LP. Jaume Trigine Prats. España

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados

Andan los tiempos revueltos y confusos. Tanto a nivel de la aldea global en la que se nos ha convertido el planeta, como a nivel de las pequeñas estructuras como pueden ser los diversos grupos sociales en los que nos hallamos inmersos como la familia o la iglesia.

Vivimos tiempos agitados en el ámbito geopolítico. Estremecen las informaciones e imágenes de países como Somalia, Etiopía y Kenia, entre otros. La situación de hambruna de la práctica totalidad de su población es un grito tan fuerte que paradójicamente quizá se oye anivel neurológico, pero no se escucha suficientemente a nivel vital como para poder generar la respuesta adecuada a las necesidades básicas de millones de seres humanos. Sobre todo no lo escuchan como debieran quienes desde su posición al frente de estamentos políticos internacionales podrían establecer sistemas de priorización más justos y de mayor compromiso. Cuando las estructuras de poder no escuchan el clamor de los pueblos, suelen ser las ONGs quienes a golpe de solidaridad intentan minimizar las injusticias de este mundo.

Vivimos tiempos revueltos en los países del norte de África, cansada ya su población de soportar la falta de libertades básicas y del menosprecio de sus dirigentes políticos por los derechos inalienables de las personas. El cansancio acumulado por no poder expresarse en libertad, por no poder publicar determinados comentarios en la prensa, por no poder acceder a determinados estudios o profesiones por ser mujer, por ver cómo las riquezas se acumulan en muy pocas manos… ha provocado la explosión de protesta y de exigencias de cambio durante este último año. Se hace difícil soportar tanta injusticia de forma continuada en el tiempo.

Las portadas de los periódicos, las principales noticias en radio y televisión, el contenido temático de las tertulias… se nos han convertido en recurrentes y monográficos: la crisis económica que va alcanzando cada día a un mayor número de personas. ¡Cuánta cultura económica hemos adquirido en poco tiempo! Quien más quien menos puede hablar ya con cierta propiedad de los mercados, de la prima de riesgo, de los avatares de la bolsa o de la recesión.

En nuestro país, el estado del bienestar, que algunos intuimos hace unos decenios, está empezando a ser irreconocible y, de seguir la actual tónica, será algo desconocido para nuestros hijos y nietos. Seguramente, el éxito del libro de S. Hessel, propugnando un estado de indignación general frente al estamento político y económico que se halla en la base de los movimientos de protesta en diversas capitales europeas durante la primavera del pasado año, pueda explicarse por la existencia de un estado de frustración e indignación frente a la injusticia que representa que quienes no han creado la crisis sean quienes deban financiarla a golpe de recortes en las prestaciones sociales o a golpe de más impuestos. Paradojas tiene la vida.

Las crisis terminan alcanzando los reductos más reducidos como la familia y el propio individuo. La frustración respecto a un presente hostil para muchos, la falta de esperanza en un futuro mejor para unos y otros y el vacío existencial de una vida al margen de Dios aboca a muchas personas al pesimismo, antesala de adopción de formas de vida carentes de significado. Trastornos emocionales que cada vez afectan a más y más pronto y conductas que expresan un estado de alienación (violencia gratuita, dependencia de sustancias, suicidios…) son los devastadores efectos de una vida sin demasiado sentido ni propósito.

Víctimas de la injusticia de un reparto sesgado de los recursos materiales son cuantos diariamente perecen de hambre o de falta de atención sanitaria en el tercer y cuarto mundo, las mujeres explotadas sexualmente por mafias criminales, quienes habiéndoles prometido el paraíso europeo del euro a cambio de fuertes cantidades de dinero deciden cruzar unas millas marítimas con una patera, en la que muchas veces son abandonados y perecen.

Los injustos sistemas dictatoriales y teocráticos provocan el miedo y el silencio y generan víctimas en forma de ostracismo, persecución, tortura, cárcel, muerte… por el hecho de pensar diferente, por ser creativos, por atreverse a conducir un coche siendo mujer o por vivir de acuerdo con unas convicciones religiosas distintas de las impuestas por los ayatolás de turno.

En la etiología de la crisis financiera de estos últimos años se encuentra una profunda crisis de valores que ha conducido a los agentes económicos a un modelo de economía especulativa cuyas consecuencias se han cebado en las clases sociales que no han producido la crisis, pero que ahora deben costearla. ¡Descomunal injusticia!

No hay efecto sin causa y la mayoría de las situaciones turbulentas mencionadas suelen tener varias causas que las explican. Hemos de evitar las explicaciones simples y reduccionistas. La mayoría de los problemas complejos tienen una amplia base de causalidades si bien, como un común denominador en las situaciones descritas, encontramos siempre manifestaciones de injusticia que pueden explicarlas.

Sin justicia se altera toda homeóstasis, sin justicia se alteran los equilibrios, sin justicia no es posible la paz en cualquier ente social en el que podamos pensar: estado, mundo del trabajo, familia o iglesia. Las situaciones de injusticia separan a las personas, por próximas que estas hayan estado en el pasado. La injusticia afecta radicalmente a la dignidad de la persona al tratarla sin la consideración de ser, en clave creyente, imagen de Dios; olvidando, además, la exigencia ética de una relación de fraternidad, por nuestro origen común.

Es por ello que en el Sermón de la Montaña (auténtica constitución para los miembros del Reino de Dios a través del seguimiento a Jesús de Nazaret) se describen como dichosos quienes de forma vehemente (hambre y sed) se orientan a la búsqueda e implementación de la justicia en todas sus formas y en todos los ámbitos de interacción.

Quienes seguimos a Jesús debemos orientarnos a la práctica de la justicia y del concepto teórico debemos pasar a la acción práctica: relaciones correctas, armoniosas y rectas con los demás; relaciones inspiradas en el amor. Hambre y sed de justicia o de ser justos implica el compromiso de posicionarse frente a todo tipo de discriminación, frente a la falta de respeto en cuestiones como la injusticia social en todas sus formas o el incumplimiento del respeto por los derechos inalienables de las personas. Hambre y sed de justicia o de ser justos no deja de ser un posicionamiento a favor del hombre. Cuanto más esfuerzo en favor de la creación de estructuras y situaciones interpersonales justas, menor necesidad de invertir en solidaridad o pacificación. ¡La gran inversión es la justicia!

De la misma manera como el pan y el agua reducen el hambre y la sed física, optar decididamente por actuar de modo justo calma el hambre y la sed a la que hace referencia la bienaventuranza al estar convirtiendo en actos la motivación concreta que previamente impulsaba a ellos. La felicidad que Jesús promete a quienes se entregan a la causa de la justicia consiste en una satisfacción interior, no egocéntrica ni narcisista, sino resultado de la coherencia entre el deseo o expectativa de actuación justa y la praxis de conductas en esta dirección. Es experimentar el haber asumido la forma más divina de vivir la humanidad.

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