LP. Manuel López
“Se fue triste”, coinciden en señalar Mateo y Marcos; Lucas enfatiza: ”muy triste”. Abocado a poner en la balanza sus propiedades o seguir a Jesús, el joven rico a la vista está que optó por seguir abiertamente el consejo nada indisimulado de la teología de la prosperidad: eligió sus riquezas. Se había hecho tesoros en la tierra y allí estaba su corazón (Mateo 6:19, 21). Desestimó la alternativa de seguir a Jesús y con ello hacer tesoros en el cielo (Mateo 6:20).
Lo cierto es que el contrato que Jesús le proponía no era entonces –como tampoco ahora para quienes se toman en serio el tema de los tesoros– nada fácil: vender todo lo que se tiene y darlo a los pobres. Ahí es nada, en tiempos de Jesús de Nazaret y en el actual, con el jaleo desde los púlpitos a la bendición de la prosperidad material y el silencio, cuando no cortina de humo, ante las prácticas que generan dinero súbito. Ladrillópolis y Corruptolandia campean por sus respetos. Las religiones miran para otro lado.
Por más que intenten ignorarlo cual si de una parábola intrascendente se tratara, el pasaje del joven rico –sin duda, uno de los grandes ausentes clamorosos en los sermonarios al uso– cobra cada día tanta más vigencia cuanto más se posicionan los sistemas religiosos del lado de la teología de la prosperidad. ¿Desprenderse de la capa para cubrir gratis al necesitado? “¡Que se busque la vida!” “Algo habrá hecho para estar sin capa”. Mejor especular: comprar una capa a crédito por diez y vendérsela al contado por cincuenta. Ya se sabe, es la dinámica del vil metal: ”Tanto tienes, tanto vales”. Los púlpitos callan… cuando no es que asienten entusiásticamente elevando en los altares a los Kakás ricos y famosos. La rendición al glamur, la idolatría a la fama, la adoración al vil metal, ay.
El contrapunto evangélico no es otro que el ojo de la aguja. “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos”, dice taxativamente Jesús. No extraña la matización que Lucas hace: escribe que el joven rico se fue “afligido por esta palabra”. La funesta teología de la prosperidad pone la meta en una tan exitosa como insolidaria carrera colmada de bienes materiales –mientras los demás, “que se busquen la vida”–. Jesús de Nazaret propone el discurso diametralmente contrario: “Anda, vende todo los que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mt. 19:21b).
El joven rico optó por seguir siendo rico. Jesús le proponía algo más sublime, una inversión infinitamente mejor: ser “perfecto” (Mt. 19:21). Obviamente, el ejemplo del joven rico es el de la primera parte del pasaje, cuando éste se acerca a Jesús para preguntarle qué debía hacer para tener la vida eterna. Y el anti-ejemplo, cuando se aleja triste para siniestro contento de los adoradores del vil metal.
Predicadores no alineados con las riquezas, por favor, armaos de valor y renegad del coro del boato litúrgico a los ricos y famosos y predicad al Jesús de Nazaret que señaló el camino al triste joven rico. Millones de jóvenes ni siquiera mileuristas, sin posibilidad de acceso a la vivienda ni a propiedad alguna, esperan ese mensaje del Evangelio.