LP. Juan María Tellería Larrañaga
No es de hoy ni de ayer, ni desgraciadamente tampoco de anteayer. Desde los años 40 y 50 del siglo pasado, el mal llamado Health and Wealth Gospel o Evangelio de la salud y la prosperidad anda haciendo estragos en el mundo, comenzando por los Estados Unidos de América y saltando a otros países y continentes, en ocasiones adoptando formas completamente grotescas (como los telepredicadores que piden descaradamente dinero a cambio de la seguridad de ciertas “bendiciones”), o bien cubriéndose bajo un paraguas teológico y escriturístico consistente en la repetición machacona de ciertos versículos bíblicos en los que se afirma no haberse visto jamás justo que mendigue pan o se escuchan promesas de riqueza material, salud y larga vida en esta tierra. De una manera o de otra, con un ropaje o con otro, lo que se viene a enseñar en esos ambientes (de los cuales nuestro propio país ofrece ejemplos bastante preclaros) se puede resumir en la siguiente fórmula: si quieres que te vaya bien en esta vida y que el éxito te acompañe en todo lo que emprendas, lo mejor que puedes hacer es convertirte al cristianismo. A esta clase de cristianismo, naturalmente. En las otras no se perciben con claridad esas bendiciones, tal vez por tratarse de iglesias “apóstatas”, “muertas”, “liberales”, “impías” y toda una sarta de lindezas por el estilo.
Dicho así, parece todo tan evidente que nadie con dos dedos de frente podría caer jamás en la trampa de un “evangelio” de este tenor. Pero la realidad está ahí: cada vez son más quienes, en los medios evangélicos, se ven atrapados por esta manera de comprender —mejor dicho, de no comprender en absoluto— el mensaje de Jesús, llegando al extremo de angustiarse por no prosperar o estar enfermos, clara evidencia de maldición, o peor aún, de condenar a quienes pasan por momentos difíciles, entendiendo que están siendo castigados por algún pecado oculto que albergan en sus vidas. Y es que saber recitar de memoria textos de la Biblia no es lo mismo que ser cristiano, ni llenarse la boca hablando de bendiciones divinas significa conocer de verdad el mensaje de Jesús.
El Evangelio de Cristo jamás aparece reflejado en el Nuevo Testamento como un gran “negocio” o como una “inversión”. Ni se indica en ningún momento que la fe cristiana sea algo parecido a un “seguro a todo riesgo”. De hecho, la enseñanza del propio Jesús no oculta la realidad de la persecución a los discípulos o los riesgos a que los creyentes estamos expuestos por el hecho de confesarlo a él como nuestro Señor. Y ahí está el testimonio histórico para confirmar la veracidad de sus palabras. En la misma Biblia, en la que sin duda aparecen hermosas promesas de prosperidad material para el antiguo Israel, se constata la situación de dolor, miseria, enfermedad y maltrato que muchos creyentes fieles sufrieron en sus propias carnes, reflejada tanto en los escritos del Antiguo como del Nuevo Pacto.
Los cristianos estamos sometidos a los mismos avatares que el resto de nuestros congéneres, creyentes o incrédulos, apáticos o fervorosos. No somos inmunes a ninguna clase de virus o bacteria que afecte a la especie humana en general; los cambios climáticos nos afectan como a todos los demás, y las catástrofes naturales no hacen distinciones entre nosotros y quienes no comparten nuestras creencias. Las crisis económicas hacen mella en nuestra vida igual que en la de los otros, de tal forma que nos vemos sometidos a situaciones trágicas como la pérdida salarial, la disminución de poder adquisitivo o el desempleo. Las condiciones políticas de los países en los que residimos o de los que somos ciudadanos tienen sobre nosotros el mismo efecto que sobre el resto de la población, de manera que las decisiones de quienes nos gobiernan, sean acertadas o no, inciden en nuestra existencia, querámoslo o no. Cuando estalla una guerra, los cristianos podemos ser capturados, torturados y muertos como cualquier otra persona.
El hecho de ser cristianos genuinos y de profesar la fe de Jesucristo con total entrega no conlleva forzosamente la prosperidad material ni la salud. Hay creyentes que disfrutan de ellas, pero otros muchos no. Ni aquellos son mejores, ni estos peores, ¡ni tampoco lo contrario! Personalmente, no llegamos a comprender bien el porqué de muchas situaciones que vivimos los creyentes: unos tienen mucho, otros prácticamente nada; unos viven largas vidas rebosantes de salud, otros fallecen jóvenes y enfermos. No tenemos respuesta a este interrogante. Pero sí tenemos algo muy importante, algo trascendente, de mucho más valor: la seguridad plena de que, aunque pasemos en esta vida por grandes tribulaciones, del tipo que sean, nuestro Señor Jesucristo ha vencido y nos permite vivir confiados en él. Su presencia es real entre los creyentes en el duro día a día y las moradas que ha ido a preparar para nosotros nos esperan. Nada puede ser mejor que esto.
EXCELENTE ME ENCANTA TU REDACCION. MUY SINCERA