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España, Junio 2007.

La religión, ¿cuestión privada? | Enric Capó

Uno de los debates en los que la Iglesia Católica ha puesto mayor énfasis en las últimas semanas tiene que ver con la decisión del gobierno de crear la asignatura Educación para la Ciudadanía. Tan grande ha sido su oposición a esta propuesta del Ejecutivo, que se ha llegado incluso a proponer objeción de conciencia por parte de los padres que entienden que el Estado se está inmiscuyendo en uno de los asuntos que más les incumben: la educación de los hijos en todo lo que concierne a la conducta y modo de comportarse en sociedad. No sabemos todavía cual será el contenido exacto de esta asignatura, pero el Ministerio ha propuesto tres bloques formativos: individuos y relaciones interpersonales, convivencia y relaciones con el entorno y vivir en sociedad. Parece ser que entrará en esta asignatura todo aquello que se refiere a derechos individuales y colectivos, con especial atención a los derechos humanos. Se trata de formar a los estudiantes en asuntos tan importantes y candentes como sus propios derechos, principios establecidos en la Constitución, hábitos cívicos y todo aquello que se refiere al respeto a las diferencias raciales, sociales y religiosas

¿Tiene el Ejecutivo derecho a regular la vida de los ciudadanos y establecer sus propias normas de conducta y de convivencia? ¿Le es licito pretender establecerlas mediante una asignatura que se añade al curriculum de la educación primaria y secundaria obligatoria? ¿Donde terminan y acaban las competencias del estado en relación con los derechos de los padres? Esta pregunta es realmente importante, ya que es evidente que los padres tienen algo que decir con respecto a la educación de los hijos. Sin embargo, hemos de tener presente que, en materia religiosa, que es de lo que se trata, los derechos de los padres son reconocidos incluso más allá de lo que se consideraría normal: todos los estudiantes tienen la posibilidad de cursar su propia religión, ya sean católicos, protestantes o musulmanes. La Educación para la Ciudadanía no es un alternativa a la religión, sino una asignatura independiente y evaluable que capacite al alumno a comportarse en sociedad.

¿Qué es lo que produce tal escándalo en la jerarquía de la Iglesia y en algunos colectivos de padres? Nunca queda demasiado claro, pero se adivina que viene del hecho de que la moralidad, lo que es correcto y lo que no lo es, deja de tener un referente religioso, para tomar como fundamentos la Constitución, las leyes que la desarrollan o la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La religión queda marginada. La pretensión religiosa, todavía vigente en muchos países y añorada por los religiosos más reaccionarios en España, es que el Estado debe someterse a la verdad de Dios, en este caso, la que sostiene y defiende la Iglesia Católica.

En el fondo, lo que se está discutiendo es si la religión pertenece al ámbito privado o también al público. ¿Es condenable la idea de que la religión pase a ser una cuestión puramente privada? ¿O bien debemos insistir, como en la época franquista, en que las leyes del Estado estén siempre subordinadas a las doctrinas de la Iglesia Católica, como religión mayoritaria en el país?

Nuestra opinión es que la religión debe siempre centrarse en el ámbito privado. Entre las muchas opciones que tenemos ante nosotros, como seres humanos, la religión es una de ellas. También la opción “Dios” pertenece a esta misma esfera. No hay una verdad religiosa objetiva que se imponga por si misma en el ámbito de la vida pública. La verdad religiosa es siempre subjetiva, por lo que las confesiones de fe van precedidas por la palabra “creo”. Es una cuestión de fe personal, una experiencia íntima, válida para el que la vive, pero que de ninguna manera tiene valor general ni puede ser impuesta a los demás. Sólo puede ser vivida, propagada, anunciada. Para el que vive la fe profundamente, esta experiencia informa toda la vida y sus valores. En el caso del cristianismo, la verdad del evangelio deviene lo primero y principal, por lo que toda la conducta del cristiano estará determinada por sus convicciones.

Lo privado no significa que no venga a ser público. Pero no por mandato legal, sino por el propio valor de sus ideas. Si nos referimos a la situación en España, hemos de notar que los valores del evangelio han informado de tal forma la vida de los individuos que lo que la sociedad aclama y acepta son realmente valores cristianos. Y esta es la forma por la cual los valores religiosos, proclamados por los cristianos, se convierten en un valor público. Seguramente, el 90% de las enseñanzas en la futura asignatura de Educación para la Ciudadanía estarán de acuerdo con los dictados del evangelio, porque en gran parte son el producto de años y siglos de proclamación evangélica que han creado una conciencia común. Los valores que proclama nuestra Constitución y que son norma de conducta para nuestra vida son frutos del evangelio. También la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Otro asunto totalmente distinto sería si en España quisieran ponerse en vigor las leyes de la Sharia de los musulmanes.

El contenido de la asignatura Educación para la Ciudadanía será reflejo de los valores que mantiene nuestra sociedad post cristiana. Es nuestro acervo común, lo que hemos ido atesorando a lo largo de siglos en que los valores del evangelio han sido predicados y aceptados por los españoles. Estos valores, por si mismos, no son de obligado cumplimiento legal, pero representan la conciencia común de los españoles. Quedan establecidos en la ordenación jurídica y, por tanto, deben formar parte de la educación en nuestras escuelas en las que está presente el pluralismo de nuestra sociedad. Será de la máxima importancia que los niños de los inmigrantes, con valores distintos y prácticas diversas, sean instruidos en las normas de convivencia que presiden nuestra sociedad. Y no se trata sólo de que acaten las leyes del país, sino de entrar en el mundo de los valores de nuestra sociedad. Es nuestra obligación respetar la religión y la práctica de los que han venido de otras culturas y ahora son nuestros vecinos, pero en cuestión de valores morales, no puede darse tolerancia alguna. En España vivimos de otra manera. No caben ni la ablación, ni las cuestiones de honor de las familias del Islam, ni la sumisión de la mujer. La asignatura Educación para la Ciudadanía habrá de dar respuesta a todo esto y acentuar los auténticos valores que nosotros los españoles, con la inspiración del evangelio, hemos establecido como normativos de nuestra vida en sociedad.

Es cierto que en la Educación para la Ciudadanía habrá cuestiones que, para algunos, serán muy discutibles. En especial para la Iglesia Católica será de difícil aceptación que la religión cristiana s
ea una opción más entre otras opciones religiosas o ateas. Pero, querámoslo o no, esto es así y no podemos escandalizarnos de que lo sea. También habrá muchos cristianos, católicos y protestantes, que se escandalicen sobre cuestiones de género, respeto a los derechos de los homosexuales, incluso al matrimonio. Tampoco todos estarán de acuerdo con el derecho al divorcio, o a la permisividad de abortos en casos concretos establecidos en nuestra legislación. Pero si los españoles lo hemos establecido así de forma democráticas, no hay lugar para la queja. Es cierto que si en el Congreso de los Diputados todos hubieran sido católicos practicantes, la legislación hubiera ido en estos asunto por caminos distintos. Pero el pluralismo de la sociedad española nos ha llevado a esta realidad.

Parece ser que decir que la religión pertenece al ámbito privado es devaluarla. En absoluto. Los valores sobre los que se levante nuestra sociedad serán los que se vivan y propaguen en el seno de las familias. Creo que es correcto que la cultura religiosa se dé en las escuelas, pero la fe y los valores del evangelio han de vivirse y propagarse a partir del hogar familiar, donde se viva una auténtica piedad cristiana. Es cierto que buena parte de los juventud actual no sabe ni el texto del Padrenuestro, pero esto no es solamente cuestión escolar, sino de práctica cristiana en la familia o en la iglesia. Ha de haber una cultura religiosa a la que tengan acceso todos los niños y que se imparta en las escuelas, pero la fe se ha de transmitir en el seno de la familia y de la iglesia.

Los cristianos, en el campo de la religión, hemos de reforzar lo privado, es decir, la vivencia de la fe en el seno de la familia, donde se vivan y se practiquen los valores del evangelio. Será a partir de esta vivencia privada de la fe, que el evangelio se convertirá en algo público y de valor universal.

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