CasaSefaradIsrael. Jerusalén, 11 feb (EFE).- La diferencia de un sólo diputado entre los partidos Kadima y Likud deja a Israel frente a una situación inédita en la que el jefe del Estado deberá decidir si entrega el gobierno al partido más votado o al de mayor apoyo parlamentario

«El enredo político», titula su edición de hoy el diario Yediot Aharonot, al describir la encrucijada que dejaron las elecciones del martes, tras las que los líderes del Kadima, Tzipi Livni, y del Likud, Benjamín Netanyahu, reclaman para sí la jefatura del gobierno.

El Kadima obtuvo en el escrutinio 28 escaños, mientras que el Likud 27, pero al funcionar Israel bajo un complejo sistema parlamentario de coaliciones es Netanyahu el que a priori disfruta de una mayoría más estable.

Aliado con los partidos de su entorno ideológico, el líder del Likud tiene posibilidades de formar una coalición de 65 diputados, mientras que Livni sólo reuniría 55, y ello si se incluye a once diputados árabes que horas después de conocerse los resultados ya le habían retirado su confianza.

El embrollo se ha desencadenado por una falta de precisión en la ley electoral israelí, que atribuye al presidente, en este caso Simón Peres, la función de adjudicar el mandato de armar gobierno a uno de los candidatos, con la única condición de que sea diputado.

«El presidente del Estado encargará la misión, después de asesorarse con los representantes de los grupos parlamentarios, a uno de los diputados que acepte (ser primer ministro)», dice vagamente la Ley Básica del Gobierno.

La tradición política hasta ahora dicta, sin excepción, que el encargo lo recibía el líder del partido más votado, pero nunca se había dado una circunstancia en la que los a priori «perdedores» tuvieran mayoría absoluta para impedir la investidura.

Hace ya varios días que Peres había previsto un empate entre bloques, circunstancia que le ocurrió a él en los ochenta siendo jefe laborista.

Tras las elecciones de 1984, en un «embrollo» parecido, la mayoría de los grupos parlamentarios recomendaron al jefe del Estado que encargase el gobierno al candidato menos votado, el entonces líder del Likud, Isaac Shamir.

Como solución a ese empate de bloques, Peres y Shamir acordaron un gobierno de unidad nacional en rotación, modelo que algunos expertos recomiendan como salida a la crisis actual.

Porque lo que resulta difícil de imaginar es que Livni, a la que un columnista tilda hoy de la «Obama israelí», pudiera imponerse en el tejido de alianzas al veterano y astuto Netanyahu.

Aunque exigua, la victoria de la candidata de Kadima es elogiada por los medios de comunicación locales, que la acreditan por su capacidad para remontar a su rival conservador después de dos meses en los que aparecía detrás de él en las encuestas, a veces con diferencias de hasta seis y ocho escaños.

«Sea o no primera ministra, Livni se anotó ayer una gran victoria, de las más impresionantes que haya conocido la política israelí», destaca el columnista Nahum Barnea.

«En 2006 Ehud Olmert (el primer ministro saliente de Kadima) tuvo el impulso de la gestión anterior de Ariel Sharón -subraya-, Livni ha tenido que comenzar de cero».

Fuera de la opción de unidad nacional con el Likud, para poder gobernar la jefa de Kadima sólo puede aspirar a que el partido de derechas Israel Beitenu, del ultranacionalista Avigdor Lieberman, cruce las líneas ideológicas que le unen a Netanyahu.

Lieberman formó parte de un gobierno dirigido por Kadima entre 2006 y 2008, pero anoche declaró que su preferencia es «un gobierno de derechas».

En los próximos días, Peres convocará a los líderes de los grupos parlamentarios para sondear la situación, mientras que los dos aspirantes no han esperado ni un minuto y, anoche, horas después de conocerse los primeros resultados, ya habían comenzado el tira y afloja para ganar apoyos a su candidatura.

De lo que no hay duda, según políticos y comentaristas, es que el encasquillamiento del sistema de gobierno pone de manifiesto la urgente necesidad de reformar el sistema electoral israelí, y evitar con ello que los partidos grandes dependan de variopintas coaliciones con las formaciones más pequeñas.

Elías L. Benarroch

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