ALC. El mayor consumidor de la música cristiana, el recién convertido dentro del ámbito carismático sobre todo, acompaña cada estribillo con llantos y oraciones, eleva los brazos al cielo, cierra los ojos como si cayera en trance, alaba, pide, e intercede y asevera que cantar es como orar dos veces.

Esta manifestación que es moda en latinoamérica y se ha transformado en una industria más aprovechándose de la fe, lleva a pastores y ministros a cuestionarse si el fenómeno es fruto de la época y la gente que está carente de valores espirituales ante un mundo en crisis o si es consecuencia de un prominente negocio que no deja mucho sustento teológico, pero sí jugosas ganancias.

El productor y director ejecutivo de la casa disquera Bless Music, Yayko Calderón, afirma que todo este fenómeno no es consecuencia más que de las carencias espirituales que sufre la gente.

En ese mismo orden, los analistas económicos, un poco más pragmáticos, se van por la razón de que todos estos movimientos musicales tienen su raíz en la crisis económica que vive el mundo.

El fenómeno ha llevado a que un concierto de música cristiana exija una taquilla similar a la de cualquier show, siempre teniendo en cuenta el artista del que se trate, cuando los evangélicos también piden buenos lugares de hospedaje, comidas especiales y medios de transporte suntuosos. Ese es el caso de Jesús Adrián Romero, un cantante que estuvo recientemente por Panamá y se hospedó en una suite presidencial de un hotel.

Los más críticos de este boom afirman que no hay certeza de cuan siervos de Dios son o no aquellos que, más que evangelizar, a veces someten a las masas a sus designios, cuando solo Dios conoce las intenciones del corazón de cada uno de los artistas.

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