Oseas F. Lira
En su segundo libro, de cinco, titulado: Contra las herejías, Ireneo de Lyon menciona la permanencia de los dones o carismas en la Iglesia hasta bien entrado el siglo II d.C. Ireneo señala que, en algunas congregaciones, permanecían hasta entonces manifestaciones del sorprendente poder divino, es decir que los dones no acabaron con los apóstoles.
Celso, un pagano, autor del libro escrito a principios del III d.C.: El Discurso verdadero contra los cristianos, hace una descripción de un hombre cristiano hablando en lenguas y profetizando.
Parece que la iglesia primitiva hasta el siglo II d.C. abundó en las manifestaciones de los dones del Espíritu. Sea así o de otra manera, lo cierto es que parece ser que los dones casi desaparecieron en esa época (y aventurar el porqué no es más que especulación), no se vuelve a hablar del tema hasta principios del siglo XX con la aparición del movimiento pentecostal, y más tarde del movimiento carismático.
Respecto al endurecimiento de algunas iglesias de su época en contra de los carismas o dones espirituales, Ireneo de Lyon, en su obra señalada, dice que los dones desaparecieron debido al mal uso o abuso que algunos (como desgraciadamente hoy tan comúnmente sucede) hacían de los dones, sobre todo de los de profecía y lenguas.
Los dones del Espíritu fueron derramados para hacer frente a lo que se iba a enfrentar la iglesia primitiva, por ejemplo a padecimientos, los cuales tenían el propósito de probar su fidelidad, para purificarla, para resistir la persecución y enseñarle a depender exclusivamente de Dios. Así, la Iglesia fue edificada sobre la base del poder de Dios manifestándose dentro de su pueblo, lo que demostró que Jesús vivía y estaba presente. Esto nos enseña que no es posible la edificación de una Iglesia sin estar fundada sobre la base del poder de Dios y sus dones espirituales.
Los dones son un atributo especial que Dios por medio del Espíritu Santo da a cada miembro del Cuerpo de Cristo, según la gracia de Dios para ponerlo al servicio de la Iglesia, para el crecimiento de ésta.
Los dones son funcionales y congregacionales. Las cosas que Dios hace, aún para afectar positivamente a la sociedad, las hace a través de miembros trabajando juntos, con la cooperación de los dones, en comunidades constituidas a través de congregaciones locales.
Los dones no son la meta para el cristiano sino los medios, las herramientas para el crecimiento de la Iglesia, y es que hay diversidad de funciones entre ellos como las hay en el cuerpo humano, que se relacionan entre sí para su correcto funcionamiento.
Nadie debe vanagloriarse de los dones que posee por cuanto no son suyos (Ro.12:3) sino de aquel que se los concedió. Pablo enfatiza que debemos “anhelar los mejores dones”, pero lo más importante es “seguir el amor”; en otras palabras, que nuestra meta sea amar y luego procurar los dones espirituales, porque sin este fundamento todo lo demás no tiene valor alguno.
Cada creyente ha recibido un don. A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu. Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere. Puesto que los dones son regalo esto excluye cualquier mérito, para que nadie se vanaglorie.
Cada miembro del Cuerpo de Cristo es indispensable para el crecimiento del conjunto: “los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios”, porque ellos también han recibido un don y si no lo ejercen, el Cuerpo de Cristo no funciona correctamente. Todo don recibido crece en la medida en que es utilizado para la gloria de Dios.
Pero lo más importante es conocer el propósito de los diferentes dones del Espíritu, es decir su utilidad, ciertamente no son para procurar nuestro propio beneficio. El creyente que ejercita su don, por pequeño que éste sea, participa en la obra de construcción de la Iglesia. Efesios 4:12 nos dice que la preparación que Dios nos da es para perfeccionar a los santos, para la obra del ministerio, para edificar el cuerpo de Cristo, para ayudarnos a ser seres perfectos.