Información de apoyo para el estudio de Escuela Sabática.
Oseas F. Lira
Es difícil determinar el número de indígenas que viven en México ya que hay muchas características que los identifican como tales y no siempre se pueden contabilizar de manera ágil. El rasgo más evidente es la lengua y es el que se suele usar en los censos. Así, según el Censo General de Población y Vivienda (INEGI, 2000) existen 8.7 millones de indígenas en el país. Esta cifra resulta de sumar 6.3 millones de alguna lengua indígena, 1.3 millones de niños de 4 años en hogares cuyo jefe de familia o su cónyuge habla una lengua indígena, y 1.1 millones de personas que se declararon indígenas aun sin ser parlantes de una lengua autóctona. En estos últimos años se ha avanzado significativamente en el diseño de nuevas formas de registro de la población indígena, El Consejo Nacional de Población (CONAPO) al hacer un análisis de la composición de los hogares detectados en el censo, calculó en más de 12 millones la cifra real de indígenas en el país, cantidad que equivale a poco más de 10% de la población total. Estas cifras ubican a México como el país con la población más numerosa y diversa de América (Secretaría de Salud, 2001).
La población indígena está distribuida en todo el territorio nacional. Los estados que tradicionalmente han tenido población indígena originaria, siguen agrupando al mayor porcentaje: Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Puebla y Yucatán. Sin embargo, se observa que los estados del norte y el Distrito Federal tienen una presencia indígena importante como resultado de la migración.
Que la diferencia no sea motivo de muerte, pobreza, cárcel, persecución, opresión, sumisión forzada, burla, humillación, racismo… Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.
Discriminadas y oprimidas por su sexo, etnia y clase, es la indignante situación de nuestras mujeres indígenas Situación tolerada por muchos, ignorada por otros e incluso fomentada por los más, en un mundo clasista, etnocida y patriarcal.
Marcela Lagarde, en su obra Cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, pu…, presas y locas (UNAM, 1990), apunta que “las indígenas están sometidas a una triple opresión que se genera en tres formas de adscripción sociales y culturales, cada una de las cuales es opresiva:
• opresión genérica
• opresión clasista y la
• opresión étnica
Es genérica porque se trata de mujeres que, en un mundo patriarcal, comparten esta opresión con todas las mujeres.
Es clasista porque las indígenas pertenecen en su mayoría, a las clases explotadas y comparten la opresión de clase con todos los explotados.
Es étnica, y a ella están sometidas, como los hombres de sus grupos, por el sólo hecho de ser parte de las minorías étnicas.
Aun cuando los indios, campesinos, maestros y demás trabajadores también son oprimidos, la opresión étnica de las mujeres es diferente. La opresión que viven las indígenas, campesinas, maestras y las demás trabajadoras, difiere cualitativamente de la opresión clasista de los primeros porque ellas, además de ser indias, son mujeres. Es decir, “por su condición de mujeres, las indígenas comparten elementos vitales con todas las mujeres, pero debido a su adscripción de clase y étnica los viven de manera distinta.”
De entre los grupos sociales, las indígenas son uno de los más oprimidos, ya que son parte de tres grandes minorías: la de las mujeres, la de los indios y la de los trabajadores explotados. “El hecho de que sean definidas genérica y corporativamente como indias, sintetiza su opresión: su etnicidad diversa es subsumida en su definición política como minoría”.
Lourdes Arizpe en su artículo “Las campesinas y el silencio” (Revista Fem, núm. 29), advierte que, así entonces, “la mujer nahua no me habla en una lengua sutil y matizada, con una cultura compleja de hondas raíces históricas; me habla como ‘india’ y en tanto que tal, su lengua y su cultura no me importan, lo único que importa es su sumisión”.
Y aun cuando con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional las mujeres indígenas zapatistas vinieron a desplazar el imaginario para dar paso a mujeres indígenas con voz tanto en lo privado como en lo público, pesa todavía el resto de la historia donde han sido invisibilizadas, incluso más que a las mujeres en general.
Arizpe agrega: “quizá sean las campesinas los seres a quienes la historia ha impuesto mayor silencio”, que “siendo las suyas palabras de mujeres, no importan para la historia androcéntrica”.
En 2001 la Comandanta Esther demostró que las mujeres indígenas tienen voz y pueden hacerla escuchar en los espacios públicos legítimos, como lo fue el 28 de marzo de ese año, en el Congreso de la Unión (Algunas frases que ella dijo):
• Así que aquí estoy yo, una mujer indígena.
• Quienes no están ahora ya saben que se negaron a escuchar lo que una mujer indígena venía a decirles y se negaron a hablar para que yo los escuchara.
Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora.
Soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento.
• Soy indígena y soy mujer, y eso es lo único que importa ahora.
• Así es el México que queremos los zapatistas. Uno donde los indígenas seamos indígenas y mexicanos, uno donde el respeto a la diferencia se balancee con el respeto a lo que nos hace iguales. Uno donde la diferencia no sea motivo de muerte, cárcel, persecución, burla, humillación, racismo.
• Ya no permitan que nadie ponga en vergüenza nuestra dignidad. Se los pedimos como mujeres, como pobres, como indígenas y como zapatistas.
• Soy una mujer indígena y zapatista. Por mi voz hablaron no sólo los cientos de miles de zapatistas del sureste mexicano. También hablaron millones de indígenas de todo el país y la mayoría del pueblo mexicano.
• Mi voz no faltó al respeto a nadie, pero tampoco vino a pedir limosnas.
• Mi voz vino a pedir Justicia, Libertad y Democracia para los pueblos indios. Mi voz demandó y demanda reconocimiento constitucional de nuestros Derechos y nuestra Cultura.
En México, desde principios de la década de 1980 se observaba la irrupción de conglomerados étnicos en el escenario político a partir de su inserción en luchas sociales que buscaban provocar transformaciones a escala nacional.
En este mismo periodo las principales demandas del movimiento étnico eran la democracia, la recuperación de su dignidad étnica, la tierra y los recursos naturales.
También en los ochenta inicia por parte del gobierno una estrategia llamada etnofagia la cual consistía en el abandono de los programas y las acciones explícitamente encaminados a destruir la cultura de los grupos étnicos, a la par de este proceso se adopta un proyecto de más largo plazo que apuesta al efecto absorbente y asimilador de las múltiples fuerzas que pone en juego la cultura nacional dominante. El indigenismo integracionista del Estado mexicano durante los años ochenta es, en suma, la forma incipiente de la etnofagia en desarrollo.
En ese sentido el Estado buscaba la participación de los miembros de grupos étnicos, procurando que un grupo cada vez mayor de éstos se conviertan en promotores de la integración por voluntad propia convencidos de la superioridad de la cultura nacional. Se esperaba que los mismos dirigentes indios abandonaran toda propuesta impugnadora de la lógica sociocultural de la nación, así como las creencias, costumbres, formas de organización social particulares, etc.
El principal reto del Estado frente a la corriente indianista durante la segunda mitad de la década de 1970 era evitar que la corriente indianista se convirtiera en base de un robusto movimiento indígena capaz de desafiar la preponderancia del partido oficial y, en particular, la política agraria del gobierno.
EI Consejo Nacional de Pueblos Indígenas se conformo con el objetivo estatal de tomar la iniciativa en la coordinación de las fuerzas acumuladas en las etnorregiones del país por medio de una organización nacional que agrupara a todas las etnias, dicho grupo estaría bajo el control del Estado. Se promovió la formación de los Consejos Supremos de los diversos grupos étnicos y, en 1975, se realizó el primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas en la simbólica ciudad de Pátzcuaro, allí se conforma el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas.
Entre enero de 1982 y enero de 1989 se cometieron 870 asesinatos en contra de indígenas, el 53% de las víctimas (463) pertenecían a grupos no organizados y el 37% (o sea 327 muertos) pertenecían a organizaciones independientes.
Se puede afirmar que esa acción múltiple consistió en cerrar caminos a la organización independiente, en cancelar la participación efectiva de los pueblos indios en la conducción de asuntos, se impidió la conformación de una robusta organización nacional, en cambio tuvo como efecto favorecer la expansión y el fortalecimiento de la cohesión étnica y, especialmente, la radicalización de la perspectiva reivindicadora del movimiento indígena.
En torno a la perspectiva de los intelectuales se puede afirmar que, había una lenta, pero consistente superación de la perspectiva indigenista que había sido asumida –aunque casi siempre de manera vergonzante– por la inmensa mayoría de los sectores no indígenas y, en particular, por las organizaciones políticas. Se observaba a los grupos étnicos como un fenómeno pasajero, necesariamente destinado a esfumarse en el proceso de integración nacional.
Las posiciones encontradas frente al indigenismo integracionista eran por un lado, ante un indigenismo que colocaba en el centro de su discurso la “unidad nacional” concebida como necesaria homogeneidad sociocultural, y la proletarización como el destino inevitable de los indígenas, se produjo una reacción que puso unilateralmente el énfasis en la realidad de las identidades particulares, descuidando la estructura nacional en la que tales configuraciones étnicas cobraban existencia y significado. De otro lado, la reacción antiindigenista encontró en la afirmación a secas de la estructura de clases de la sociedad, su mejor trinchera doctrinaria, descuidando o simplemente negando la relevancia del fenómeno étnico. Etnia y clase social resultaron así no sólo separadas de modo artificial, sino que fatalmente la primera se esfumó en favor de la segunda.
El régimen de autonomía étnica se manifiesta destinado a crear las condiciones particulares que hacen posible la realización plena de los derechos de las etnias y anular las relaciones de opresión y discriminación, resanando o solventando los rezagos acumulados en el disfrute de prerrogativas socioculturales.
Se requiere un régimen especial de autonomía para los grupos étnicos porque el simple reconocimiento de los derechos del ciudadano resulta insuficiente en el caso de las etnias.
Los dos avances fundamentales en el debate en primer lugar, aceptar que existen otras entidades sociales, además de las clases; es decir, que en las formaciones sociales contemporáneas se encuentran otras configuraciones que tienen naturaleza y demandas propias y en segundo radica precisamente en el reconocimiento del efectivo carácter de sujeto social que pueden asumir los grupos étnicos.
El papel que jugaron los indios en la Comisión de Justicia para los Pueblos Indígenas, conformada por Carlos Salinas en 1989 fue nulo. Dicha Comisión estuvo integrada por académicos (antropólogos y juristas), intelectuales indigenistas y burócratas, con la notable ausencia de representantes o líderes indígenas.
Las objeciones que se proponen al acuerdo tomado por la Comisión de Justicia para los pueblos Indígenas son siete:
1) El carácter o alcance de la reforma propuesta era muy limitado y restrictivo. Nada se decía sobre los derechos económicos, sociales y políticos de los pueblos indígenas, pese a que en las consideraciones que hace la Comisión se habla de las desigualdades en lo económico, social y político.
2) La Comisión no se pone de acuerdo acerca de nociones teórico político y jurídicas fundamentales. En particular, acerca de la adecuada concepción de los grupos étnicos del país.
3) La importancia de considerar alternativamente sujeto de derecho a los pueblos, a las comunidades o al indígena individualmente, se pone de manifiesto en el segundo párrafo de la propuesta, en donde se habla de tomar en consideración las prácticas y costumbres jurídicas indias en los juicios.
4) Los presupuestos implícitos de los autores de la propuesta apuntan a tutelar y dar “protección” a un sector de la población, sin reconocerles capacidad para ocuparse de sus asuntos, incluso aceptando sin conceder que la propuesta se limite a los derechos culturales su formación actual es extremadamente vaga.
5) Es preferible que en la Reforma se indiquen con mayor precisión los derechos fundamentales y prerrogativas que se derivan de las características culturales de los grupos étnicos del país.
6) Si las reformas no incluyen explícitamente los derechos específicos de los pueblos indios, cualquier reglamentación, por más audaz y amplia que sea, resultará sin efecto.
7) En conclusión, si es verdad que la propuesta, según dice la propia comisión oficial, quiere ser la ocasión “para consagrar una voluntad política nacional para enfrentar la desigualdad y la injusticia que afecta a los pueblos indígenas”, debemos considerar que en su actual formulación no recoge las históricas aspiraciones de los indígenas del país ni las metas democráticas que se ha trazado la nación.
Hablar de Cultura y Desarrollo es hablar de un modelo de deficiencia: se culpa a los pobres de su falta de desarrollo. Los países del tercer mundo tienen que adoptar los valores de los países industrializados para poder salir de la pobreza. Es cierto que se escuchan expresiones como “los mexicanos son perezosos”, “los latinos son pobres porque tienen muchos hijos”, etc., pero basta ver trabajar a los campesinos mexicanos en el Valle Central de California para desmentir esas expresiones. La cultura dominante reinventa constantemente sus mitos para mantener el dominio de clase. “Max Weber, uno de los fundadores de la sociología moderna, escribió que hay algo en la disciplina del protestantismo que permitió a ciertas culturas un gran desarrollo.” Weber, este sociólogo alemán (1864-1920), cuyo libro La Etica Protestante y el Espíritu Capitalista (1905), tendría gran influencia hasta nuestros días, escribe que en las sociedades donde predomina la religión protestante se produce el gran avance capitalista –a diferencia de aquellas con influencias calvinistas o católicas– porque crea un espíritu de trabajo racional en búsqueda de beneficios materiales.
El neorracismo norteamericano, plasmado en los libros Mexifornia, de Victor Hanson (2003) y El desafío hispano, de Samuel Huntington (2004) recrean este mito al expresar el desafío a los valores angloprotestantes por parte de los latinos y su cultura. “No es flojera, sino la desigualdad económica y social que impide que se desarrollen los indígenas”.
Los gobiernos aplican diferentes estrategias de poder para mantener divididos a los nativoamericanos. Por eso es que sus esfuerzos por recuperar la tierra de sus antepasados chocan con las exigencias burocráticas y la indiferencia de los gobernantes. El maltrato y despojo de sus tierras y la contaminación son inadmisibles.
No adoptemos esa cultura del ‘pobrecito indio’. Lo cierto es que los indígenas no son respetados, menos amados, y algo debemos hacer al respecto.
Muchos conceptos occidentales no expresan las necesidades e intereses de los pueblos indígenas, por ejemplo la palabra “soberanía” –que, irónicamente, más bien divide–. En la década de 1930, en Estados Unidos, el gobierno les dio soberanía a los indios; la misma soberanía que ahora le ha dado a Irak. Eso no se da, la tienes o no. Y curiosamente algo parecido ocurre en México.
Para los indios norteamericanos, el tema migratorio es intrascendente ya que las fronteras fueron creadas por los intereses de los blancos, por eso no consideran a los indígenas de México como migrantes. Pero en México, un indígena es visto en las ciudades como una mancha, un estorbo, un indigente, un extraño, un ser no querido.
El 8 de agosto es el Día de los pueblos indígenas. En la lección 10 de Escuela sabática estudiaremos sobre la necesidad de llevar el evangelio a las comunidades indígenas. Estas reflexiones nos llevan a descubrir el panorama real actual de las comunidades indias. Dios quiera que nuestro corazón se conmueva, nos conscienticemos y emprendamos programas y acciones que hagan real en nosotros el sentimiento que manifestaba el Señor Jesús cuando veía a los pueblos desamparados que parecían “ovejas que no tienen pastor”. Durante muchos años el único indio valioso ha sido el indio muerto, el Cuauhtémoc hecho monumento en bronce, el indiecito presidente y Benemérito de las Américas (don Benito Juárez), los Indios Verdes que están a la salida norte de la ciudad de México y los indios de las pirámides. Prácticamente se asocia indígena con indigente.
Aún prevalecen la discriminación, el menosprecio y el desdén hacia los pobladores originarios y hacia sus organizaciones, luchas y movilizaciones que les han permitido recuperar muy poco del terreno por siglos negado.
La historia pareciera haberse estancado en relación con los pueblos indígenas en México. A poco más de 500 años de la Conquista y casi dos siglos de la Independencia, se mantienen como el sector que mayor marginación y discriminación padece.
Su proceso de fortalecimiento es aún incipiente, hay falta de interés e ignorancia de la sociedad y del Estado al respecto.
Aún hay pocos activistas, promotores y creadores de origen indígena.
De acuerdo con la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, México ocupa el octavo lugar en el mundo entre los países con mayor cantidad de pobladores originarios: 12 millones 707 mil, según el censo de 2000.
De los 2 millones de kilómetros cuadrados que integran el territorio nacional, estos pueblos poseen una superficie que abarca la quinta parte y se ubican principalmente en el sureste y el centro del país.
Las entidades que concentran el grueso de esta población –86%– son Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Yucatán, Puebla, México, Hidalgo, San Luis Potosí, Guerrero, Michoacán, Campeche, Quintana Roo y el Distrito Federal.
La dinámica externa, nacional, los margina, los reprime, los olvida. Tras 500 años de Conquista, México no ha aprendido a incluir en su vida esas culturas. Esos pueblos son mirados como culturas remotas y ajenas.
Son pueblos que sufren marginación. Pero la ceguera cultural, la discriminación, es una enfermedad que padecemos los mexicanos.
No puede hablarse de un fortalecimiento de las culturas indígenas en el mundo, mucho menos en México. En América Latina, en general, no hay respuesta y esto es gravísimo.
En América Latina, México y Centroamérica viven la mayor desigualdad social, económica, política y de derechos humanos en lo que a indígenas se refiere y esto es algo que se remonta a la época colonial.
Según estudios, más de 90 millones de personas cayeron en pobreza en 20 años, la clase media desapareció, más de 200 millones de latinoamericanos no satisfacen necesidades básicas, y como 102 millones de indigentes no logran darle de comer a sus hijos, y estos aspectos están más presentes en las comunidades indígenas.
De ninguna manera podemos hablar de un real reconocimiento social de la cultura indígena, porque los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial hicieron una contrarreforma a los acuerdos de San Andrés y, por tanto, es más la mentira. La realidad indígena ahora se ha agudizado con la globalización.
Esa historia de discriminación, asesinato, explotación mercantil, racismo, engaño y falsedad hacia todos los pueblos originarios de México y de América Latina es una pesadilla de que la intentamos despertar desde hace muchos siglos.
Los pueblos indígenas, sus organizaciones, luchas y diversos movimientos han ido avanzando, pero no puede hablarse de que ya se haya superado la marginación ni la exclusión. Prueba de ello es el estado en que se mal encuentran sus derechos.
El proceso de fortalecimiento de las comunidades indígenas se da sobre la base de su propio esfuerzo organizativo, pero de ninguna manera como resultado de las políticas del Estado, o del trabajo de la Iglesia o de la sociedad.
No existe un real reconocimiento para la cultura indígena. Existe enorme discriminación, aún cuando se ha avanzado.
Realmente la situación permanece igual que siempre, y los discursos y las políticas que el gobierno o la Iglesia anuncian no se traducen en acciones que redunden en mejorar el panorama.
Incluso el indigenismo actual se encuentra en un proceso de decadencia terrible; el supuesto apoyo a la autonomía, a la libre determinación, al reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas sólo se queda en reflexiones, artículos y análisis intelectuales de antropólogos y otros estudiosos del problema de los indígenas.
¿Qué se está haciendo para que la población no indígena tenga una conciencia de la riqueza de esa diversidad, cómo se están promoviendo acciones para que haya una convivencia armónica entre indígenas y no indígenas? Eso finalmente puede contribuir, para eliminar la discriminación y el racismo que existen.
¿Será el siglo XXI el siglo de los pueblos indios?
Lo que hemos visto en décadas recientes, sobre todo en un proceso que tiene como punto de arranque 1974, con la celebración del Congreso Indígena en San Cristóbal de las Casas, es la formación de una intelectualidad y un amplio conglomerado de artistas indígenas que han reflexionado sobre qué es ser indígena, sobre la lengua, sobre la comunidad, sobre la autonomía, y que simultáneamente a esta reflexión, estrechamente ligados a sus pueblos, han creado una obra artística y cultural, en el más amplio sentido de la palabra, verdaderamente notable.
Hace unos cuantos años ser indígena en México era sinónimo de ser atrasado, marginado, inculto y analfabeta, hoy existe un reconocimiento creciente de la enorme riqueza cultural de los pueblos indios, de su propuesta política en el mas amplio sentido del término, y esta enorme revaloración les ha dado ante otros enormes sectores de la población un reconocimiento que, por ejemplo, no tienen los campesinos o los trabajadores en nuestro país.
Si vemos las campañas que últimamente se siguen desarrollando en contra de los usos y las costumbres, es decir, de sus esquemas normativos, lo que observamos es que este empuje ha logrado abrir espacios y obliga a definiciones que de otra manera no se tendrían plenamente, por no hablar ya del reconocimiento y el valor en que se tienen a los pueblos indígenas mexicanos en otros lugares del mundo.
Además de la discriminación y la exclusión, el desarrollo del neoliberalismo y la globalización, así como de la desigualdad social, son otros de los más acérrimos enemigos que deben enfrentar actualmente los indígenas.
Entre los retos de estos pueblos destaca, internamente, fortalecer su organización, lograr aglutinarse para defenderse frente a las políticas del Estado.
Las políticas neoliberales resultan avasalladoras para los pueblos indígenas, porque sobre todo avanzan sobre sus recursos naturales, tierras y territorios, lo que desencadena la migración hacia las ciudades e incluso el extranjero.
La globalización es un proceso en el que se diluyen y delimitan los estados nacionales y en el que las identidades específicas buscan ser asimiladas y borradas, por lo cual atenta contra la esencia y naturaleza de este tipo de poblaciones.
En América Latina existe un movimiento y una lucha muy importante de los pueblos indios por lograr la igualdad, con todo, en ellos siguen concentrándose los mayores niveles de pobreza, de exclusión, de marginación y de falta de decisiones políticas.
Existe un movimiento para lograr la igualdad por la vía del reconocimiento de su diferencia. Los pueblos indígenas reivindican la igualdad por la vía de la diferencia: la consigna de ‘iguales y diferentes’ podría resumir en buena parte del empuje de sus movimientos. Esa es la vía como buscan sobreponerse a su situación de exclusión, y algo muy importante es que estos pueblos están reivindicando derechos; es decir, no están reivindicando asistencia, caridad ni ser objeto de políticas públicas, sino básicamente el reconocimiento de derechos. Y de éstos destacaríamos el derecho a ser reconocidos como tales y el derecho a la autonomía y el ejercicio de ésta, entendiendo autonomía como una forma específica del ejercicio del derecho de la libre determinación en un marco nacional, como un conjunto de transferencias de funciones, facultades, recursos y competencias de los estados nacionales a los pueblos indígenas.
Esa es la lucha central de esos pueblos. Ellos quieren seguir siendo pueblos, se están reconstituyendo como tales, no quieren dejar de serlo. En México, para ellos no hay contradicción entre ser indígenas y mexicanos; la forma plena de ser mexicano es poder ser indígena plenamente.
En lo social, el mayor desafío consiste en superar la profunda desigualdad social que agobia a los indígenas. En lo religioso es que un día conozcan al Señor.
Hay un factor que ha recorrido durante siglos esto, que es la discriminación y el racismo, el ver pisoteados sus derechos como humanos de esta gente.
En México es insoportable la arbitrariedad homicida de más de 500 años en contra de estos pueblos originales, como sucede en todo el continente. Las condiciones de opresión política, racismo, falsedad, despotismo y corrupción realmente no han cambiado nada desde 1492.
Ahora incluso están en peores condiciones. Basta ver que con el Plan Puebla-Panamá más de 40 comunidades de la selva, de los Montes Azules, de la parte en conflicto en Chiapas, están siendo obligadas a salir, porque los intereses de las grandes compañías están puestos donde hay mayores recursos.
El avance en el reconocimiento logrado por las poblaciones indígenas en México se debe a sus propios esfuerzos. Y serán menores los logros y mayores los tiempos requeridos si la sociedad en general no se involucra.
En la medida en que no se den acciones concretas los indígenas seguirán igual y se fomentará el racismo, la intolerancia, la discriminación, la marginación y la pobreza, todo eso que trae consigo la situación de subordinación de los pueblos indígenas.
No hay un reconocimiento de la cultura indígena, los pueblos tienen un proyecto que no concuerda con el de Estado-nación que los gobernantes están impulsando. En esa medida hay un choque, son dos proyectos diferentes.
Hay un menosprecio social hacia la cultura indígena.
Como Iglesia –contaminados de la visión de la sociedad que nos rodea– debemos sacudirnos ya la vergüenza étnica, que es una manera de sepultar nuestra historia ancestral.
Realmente es poco lo realizado por el gobierno, pero menos lo es lo realizado por nosotros como Iglesia. Nosotros también seguimos viéndolos de manera marginal, como rareza, como una vergüenza con la que hay que cargar.
Con este abandono de la política del Estado y de los cristianos respecto al campo, los indígenas emigran a la ciudad, y lo que necesitamos hacer son programas de preservación de las entidades indígenas en los medios urbanos, porque aquí viene un indio y su cultura se diluye en la mercadotecnia y en la mediatización, en la vista ciega y en la insensibilidad de los evangélicos.