NO, MONSEÑOR BLAZQUEZ, ASÍ NO
Enric Capó, España
Los periódicos nos han informado de las declaraciones de Monseñor Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española en las que, refiriéndose a nuestra guerra civil, pidió perdón “por actuaciones concretas de la Iglesia”. Lo celebramos y le damos las gracias. Sabemos cuán difícil es decir estas palabras de reconocimiento de culpa ante muchos de sus colegas que no las comparten en absoluto. Es un acto de valentía que queremos valorar y que acreditamos en el haber de su vida eclesiástica. Si en los católicos de a pie hemos encontrado acogida y comprensión, esto ha sido muy escaso en la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Vaya, pues, por delante, nuestra apreciación por su gesto que, sin duda, le habrá acarreado problemas.
Sin embargo, los que hemos sufrido los horrores de la guerra y la represión que la siguió, no podemos contentarnos con una petición de perdón protocolaria como hacemos al pisar el pie de otro, ni podemos minimizarla con aquello de que todos cometemos errores. ¡Claro que si! Pero no fue un simple pisotón ni un error banal sin consecuencias. Fue una terrible represión, una cruel burla de la justicia, el furor de una cruzada que, muy a menudo en nombre de Dios, sembró la desolación y la muerte en todo el país. Durante la guerra, y después de ella, ¡cuántos curas se convirtieron en delatores de los “ateos y masones que no iban a misa”, sabiendo que esto significaba mandarlos al paredón! Es cierto que también la Iglesia fue víctima y muchos murieron a manos de grupos violentos incontrolados. Pero esto no justifica en absoluto la represalia.
Si se ha de pedir perdón, lo ha de hacer la Iglesia y no de una forma general, como culpable de una falta colectiva. Es mucho más que esto. Fueron muchos años de maridaje con un dictador cruel que ejerció su derecho a matar hasta el final de su vida. Durante todo el tiempo que duró su dictadura, no oímos ni una palabra oficial de condena de las injusticias franquistas. Franco era siempre recibido con entusiasmo y entraba en las iglesias bajo palio, acompañado por obispos y arzobispos. No hubo tampoco palabras de compresión y simpatía hacia los colectivos represaliados, que fueron muchos: comunistas, masones, protestantes, gays, etc. Nosotros, los protestantes, nunca encontramos unas mano amiga que nos ayudara. Todo lo contrario. Marginados, con nuestros templos clausurados, sujetos a los antojos de la policía, éramos los no españoles, los enemigos de la patria, los que no teníamos cabida en esta “reserva espiritual de Occidente” que pretendía ser España. Llegó un momento en que ni tan sólo se nos permitía casarnos por el rito civil. Si habíamos sido bautizados, éramos católicos hasta la sepultura. Algunos tuvieron que recurrir a la “pareja de hecho” que, naturalmente, entonces no tenía ningún reconocimiento oficial.
¿Conviene recordar todo esto? ¿Nos servirá para algo? Sabemos que hay much oposición en la alta jerarquía católica a la Ley de Memoria Histórica. Se aduce que es mejor olvidar el pasado y pensar sólo en construir un nuevo futuro para todos en una nueva España democrática. Y, en cierto sentido, tienen razón. La transición consistió en esto: dejar que el pasado fuera definitivamente pasado. Pero, ¿un pasado cerrado en falso puede realmente ser definitivo? La historia nos dice que no. El filósofo Jorge Santayana ya nos dijo que “aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”.
Monseñor Blázquez, cuando pide perdón, está en el camino correcto, pero esto no se puede hacer de manera casual, casi como de pasada, sin un verdadero reconocimiento de culpa. Hay que reconocer el error de haber participado con tanta saña en el llamado “alzamiento nacional”, de haber caído en la tentación del poder, usando la violencia de las armas en una “cruzada por Dios y por España” (Pla y Deniel), y de haber dado soporto ideológico al cruel y despótico régimen de Franco. Como en un confesionario católico, la petición de perdón y el mismo perdón vendrán después del acto de contrición y de reconocimiento de culpa. Y esto es lo que la Iglesia debería hacer, sin tratar de eludir su propia culpa aludiendo a la culpa de los demás. No es ésta la enseñanza de Cristo.
Hay que pedir perdón a la gente, al pueblo, a aquellos que tienen profundas heridas abierta. Hay que pedir perdón al país, este país nuestro tan maltratado, que sufrió tres años de guerra fratricida con miles y miles de muertos, y que durante 40 años vivió bajo le yugo de la dictadura, sin libertades, no sólo políticas, sino también religiosas. Es el país que exige reparación. La sangre de las víctimas clama a Dios desde la tierra que tiñeron de rojo. Es nuestra historia que pide reparación, pero fuera de las coordenadas de la violencia. No queremos venganza. No queremos repetir nuestra trágica historia de odios y muerte. Queremos poder olvidar, pero hacerlo en la serenidad del abrazo que se funde en el perdón. La Iglesia Católica debería darnos el ejemplo en este camino de reconciliación.
Enric Capó