LP. Juan Stam, Costa Rica

Para entender bien esta descripción de extraordinarios fenómenos celestiales y terrestres, tenemos que enfocar más ampliamente el sentido de tales expresiones en toda la Biblia. Al examinar eso, queda evidente que estas descripciones pertenecían a un amplio patrimonio de símbolos tradicionales, muy familiares para los lectores judeo-cristianos del Apocalipsis. En su mayor parte, Juan no los introduce sino los reinterpreta a la luz de Cristo y su victoria ya alcanzada.

Es importante notar que las mismas descripciones que tanto nos impresionan en pasajes como Apocalipsis 6:12-14 o Mt 24:29, a menudo ocurren con sentido totalmente simbólico en pasajes poéticos que no tienen nada que ver con el fin del mundo. El lenguaje del Sal 46:1-3 para expresar la fidelidad de Dios es muy conocido:

Por eso, no temeremos
aunque se desmorone la tierra
y las montañas se hundan en el fondo del mar;
aunque rujan y se encrespan sus aguas,
y ante su furia retiemblan los montes.

(Cf. Sal 60:1-2; 97:1-6).

Obviamente estas palabras son una hipérbole poética: pase lo que pase, aunque se cayera el cielo, Dios será fiel y confiaremos en él (46:1,4-6). Otros pasajes también comparan o contrastan la misericordia y la fidelidad de Dios con similares fenómenos naturales (Is 54:10; Sal 102:25-28). Job usa lenguaje parecido para describir sus calamidades (3:3-7), el poder de Dios en la creacion (9:5-10), y como sinónimo poético para «nunca jamás» (14:12). Sin duda este lenguaje poético era bien conocido por los fieles de Asia Menor.

Este mismo lenguaje poético se emplea frecuentemente para describir sucesos históricos pasados, sin que nada de lo dicho hubiera ocurrido literalmente ni que significara el fin del mundo. Su uso más típico se refiere al éxodo y al Sinaí (Ex 19:18; Sal 68:7-8; Hab 3:3-12; 4 Esd 3:18; 6:14-16). Según el cántico de Débora,

Cuando tu, Señor, saliste de Seir,
cuando te fuiste de los campos de Edom,
tembló la tierra,
se estremeció el cielo,
las nubes derramaron su lluvia.
Delante de ti, Señor,
delante de ti, Dios de Israel,
temblaron los montes,
tembló el Sinaí
(Jue 5:4-5 DHH).

Débora obviamente ve en su triunfo sobre Sísara el mismo poder divino manifestado en el éxodo. Por otra parte, el joven David describe su liberación del rey Saul en términos casi idénticos:

El me escuchó desde su templo,
¡mi clamor llegó a sus oídos!
La tierra tembló, se estremeció;
se sacudieron los cimientos de los montes;
¡retemblaron a causa de su enojo!…
Rasgando el cielo, descendió,
pisando sobre oscuros nubarrones…
Hizo de las tinieblas su escondite…
se oyó el trueno del Señor,
resonó la voz del Altísimo…
las cuencas del mar quedaron a la vista;
¡al descubierto quedaron los cimientos de la tierra!

(2 Sm 22:7-16; Sal 18:6-15).

Por supuesto, nada de eso ocurrió literalmente cuando Dios actuó para salvar la vida de David. Pero todos estos pasajes nos revelan el significado de este conjunto simbólico: son maneras de señalar la manifestación (teofanía*) y la intervención de Dios. En las palabras familiares de Is 64:1-3, el profeta implora a Dios que libere a su pueblo: «Ojalá que rasgaras los cielos y bajaras, haciendo temblar con tu presencia las montañas». En el pasado, «cuando bajaste, las montañas temblaron ante ti» (Is 64:1,3; cf. 29:6 para juicios). No sorprende que para dibujar la intervención definitiva del Señor, los autores bíblicos utilizaran los mismos símbolos que siempre habían expresado los resultados de la presencia numinosa* de Dios y sus hazañas en la historia.

Otro factor casi siempre olvidado: cuando este conjunto simbólico es utilizado en pasajes de profecía predictiva, en la gran mayoría de los casos estos simbolos se utilizan para describir sucesos históricos del futuro próximo de ellos, o sea, eventos realizados antes de Cristo que no eran en ningún sentido el fin del mundo. Is 13:10, por ejemplo, describe la destrucción de Babilonia; Is 34:4 especialmente de Edóm; Ez 32:7 de Egipto, Os 10:8 de Samaria, Am 8:9 de Israel y Jl 2:10-12 de Judá (citado en Hch 2:16 21 como cumplido en Pentecostés). En ningún caso resultó literal, y ningún cumplimiento de esas profecías fue el fin del mundo. Sin embargo, se describen en los mismos términos que después servirán de modelo para el fin del mundo y el juicio final.

Llama la atención que ningún autor del NT, ni tampoco Jesús mismo, intenta explicar estas imágenes escatológicas. Siempre dan por sentado que los lectores las entenderán, a base de su conocimiento de las escrituras hebreas y la tradición judía. Tampoco intentan armonizar diversas descripciones apocalípticas para evitar contradicciones. Las estrellas, por ejemplo, caen como higos con el sexto sello (6:13), pero con la cuarta trompeta están de nuevo en su lugar para que una tercera parte sea herida (cf 12:4). El sol se oscurece en 6:12 pero otra vez en 8:12 (una tercera parte) y de nuevo en 9:2 (cf 16:10); pero al contrario, en 16:8 se intensifica tanto que su calor quema a la gente. Aunque la luna entera se volvió roja en 6:12, en 8:12 es oscurecida en una tercera parte, como si antes no se hubiera tornado roja. Por otra parte, toda la vieja creación no desparece definitivamente sino hasta después del milenio (20:11).

Gordon Fee (1983:43) afirma, atrevidamente, que en sí mismos «los detalles de que el sol se oscureza o las estrellas caigan como higos probablemente no `significan’ nada. Simplemente hacen que la visión del terremoto sea más impresionante». Bien ha escrito Colin Brown (NIDNT II:916) de todos estos pasajes que «Jesús no está anunciando eventos astronómicos anormales; está anunciando el juicio de Dios…en el lenguaje antiguotestamentario de juicio». Estas palabras, de respetados teólogos evangélicos, son nuestra mejor orientación para entender Ap 6:12-17.

Sin embargo, debe quedar claro que aunque el lenguaje de estas descripciones no es siempre o necesariamente literal, describe una realidad futura: la desaparición definitiva del presente mundo y la llegada de una nueva creación. Esta realidad es eneseñada claramente en muchos pasajes bíblicos, con lenguaje y simbolismos muy diversos. Todo este lenguaje simbólico sirve para describir una realidad que no es meramente simbólica y que es inherentemente fundamental al mensaje bíblico.

Notas:

1) Este es un pasaje del comentario Apocalipsis: Tomo II (Bs.As: Kairós, 2003), escrito con la intención pedagógica y hermenéutica de ayudar al lector a entender mejor los simbolismos cosmológicos.
2) En una estrofa poética Jl 2:10 describe una plaga de langostas con «la tierra tiembla ante ellas [las langostas], el cielo se estremece», una descripción obviamente simbólica.
3) Debe recordarse que la mayor parte de este lenguaje tiene su origen en fenómenos naturales: eclipses, terremotos, volcanes, refracción de la luz (luna roja), langostas que oscurecen el cielo (Jl 2:10), etc. Los terremotos eran especialmente comunes en Asia Menor.
4) NIDNT II:38. Muchos han señaldo que a menudo convulsiones cósmicas (ej caída de estrellas, Hag 2:6-7; Is 24:21; cf. Metzger 1993:59) simbolizan acontecimientos sociales y políticos.
5) Este argumento no implica que los septenarios son secuenciales o consecutivos sino que es imposible armonizarlos y evidente que Juan no intentó reconciliarlos como si fueran literales. Otro ejemplo: la primera trompeta especifica que se quemó toda la hierba verde (8:7; no sólo la tercera parte como de la tierra y los árboles), pero el ángel de la quinta trompeta ordena no dañar la hierba (9:4), supuestamente ya totalmente destruida por la primera trompeta.
6) En las demás descripiones del NT, la luna nunca se enrojece sino se oscurece. De todos modos, si el sol se oscureciera literalmente, la luna no podría brillar, ni roja ni con otro color.

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