Los prostitutos célebres
jorge carrasco araizaga
MÉXICO, DF, 21 de diciembre (apro).- Norberto Rivera Carrera está desesperado. Arzobispo Primado de México, príncipe de la Iglesia católica en México, Rivera Carrera se lanzó contra “las prostitutas” y “los prostitutos” que desde los medios de comunicación se han convertido en su bestia negra.
Objeto durante todo este año de primeras planas por los escándalos pederastas de la Iglesia católica, Rivera Carrera arremetió, alterado, no sólo contra la libertad de expresión, sino contra otro principio fundamental de la democracia: la transparencia en la actuación de los poderes públicos, formales e informales.
Con Rivera a la cabeza, la Iglesia católica está empeñada en recuperar presencia en el espacio público que perdió entre los siglos XIX y XX.
Desde la llegada de la derecha al poder, en el 2000, la Iglesia católica está empeñada en revertir esa experiencia histórica y avanza en sus propósitos de interferir en la vida pública, horadando el Estado laico.
A su insistencia de tener una mayor participación en el sistema educativo del país ha sumado a su causa al Ejército Mexicano, con el que estuvo confrontada a principios del siglo pasado en la llamada “guerra cristera”.
Fue una guerra desatada por la desobediencia y desconocimiento de la Iglesia católica a la Constitución de 1917, que confirmó el confinamiento jurídico en el que la dejaron las Leyes de Reforma, promulgadas por Benito Juárez.
Ahora, ha logrado la instalación de capellanías militares en las inmediaciones de las unidades castrenses. Pero va por más: al establecimiento de templos dentro de las instalaciones del Ejército y la Marina.
No sólo eso. Pretende una participación política activa con la inclusión de sacerdotes y otros religiosos en los puestos de elección popular.
Desde hace algunos años, la Iglesia católica cuenta además con la atención de los medios de información, que cada domingo cubren en la Catedral Metropolitana no sólo la homilía del cardenal primado de México, sino sus posiciones políticas y las relativas a temas cruciales para la sociedad.
Opina de todo. Hace política. Toma partido. Hace mancuerna con el gobierno federal en temas como la defenestración del aborto o lo apoya en sus operativos contra el narcotráfico. Y critica a quienes cuestionan al gobierno.
El cardenal, quien el viernes pasado cumplió 22 años de su ordenación episcopal, es un político e interviene como tal en la vida del país; pero descalifica cuando la prensa se acerca a los actos que ocurren en su jurisdicción, sobre todo aquellos de índole delictiva.
En vísperas de la Natividad, con la que el catolicismo celebra el nacimiento de Jesús, Rivera se fue contra la prensa que ha investigado su presunta participación en el encubrimiento del sacerdote Nicolás Aguilar, acusado de pederasta tanto en México como en Estados Unidos.
Dijo el martes 18 de diciembre, en una homilía navideña en el reclusorio femenil, al oriente de la Ciudad de México: “Ustedes encuentran en esto gente aquí, pero también gente afuera que mata la fama, la dignidad. El buen nombre de las personas, ¡verdaderas prostitutas, verdaderos prostitutos de la comunicación que deshacen la fama de los demás!”.
La Biblia está llena de referencias a la prostitución. No sólo está el muy conocido episodio de María Magdalena, sino la idea con la que con ese mismo término los descendientes de Israel se referían a los idólatras, adoradores de otros dioses.
Incluso, El Apocalipsis, termina con la historia de la “celebre prostituta”, como se refería a Babilonia, que se sentaba sobre una bestia (Roma) con siete cabezas y diez cuernos, en alusión a sus colinas y emperadores.
En el caso de Rivera, las palabras lo desbordaron. Con su descalificación se convirtió en fiel expresión de las palabras bíblicas: “Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca”.