PD. Marcos Zapata
Después de leer un artículo relacionado con el estudio de la American Journal of Psychiatry. 2012 Ene;169 (1):89-94 del 9/01/2012, titulado “Religiosidad y depresión mayor en adultos con alto riesgo: Un estudio prospectivo de diez años”, no puedo dejar de alegrarme al comprobar que los estudios relacionados con la familia acaban comprobando lo que ya la Biblia nos ha enseñado acerca de la importancia de la misma.
En este artículo se nos demuestra como las familias que le dan importancia a la religión o a la espiritualidad tienen un efecto protector contra la recurrencia de la depresión, particularmente en los adultos con antecedentes de depresión de los padres. Es decir, la fe, la espiritualidad, es un protector frente a un mal como la depresión, convirtiéndose en un factor que hace fuerte o saludable a una familia frente a los cambios estresantes que sufre a lo largo de su ciclo vital.
Han sido muchos los trabajos editados con el fin de estudiar las fortalezas y las debilidades de las familias, resaltando aquellas características que las convierten en saludables y con capacidad de adaptarse a los cambios propios del ciclo de la vida.
Desde de la década de los 80 se habla del concepto de resiliencia familiar, ahora muy en uso. Podríamos definir la resiliencia familiar como la capacidad de una familia para recuperarse de circunstancias adversas y salir de ellas fortalecida y con mayores recursos para afrontar otras dificultades de la vida.
Esto implica los procesos de superación y adaptación con que con que cuenta cada familia cuando se ve amenazada por alguna de las crisis que son naturales a la vida, tales como la enfermedad, la perdida de seres queridos, las separaciones conyugales, el mismo crecimiento de los hijos (muy especialmente la adolescencia), que generan adaptaciones mutuas, así cada familia va asimilando estas nuevas situaciones y tratando de acomodarse positivamente a ellas en un proceso continuo de adaptación para lograr nuevamente su punto de equilibrio funcional, que nunca es para siempre, sino un proceso dinámico que supone flexibilidad y creatividad.
Es importante conocer que hay una serie de características funcionales de las familias saludables que las hacen fuertes para afrontar, y aún prevenir, los cambios de la vida.
Desde nuestra perspectiva hay unos principios básicos en relación a la familia, que han sido refrendados por numerosos estudios (1):
En resumidas cuentas si tuviéramos que definir familias saludables diríamos que son aquellas capaces de adaptarse al cambio; capaces de fijar unos límites apropiados; capaces de desarrollar sus relaciones a través de una comunicación abierta; capaces de promover responsabilidad; capaces de ser más funcionales sobre la base de una pareja que confía en sí misma y en sus hijos; capaces de enfrentar el futuro con optimismo.
¿Cómo podríamos integrar toda esta información para el bien de las familias en nuestras iglesias? ¿Qué características específicas deberíamos potenciar para fortalecer y sanar nuestras familias?
Entre otras podemos resaltar, siendo una lista provisional: