LupaProtestante

LA MOTIVACIÓN MÁS PROFUNDA… ¿CUÁL ES?

Victor Hernández, España

Saulo comenzó en seguida a proclamar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios
Hechos de los Apóstoles 9, 20–25

Son muchas las fuerzas que nos empujan y condicionan: existe la fuerza de la costumbre, de lo familiar, de lo que “hacemos todos los días”, de lo que hacemos mecánicamente. Esa fuerza, que los físicos llaman inercia, es una fuerza que se resiste al cambio y que permite que nos movamos con seguridad y que permite que sintamos una estabilidad en la vida. Incluso es algo que se relaciona con las cosas que nos rodean, con los objetos que nos rodean: ponemos en orden los objetos, los usamos y los controlamos, de manera que sentimos que toda la vida puede ser previsible y confiable.

Hay otras fuerzas que nos empujan y condicionan: por ejemplo la fuerza de las circunstancias, que nos limitan y nos obligan a reaccionar de cierta manera. Esas circunstancias son las condiciones en las que nos hallamos, de manera que estamos limitados y nos movemos según las circunstancias. Eso se nota cuando nos acercamos a una fiesta y participamos de esa circunstancia, que no es lo mismo a cuando nos acercamos a un tanatorio (funeraria) y también participamos de la situación. Lo mismo pasa con todas aquellas situaciones en las que nos hallamos, donde estamos obligados/as a responder, a adaptarnos, a reaccionar de mejor o peor manera, pero a hacerlo bajo la coacción de una fuerza que nos impone algo, la fuerza de las circunstancias.

¿Pero hay algo más allá de todas esas fuerzas, es decir, hay algo que nos mueva más allá de la inercia y de las circunstancias? ¿Existe una motivación capaz de empujarnos contra la inercia, contra la resistencia a los cambios y aún contra las circunstancias más adversas?

Si nos fijamos bien, la motivación o la fuerza que nos puede animar contra las fuerzas que nos condicionan no están por ninguna parte. Porque si nos ponemos “realistas” no hay nada más “afuera de la realidad”: la sociedad existe con sus reglas y no es posible salirse de allí, tiene sus inercias y circunstancias y no hay nada más. El resto pertenece a la ilusión o la imaginación. Vivimos en un mundo donde la imaginación y la ilusión forman parte de esas inercias y circunstancias, porque todas las ilusiones se pueden poner en las imágenes de video, en los parques temáticos, en los escaparates. Y, no obstante, sabemos que se trata de un truco, sabemos que la publicidad es publicidad, es decir que la meta es venderte algo y sabemos que los políticos hacen discursos y promesas para ganar votos. Es como cuando vemos a un mago haciendo trucos: sabemos que es una ilusión y sabemos que el mago sabe que sabemos, pero el juego nos gusta a todos y no importa nada más. Es una situación que tampoco nos cambia la vida: seguimos dentro de las fuerzas que nos condicionan, en las inercias y circunstancias de la misma vida de siempre.

Pero ¿hay algo más?, ¿algo que nos dé motivo para luchar, para perseverar, para resistir, para animar a otros/as, para alegrarnos, para celebrar, para tener gratitud, para compartir, para proclamarlo a los cuatro vientos?

Es la misma interrogación que nos suscita el relato de Saulo, después de aquella experiencia en el camino a Damasco, después de quedar ciego y recuperar la vista, después del encuentro con Jesús, a quien perseguía en el cuerpo de sus perseguidos. Es la interrogación que emerge cuando vemos que Saulo ha dado un giro total y que ahora proclama en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios, es el Cristo. Vayamos al texto nuevamente.

Hemos de volver a situarnos en el Saulo de antes, para entender la radicalidad del cambio: el Saulo de antes era un judío helenizado que aspiraba a la pureza de un “judío verdadero” (de Tarso [de familia de la Diáspora, poseedora de la ciudadanía romana, posiblemente una familia piadosa en su práctica religiosa], pero fariseo [es decir un practicante y buscador del cumplimiento de la ley, un hombre justo]) y era tanto su celo que llegó a convertirse en perseguidor de los heterodoxos (contra los judíos creyentes en Jesús de Nazaret, en concreto contra los del grupo de Esteban y Felipe, contra los judíos/cristianos/griegos o helénicos). Éste es el Saulo que todos tienen en mente porque le conocen o porque han oído de él, es la imagen que le precede en Damasco y es la razón por la cual causa un gran desconcierto entre la comunidad de cristianos (Ananías no quería ir a orar por él) y la comunidad de judíos o en las sinagogas. Especialmente los judíos de las sinagogas, es decir todos sus congéneres, se extrañan, se quedan perplejos y no entienden lo que pasa.

Porque Saulo es el mismo Saulo, pero ahora es otro Saulo. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo se puede ser el mismo y otro? Porque veremos ese mismo ímpetu y consagración a una causa, veremos esa tendencia a la acción y vemos que él sigue concentrado en el mundo judío: por eso se dirige a las sinagogas, por eso habla con otros judíos en las asambleas donde se leía la Biblia y donde se interpretaban las mismas Escrituras Santas. Es el mismo Saulo cuya identidad judía es muy importante y está por delante de muchas de sus acciones. Es la misma identidad judía que ha sido su bandera desde mucho tiempo atrás, en las diversas decisiones que ha tomado en su vida.

Pero es también otro Saulo. Eso no se nota al principio mucho y no se notará tanto como en al final de su vida (“el apóstol de los no judíos, los gentiles”). Pero si que hay un cambio y es radical: Saulo ahora tiene una mirada nueva, una visión que antes no tenía. Saulo se ha dado cuenta que Jesús de Nazaret, el profeta tan menospreciado (por él mismo y la sociedad de Judea) y que mataron, no está muerto y no es quien él pensaba que era. Saulo sabe ahora que ese Jesús ha resucitado y sabe que en ese Jesús se ha revelado Dios de una manera nueva. Saulo ahora sabe que ese Jesús tenía razón en su mensaje de salvación: que el perdón está dado y que la ley no puede salvarnos por sí sola, que la voluntad de Dios no se puede cumplir en nuestro solo esfuerzo y que estamos perdidos sin ese Jesús. Saulo ahora sabe algo que antes no sabía: sabe que perseguía al Jesús resucitado y que luchaba contra Dios.

Como se puede ver, es el mismo Saulo y es otro Saulo. Ambas cosas son verdad y lo que hace la diferencia es el encuentro con Jesús, es la luz que le ha cegado y es la oración que le ha sanado de su ceguera. La diferencia estriba en la presencia de Jesús por medio del Espíritu Santo. La diferencia es que ahora Saulo comprende que Dios ama al Hijo, que lo abraza, que lo acompaña, que nunca lo abandona y sabe que ese Padre de misericordia es el Padre de Jesús y, en Cristo, es también el Padre de Saulo y es nuestro Padre.

Ahora Saulo sabe por experiencia: en la experiencia de la inmersión en la vida y muerte de Jesús. Saulo sabe ahora que Jesús es el Mesías porque reconoce que su vida fue una manifestación del Reino de Dios: en las experiencias de sanidad, de liberación, de todo aquello que Jesús hacía y que traía a la gente en una nueva manera de relacionarse, en la libertad del perdón de Dios. Saulo reconoce que sólo el Cristo podía traer la vida en abundancia de esa manera y, sobre todo, lo reconoce en su muerte: porque Jesús es el siervo de Yavé, es el varón de dolores que muere arrojado al escarnio y la violencia de un orden injusto, muere como un maldito y como un excluido de la sociedad (como una amenaza al
orden social). Pero en éste perdedor o fracasado estaba Dios y la prueba de ello es la misma resurrección.

Saulo sabe ahora. Sabe que Jesús es el hijo de Dios y es el Mesías. No es un concepto nuevo, sino que es una experiencia nueva en la que él mismo participa. Es un saber por experiencia, es decir no se trata de algo que esté en su cabeza y ni tan siquiera es algo que esté en su interior. No. No se trata de que Saulo lleve un nuevo sentimiento adentro de sí mismo. Porque los sentimientos que la gente “lleva adentro” pueden ser cambiantes y variables. Y no es eso lo que Saulo sabe y lo que Saulo experimenta.

Saulo ahora sabe que vive en el Mesías, que vive en Dios. Saulo sabe que participa del amor del Padre por el Hijo y sabe que él mismo ha muerto en ese profeta que clavaron en un madero. Saulo sabe que sus fracasos se estrellan en el fracaso de Jesús y que él también es un excluido y una víctima del sistema social que oprime y excluye a mucha gente. Pero también sabe Saulo que con Cristo ha resucitado, que participa de la vida nueva o la vida resucitada. Saulo sabe que no es algo que “lleva adentro”, sino que es algo más grande que él mismo y que está afuera y adentro, que es más profundo y ancho y alto de lo que él pueda comprender. Saulo ahora vive en el amor salvador de Dios por medio de Jesús el Mesías.

Por eso nos equivocamos cuando reducimos la experiencia de salvación a “una experiencia interior” o a esa flaca imagen del “corazón interior”. No se trata de algo tan pequeño, sino de algo que nos envuelve y nos transforma. Por eso Saulo no se puede detener y va a proclamar lo que no se puede callar, por eso es tan imprudente y no mide los riesgos de hablar con los judíos sobre Jesús de Nazaret. Porque es un Saulo nuevo, lleno de la vida de Dios en Jesús y cuyo sentido de vida es únicamente Jesús el Cristo. Jesús es el motivo, la fuerza, la razón y el sentido de la vida de Saulo, el Jesús resucitado a quien proclama como hijo de Dios y como Mesías. Y ¿nosotros/as? ¿tenemos un motivo/razón/fuerza/sentido para nuestra vida o sólo andamos por inercia o empujados por las circunstancias? ¿qué no mueve a luchar y esperar, a caminar y a celebrar en ésta vida?

Víctor Hernández Ramírez. Església Evangèlica Betlem, Clot, Barcelona. 11 de noviembre de 2007

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