LP. Juan Stam, Costa Rica
La Biblia comienza con un mensaje de solidaridad internacional, que puede considerarse el tema central del Génesis. En contraste con el expansionismo explotador de Babel (Gén 11:1-9; Babilonia), Dios llama a Abraham y Sara para ser bendición a todas las familias de la tierra (12:2-3; 22:18). Fiel a esa comisión solidaria, Abraham libera a los reyes aliados de Sodoma y Gomorra (14:1-16) y después intercede por esas ciudades (18:16-33). Por la presencia de Jacob, su suegro Labán es bendecido (Gn 29-21). Pero el gran clímax de todo el libro de Génesis es el programa de alimentación internacional que organizó José para el gobierno de Egipto (41:37-57; 47:13-26). A pesar de la escasez, la comida no era sólo para egipcios, ni sólo para los hebreos, sino para todos los pueblos vecinos. «La vida nos has dado», fue la respuesta de los pueblos (47:25). A sus propios hermanos, que le habían vendido a la esclavitud, José dijo, «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió ese mal en bien para salvar la vida de mucha gente» (Gn 50:20). Hubo hambre en todos los países, pero gracias a la economía planificada que instituyó José, había algo de comida para todos para sostener la vida de muchas personas. Ese es el mensaje del libro de Génesis.
Otro ejemplo bíblico de la solidaridad es Moisés. Creció en el palacio con todos los privilegios de la realeza, y recibió la mejor formación con la que el imperio egipcio preparaba a sus funcionarios del estado. Pero «prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado» (Heb 11:26). De igual forma los profetas hebreos, seguidores fieles de Moisés, se solidarizaron con los pobres y oprimidos de Israel y de otras naciones (Amós 1:3-2:16).
El mayor ejemplo bíblico de solidaridad es nuestro Señor Jesucristo,»quien, siendo por naturaleza Dios…se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo» y asumió todo lo que significa nuestra condición humana (Fil 2:6-7). Fue hecho carne y habitó entre nosotros, como uno más de los seres humanos (Jn 1:14), y no se avergonzó de llamarnos sus hermanos y hermanas (Heb 2:11). Siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros (2 Cor 8:9), y precisamente por eso, Pablo insistió en que los corintios debían solidarizarse con los pobres de Jerusalén (2 Cor 9:8-9). Y como expresión máxima de su identificación con nosotros, en la cruz Jesucristo hizo suyos nuestra muerte y nuestro pecado.
El resultado de esta solidaridad de Cristo es un pueblo que vive en una solidaridad profunda y constante; compartimos una vida común y comunitaria por la presencia del mismo Espíritu en cada miembro del cuerpo. Hemos sido co-crucificados con Cristo, co-resucitados con Cristo, y como cuerpo con-vivimos en Cristo y unos con otros. «De modo que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él; y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan» (1 Cor 12:26).
Nuestro Dios es un Dios de amor y solidaridad. Nuestro Señor y Salvador nos da un ejemplo de solidaridad hasta las últimas consecuencias. Toda la Biblia nos exhorta a ser solidarios unos con otros y especialmente con los más necesitados de este mundo.