Juan Stam

A diferencia del Antiguo Testamento[1], que a menudo interpreta la riqueza como bendición de Dios (Gén 12:2; 13:2), no aparece entre las bienaventuranzas de Jesús ninguna que dijera, “benditos ustedes los ricos”. Eso se debe en gran parte al sistema económico tan distinto en los dos casos. Por mucho de la historia de Israel la riqueza consistía en ganado, oro y plata, y ropa fina. Las compras y ventas eran por trueque o por determinado peso de oro o plata, pues no existían las monedas. Por eso, la brecha entre ricos y pobres era mucho menos y era más lógico ver las riquezas como bendición de Dios. En cambio, el imperio romano del siglo I se basaba en la esclavitud masiva y el comercio nacional e internacional, con una brecha inmensa entre ricos y pobres. Entonces ser “rico” era muy otra cosa.

Jesús nunca declara benditos a los ricos sino advierte una y otra vez contra los peligros y tentaciones de la riqueza. En vez de decir “Bienaventurados los ricos” Jesús dijo lo contrario: “Bienaventurados ustedes los pobres” y “Ay de ustedes los ricos” (Lc 6:20,24). Mateo lo amplía con “pobres en espíritu” (frase de sentido muy discutido) y Lucas lo amplía con el contraste entre pobres (bienaventurados) y ricos (ay de ellos).[2] Es imposible entender ese lenguaje de Lucas en sentido abstracto o espiritual; en Mateo, “pobres” y “pequeñuelos” (Mat 11:25) describen también un grupo socio-económico de la sociedad.[3] Claro, tampoco debe interpretarse como una beatificación de la pobreza ni mucho menos como una justificación de la desigualdad económica, ayer y hoy. Es más bien un llamado a identificarnos con los pobres porque el reino de Dios está al lado de ellos.[4]

En el mensaje de Jesús sobre las riquezas predomina un fuerte énfasis en los peligros de poseerlas. Cristo condena tanto el afán por las riquezas como la confianza en ellas. En la parábola del sembrador, sobre la semilla que cayó entre espinos, dice que “las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas la ahogan” (Mt 13:22; Mr 4:19; Luc 8:14 agrega “los placeres de esta vida”). Según otra traducción, “los negocios de esta vida les preocupan demasiado y el amor por las riquezas los engaña, y quisieran poseer todas las cosas” (Mr 4:19 DHH). Las riquezas seducen con su promesa de felicidad y bienestar, pero todo es engaño y al final no satisfacen. De hecho, estos son temas muy presentes en las escrituras hebreas (Dt 8:11-17; Ecl 5:10; Sal 49:6; 52.7). Las riquezas amenazan con dar una falsa seguridad que les hace a los ricos creer que ellas bastan y que no necesitan a Dios ni el mensaje del evangelio.

El sermón de la montaña

Un largo pasaje del Sermón de la Montaña se dedica también al tema de las riquezas (Mt 6:19-34). El argumento se estructura alrededor de cinco imperativos:

(1) no acumular tesoros en la tierra sino en el cielo v.19;
(2) no afanarnos por comida, bebida y ropa (las aves) v.25;
¿Por qué se afanan ustedes? v.28
(3) no afanarnos por comida, bebida y ropa (las flores) v.31;
(4) no afanarnos por el mañana v.34 sino
(5) buscar primero el reino de Dios v.33.

Todo el pasaje está cruzado por fuertes contrastes: tesoros en tierra/tesoros en cielo; perecederos/imperecederos; ojo bueno/ojo malo; Dios/Mamón; el afán/el cuidado del Padre; el Reino/añadidura; el mañana/el hoy.

El pasaje comienza mandando a los fieles “no atesorar tesoros” (thesaurizete thêsaurous, acusativo cognado) en la tierra, que son “depósitos” muy inseguros y perecederos (Mt 6:19: polilla, óxido, ladrones; cf. Lc 12:33). Pero en los mismos términos Jesús manda “atesorar tesoros” en el cielo (nada de polilla, óxido, ladrones). Lucas nos explica como hacer esta transferencia de valores: vender nuestras posesiones y dar a los pobres (12:33-34; cf 12:21).[5] Era común en el pensamiento judío pensar que tales obras transfieren el tesoro al cielo; según Peah 1.1 del Mishná, “el capital se deposita así en el mundo venidero” (Ellison, New Testament Commentary 1969, p.148).

Es probable que lo dicho sobre el “ojo bueno” (Mat 6:22 ofthalmos haplous) y el “ojo maligno” (ofthalmos ponêros) tiene que ver con el mismo tema de las riquezas. El campo semántico del adjetivo haplous incluye el concepto de sencillo (no dividido; 2Cor 11:3; Ef 6:5; Col 3:22 y Septuaginta), sincero, íntegro pero también puede significar generoso. El sustantivo correspondiente significa “generosidad” en textos como Rom 12:8; 2Cor 8:2; 9:11,12, y el adverbio significa “generosamente” en Stg 1:5. Con esa polisemia, Mat 6:22-23 se relaciona como “generosidad” con los versículos anteriores, y como “integridad” (sin mezcla) con lo que sigue. Hemos de dar generosamente a los necesitados, para “atesorar tesoros” en el cielo, y hemos de adorar a Dios con un corazón puro e íntegro.

Siguiendo con el tema de las riquezas, Jesús nos presenta una disyuntiva radical: o servimos a Dios o servimos a Mamón (riquezas; 6:24). Esto puede entenderse como una relectura de la exigencia profética de Elías: o Baal o Yahvéh pero jamás ambos. Es muy significativo que siglos después, bajo una economía muy diferente pero no menos injusta, Jesús escogiera precisamente “Mamón” como el Baal de su tiempo. El verbo douleuein (servir) y el contexto implican que el apego a las riquezas es una esclavitud (Lc 16:13) y una idolatría (Ef 5:5; Col 3:5). El término mamôna, que Mateo y Lucas reproducen del arameo original del discurso de Jesús, parece sugerir la idea de “aquello en que uno confía, a lo que uno se entrega” (Hauck, Beyreuther, de Dietrich).

Con 6:25 comienza el segundo tema del bloque textual, una extensa exhortación contra el afán por los bienes temporales (Mat 6:25-34). La primera mitad advierte contra la avaricia (6:19-24). y esta segunda mitad contra el afán (6:25-34). Algunos han sugerida que la avaricia y la acumulación son tentaciones especialmente para los ricos, y el afán y la ansiedad para los pobres, aunque todo el pasaje se aplica tanto a ricos como a pobres, cada cual a su manera. El mismo lenguaje en la parábola del sembrador coordina este afán con “el engaño de las riquezas” y “los placeres de esta vida” (Mt 13:22; Mr 4:19; Luc 8:14). De hecho, el afán de acumular más y más, como la esencia de la avaricia, es el probable objeto de estos versículos.

El pasaje da cinco razones para no afanarnos por las riquezas: (1) la vida es más que acumular riquezas (6:25); (2) Dios es fiel y proveerá, como provee por las aves y las flores (6:26-30); (3) la ansiedad por lo temporal revela una falta de fe (6:30,32); (4) de todos modos, nada logramos con afanarnos (6:27); (5) si buscamos primero el reino de Dios, lo demás será añadido (6:33). Ese reino es la inversión total del orden de riqueza y pobreza (Lc 1:52-53; 16:25). Conclusión: no tiene sentido ser afanosos si hemos puesto nuestras vidas en las manos del Señor.

La palabra griega para “afanarse” (merimnaô) es la misma que describe a Marta, hermana de María (Lc 10:40-41, “abrumada porque tenía mucho que hacer…inquieta y preocupada por muchas cosas”). De ninguna manera nos prohíbe prevenir responsablemente las necesidades presentes y futuras. Nos exhorta a tener una fe responsable y centrada, sin poner el corazón en las riquezas (si somos ricos) ni desesperarnos con pánico (si somos pobres). Un bello ejemplo de este último caso es Tomás Chisholm, autor de “O tu fidelidad” (anexo).

El encuentros de Jesús con el joven rico

Esta historia se relata en cada uno de los evangelios sinópticos (Mat 19:16-27; Mr 10:17-31; Lc 18:18-30). Un hombre rico, una autoridad en su comunidad (Lc 18:18, arjôn), vino corriendo a Jesús y se postró ante él (10:17). Le preguntó con urgencia qué tiene que hacer para heredar la vida eterna, y Cristo le citó la segunda tabla de la ley, pero omitiendo la codicia del último mandamiento y agregando el gran mandamiento del amor (Mat 22:37-39). El rico contestó que ha cumplido todo eso, pero Jesús sabe que este rico ama más a sí mismo y a sus riquezas que a Dios y al prójimo. Por eso le mandó vender todo y dar a los pobres, pero ese precio del discipulado era demasiado alto y el joven se fue triste y derrotado.

Entonces Jesús explicó el caso y dijo, “¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reinado de Dios!”, quizá para señalar lo difícil de que Dios comience a reinar en la vida de un rico. A eso añade una hipérbole tan simpática literariamente como triste moralmente, “Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. ¡Qué cómico pensar en alguien tratando de pasar un camello, con todo y joroba, por el ojo de una aguja! (Ese dicho, probablemente un proverbio conocido, no tenía nada que ver con una supuesta puerta pequeña llamada “ojo de la aguja”, de cuya existencia no hay evidencias históricas). La declaración de Jesús no podría ser más radical y drástica.

Los ricos en las parábolas de Jesús

Aunque muchas parábolas de Jesús tratan de temas económicos, hay tres en San Lucas que hablan específicamente de personas ricas: el terrateniente insensato (12:13-21), el mayordomo astuto (16:1-12) y el rico y Lázaro (16:19-31). Paradójicamente, el único que sale bien (en parte) es el vivo del mayordomo injusto.

En una advertencia contra la avaricia (Lc 12:15), con ecos del Sermón de la Montaña, Jesús cuenta la parábola de un finquero muy próspero quien había planeado muy bien su jubilación (para decirlo en términos modernos). Como el abundante producto de sus tierras no cabía en sus graneros y silos, decidió construir graneros aun más grandes para almacenar las cosechas, y entonces de eso descansar de sus labores y gozar de la vida comiendo y bebiendo. Pero se olvidó de algo muy importante: la muerte. Dios le dijo, según la parábola, “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lc 12:21). Jesús define en seguida la moraleja de esta historia: “Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico delante de Dios” (12:22).

La parábola del administrador astuto (Lc 16:1-12) tiene una aplicación distinta pero relacionada. El mayordomo (que de por sí no era pobre y tenía acceso a muchos recursos) administraba las finanzas de un hombre rico. Fue acusado, con o sin razón, de malversación de recursos y el patrón le exigió cuentas con amenaza de despido. Entonces este empleado, frente al inminente desempleo (16:3), concibió una estrategia para salvar su futuro. Comenzó a llamar, uno por uno, a los que debían al patrón y a reducir la deuda de cada uno. (Nada indica que se trataba sólo de supuestas comisiones que le correspondían a él). Sorprendentemente, al saberlo el patrón, elogió la astucia de su mayordomo y no lo despidió. Y aun más sorprendente, Cristo lo pone de ejemplo y exhorta a los discípulos, “les digo que se valgan de las riquezas mundanas para ganar amigos” que “los reciban a ustedes en las moradas eternas” (16:9).

El relato sigue con la versión lucana de la opción radical entre Dios y Mamón. Los fariseos, que eran avaros enamorados del dinero, se burlaron de estas enseñanzas (peores que el joven rico, que se fue triste).

Finalmente tenemos la parábola del rico (llamado Dives en la Vulgata latina) y el mendigo Lázaro.[6] Esta historia tiene dos partes y dos aplicaciones morales. primero, la inversión total de la condición de ambos después de morir (16:16-23), y segundo, la suficiencia del testimonio de las escrituras, sin que alguien vuelva de los muertos a advertir a los impíos (16:24-31).[7] En la tierra el rico se vestía del mayor lujo y cada día daba espléndidos banquetes, mientras Lázaro, echada a la puerta, cubierto de llagas que lamían los perros, esperaba comer las migajas que caían de la mesa. Pero después de sus respectivas muertes el rico era el ex-mendigo Lázaro, y el antes rico Dives era un pobre miserable.

Este rico no era un gentil ni un samaritano ni un ateo. Se creía hijo de Abraham y con toda probabilidad iba regularmente al templo y a la sinagoga. Y no hizo nada contra el pobre Lázaro, ni lo quitó de la puerta de su mansión. Su pecado era pecado de omisión, pero Jesús declaró que “los que no hacen la voluntad de mi Padre” no entrarán en el reino de Dios (Mat 7:21-23). Vivir cómodamente, o aun peor lujosamente, en presencia de la desesperada necesidad del prójimo, es negar totalmente el Reino de Dios y perder la entrado al mismo. La parábola del rico y Lázaro nos enseña que nuestro trato con los pobres afecta decisivamente nuestro destino eterno (cf. Mat 25:31-45).

Conclusión

La actitud de Jesús hacia las riquezas era muy definida, de advertencia contra la seducción que ejercen y las tentaciones que trae el deseo de ellas. A diferencia del Antiguo Testamento (bajo un sistema agrario y comunitario) y a diferencia de muchos predicadores de hoy (bajo el neoliberalismo), Jesús nunca describe la riqueza como bendición de Dios. Jesús mismo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecer a otros. Cuando vivía en la tierra, ejemplificó un estilo de vida sencillo en servicio de los demás.[8]

Bien ha escrito Suzanne de Dietrich, “Nadie jamás ha desenmascarado como Jesús el poder del dinero y su fascinación sobre la gente” (Matthew¸ Richmond: John Knox 1961) p.44. El mensaje de Jesús sobre los peligros de la riqueza y el afán avaro es más necesario hoy que nunca.

Referencias:

[1] Este artículo es una continuación del artículo sobre la avaricia, juanstam.com, 4 de agosto de 2011.
[2] Es importante recordar que tanto Lucas como Mateo estaban traduciendo del original arameo del discurso de Jesús.
[3] Paulo Lockmann, RIBLA 27:1997, pp. 46-50, que cita de la obra clásica de Strack-Billerbeck evidencias rabínicas de que “pobres en espíritu” podría ser un término especial para los pobladores sencillos del campo.
[4] Los esfuerzos de algunos autores de reinterpretar “pobre” y “rico” en términos espirituales, como “humilde” y “soberbio”, etc., no convencen y deben rechazarse como una evasión del mensaje radical de Jesús, Santiago, Juan y otros autores del N.T.
[5] Aunque la exigencia al joven rico fue un caso particular, esta instrucción de Lucas 12:33 se aplica de alguna forma a todo seguidor de Jesús.
[6] La trama básica de esta historia, con aplicaciones similares, era conocida siglos antes, especialmente en Egipto. Jesús reinterpreta esta clásica parábola.
[7] Este segundo argumento explica la mención de Lázaro,’a quien Jesús resucitó pero los impíos no creyeron.
[8] Conviene refutar aquí el mito, totalmente sin evidencias históricas. de que la túnica de Jesús, que era sin costura, era un lujo. Nada indica que costaba más una túnica hecha de una sola pieza de tela. Juan lo menciona sólo como razón de no rifarla sin cortar, con posibles referencias al Antiguo Testamento (Jn 19:3-24).

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