Congreso en el que todos andan con prisas, con temas más importantes que atender y constantemente nuevas personas que saludar, tampoco era cosa de ponerme a explicar mi teoría de la convergencia de la comunicación global y la alternativa local en una síntesis de comunicación glocal. El mural de iglesia como expresión visual macro y el modesto boletín de iglesia como principal nervio microinformativo son los dos medios de comunicación de base al alcance de las iglesias. Dejarlos a su ser, perpetuando estéticas religiosas cursis (murales) o rizando el rizo de lo religiosamente correcto mezclando información y opinión (boletines) es una opción… que a la vista está que ni que fuera diseñada aposta por el enemigo.
Por lo que nos toca a los bautistas, a la cúpula de nuestra Unión remito encarecidamente esta preocupación por reconocer y mejorar lo presente. El modesto boletín de iglesia, lejos de ser un “gasto”, es sin duda la mejor inversión de la iglesia local. Se me antoja que dar autonomía y medios a los responsables, aun a riesgo de que se equivoquen… porque trabajen con medios y autonomía, bien puede ser un signo distintivo de las iglesias resueltas a conquistar el futuro.
Por la vía de la crítica, ya ven, en su octava acepción, con renuncia expresa a las acepciones 11 y 12, he hecho un viaje congresual (VIIC) de retorno al punto de partida convencional (la pregunta de la encuesta que hice a una serie de hermanas y hermanos en la 55 Convención UEBE y que aparece en este número). Promocionar y apoyar la mejora de la comunicación pobre de las iglesias. Esa es la petición de un servidor, habitual visitante a título personal en las Convenciones de nuestra Unión, a la nueva junta directiva con estas torpes líneas a modo de restos de café para todos que espero pueda ser fertilizante.