Se afirma que los 5,5 millones de mormones en Estados Unidos y los 13 diseminados por todo el mundo, casi la misma cantidad que judíos, son vistos como integrantes de una antigua secta y arrastran muy mala fama desde su fundación en cuanto a asuntos tales como la poligamia, el racismo y la endogamia, entre otros “atributos históricos”. En Utah representan el 74 por ciento de la población.
Se dice que seis de cada 10 mormones confiesan que su familia y amigos son racistas, polígamos y endogámicos, además de que votarían en bloque, dadas sus características y por entender que su fe es la parte central de su vida.
Un filme, recientemente difundido bajo el título de Diecisiete milagros, relata los comienzos del mormonismo en los Estados Unidos y cómo familias completas fueron capaces de morir en la trayectoria hacia la región donde fundaron Salt Lake City, en su empeño por llegar, a la supuesta Tierra Prometida, a pesar del frío y la hambruna.
Recuérdese que la llegada de los mormones a la América decimonónica fue un duro golpe al panorama religioso, cuando su fundador y llamado profeta, Joseph Smith, es el autor del Libro de Mormón, considerado por ellos con valor similar a la Biblia. También plantean que una tribu semita, el pueblo de Nefi, se adelantó a los pobladores de América, por ser considerados “hijos predilectos de Dios”, para habitar estas tierras.
Se considera que en Norteamérica y el mundo total, el mormonismo posee una considerable fuente económica que sustenta su práctica, proveniente a veces de recursos no muy confiables. Y que cultivan un racismo similar al de la raza aria, cuando sus predicadores son, mayormente, hombres muy blancos, altos, delgados y de pelo rubio y ojos azules, vestidos siempre de manera impecable y que pueblan las calles y ciudades en su labor proselitista.