Oseas F. Lira

Qué es depender de Dios

Una cuestión central que predomina en la lección final de nuestro cuadernillo de Escuela Sabática (junio 25 de 2011) es ¿cómo depender verdadera, total y directamente de Dios? Quizá sea algo que no podamos describir ni comprender totalmente, por mucho que lo mencionemos. Un ejemplo que se me ocurre al respecto es el caso del profeta Daniel; en el cap. 3: 17 los jóvenes hebreos dicen lo siguiente: “17 He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.” Éste es un magnífico ejemplo de fe, pero es el límite normal de muestra de fe al que muchos creyentes podemos llegar. La verdadera muestra de fe que nos enseña cómo es depender de Dios totalmente la encontramos en el siguiente verso, dice el verso 18 de Daniel 3: “18 Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” Aquí Daniel y sus amigos dan a entender que cabe la posibilidad de que Dios no los salve, pero eso no impedirá que ellos mantengan su integridad, ellos dejan claro que no cometerán pecado sirviendo a dioses babilónicos o adorando a la estatua que levantó Nabucodonosor. Independientemente de lo que pase en nuestra vida (dolor, adversidad, enfermedad, angustia, muerte, soledad, injusticias, etc.) nuestro reconocimiento y loor será para Dios. En mi opinión, esto es depender totalmente de Dios.

Creo que el orgullo demasiado inflado nos impide depender de Dios aunque digamos que queremos depender de él. A veces es el desconocimiento sobre cómo depender verdaderamente, así que intentaremos comentar un poco más sobre esto.

Depender de Dios no es cruzarse de brazos y esperar que se abra el cielo para darnos lo que ocuparemos en el día o en la vida.

Depender de Dios es simplemente poner nuestro día en las manos de Dios, sabiendo que habrá cosas que nos agraden, otras que no y otras que ni cuenta nos daremos pero al final, sabremos que Dios estará con nosotros en cada uno de todos esos momentos para reír, llorar y vivir a nuestro lado.

Depender de Dios no es simplemente decir que Dios tome el control de nuestra vida, sino que es creerlo.

Depender de Dios es tener optimismo y fe a pesar de que las nubes sean tan oscuras que no permitan ver el sol.

Depender de Dios es querer caminar de la mano de Dios. Dejar esa vida de soledad y tristeza.

Depender de Dios es creer no en lo que podemos hacer por nosotros mismos, sino en los grandes milagros que Dios puede obrar en nuestra vida siendo instrumento en sus manos.

Mateo 24:6

Ahora un poco sobre la lectura bíblica de nuestra lección, sólo un verso, Mateo 24:6, este verso dice: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” El verso encierra una ironía, un absurdo, un sinsentido. Habla Jesús, se habla de dos señores, uno es Dios, el otro son las riquezas, pero ocurre que las riquezas no alcanzan categoría de señor, no están a la altura de Dios para competir por el título de “señor”. Todo mundo, creyentes y no creyentes, no tienen por lo tanto la opción de dos señores, sólo hay uno, que es Dios, y es al único que todos podemos servirle, en ese sentido realmente nadie puede servir a las riquezas, porque sencillamente no hay forma de servirle a las riquezas, porque el que sirve a las riquezas por ese solo hecho se descalifica, ya no es apto, ya no sirve. En este verso primero se habla de “aborrecer” y “amar”, luego los términos cambian a “estimar” y “menospreciar”; aplicados en relación con Dios serían: aborrecer a Dios y amar las riquezas; y luego, estimar las riquezas y menospreciar a Dios. Podemos entender la expresión “amar las riquezas”, pero por más que busquemos causas, jamás hallaremos un motivo para aborrecer a Dios. Nada ha hecho para que lo aborrezcamos; en cambio, él sí puede llegar a aborrecernos, y es por nuestros actos, por nuestro pecado. No tenemos opción, estamos encajonados a sólo amar y estimar a Dios, por lo que ha hecho él con nosotros a través de su Hijo. Por eso dice el Salmo: “porque para siempre es su misericordia, su misericordia es para siempre.” Y, para volver a la pregunta inicial de esta página, el ser humano sólo tiene una opción: depender totalmente de Dios, no puede depender de los bienes materiales, más adelante retomamos esta frase.

No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. (Luc. 12.32,33.)

La enseñanza de Jesús sobre el dinero es una invitación a recibir con alegría la abundancia infinita de la protección divina. ¡No temáis! ¡Confiad! Vuestro Padre tiene el inmenso placer de declararos herederos de sus dominios. Abundancia y generosidad distinguen al Padre para con nosotros. Toda la enseñanza de Jesús acerca del dinero, y acerca de la vida en general, por cierto, depende de que logremos captar su visión certera del cariño generoso con el que se nos tiene en cuenta.

En la esfera de la economía Jesús pone una atención minuciosa, dedica a ella extensas porciones de su enseñanza.

El problema de los tesoros de la tierra

Este problema es que no podemos fiarnos de ellos. En los tiempos de Jesús, su falta de fiabilidad venía de que los tesoros había que tenerlos en metales preciosos, en joyas, en bienes muy valorados, como la seda y obras de arte. Todo esto era robable, cuando no susceptible a la acción del óxido, de la polilla y del deterioro con el paso del tiempo.

Hoy, nuestro problema es más o menos parecido. Los tesoros de nuestros días son, si es posible, aún más frágiles que los de entonces. La macroeconomía mundial no es digna de nuestra confianza para el futuro. Es asombroso cómo fluctúan las diversas monedas nacionales en su valor relativo, y cómo con lo que ayer era una inversión inmejorable hoy pueden perderse los ahorros. Si no hay una crisis de petróleo, la hay de alguna otra materia prima indispensable. O fallan las cosechas. ¿Y qué sucedería con los ahorros e inversiones si a alguien se le ocurre soltar un par de misiles termonucleares? Confiar tu tesoro al banco ofrece garantías que tu propia casa no puede ofrecer. Pero hay crisis económicas contra las que los bancos no pueden protegernos. En lo que va del siglo XXI, en muchos países han habido crisis inflacionarias que se han tragado los ahorros de la gente. ¿Hace falta mencionar la corrupción de los individuos en quien se ha confiado, las firmas falsificadas, las guerras, y mil otras cosas que pueden suceder? En definitiva, confiar en nuestros tesoros para nuestra prosperidad en el futuro es confiar en la estabilidad, la paz, y nuestra capacidad de tomar precauciones contra lo que pueda amenazar nuestros bienes. Pero el futuro es inestable, la guerra no es impensable, y nadie sabe qué estafa inventarán mañana para quitarnos lo que suponíamos seguro.

No te lo puedes llevar…

El problema de acumular tesoros para el futuro Jesús lo ilustró con un pequeño relato: Un agricultor tuvo una serie de cosechas excepcionales y decidió que podía dejar de trabajar y empezar a disfrutar de la vida, viviendo de lo que había podido almacenar. Esa misma noche murió. Un cuento cortito y al grano. (Luc. 12:16-21.)

Cuando te mueras (nadie sabe cuándo será; lo único que tiene de seguro es que la muerte a todos nos toca) no te puedes llevar contigo tus tesoros. ¡Triste pero cierto! La ironía de confiar en el dinero para tu bienestar en el futuro es que para la única cosa de la que puedes estar absolutamente seguro en el futuro, ¡tu propia muerte!, no te ofrece nada.

…pero lo puedes mandar por adelantado. Es ante esta situación que Jesús nos da la clave en relación con el dinero. Si lo único que tiene de seguro el futuro es nuestra propia muerte, entonces la inversión más lógica es la que te prepara tesoros para ese momento. O sea, tesoros en los cielos. La banca celestial ofrece garantías que ninguna otra se atrevería a mencionar. Toda inversión hecha en ella está avalada nada menos que por Dios, el creador y sustentador del universo.

En el reino de Dios no hay inflación, no hay devaluación de la moneda, no hay crisis económicas ni crisis de recursos naturales indispensables. No habrá guerras ni misiles. Es imposible que ahí te roben, te timen, o que pongan impuestos inesperados ni hagan desaparecer de la computadora el número de nuestra cuenta bancaria porque no habrá bancos ni hipotecas; no habrá tarjetas de crédito ni quien clone dichas tarjetas; nadie prestará a rédito ni habrá compras en pagos chiquitos. Las rifas serán inexistentes, nadie comprará fiado, ni llevará sus bienes a casas de empeño.

¿Cómo se invierte en el banco celestial?

Sencillo. Primero, el dinero, antes de poder abrir una cuenta nueva con él, tienes que retirarlo de donde lo tenías invertido antes. Por eso Jesús dice: “Vende tus posesiones”. El primer paso es desprenderse de una actitud posesiva acerca de los bienes materiales. En otra ocasión dijo Jesús: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”.

Segundo paso, para abrir una cuenta nueva, es ingresar el dinero en ella. Jesús explica el procedimiento para esto: “Dad limosna”. Al invertir en los pobres y necesitados, en los oprimidos y los que sufren, aumentamos el caudal que nos corresponde en el banco de Dios, el banco del Reino. No necesitaremos un recibo por el dinero ingresado en la cuenta, ni se nos apuntará en una cartilla. Tendremos que fiarnos del banquero. Esto es porque en este banco las cuentas se llevan de una manera algo distinta.

Pero antes hay que notar otra ventaja que ofrece el banco de Dios. Jesús dice: “Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Esto no es una profecía ni una promesa. Es la mención de un hecho. Es así. ¿Dónde has puesto tu dinero y tus bienes materiales? Allí está tu corazón, tu esperanza, tu confianza, tu sentido de seguridad, tu placer, tu recompensa. Entonces la pregunta que todos tenemos que hacernos es: “¿Dónde quiero que esté mi corazón?” Si la respuesta es que queremos aprender a amar y confiar más y más en Dios, entonces, invirtamos nuestro dinero en las cosas de Dios y no en las que satisfacen el placer egoísta. Cuanto menos tengo ahorrado para el futuro, y cuanto menos perspectivas tengo de llegar a ahorrarlo, más noto que se acrecienta en mí una psicología de dependencia total en Dios para mi futuro. No solamente mi futuro eterno, sino mi mañana y mi vejez. ¡Esto sí que es emocionante!

La insólita contabilidad celestial

Esto tiene que ver con el valor que se le asigna a cada imposición en la cuenta. Los tesoros en los cielos se van creando conforme al principio del valor real que tiene para el inversor el dinero entregado. Jesús nos dio un ejemplo insuperable de cómo funciona este principio:

Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante [digamos veinte pesos]. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.”

A los ricos, que echaban manojos de billetes de mil pesos, se les computó el valor real que esto suponía para ellos. Pero los veinte pesitos de la viudita eran su único tesoro, y como un tesoro se le computó.

Esto es tremendo, porque significa que yo puedo invertir tanto como un gran capitalista de multinacional. Ningún otro banco me pone en igualdad de condiciones con un rico. Tengo tantas posibilidades de hacerme una fortuna como un Onassis. Y esto, ¡oh maravilla!, tampoco perjudica a los ricos. Porque ellos también pueden trocar sus miserables bienes corruptibles por los mismos tesoros inmensurables de la realeza divina a la que tengo acceso yo.

Entrar a depender de Dios en lo económico de esta manera no significa que tengamos que vivir en la miseria en esta tierra para poder gozar riquezas en la vida venidera. A este tipo de religión los comunistas la llaman “el opio de las masas”, porque conduce a la opresión de los pobres. Pero la promesa de Jesús dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.”

En los versículos inmediatamente precedentes, Jesús había dicho:

Considerad los lirios, como crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. (Luc. 12:27-31.)

La enseñanza de Jesús no es la exaltación de la pobreza como virtud. Es la exaltación de la confianza en Dios que nos habilita para ser generosos. Son dos cosas muy distintas. Tampoco se trata del culto a la prosperidad en que creen algunos cristianos. Dios se encargará de nuestras necesidades, pero no de nuestros caprichos egoístas.

Un negocio que no se puede rechazar

Hay negocios que son tan favorables que es imposible negarse a ellos. Hay ofertas que más que tentarnos, nos obligan. Ésta es una de ellas. Como dijo Jesús: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”.

¿Quién puede darse el lujo de resistir esta oferta? Ciertamente que los ricos no; sus tesoros actuales son del todo efímeros, y con su muerte tendrán que dejarlos: ¡cuánto mejor canjearlos por tesoros imperecederos e infinitos! Tampoco los pobres: ¿qué otra oportunidad tendrán para equipararse con los más ricos y poderosos de la tierra en los caudales a su disposición?

Por tanto, ya no más vida de apariencias, de dependencia y sujeción a las modas, a la cultura supérflua e inútil del consumismo, a estar atado a los dictados mercantilistas de la TV, del qué dirán de la gente.

Está bien tener cuidado de nuestra apariencia, lo que no está bien es hacerlo cayendo en los excesos por vanidad, porque así no estaremos mostrar dependencia de Dios. Ojalá se acabaran los cultos de Cena del Señor que más parecen desfiles de modas, pasarelas de modelos; cuando los discípulos asistieron a la última cena ninguno llegó estrenando.

Tenemos que cambiar conceptos y actitudes, dependamos de Dios, y él nos dará el vestido y la comida para cada día, y la vida eterna.

1 Comentario

  1. maritza orobio vernaza dice:

    no se aqui si me dejaron un poco un poco dudosa dice q uno no deve ir con un mal traje o ropa a la iglesia y ahora dice q la iglesia no deve ser una pasarela no entiendio si uno tiene la oportunidad de ir bien arreglado sin ser ostentoso es mal ante los ojo de DIOS

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