LP. Joana Ortega, España

Introducción
Los dos textos propuestos del evangelista Mateo nos introducen en uno de las cuestiones más complicadas, conflictivas y difíciles de la predicación de Jesús: el valor del perdón.

Se trata de un tema poco reflexionado, del que casi no se habla y por el que pasamos “de puntillas”. Pero, lo cierto es que los textos están ahí y nos siguen interpelando e incluso escandalizando.

Hace poco, revisé una de las obras más importantes de Hannah Arendt y me reencontré con estas palabras: “El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret.” (La condición humana, Círculo de Lectores, Barcelona, 1999, p. 319). Esta afirmación y los textos mencionados más arriba me han motivado a iniciar una reflexión sobre el tema del perdón, y los aspectos que veremos a continuación son solamente eso, un inicio, sin ninguna pretensión y cuyo desarrollo y conclusión quedan abiertos a futuras reflexiones y aportaciones.

1.La irreversibilidad de las acciones
Nuestras acciones, una vez que se han llevado a cabo, con intención o sin ella, son irreversibles, y sus consecuencias y resultados también. En un primer momento somos incapaces de deshacer lo hecho, de encontrar soluciones reales a problemas reales. Y, es entonces cuando nos sentimos desbordados por el alcance y las consecuencias de nuestros actos, ya que hemos sido incapaces de predecirlos. Pero, ¿cómo podríamos vivir sin llevar a cabo nuevas acciones, aunque no sepamos el resultado de las mismas? Los seres humanos tenemos esa “habilidad para actuar, para comenzar nuevos procesos sin precedentes cuyo resultado es incierto, de pronóstico imposible..” (CH, p. 311), porque lo cierto es que a través de “las interrelacionadas facultades de la acción” somos capaces de producir “historias llenas de significado” (CH, p. 317), nuestras propias historias, aunque es verdad que, no por ser nuestras, dejan de tener consecuencias e influencias en los que nos rodean, y aún más allá de nuestro entorno.

Se trata de una experiencia compartida. Pensemos en algunas de nuestras acciones del pasado, en su posible alcance, en sus posibles consecuencias, las que conocemos y las que no conocemos o, simplemente, no queremos conocer, porque intuimos sus aterradores resultados… para nosotros y para otras personas.

Ahora bien, ¿Tenemos alguna posibilidad de deshacer o redimir nuestras acciones y sus consecuencias y resultados?

2.La única posibilidad de redención: la facultad de perdonar
¿Es posible la reversibilidad de nuestras acciones? ¿Podemos redimir nuestro futuro, a pesar de todo? Porque, lo cierto es que, “Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad de actuar quedaría… confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias… estaríamos condenados a vagar desesperados, sin dirección fija, en la oscuridad de nuestro solitario corazón, atrapados en sus contradicciones y equívocos…” (CH, p.318).

Pero, resulta que sí, que hay posibilidad de redención, y esta está en una facultad que sólo corresponde a los seres humanos: la facultad de perdonar.

Sólo a través de esa facultad de perdonar podemos redimirnos, redimir a los otros y redimir el futuro de la cárcel de lo inevitable, porque “perdonar sirve para deshacer los actos del pasado, cuyos “pecados” cuelgan… sobre cada nueva generación…” (CH, p. 318).

Pero, hay alguien que nos descubre para qué sirve el perdón.

3.Jesús nos descubre el verdadero papel del perdón
Puede que Jesús de Nazaret haya sido la única persona capaz de descubrir el verdadero poder y papel del perdón en lo que respecta a la esfera de los asuntos humanos. Jesús se da cuenta de que, efectivamente, el perdón es capaz de corregir “los inevitables daños que resultan de la acción” (CH, p. 320).

3.1El perdón se pone en movimiento a través de las personas
La religión y la tradición nos han enseñado que sólo Dios tiene el poder, la facultad y la autoridad de perdonar. Pero, eso no es del todo cierto, y afirmarlo significaría caer en una falacia farisea (¿ad populum?) que el mismo Jesús denuncia:

“Entonces los escribas y fariseos comenzaron a discurrir, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?
Conociendo Jesús sus pensamientos, respondió y les dijo: ¿Por qué discurrís en vuestros corazones?
¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”?
Pues para que sepáis que el hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.” (Lc. 5,21-24).

Si atendemos a las enseñanzas de Jesús, deberíamos concluir que el poder de perdonar no se deriva de Dios, sino que lo deben poner en marcha los seres humanos en sus relaciones. Cuando los seres humanos se perdonan, Dios les perdona (Mt. 6,14-15; 18,35). En otras palabras, según parece y en opinión de Jesús, el perdón de Dios depende de nuestra capacidad de perdonarnos unos a otros.

3.2Dios perdona si nosotros perdonamos “de corazón” (Mt. 18,35)
La comprensión que Jesús tiene del perdón supera en radicalidad a la de escribas y fariseos e incluso a la nuestra. De acuerdo con Jesús, nosotros no perdonamos porque Dios nos perdone a nosotros, sino más bien que Dios perdona porque nosotros perdonamos; es más, si nosotros no somos capaces de perdonar, Él tampoco nos perdonará (Mt. 6,14-15). ¿Deberíamos concluir que el perdón de Dios depende de nuestra capacidad de perdonar en el ámbito de nuestras humanas relaciones? Parece que Jesús cree que sí, ya que: “La insistencia en el deber de perdonar… no se aplica al punto extremo del pecado y al mal voluntariamente deseado… Tanto el extremo pecado como el mal voluntariamente deseados son raros, incluso más raros que las buenas acciones… Pero pecar es un hecho diario que radica en la misma naturaleza del constante establecimiento de nuevas relaciones de la acción dentro de una trama de relaciones, y necesita el perdón para que la vida prosiga, exonerando constantemente a los hombres de lo que han hecho sin saberlo. Sólo mediante esta mutua exoneración de lo que han hecho los hombres siguen siendo agentes libres, sólo por la constante determinación de cambiar de opinión y comenzar otra vez se les confía un poder tan grande como es el de iniciar algo nuevo.” (CH, p. 322).

Sólo el ejercicio del perdón nos permite seguir siendo libres para empezar de nuevo, para llevar a cabo nuevos comienzos redimidos de nuestros errores.

Conclusión
Lo opuesto al perdón es la venganza. Y, al parecer, en nuestras sociedades, la venganza se entiende como una reacción adecuada. Pero Jesús nos enseña que hay una reacción alternativa, radicalmente diferente y que, además, favorece la posibilidad de nuevos comienzos: el perdón. Porque “perdonar es la única reacción que no reactúa simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma inesperada, no condicionada por el acto que la provocó y por lo tanto libre de sus consecuencias, lo mismo quien perdona que aquel que es perdonado. La libertad contenida en la doctrina de Jesús sobre el perdón es liberarse de la venganza, que incluye tanto al agente como al paciente en el inexorable automatismo del proceso de la acción, que por sí mismo nunca necesita finalizar.” (CH, p. 322-323).

Perdonar significa deshacer lo hecho y esto sólo se hace por amor, porque el amor “no toma en cuenta el mal recibido” (1Cor. 13,5).

Nuestras acciones, una vez hechas, son irreversibles pero se nos ha concedido la increíble capacidad de perdonar y, con ella, la posibilidad de deshacer nuestros errores y comenzar de nuevo (ver Lc. 7,36-50 y Jn 8, 2-11).

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