LP. Manuel López, España

“No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados”, recomienda Augusto Monterroso en su sin par “Decálogo del escritor”. “Hazlo para la posteridad”, prosigue, “en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia”.

Qué bien harían las instituciones académicas eclesiásticas si en sus programas de cursos se decidieran a incluir la asignatura práctica, terrenal, de Comunicación e Imagen. Porque los más solventes entre los consejos, prontuarios, decálogos para escritores y prólogos de libros de estilo contienen consejos que son perfectamente aplicables no sólo para potenciales escritores.

“Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto”, afirma Monterroso. Y se explica: “Cuando sientas dudas, cree; cuando creas, duda”. “En esto estriba”, concluye, “la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor”. ¿Escritor, sólo? El consejo nos vendría a todos de perlas que se lo aplicaran predicadores, teólogos, “showmen” religiosos, funcionarios eclesiásticos…

Jorge Luis Borges dejó escritos no diez, sino dieciséis consejos “para quien quiera escribir libros”, y lo hizo en clave de lugares comunes que en literatura es preciso evitar. El último: la vanidad y la modestia.

Caramba. Sobre la vanidad, sí, pero sobre la modestia, y en el mismo saco que la vanidad, un servidor no ha oído predicar nunca en una iglesia. ¿Será acaso por aquello de que en los entornos de éxito de la corriente que manda y controla -la derecha evangélica con su rodillo evangelical- no cesan de estar “encantados de conocerse”?

Stephen Vizinczey despacha de este modo su consejo “No serás vanidoso”:

“La mayor parte de los libros lo son porque sus autores están ocupados en justificarse a sí mismos.”

Y el siguiente, “No serás modesto”:

“La modestia es una excusa para la chapucería, la pereza, la complacencia; las ambiciones pequeñas suscitan esfuerzos pequeños.”

No me atrevo a reproducir aquí la respuesta que dio Ernest Hemingway a un periodista que le preguntó cuál consideraba que era el mejor adiestramiento intelectual para el aprendiz de escritor:

“Digamos que debería ahorcarse porque descubre que escribir bien es intolerablemente difícil. Entonces alguien debería salvarlo sin misericordia y su propio yo debería obligarlo a escribir tan bien como pudiera el resto de su vida. Así cuando menos tendría la historia del ahorcamiento para comenzar.”

José Luis Sampedro no es menos directo y cáustico. “Que si pueden lo dejen”; tal es su lacónico consejo a los aprendices de escritor.

“Esto lo he dicho siempre de otra forma”, se explica, “pero esta manera de decirlo la he tomado de la última entrevista que Nureyev concedió a un periodista. La pregunta era: ¿qué consejo le darías a aquellos que están empezando a bailar? y él dijo: que si pueden lo dejen; lo cual significa, en el sentido contrario, como dicen los abogados, que la única razón para escribir es no poder dejarlo.”

“Yo se lo digo siempre a los chicos cuando voy a un instituto: el que pueda dejarlo que lo deje, porque no compensa. Pero aquel que no pueda dejarlo que siga, aunque esté cuarenta años como yo escribiendo como un autor prácticamente desconocido, pero nadie le podrá quitar, como decía Garcilaso, el dolorido sentir.”

El “dolorido sentir”, ay. Ahí estamos los que no valemos para otra cosa que para este duro oficio de juntar palabras… (Continuará).

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