LP. Enric Capó, España
En este año 2009 se celebra el 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin y el 150 de la publicación de su obra más importante: “El Origen de las Especies”. Tanto la persona de Darwin como su obra han ejercido tanta influencia en el mundo científico y han sido tan importantes para la humanidad, que no queremos dejar pasar inadvertida esta efeméride. Y lo hacemos conscientes de que no siempre sus teorías han sido bien recibidas en el seno de la sociedad y especialmente de la Iglesia Cristiana. El hecho de “rebajar” el ser humano, convirtiéndolo en un simple peldaño en la escala de la evolución, i contradecir, mediante la teoría de la evolución, el relato bíblico de la creación, fue difícil de aceptar. De todas formas, la oposición por parte de la Iglesia Anglicana, a la que Darwin pertenecía, no fue tan feroz como era de esperar. El mismo Darwin, que había estudiado para pastor, se mantuvo en una actitud ambigua i nunca llegó a declararse ateo. Se consideraba, al final de su vida, agnóstico.
Ahora bien, la teoría de la evolución, que nos viene de Darwin, agravó de forma muy significativa el conflicto entre ciencia y religión que venía desde mucho más lejos. Recordemos la condenación de Galileu Galilei (1633) por haber afirmado que la tierra giraba alrededor del sol. Sin embargo, en esta ocasión, la sangre no llegó al río. Un examen más cuidadoso de la teoría demostró que no había forzosamente una incompatibilidad clara entre las afirmaciones religiosas, que ponían a Dios en el origen de todas las cosas, y les teorías evolucionistas. Gran número de teólogos y filósofos cristianos no tuvieron ningún inconveniente en hacer compatible la evolución con la doctrina cristiana de la creación. Se consideró que los caminos que usó la naturaleza para llegar al mundo tal como es, no eran de importancia básica para la fe; y la evolución no los contradecía. Y todavía hoy, la gran mayoría de teólogos e intelectuales cristianos no tienen ningún inconveniente en aceptar que el universo, tal como lo tenemos, ha llegado a ser mediante un proceso de evolución.
De todas formas, no todos los cristianos están de acuerdo con esta convivencia entre la fe cristiana y el evolucionismo. Hay una minoría, representada especialmente por los fundamentalistas y evangelicales de los EEUU y su círculo de influencia –también en España- que se mantienen fieles a lo que consideran el creacionismo bíblico y rechazan de plano la teoría evolucionista. Los más moderados entre ellos se han declarado partidarios del llamado diseño inteligente, defendido por el científico Michael Behe, que es una variante del creacionismo, pero con pretensiones científicas. La base de su argumentación contra Darwin y el darwinismo consiste en insistir en las rendijas y contradicciones que a menudo aparecen en las teorías científicas, sin tener en cuenta que, por su misma naturaleza, estas teorías están siempre en movimiento, son discutidas y se constituyen en paradigmas que se van perfilando con el tiempo. Hablar de la evolución como un hecho no quiere decir que todo lo que hay a su alrededor tenga la misma fuerza.
El absolutismo de los fundamentalistas hacia el evolucionismo tiene, como contrapartida, el fanatismo de algunos científicos que, en lugar de buscar la verdad y expresarla en términos de moderación y tolerancia, sólo se ocupan de defender sus posturas personales y atacar a los demás. Un ejemplo de estos científicos fanáticos es Richard Dawkins, un teórico de la evolución, profesor en Oxford, que, dicho de pasada, está detrás de todo el asunto de los anuncios ateos en los autobuses londinenses.
Ciencia y religión estarán siempre presentes en la historia humana. El campo de investigación de ambos es el mismo: el hombre y la naturaleza. Sin embargo, representan reflexiones a diferentes niveles y, si queremos ir hacia adelante en el camino de progreso humano, se han de respetar entre si. No es tarea de la iglesia dictaminar sobre cuestiones científicas ni limitar el área de investigación de la ciencia. Tampoco es tarea de la ciencia ni de los científicos convertir su trabajo en reflexiones teológicas o filosóficas. Pueden hacerlas, pero no tratar de imponerlas. No podemos ir por la vida enfrentados los unos a los otros, sino caminar juntos, como colaboradores en la gran tarea que no es común: descubrir la verdad de la vida y del mundo en el que vivimos.