La Iglesia que debemos ser… Una Iglesia Embajadora

A través de su enseñanza, el Señor Jesús, como regalo maravilloso, nos instruye cómo ser:

Hombres del Reino. A través del proceso de arrepentirnos, negarnos a nosotros mismos, creer en Jesús como nuestro Salvador, y nacer otra vez de agua y de Espíritu.
Hombres amorosos. Amables en nuestra manera de ser, de un carácter calmado, dispuestos a invertir todo lo mejor de nosotros en los demás, sin esperar nada a cambio. Hasta ser como nuestro Padre Celestial, perfectos en amor.
Hombres santos. Que aborrezcamos la maldad, que no practiquemos más el pecado y que, por el contrario, nos ocupemos de todo lo bueno, todo lo amable, todo lo puro, todo lo honesto, todo lo que es de buen nombre y donde hay virtud.
Hombres de familia. Cumpliendo con el rol que a cada uno le corresponde: Esposo(a), padre, madre, hijo(a), hermano(a). Comprometidos con los valores familiares. Amando y siendo amados por cada miembro de la familia.
Hombres disciplinados. En nuestra vida como personas y en lo espiritual. Cuidando nuestro cuerpo: con una alimentación balanceada, ejercitándolo, con descanso apropiado. En lo espiritual: Orando, meditando la Palabra, sirviendo, manteniéndonos alertas a toda tentación; en otras palabras, viviendo en el Espíritu.
Pero el regalo más maravilloso que nos dio, es ser:

Embajadores. El nos considera como pescadores de hombres, como siervos de su mies, como trabajadores de su viña, como pámpanos, como fuentes de agua viva. Quiere decir que no sólo hemos sido llamados para gozar de los beneficios del Reino de los Cielos, del que somos parte por su incomparable Gracia, sino que además hemos sido llamados a disfrutar del privilegio de ser “Embajadores de Cristo”, es decir, que a donde nosotros vamos el Reino de Dios va. Esta es la facultad que Dios nos da a través de su Espíritu. “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros” (2 Corintios 5:20).
Así que, cada uno de nosotros es un embajador dondequiera que vaya, porque Dios quiere que todos los pueblos de la tierra estén representados en la eternidad.

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