Punto de fe 12. La Ley de la Alimentación y la Santidad

La ley de la alimentación es una señal de la santidad de Dios en la vida cotidiana del creyente, que se observa cuando se consumen sólo los alimentos ordenados por Dios, y se comparten con el necesitado.

La importancia del acto de comer en la Biblia

Comer es un evento vital en la vida del ser humano: El mandamiento que desobedeció Adán fue sobre la comida1. En el sacrificio de comunión, comer ocupó un momento medular en el que Dios determinó lo que de la víctima podíancomer los sacerdotesy lo que correspondía a los demás israelitas3. Para los pueblos antiguos la comida era una forma de agradar y tener comunión con sus dioses4. Incluso para Jesús fue tan importante la comunión en la mesa, que sus detractores lo tildaron de comilón5.

1Génesis 2:16-17; 2Levítico 10:8-15; 3Levítico 11; Deuteronomio 14:3-21; Hechos 15:20; 4Jueces 9:27; 5Lucas 7:34

Al comer, se ponen en movimiento instintos básicos del ser humano: la supervivencia, ver por el propio bien, cumplir gustos y deseos, ignorar las necesidades de los demás. Estos instintos pueden llegara dominar la voluntad humana al grado de ser considerados como un dios1, pero también, en el acto de comer se pueden manifestar los sentimientos más nobles provocados por acontecimientos importantes2: la comunión con Dios3 y la liberación4; un nuevo comienzo5, el reino de Dios6,el nuevo pacto7.

11 Corintios 6:13; Filipenses 3:19; 2Génesis 24:54; 2 Crónicas 29:22; 3Génesis18:8; 4Éxodo 12:4-10; 5Éxodo 12:18; 6Mateo 9:10; 16:9-10; 7Mateo 26:17-29

La ley de la alimentación es una señal de santidad

Desde el relato de la Creación observamos cómo Dios, manifiesta su carácter santo en lo cotidiano de los seres humanos, dándoles una dieta en base al fruto de la tierra1. Posterior al diluvio, amplía la dieta incluyendo animales determinados por Él como limpios2. En Levítico 11 y Deuteronomio 14 está la lista detallada de animales puros e impuros donde establece las características que los distinguen. Prohíbe la ingesta de carne de animales impuros y la sangre de cualquier animal, igualmente restringe la carne de animales ahogados y lo mortecino3. La santidad de Dios, que abarca todos los ámbitos de la vida, es la razón de esta distinción. Así, su pueblo se santifica obedeciendo sus mandamientos, incluidos los que norman la alimentación.

1 Génesis 1:29; 3:18; 2 Génesis 7:2-3; 9:3; Levítico 17:14; Deuteronomio 14:21; Hechos 15:20

Jesús y la ley de la alimentación

Jesús observó la ley de la alimentación, pero no las tradiciones de los ancianos del pueblo judío sobre el lavamiento de las manos y las demás tradiciones de pureza ritual, porque estaban más allá de lo ordenado por Dios1. Su interés era hacer evidente que un alimento es inmundo; no por tener contacto con las manos sin lavar ritualmente, ni por una sustancia que contenga; es inmundo,únicamente porque Dios lo ha determinado.Desobedecerlo, es lo que realmente contamina al comensal porque la rebeldíasale del corazón manchando, no sólo lo que come sino todos los aspectos de la vida, porque sobre todos ellos, Dios ha manifestado su voluntad. Con ello, Jesús muestra que se debe poner el mismo cuidado para seleccionar lo limpio de lo inmundo en la comida, que para seleccionar la clase de pensamientos, deseos y palabras que se dirigen a los demás2.

1Marcos 7:1-8; 2Marcos 7:18-23

Jesús muestra que la sola observancia de la ley de la alimentación no tiene sentido alguno, a menos que vaya acompañada de un genuino amor por el hambriento1.

1Isaías 58:7; Mateo 19:16-22; 25:35; Lucas 16:19-31; Santiago 1:27; 1 Juan 3:17-18

La iglesia primitiva y la ley de la alimentación

El apóstol Pedro tuvo una visión en la que se le pedía que comiera de lo que había en un lienzo, y ante su negativa oyó una voz que decía: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”1. Para él, esta frase no significó que estaba abolida la ley de la alimentación, pues al llegar a la casa de Cornelio2 dijo: “me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo”3.

1Hechos 10:10-16; 2Hechos 10:17-19; 3Hechos 10:26-29; 11:1-3

En la iglesia de Roma surgió un problema relacionado con los alimentos, porque había quienes comían sólo legumbres creyendo que esa era la voluntad de Dios y condenaban a quienes comían carne; y éstos, creyendo que tenían un conocimiento superior de la voluntad de Dios, menospreciaban a los primeros1. El apóstol Pablo los exhortó a superar estas diferencias basados en: la tolerancia, el respeto mutuo, el reconocimiento de que sólo Jesús es Señor y Juez de todos2 y la responsabilidad de las propias convicciones. Les mostró que lo importante en el Reino de Dios es no romper la comunión3.

1Romanos 14:3; 2Romanos 14:6; 15:1-2; 3Romanos 14:17

En otras congregaciones de la Iglesia primitiva había amenazas externas por medio de doctrinas que se oponían a la voluntad de Dios, prohibiendo el matrimonio y algunos alimentos puros. La Iglesia, combatió estas herejías con su conocimiento de la palabra de Dios y la oración, afirmando que “todo lo que Dios crió es bueno, y nada hay que desechar, tomándose con hacimiento de gracias:Porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado”, elementos indispensables para saber realmente lo que es santo, tanto para la relación del hombre con la mujer, como para el tipo de alimentos que Dios ha dado a los que han conocido la verdad1.

11 Timoteo 4:1-5

Lo santo en lo cotidiano del hombre

La santidad de Dios es una realidad que el creyente debe tomar en cuenta en todos los ámbitos de la vida cotidiana, sin olvidar que ante Dios todo está visto y ordenado, no sólo el espacio y tiempo del culto. Los alimentos diarios, en el marco de la ley de la alimentación,deben ser reconocidos como don de Dios; y al tomarlos con acción gracias, el creyente se ubica en el ámbito de lo sagrado1.

1Timoteo 4:4-5

El creyente es mayordomo de su propio cuerpo1, por tanto debe procurar la salud2, que en gran medida se determina por lo que come3. Entendiendo que la salud tiene como propósito servir a Dios y al prójimo4.

11 Corintios 6:20; 23 Juan 2; 3 Éxodo 23:25; Daniel 1:8-15; 4Mateo 8:14-15

Por el Espíritu Santo, Dios está presente de manera activa y vivificante en el mundo. Es poder de Dios que da vida nueva, hace de los creyentes hijos de Dios, les une en auténtica comunión y les hace capaces para ser testigos de Jesús hasta lo último de la tierra.Por el Espíritu Santo, Dios y su Hijo, actúan en el corazón de cada creyente dándole el amor genuino como fruto y tarea, que incluye el ejercicio de los dones que el mismo Espíritu reparte a cada uno.

El Espíritu Santo hace posible experimentar la presencia y acción vivificante de Dios en el mundo

En Jesús se manifestó la plenitud del Espíritu Santo, dejando ver la irrupción del Reino de Dios entre los seres humanos1. Luego de la ascensión del Señor resucitado, Dios continua, por medio del Espíritu Santo la obra de salvación2 y prepara el corazón de las personas, aún antes de recibir la predicación del Evangelio3.

1Lucas 4:18-19; Mateo 12:28; Hechos 10:37-38; 2Juan 16:7-8; 3Hechos 18:9-11

Explícitamente Jesús afirmó la procedencia del Espíritu Santo: viene de Dios1. Es una realidad que se origina en Él y le pertenece2.El hecho de que el Espíritu Santo venga de Dios, revela la gran verdadde que Dios está profundamente comprometido con sus criaturas, y busca que éstas lo experimenten como cercano, presente, atento y dispuesto a habitar permanentemente en ellas3.

1Juan 15:26; 2Mateo 10:20; 3Juan 14:16-17

El Espíritu Santo viene de Dios como respuesta a la necesidad humana de salvación, de dirección, de redención y de restauración. Es la expresión amorosa de Dios que continúa dándose en una relación íntima, de padre a hijo1.

1Tito 3:4-7

El Espíritu Santo da vida nueva

El Espíritu Santo hace nacer al creyente a la vida nueva que viene de Dios y le sustenta en ella1. Esta vida nueva es un milagro de Dios que demanda del creyente su disposición a la influencia del Espíritu Santo; que se traduce en una vida activa, responsable y anhelante de su plenitud2.

1Juan 3:3-6; Romanos 8:2, 6, 10-11; Efesios 3:16; 2Romanos 8:23; Gálatas 5:16-25; 6:8; Efesios 5:17-20

El Espíritu Santo hace de los creyentes hijos de Dios

Dios toma como hijo a la persona que cree en Jesús1, y por el Espíritu Santo trasforma su corazón para que experimente a Dios como Padre2y esté dispuesto a cumplir su voluntad como lo hizo Cristo3.

1Juan 1:12; 2Romanos 8:14-17; Romanos 8:29; 1Juan 4:17

El Espíritu Santo une a los creyentes en auténtica comunión

La transformación que realiza el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes, no sólo permite experimentar a Dios como Padre, sino a los creyentes como verdaderos hermanos1 y miembros de un mismo cuerpo2.

1Efesios 2:18-19; 4:1-6; 21 Corintios 12:13

El Espíritu Santo hace capaces a los creyentes para ser testigos de Jesús hasta lo último de la tierra

El poder y la autoridad necesaria para la misión redentora a las naciones, emana del Espíritu Santo a los creyentes1. De su fuerza reciben la capacidad para testificar, superando el miedo y las limitaciones que intentan frenarlos, y ellos se convierten en expresión viva de ese mensaje hasta la muerte misma2. Al acompañarlos confirma y completa la obra de los enviados por Jesús3. De él nace la compasión que deja ver y sentir la soledad, el dolor y la miseria que agobian la vida del ser humano4.

1Juan 20:21-23; Hechos 1:8; 2 Corintios 3:4-6; 22 Corintios 4:16-5:5; Filipenses 1:27-30; Hechos 21:13; 3Mateo 10:19-20; Romanos 15:19; 4Lucas 4:18

El fruto del Espíritu Santo es el amor

Por el Espíritu Santo, Dios y su Hijo actúan en el corazón de cada creyente, dándole el amor genuino como fruto y tarea, para apreciarlo es necesario ver en paralelo Gálatas 5:22-23 y 1 Corintios 13:4-8; pues las características del amor en Corintios se corresponden y son enlistadas en Gálatas. La apertura al Espíritu Santo en la persona y en la comunidad, se manifiesta en el amor sincero que inspira la obediencia, el servicio y la preocupación por el bienestar de unos por otros1, incluye el ejercicio de los dones que el mismo Espíritu reparte a cada uno2. El amor hace que el surgimiento, la búsqueda y el uso de los dones, sea para la edificación y el bien de los demás en el cuerpo de Cristo3 teniendo como meta la madurez y plenitud propias de Jesús4.

1Gálatas 5:13; Hebreos 10:24; 1 Juan 2:8-11; 4:7-9; 21 Corintios 14:1,12; Efesios 4: 7,11-13; 3Efesios 4:11-13; 4Colosenses 1:28-29