Máximo García Ruiz, España

LupaProtestante

La Mitología se sirve de un lenguaje simbólico; un lenguaje que recurre a los símbolos para decir lo que no somos capaces de comunicar ni entender de otra forma, lo que somos incapaces de decir con palabras. La dificultad radica en que lo que queremos comunicar es tan grandioso que resulta inabordable, inexplicable, indecible.

El hombre primitivo no se conformó frente a las dificultades que se le planteaban cuando contemplaba la naturaleza y era testigo de tantas cosas incomprensibles, de tantas maravillas incomunicables, de tantos fenómenos inexplicables; cuando se dio cuenta de que no era capaz de transmitirlo, y recurrió al lenguaje de los mitos: “leyenda simbólica cuyos personajes representan fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condición humana”, según el María Moliner.

“Los mitos”, decía Gustav Jung (18975-1961), “están dentro de nosotros como arquetipos”, de tal forma, continúa diciendo, que “toda la mitología está dentro de cada uno de nosotros en forma de estructuras, paradigmas o arquetipos”. El afán del ser humano de preguntar por los orígenes, le lleva a buscar explicaciones, respuestas. Es como un viaje desde dentro de nosotros hacia el infinito, un viaje hacia la eternidad, hacia lo desconocido. A través de los mitos, el ser humano ha encontrado una manera de compartir ese viaje y, con él, sus vivencias, sus descubrimientos trascendentes, su contacto con la divinidad. Una experiencia acumulativa que va transmitiendo de generación en generación.

El problema ha surgido cuando las religiones, especialmente la religión cristiana, ha sucumbido a la tentación, y se ha echado en manos de la filosofía griega, que ha dado origen a una interpretación racionalista y positivista de los mitos, hasta el punto de que todo aquello que la razón no puede explicar, es considerado erróneo; un intento por derribar las barreras entre lo racional y lo espiritual, entre lo tangible y lo intangible. Pero terminamos descubriendo que hay realidades que no caben en el cuenco de nuestra razón, por muy desarrollada que esté, y que la Realidad en su globalidad, existe, aunque nosotros no seamos capaces de verla, o verla solamente de forma parcial, fragmentada. Y entones es cuando nos encontramos con esa realidad superior a la que no puede accederse a través de la razón

Los sentidos son ventanas al exterior que captan la realidad, pero solamente una parte de la realidad; hay mucha más realidad de la que percibimos, que no alcanzamos a ver,oír, gustar, oler o palpar; son realidades imperceptibles e indescriptibles; ni las vemos completas, ni las podemos transmitir con un lenguaje preciso, racional. Por eso, lo más grande que puede hacer el hombre es pensar, pensar libremente, valientemente, con el riesgo de equivocarse, con el peligro de seguir caminos torcidos, de tropezar, pero pensar sin nada que coarte su iniciativa. Y para ello ha de servirse de la experiencia acumulada de generaciones pasadas, y también de su propia iniciativa. Decía Antoine de Saint Exupèry (1900-1944) en El Principito: “Las cosas que son verdaderamente grandes, auténticas, se ven solo con el corazón, son invisibles a los ojos”. Y esa forma de encarar la realidad le hizo afirmar a otro pensador: “Lo que vemos en mentira, lo invisible es lo real”. Todo lo que Dios creó es real, pero no toda la realidad es visible; y también es cierto que a veces vemos lo que no es, y permanecemos ciegos ante la realidad.

¿Y qué ha hecho el hombre cuando ha comprobado su incapacidad para decir lo que ve más allá de los sentidos, lo que siente dentro de su insondable ser, lo que anhela, lo que añora? ¿Cómo transmitir lo que le es revelado? ¿Cómo compartir con sus hijos, con sus vecinos, con las generaciones futuras, su percepción de la Creación, de Dios, del Infinito? ¿Cómo trasladar a sus semejantes sus vivencias espirituales, inmateriales, trascendentes? ¿Cómo compartir, transmitir, los sentimientos, lo que experimentamos ante una obra de arte, escuchando una partitura de Barth, o deleitándonos ante una puesta de sol? El lenguaje resulta con frecuencia insuficiente. Porque no transmitimos sólo conocimientos, transmitimos también sentimientos, percepciones, dudas, anhelos.

Cuando uno se formula preguntas de esta índole, surge el mito, como un mecanismo de respuesta. Un lenguaje simbólico, un tipo de realidad diferente, que se mueve en espacios que no son accesibles a la razón. Una forma de hacer accesible lo inaccesible; de unir dos realidades diferentes: el más allá con el más acá; de materializar lo inmaterial; de transmitir lo que las reglas que rigen la razón no pueden codificar. El mito no es, pues, una fábula alegórica, una “narración falsa de pura invención”, como afirman algunos diccionarios, o una mentira, como le atribuye el sentido popular; es un lenguaje diferente, que hace posible la comunicación entre dos realidades que utilizan categorías distintas de información; trata de hacer comprensible lo incomprensible, de acercar lo lejano, de materializar lo inmaterial.

Enero de 2008.

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