Raices

Israel y la identidad judía

Repartidos en un gran número de países, practicantes de formas más liberales de la fe y asimilados en sociedades cada vez más abiertas y multiculturales, muchos jóvenes judíos comienzan a dejar de considerar a Israel como punto de referencia y centro del mundo judío.

LONDRES.- «Las opciones para nuestra gente, señor presidente, son tener un estado o terminar en el exterminio». Así escribió Chaim Weizmann, jefe de la Organización Sionista Mundial, a Harry Truman, presidente de Estados Unidos, el 9 de abril de 1948. Cinco semanas más tarde, Weizmann fue elegido presidente del nuevo estado judío. Truman le dio reconocimiento a las pocas horas.

Las palabras de Weizmann eran verdad sólo en parte. Los judíos europeos enfrentaron la extinción por parte de los nazis, pero los que habían huido de los pogromos hacia EEUU dos generaciones antes se sentían a salvo e instalados allí. Aun así, también para ellos Israel se convirtió en el centro del mundo judío, no sólo como un posible destino en caso de tener que huir, sino porque formaba parte de lo que eran. Si el judaísmo de sus abuelos tenía que ver con la religión, el conocimiento y la comunidad, el de ellos significaba algo distinto: ser una nación que había perdido un tercio de su gente pero que había ganado una nueva patria.

Desde su fundación, la existencia de Israel produjo nuevos cuestionamientos para los judíos de todo el mundo. Si el propósito de su creación había sido albergar a una nación que nunca pudo estar a salvo o ser totalmente ella misma en ningún lugar, ¿aún era posible para los judíos florecer en el «exilio»? Algunos sintieron que los judíos tenían sólo dos opciones: asimilarse en los países donde vivían o identificarse profundamente con el nuevo estado, si no emigrar allí.

Otro dilema surgió de las idiosincrasias de la vida religiosa en el nuevo estado. Muchos israelíes no son religiosos, pero la autoridad religiosa del país está en manos de los ortodoxos. ¿Adónde deja esto a los judíos fuera de Israel que practican formas más liberales de la fe? Y el mayor dilema es: por más orgulloso que se sintiera el mundo judío por Israel durante su temprana lucha por sobrevivir, ¿cómo debería reaccionar un judío consciente ante la nueva imagen de Israel como gigantesca fuerza militar y como opresor? Enfrentados con estos rompecabezas, los judíos de todo el mundo están encontrando nuevas maneras de definir su identidad y una nueva relación con Israel.

Gran parte de los judíos de la diáspora aún apoya fuertemente a Israel. Pero ahora que su perfil en el mundo ya no es el de una víctima heroica, la ambivalencia ha crecido. Muchos están perturbados por la ocupación de territorios palestinos o, más recientemente, por las imágenes de Israel bombardeando el Líbano. Algunos temen que esto sea aprovechado por los antisemitas. No son pocos los que piensan que la vida judía religiosa y cultural de Israel está estancada. Otros cuestionan el tema de que sea un puerto seguro ya que, con sus guerras y conflictos, se puede sostener que es el lugar donde más judíos mueren por ser judíos. Los más radicales dicen, como los palestinos, que la idea de un estado con bases étnicas es racista y arcaica.

Más aún, la última gran ola de Aliá, la inmigración a Israel, ha terminado. A menos que surja un nuevo brote de antisemitismo, el mapa mundial de judíos cambiará poco de ahora en más. Cada comunidad evoluciona a su manera. Algunos ven un resurgimiento impensable pocos años atrás. Y especialmente los jóvenes judíos se preguntan qué significa Israel para ellos. Algunos, afirman los estudiosos norteamericanos Caryn Aviv y David Shneer en un libro reciente –Nuevos Judíos (New York University Press)-, rechazan la noción de que están en una diáspora, «lo que da una visión del mundo judío jerarquizado con Israel en lo alto y la diáspora en el fondo».

Aliá literalmente significa «ascenso», mientras que dejar Israel es yeridá, «descenso». Los repetidos destierros (a Egipto, Asiria, Babilonia) y retornos son la piedra angular de la narrativa histórica judía. La palabra hebrea que habitualmente se refiere a la diáspora, golá, implica un exilio forzado.

Pero ya en 1950 Jacob Blaustein, jefe el Comité Judío Norteamericano (AJC) le dijo a David Ben-Gurion, entonces primer ministro israelí, que «los judíos norteamericanos repudian cualquier sugerencia o insinuación de que están en el exilio». En noviembre, Zeev Bielski, jefe de la Agencia Judía, la organización israelí responsable de promover la aliá, tuvo problemas por decir que un día los judíos norteamericanos «se darán cuenta de que no tenían futuro como judíos en EEUU debido a la asimilación y los matrimonios interreligiosos». De EEUU sólo han emigrado 120.000 israelíes desde 1948, y todavía tiene tantos judíos como Israel. Un informe de hace dos años realizado por Steven M. Cohen, sociólogo del Hebrew Union College, de Nueva York, encontró que sólo el 17% de los judíos norteamericanos se llamaban a sí mismos sionistas.

Igualmente, los judíos norteamericanos han sido durante mucho tiempo los más fuertes defensores de Israel. Muchos de los más celosos colonos de Cisjordania llegaron de EEUU, y los principales grupos de presión judíos tendieron a apoyar a los gobiernos israelíes de derecha y evitaron criticar sus políticas. El hecho de que Israel sea el aliado más poderoso de Washington alienta esta postura militarista. Al igual que la postura ultrasionista de algunos norteamericanos cristianos.

Pero los judíos demasiado jóvenes como para haber visto a Israel derrotar a tres ejércitos árabes en seis días, en 1967, están menos predispuestos a verlo como heroico, moralmente superior, necesitado de ayuda o incluso relevante. En el estudio de Cohen, sólo el 57% de los judíos de EEUU estimaba que «preocuparse por Israel fuera importante en cuanto al ser judío», cuando en un informe similar de 1989 el porcentaje era de 73%.

La responsabilidad no recae sólo en el conflicto árabe-israelí. Los judíos norteamericanos son pluralistas, mientras que la clase dirigente ortodoxa de Israel no reconoce conversiones o matrimonios realizados por otro tipo de rabinos. Enfrentamientos sobre «quién es judío» distanciaron a los judíos norteamericanos de Israel mucho antes de la segunda intifada palestina. La intifada, como cualquier crisis, fortaleció el apoyo. Howard Rieger, presidente de la United Jewish Communities (UJC), una agrupación norteamericana paraguas, recuerda que cuando la UJC lanzó un llamado para ayudar a las víctimas de los ataques suicidas y a sus familiares, «fue la primera vez (en años recientes) que Israel había estado en riesgo, y la respuesta fue similar a la de la generación anterior». Más recientemente, un llamado de UJC durante la guerra de Israel contra Hezbollá, en el Líbano, recaudó 340 millones de dólares en sólo seis semanas.

Correr en defensa de Israel es todavía lo que la clase dirigente judía hace mejor. Tras la guerra, una organización estudiantil, Israel On Campus Coalition, editó una guía con recomendaciones para terminar con las críticas contra Israel. Pero los estudiantes judíos que deseaban un verdadero debate sobre la guerra, como el que se daba con furiosas p
rotestas en el mismo Israel, debieron buscarlo en otro lado.

«Debe de haber algo más que los norteamericanos puedan hacer (por Israel) que responder en los momentos de crisis», indicó Roger Bennett, director de proyectos especiales en la fundación Bronfman. Rieger coincide: algo que podrían hacer, piensa él, es trabajar con los israelíes para resolver el «tema de la identidad», básicamente el carácter de la vida judía en el estado judío, donde la identidad religiosa a menudo se ve desplazada por lo secular y nacional.

El problema, según Bennett, es que la principal corriente de instituciones judías norteamericanas nació para defender la causa de Israel y para luchar contra el antisemitismo. Pero los jóvenes judíos de hoy están en busca de identidad, espiritualidad, significado y raíces. Contrariamente a sus abuelos, no se reúnen con otros judíos sino que se hallan mezclados en la sociedad. No se encuentran en las sinagogas o en otros foros judíos sino que forman sus propias redes. Ser «judío» es sólo parte de su multifacética identidad norteamericana, e Israel no parece tan relevante.

Ser judío en Europa

Pero si los judíos norteamericanos están preocupados porque la asimilación reduce su número, mucho más se preocupan los menos numerosos judíos de Europa. Israel debería importarles más; están más cerca. Pero los judíos europeos son un mosaico cuyos lazos con Israel dependen en gran parte de las condiciones locales.

En Gran Bretaña, más que en EEUU, Israel es un ancla de la identidad judía. Son mayores las posibilidades de que los británicos hayan visitado Israel, tengan familiares allí y se llamen a sí mismos sionistas, aunque su visión política de Israel sea a veces más crítica.

Pero el rabino Rodney Mariner está preocupado. Un informe sobre su comunidad mostró «muy poco entusiasmo y compromiso con Israel en muchos de los miembros de mediana a poca edad». Perteneciente al campo liberal judío británico, advierte que el único crecimiento se encuentra en el otro extremo del espectro: entre los haredim, los ultraortodoxos cuyas vestimentas y lazos comunitarios cerrados los alejan del resto. «No veo fuera de la ultraortodoxia, salvo Israel, otra cosa que pueda mantener a la comunidad judía unida a largo plazo», afirma. Eso lo preocupa, ya que Israel parece ser un adhesivo pobre. Tiene dudas sobre sus políticas, poca fe en su liderazgo y descree del «valor de Israel en términos judíos». El jefe rabino de Gran Bretaña, Jonathan Sacks, piensa parecido. Criticó con cautela el tratamiento que Israel da a los palestinos y recientemente lo reprendió por la falta de «sentido judío de una ética que penetre en las grandes instituciones de la sociedad».

Francia, por el contrario, tiene más judíos que cualquier otra parte de Europa occidental, estimados en medio a tres cuartos de millón de personas. Pero la mayoría de las familias judías francesas llegaron hace dos o tres generaciones del norte de África. Están menos unidos a Francia de lo que lo están sus equivalentes del otro lado del Canal a Gran Bretaña, afirma Jean-Jacques Wahl, director general de la Alliance Israélite Universelle, de París. Casi todos tienen lazos familiares con Israel o han vivido ahí.

Los jóvenes judíos franceses, agrega, son posiblemente más antiárabes y de derecha: «Creo que Bibi (Benjamin Netanyahu, jefe del partido Likud, de derecha) es más popular en Francia que en Israel». Además, una serie de ataques antisemitas en años recientes, en un período en que el antagonismo entre musulmanes y judíos agravó el viejo antisemitismo de la derecha francesa, están acumulando temores y haciendo que la aliá parezca más atractiva. El año pasado, 3000 judíos se mudaron de Francia a Israel, algo casi inédito en 30 años.

Contrasta la atracción de Israel sobre los judíos franceses y británicos y su relación con los de Alemania y Rusia. Los rusos predominan en ambos países. Durante 13 años Alemania ofreció a los judíos de la ex URSS la residencia automática y hoy suman 115.000, cuatro veces más que antes de la caída de la cortina de hierro. En septiembre, en un conmovedor epitafio al pasado nazi del país, se ordenaron rabinos en tierra alemana por primera vez desde el Holocausto.

Pero al haberse mudado ya una vez, pocos inmigrantes rusos quieren volver a hacerlo. Los jóvenes judíos de Alemania, afirma Michael Brenner, historiador en la universidad Ludwig Maximilien, de Munich, es más probable que vayan a Inglaterra que a Israel, «para estudiar y encontrar pareja y una vida judía más normal y diversa». Entre los judíos de Alemania, las críticas a Israel están amortiguadas, pero el activismo sionista, asegura el rabino Walter Homolka, obtiene «muy poca respuesta». Para él, la gran preocupación de la llegada de rusos, cuya prioridad es integrarse a la sociedad alemana, es ver si seguirán siendo judíos también. Y la forma de mantenerlos unidos, cree, no es un lazo artificial con Israel sino atracciones locales como escuelas judías.

Sin embargo, la menos esperada reactivación mundial judía está sucediendo en la misma Rusia. Alguna vez fue un lugar del que los judíos querían partir, más de un millón se fue a Israel después de 1990. Pero aún hay cientos de miles que quedaron. La identidad judía es naturalmente fuerte en Rusia, donde la ley soviética reprimió la vida religiosa pero insistía en la separación étnica de los judíos. En estos días, hasta los judíos que nunca estuvieron en una sinagoga están felices de defender esa separación: ellos son rossiiskiye, ciudadanos rusos, pero no russkiye, «rusos». El movimiento ultraortodoxo Lubavitch, que trabaja para atraer a los judíos de todo el mundo, merece algún crédito. Pero tal vez el principal factor sea el boom económico de Rusia.

Unos 100.000 rusos que vivían en Israel regresaron a Rusia. En un mercado de rápido crecimiento, a menudo encuentran mejores trabajos. Hoy, un ruso judío de Moscú se vestirá mejor que su primo de Tel Aviv: un gran cambio con respecto a lo que sucedía diez años atrás.

Al gobierno de Israel no le agrada reconocer esta aparente yeridá pero, como sostiene el rabino Berlowitz, «es una situación en que ganan tanto Israel como Rusia». La mayoría de los que vuelven mantienen lazos con Israel, a menudo dejan familiares allí e invierten sus ganancias. Esto contribuye a una nueva clase de diáspora: cuando se oye el ruso en la vieja Jerusalén y el hebreo en San Petersburgo, es difícil decir dónde termina Israel y donde comienza Rusia.

De hecho, se está produciendo un resurgimiento cultural judío no sólo en Rusia y Alemania sino en toda Europa. Tony Lerman, del Jewish Policy Research Institute de Londres, cita números en alza de museos y escuelas judías y de cursos de estudios judíos, más gente está estudiando idish. Festivales culturales y de películas y música judías florecen por todos lados, incluso en Polonia, cuna del antisemitismo. En parte, esto refleja una moda por lo exótico entre los no judíos. Es más, esto sugiere que muchos judíos están reaccionando contra el antisemitismo y los temores de asimilación redescubriendo lo que significa ser judío fuera de Israel y no mudándose allí.

Los israelíes pueden hablar todavía de «golá», pero los judíos que huyeron al mundo helénico luego de la dest
rucción del segundo templo de Jerusalén en el año 70 deliberadamente adoptaron le palabra griega diáspora porque era más neutral. «Diasporismo», la idea de que los judíos están mejor fuera de la Tierra Santa, es una tradición que comenzó con el profeta Jeremías y que todavía existe entre unos pocos judíos ultraortodoxos. Pero cada vez más los jóvenes judíos ven el futuro no como una elección entre Sion y el exilio sino como una fructífera fusión de ambos.

Traducción: María Elena Rey
© La Nación y The Economist   

 

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