LaJornada. Edición del 26 de Diciembre de 2007.
Una de las cuestiones más frecuentes dentro de los múltiples y fascinantes dilemas de la ética médica y de la bioética es definir cuáles son los límites y cuáles las obligaciones de los médicos en tópicos relacionados con la moral. En un intento de sintetizar al máximo los derroteros fundamentales de la ética médica contemporánea diré que está debe entenderse como la filosofía del mal menor, es decir, que la decisión elegida dañe lo menos posible y ofrezca el máximo bienestar. Debido a que la ética médica se encarga de seres humanos, esa acción no sólo es muchas veces muy compleja, sino que, con frecuencia, no satisface a todas las partes. Son incontables los ejemplos que ilustran esa diatriba. A vuelapluma enlisto tres.
Los enumero en forma de preguntas, no los respondo, no sólo por ser enemigo del maniqueísmo, sino porque en la ética médica laica cada caso debe ser abordado en forma independiente y con distancia suficiente. 1) Debido a la escasez de recursos médicos, realidad indiscutible en todas las sociedades, ¿debe un enfermo recibir un segundo trasplante para salvar su vida o el órgano disponible debe ser utilizado para la primera persona en la lista de espera de receptores? 2) ¿Es obligación de los galenos seguir los deseos de los enfermos cuando éstos solicitan no recibir tratamiento para algunos de sus males o cuando piden que se les retire el apoyo médico para terminar con su vida lo antes posible? 3) Al hablar del principio de confidencialidad, ¿es deber médico informar a la pareja o las parejas de una persona infectada por el virus de la inmunodeficiencia humana si ésta solicita que no se comente el diagnóstico? Tres ejemplos dentro de incontables situaciones que ilustran la complejidad de la ética médica y que expongo como abrebocas para reflexionar acerca del papel que pueden o no desempeñar los doctores en la ejecución de la pena de muerte.
La pena de muerte es cruda realidad en el mundo contemporáneo. Aunque creo que la mayoría de los seres humanos están en contra de ella, hay quienes la apoyan, por lo que algunos de los países occidentales donde se efectúa, entre los que destaca Estados Unidos, “se preocupan” por encontrar las vías idóneas para llevarla a cabo con “humanidad”; en otras naciones, “la moral” estadunidense no es motivo de discusión, sea porque predican “morales” diferentes o porque sus vías para aplicar la pena de muerte son más eficaces: la horca, las balas y métodos no publicitados suelen ser infalibles.
En Estados Unidos, en cambio, “la humanización” de la pena de muerte tiene que ver con las formas: de los 38 estados en los que se practica la pena capital en 37 se utilizan inyecciones letales; sólo en Nebraska sigue vigente el uso de la silla eléctrica (datos tomados de la revista médica Mayo Clinic Proceedings, septiembre de 2007).
Para “humanizar” la pena de muerte, en algunos estados de Estados Unidos y debido a que en ocasiones las inyecciones letales fallan se ha sugerido que es indispensable el concurso de anestesiólogos durante el acto. Resumo este dilema en la siguiente pregunta: bajo el pretexto de garantizar el éxito del procedimiento de matar, ¿tienen los doctores, como parte de su trabajo, la obligación de implicarse e idear procedimientos médicos y científicos para terminar con vidas?
Quienes favorecen la participación médica en la pena capital se basan en la idea de la beneficiencia; el principio de beneficencia es uno de los seis pilares de la ética médica; implica hacer siempre el bien a favor del paciente. Desde la perspectiva “humana”, ¿puede justificarse la presencia de anestesiólogos para asegurar el “éxito” del acto y evitar sufrimientos extras en caso de que falle la inyección letal?
Intento comprender la aplicación de la beneficencia, pero no lo logro; no lo logro porque la moral estadunidense tropieza y tropieza a pesar de las constantes invocaciones a Dios en los discursos de Bush; tampoco lo consigo por la nauseabunda participación de galenos estadunidense en la aplicación de la tortura en Guantánamo e Irak.
Atendiendo a la moral bushiana y a la ética médica surgen algunas preguntas: ¿qué sucede cuando los doctores no están de acuerdo con la pena de muerte, o consideran que, siguiendo una de las máximas de la profesión, no deben implicarse en el asesinato de otras personas? ¿Se les expondrá el caso de cada condenado para convencerlos de que el reo debe ser ejecutado por lo que hizo? Estados Unidos es uno de los pocos países donde se aplica la pena de muerte a niños: ¿se solicitará la participación de anestesiólogos pediatras?
Los médicos debemos y podemos ser objetores de conciencia. Contamos con muchos elementos para ejercer esa responsabilidad. Aunque los galenos vivimos del sufrimiento es equivocado aplicar la idea de beneficiencia para matar a otros seres humanos, algunas veces culpables, otras veces inocentes y casi siempre menos responsables que la miríada de políticos de mierda sueltos en el mundo y culpables de incontables muertes de personas inocentes.