Oseas F. Lira
Una misión es un objetivo asignado, o bien es adquirido mediante planeación personal.
En el cristiano la misión nos es impuesta por el Señor, esto implica que no es producto de nuestra reflexión, ni de la percepción de que es necesario hacerlo porque la gente lo requiere. No hay forma de eludir la misión encomendada por Jesús, no valen justificaciones tales como:
• Estoy enfermo
• No cuento con los recursos para cumplir
• Tengo otros objetivos
• No está a la altura de mi persona
• No me interesa
• No estoy en edad
• Estoy muy ocupado y no dispongo de tiempo
• Sí quiero pero en este momento no puedo
• No acepto esta responsabilidad asignada
• Etc.
La expresión de Jesús: “Id por todo el mundo”, implica el “id presto”, tiene el carácter de urgente, equivale al grito de ¡Fuego!, y las implicaciones semánticas son de ¡alerta todos, sálvese el que pueda, ayuden…!
No logramos la misión porque ni siquiera la empezamos, es decir, no hacemos el propósito de ir, de hablar, de compartir, el intento de salir a evangelizar. Y no vamos porque estamos temerosos de que nos descubran que somos de tal o cual forma, que no llevamos una vida ejemplar, etc., y eso nos detiene. Tenemos miedo porque creemos que no sabemos lo suficiente de nuestra religión; tenemos miedo al rechazo, al cierre de puertas, al no poder expresar el mensaje y conmover a las personas. Estamos llenos de miedo pensando que no vamos a lograr nada, que las personas son de corazón duro y que nosotros solitos no vamos a poder impactar a la gente, sin darnos cuenta que eso depende de Cristo, y que a nosotros nos competen solamente dos cosas: ir y hablar. Pero si no vamos entonces nos convertimos en unos desobedientes, así de sencillo. Como hijos desobedientes debemos darnos cuenta que estamos atemorizados, entorpecidos, atados por Satanás, y que él es quien nos llena de dudas, obstáculos y miedo. Contra eso hay que imponerse, porque no estamos solos, debemos confiar totalmente en que el Señor nos ayudará, que él peleará por nosotros. La batalla es de Dios y el Señor vencerá, nosotros debemos ir sin miedo, sin andar poniendo ‘peros’ u obstáculos fantasma, porque estos son sólo eso, fantasmas, que en realidad no existen. Y si en el ir perdemos incluso la vida, seguro que a cambio ganaremos algo mucho muy grande, que es la vida eterna. Porque el Señor no nos dejará sin recompensa. La osadía de Esteban, Pedro, Pablo, en su defensa de la doctrina y en el cumplimiento de la misión –y de muchos héroes más de la fe– nos motivan. Desafortunadamente algunos aducimos que estamos cansados, sí, cansados pero no trabajados; entonces, ese cansancio es de pura irresponsabilidad.
Es cierto que hay grupos de pseudocristianos que van de casa en casa incomodando a la gente con el ofrecimiento del evangelio como si se tratara de la colocación de trastos para cocina: “como una oferta, como una propaganda, le venimos ofreciendo sólo por este día un bonito producto… y en la adquisición de esta bella revista o de esta preciosa Biblia usted se lleva de regalo esto y esto más…” Hermanos, nosotros no vemos el compartir el evangelio como el ofertar un producto comercial, ni nos sentimos vendedores, publirrelacionistas ni promotores o profesionales del marketing.
Dice la teoría de los estrategas de las ventas que para cumplir una misión, cualquiera que sea, se involucran siempre factores motivacionales, que resultan tan fundamentales para lograr buenos resultados. Con frecuencia el cristiano fracasa también en el cumplimiento de la misión no tanto por carecer de estrategias, habilidades y conocimientos, sino también por un déficit en la identificación de una estrategia motivacional. Es decir, muchos aún no logran identificar el elemento motivacional fundamental para cumplir la encomienda de ir y predicar. Cuando tengamos claro esto entonces cumpliremos la misión de manera sostenida. A partir de una pregunta de Pedro, el Señor Jesús nos explica en Mateo 19:25-29 cuál es el elemento motivacional fundamental para cumplir la encomienda de ir y predicar: “25Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? 26Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. 27Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? 28Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.” Hermanos, éste es el elemento motivacional fundamental para cumplir la encomienda de ir y predicar el evangelio.
Pablo decía que todos los días estaba como de parto (Rom. 8:23; Gál. 4:19), porque quería que diario nacieran nuevas criaturas en Cristo, ya que sabía que esos son adornos que harían brillar su corona.
Muchos creen que la “Gran Comisión” se señala hasta el evangelio de Mateo cuando Jesús dijo: “id por todo el mundo…”, y no se dan cuenta que la “Gran Comisión” viene de Dios y se registra ya en el Antiguo Testamento (Éx. 9:16), como lo veremos en la lección número dos de la semana que viene. De manera que la misión viene de Dios mismo, en quien siempre ha habido interés en que todos vuelvan su corazón a él, como lo recordó el profeta Isaías: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.” (Is. 1:18)
También, muchos creen que la “Gran comisión” se restringe solamente a la expresión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio”, sin percibir que, vista así, la “Gran comisión” está incompleta, ya que el evangelio especifica (Mateo 28:19) que la causa por la que hay que ir es porque a nuestro Señor Jesús se le ha dado toda potestad en el cielo y en la Tierra; por eso es que podemos y debemos ir “19y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.” Vemos entonces que la “Gran Comisión” no se reduce solamente a la frase: “id, y haced discípulos”, sino que incluye también:
1. Hacer discípulos a todas las naciones
2. Bautizarlos
3. Enseñarles que guarden todas las cosas que Jesús mandó.
Y esas tres cosas restantes son las que ya no hacemos y ya no las incluimos dentro de la “Gran comisión” dada por Jesús. Todos pensamos que la misión sólo consiste en ir y evangelizar, y después abandonar a los simpatizantes en la congregación para que solitos se eduquen. Pero la petición del Señor incluye: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.” Para cumplir la misión uno necesita ir con el poder del evangelio, llenos del Espíritu Santo, con el respaldo de la fe total en Cristo, con la convicción total de ser amado por el Señor, de haber sido perdonado y de ser apoyado por Cristo Jesús.
En el mundo capitalista existe actualmente una postura, la visión de los “nuevos emprendedores”, que se resume así: los beneficios que obtengas de una misión lograda son proporcionales a los riesgos que tomes. Dicen, ésta es una ley fundamental de los mercados. El cristiano no ve el cumplimiento de la “Gran comisión” con los ojos de esos “nuevos emprendedores”, como un recurso para el ascenso en la escala del poder y el bienestar terrenal, sino que alcanzamos a ver otras implicaciones más espirituales, más altas, perennes, más valiosas y excelsas, como son: el gozo de haber cumplido un deseo de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, proporcionando paralelamente felicidad en los demás al arrancarlos de las garras del Maligno, y la confianza en alcanzar un día la vida eterna, y esto no por frutos sino por gracia de Dios.
Hermanos, quizá Cristo Jesús ya hubiera venido pero no lo ha hecho porque nosotros todavía no hemos terminado de hacer lo que él nos mandó. ¡Qué bonita manera humana de retrasar las cosas!